21/11/2024 12:48
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Entrevistamos a Mónica Armas Domínguez, miembro de la asociación provida SpeiMater y colaboradora del proyecto Ángel, que nos cuenta con detalle su impactante proceso de conversión.

¿Cómo fue en su caso el proceso de alejarse de Dios?

De niña era una persona que me sentía muy cerca de Dios. Me hacía muy feliz tener momentos de encuentro personal con Él en la capilla de mi colegio. Era un lugar en donde me sentía en paz porque era estar en casa.

A la edad de 13 años, debido al divorcio de mis padres, se produjo en mí una ruptura interna, ya que mi familia lo era todo para mí. Eso provocó una herida y un gran sufrimiento que guardé en mi corazón y, de alguna manera, nació una separación de Dios, casi sin darme cuenta, porque mi hogar se había venido abajo. Mi familia era mi refugio, mi roca y sentí que no tenía dónde apoyarme. Sufrí muchísimo, estaba triste, enfadada y, por entonces, sentía que también perdía la unión con mi hermano pequeño, al que adoraba. Él era un niño alegre y risueño, con quien me encantaba jugar, pero tras esta situación, todo se dividió.

Aprendí que el apoyo que podía tener dentro de mi núcleo familiar se resquebrajaba y que no tenía más salida que buscarlo en otras personas e incluso en las familias de mis amigas, que me trataban como si fuera una hija más. En algún momento, durante este tiempo, conocí el grupo de Cursillos de Cristiandad. Me ayudaron mucho, pero no perseveré debido a que estaba lejos de mi casa y por la herida tan grande que tenía.

Tenía sed de espiritualidad, pero pronto la empezó a buscar poco a poco por caminos contrarios a Dios…

Me alejé de Dios, pero siempre tuve la sensación de saber lo que estaba bien y lo que estaba mal. Es decir, algo en mí me preservaba. Sin embargo, como tenía esta tristeza por la ruptura familiar, desde muy joven empecé a buscar dentro de mí dónde refugiarme para salir del dolor. En esa etapa, la creatividad nació como una salida a mi necesidad. Escribía poesía, cantaba y componía canciones y trataba, sin éxito, de llenar mi alma a través del yoga y la meditación. No me di cuenta de que, poco a poco, el mundo material me absorbía, y me llevaba por otro camino distinto al que actualmente transito y que me llena de paz en mayúsculas, porque este camino es Jesucristo.

Usted insiste que fuera de Dios no se puede ser feliz, pero mucha gente no lo cree hasta que lo experimenta.

Las palabras son jaulas de conceptos y, por eso, hay que ir a la raíz de la verdad, que es que el mundo te ofrece una felicidad a medias, a medida, mientras que Dios es la felicidad misma. Yo vivía una vida sin entenderla, sin meta final. Tenía los propósitos corrientes, pero no sabía que la muerte no existe realmente y que Dios me había concebido para Él, no para mí. Desde que vivo mi vida rutinaria entregada a Dios, todo lo entiendo y lo vivo con la alegría característica de quienes le conocemos.

Todos sufrimos. Sin embargo, el sufrimiento vivido con Dios es diferente a hacerlo sin fe y sin esperanza o lo que es lo mismo, sin Dios. Y es que se vive de otra forma y es posible sobrellevarlo, ya que eres consciente de que todo tiene un propósito. Igualmente, la felicidad es diferente cuando Dios está en tu vida, porque supera lo terrenal, es puro gozo. La vida sin Dios en el centro está llena de placer, no de felicidad. Con Dios está llena de amor, porque Él se desborda a cada momento en la eucaristía, en la oración, en los sacramentos, en la adoración eucarística, en la alabanza…

Yo pensaba que la Iglesia me ataba y no me dejaba ser libre, pero es al revés. Es el mundo el que no te deja ser libre, porque eres prisionero de tus pasiones y te enganchas a ellas y, por tanto, sufres. Dios te libera, te llena de Él. Las personas tienen miedo a abrir su corazón a Jesús porque, en el fondo, no saben ser libres. No quieren perder el control que, en definitiva, es el orgullo mismo. Yo creía ser libre, pero es bien distinto a serlo.

¿Por qué llegado el momento, decidió abortar?

Porque tuve miedo. Fue algo no meditado, sin tiempo apenas para pensar en lo que estás haciendo. Estaba sometida a un secuestro emocional que me impedía ver las cosas con claridad. Tampoco tenía claro en aquel momento que mi pareja, padre del bebé, quisiera a nuestro hijo, ya que tiempo atrás se opuso por ser ambos muy jóvenes y sin trabajo. El sistema, por otro lado, me engañó, ya que mi ginecóloga me lo puso en bandeja, no luchó por el bebé ni me dio la enhorabuena. En realidad, nadie de los que supieron de mi embarazo me felicitaron. ¿Acaso te tienen que ver contenta para que se les contagie? ¿Es tu reacción la más importante, cuando la sociedad decide por ti abrir una puerta al infierno para abortar a tu hijo? El sistema te debería felicitar por defecto, no a expensas de lo que vean en el rostro de una mujer llena de miedo. Por eso, ella, que no tuvo la valentía de ayudarme, se limitó a darme el teléfono de una clínica de Madrid.

Al llegar allí, tampoco trataron de ayudarme a valorar la vida de mi pequeño. Se limitaron a preguntarme si quería que fuera con anestesia local o sedación, alegando que los precios variaban. Contesté que anestesia local y lo vi todo. ¡Fue muy traumático para mí! ¡Verdaderamente terrible!

Tampoco nadie se sienta contigo para valorar los pros y los contras. Todo se ve como algo lícito porque hay una ley que lo respalda. Se normaliza algo que no debería estarlo. En cambio, lo lógico sería que existieran los suficientes recursos para todas las madres, padres y familias que ayuden a que esto no ocurra. Una ley como la del aborto, por el mero hecho de que sea legal, no significa que sea moral ni positiva para la humanidad.

Yo entré en la clínica abortiva con un hijo en mis entrañas y salí de allí siendo madre, aunque sin ese hijo que llevaba dentro. Porque una es y seguirá siendo madre aun sin su hijo.

¿Por qué cree que a partir de este aborto su vida se fue oscureciendo cada vez más?

El aborto deja una grave secuela. No solo fallece un hijo, sino que yo misma morí de algún modo. Se rompieron más vidas ese fatídico día: la de mi pequeño, la de su padre la mía, la de sus abuelos, tíos y, en definitiva, la de toda una familia que iba a recibir entre ellos a un nuevo miembro.

A partir de ese día, sentí que me había desconectado de algo más grande que yo, que mi vida ya no tenía sentido. Hubo un vacío, tristeza profunda, enfado, ira, frustración, llegando al odio y a desear la muerte.

Mi vida se oscureció porque sentía que todo el amor que llevaba en mi interior se había frustrado y no supe dónde volcar todo aquello, así que se volvió contra mí, causándome sensación de un gran vacío. Hoy sé por otras madres que Dios te capacita con dones para cuidar y amar a tu bebé.

Sin embargo, su profunda tristeza no la asociaba al aborto cometido, sufría, pero no veía la herida.

Correcto. Tapé sin darme cuenta aquel dolor. Caí en un pozo oscuro, profundo, pero lo hice para sobrevivir. Lo sellé y lo enterré bajo llave que después “tiré”. Apagué así la pequeña luz que habitaba en mi interior, la luz de Cristo.

Así seguí haciendo mi vida normal, porque me dije: “Bueno, si la ley me ampara, por algo será y no pasa nada”. Me equivocaba. Sí que pasa y mucho. No volví a ser la misma. Sufrí tanto que no deseaba volver a quedarme embarazada. Traté de protegerme como pude y mi subconsciente hizo el resto. No tuve una buena vida, a pesar de que en apariencia la tenía. Hay, por tanto, claramente unas secuelas que el mundo debe saber.

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Es curioso que en los momentos de desesperación volviese añorar la fe de la infancia y esa iglesia a la que iba con su abuelo…

En aquel momento me preguntaba por qué estaba así, apagada y con sensación de fobia hacia el mundo exterior. Estas preguntas fueron cogiendo fuerza a medida que pasaban los años. Por ello, inicié un proceso de búsqueda de respuestas. Al principio, a través de terapia psicológica y el psicoanálisis, para después seguir con yoga, reiki y otro tipo de terapias más de índole espiritual, ya que sentía que todo me venía de algo profundo. Pero iba de mal en peor. Todas estas últimas terapias alternativas, en lugar de proporcionarme paz, me daban calma al principio para, después, volverme a generar desasosiego interior.

Una noche, sumida en la desesperación, recuerdo que tuve un sueño en el que aparecía de niña en una iglesia de la mano de mi abuelo, concretamente en un Domingo de Ramos. Me sentía feliz. Fue un recuerdo que afloró de pronto en mí y que me hizo sentir maravillosamente y me guio hacia la salida del agujero en el que me encontraba. Tiempo después, supe que mi abuela rezaba muchos rosarios por mí y hoy entiendo que toda oración es escuchada. Probablemente es, gracias a ella, que ese recuerdo positivo apareciese animándome a acercarme a buscar aquella iglesia.

Acudió a ese lugar y ahí empezó un largo proceso de conversión.

Efectivamente, ahí empezó todo. Me fui una mañana a aquella iglesia de la Plaza de España en Madrid. Entrando, justo detrás de la puerta, vi a un Cristo de tamaño real y le dije: “Si existes, ayúdame”. De alguna forma le quise retar, comprobando así, si lo que había experimentado de niña en mi colegio y a través de experiencias con mis abuelos, era cierto. Y de pronto, sentí una paz impresionante y comencé a llorar. Me derrumbé y me quedé dormida, apoyada en su reclinatorio.

Esto hizo que volviera un día y otro día y otro día. Lo necesitaba. Nunca antes había sentido tanta paz, era como un remanso. El Señor escuchó mi llamada y puso un ángel en mi camino: un amigo que me volvió a hablar de Dios, recordándome la relación que yo tenía con Él desde pequeña. Y así, acompañada, volví a ir a misa, a la adoración eucarística y a rezar el rosario. Cada vez me iba encontrando mejor, iba entrando en mi corazón la paz que anhelaba y me sentía viva.

Al mismo tiempo, en aquella etapa, tuve experiencias ligadas a mi padre, con quien descubriría después que habíamos tenido una conversión a la Iglesia católica al mismo tiempo. Él, sin entender lo que me estaba sucediendo, intentaba ayudarme.

Fue en Medjugorje el punto de inflexión para cambiar radicalmente de vida. ¿Cómo fue el momento?

Medjugorge se encuentra en Bosnia Herzegovina, santuario mariano que significa “entre montañas”, un pueblo situado en un valle. Un lugar donde dicen que lo más importante allí se da en el interior del corazón de la mano de nuestra Madre, la Virgen María.

En realidad, da igual el sitio, pues Dios podía haber escogido para mí otro lugar. De hecho, creo que el sitio más importante donde encontrarle es en cualquier sagrario de cualquier iglesia del mundo.

Sin embargo, allí tuvo lugar ese punto de inflexión en mi vida y donde se me reveló la verdad de lo que había hecho que, por tanto tiempo había ocultado, como dije antes, bajo llave.

Recuerdo que había preparado con ilusión ese viaje porque tenía buenas expectativas por parte de mi padre, que ya lo conocía y que me invitó. Ahora bien, al llegar allí, se presentó una fuerte lucha en mi interior y no estaba del todo cómoda. Era como si presintiera que algo iba a sucederme y, efectivamente, esta sensación se concretó en un momento determinado subiendo en grupo el monte Krisevak, durante el rezo de un vía crucis.

Me tocó leer la novena estación: “Jesús cae por tercera vez”. Y fue justo, en aquel momento, en una reflexión de la oración, en la que Dios preguntaba por qué se mata a los hijos en el seno materno, que sentí que se me quitaba una venda de mis ojos y vi ante mis ojos, cómo se repetía la escena de la clínica abortiva. Fue durísimo recordarlo y, también, supe cuánto había ofendido a Dios por haber hecho un mal uso de la libertad que se me había concedido. Caí de rodillas al suelo, llorando amargamente y siendo consciente de mi ofensa y del sufrimiento causado por mi culpa. Sin embargo, al mismo tiempo, sentí un abrazo que me sostenía y me llenaba de amor y misericordia. Fue hermoso, inmenso… No hay palabras para describir este momento. El Señor me salvó, me perdonó y me amó en mi miseria.

Luego fue muy duro ser consciente del gran pecado que hizo al abortar y le produjo un dolor indescriptible.

A partir de aquel momento, la herida que estaba oculta se abrió, provocándome un dolor indescriptible. Nunca había sentido antes tanto dolor interior, no podría soportarlo. Dolía profundamente, era algo muy interno, saber que había perdido un hijo que no podría recuperar y que me había hecho a mí misma tanto mal, pero no solo a mí, sino a toda mi familia. Como decía antes, comprendí la terrible afrenta que le había producido a Dios, dejándome arrastrar por la mentira que el mundo me había ofrecido, de que era joven, que tenía todo el tiempo del mundo para ser madre, que no pasaba nada y que era algo normal. Y no era verdad. Ver cómo había caído en la trampa del aborto, pensando que a mí no me pasaría nada, y descubrir que no era cierto, fue muy penoso. Sentía que mis entrañas se abrían y que estaban vacías. Era la nada. Pero al mismo tiempo, supe que Dios se estaba encargando de sanar todo aquello, llevase el tiempo que fuese. Por eso, lo primero que hice después de esta experiencia fue ir a confesarme. Aunque, a decir verdad, ser consciente de algo tan duro y ver que no puedes resarcir el daño que le has hecho a Dios, hizo que me confesara varias veces sobre lo mismo, hasta que un sacerdote en Madrid me dijo: “Basta. Dios ya te ha perdonado, no insistas”. Y eso me alivió.

¿Cómo pudo ir sanando una herida tan dolorosa?

Tras aquel viaje, mi vida quedó “tocada” para siempre. Volví transformada y me tomé muy en serio el estar lo más cerca del Señor que pudiera: Me consagré a la Virgen a través del Método de San Luis María Grignon de Monfort, que realizan las religiosas del Arca de María. Ese fue el primer paso para seguir el camino bajo la protección de María, como madre espiritual. A partir de ahí, comencé a acudir a la adoración de una parroquia, lejos de mi casa, que conocí a través de internet, para después, ser invitada por una amiga a un grupo de oración de la Renovación Carismática Católica, al que comencé a asistir cada jueves. Esto fue en el año 2015. También hice con ellos el Seminario de Vida en el Espíritu y acudí a otros retiros de sanación de heridas internas, que me iban proponiendo distintas personas que fui conociendo. De ahí surgió un camino de restauración, de liberación y de curación impresionante. Sentía que Dios quería hacer una sanación completa de mi alma. Cuanto más abría mi corazón, Él más se derramaba y más me regalaba su paz.

Así, fui construyendo en torno a mí un nuevo mundo, rodeada de personas buenas y de corazón noble que iban ayudándome a perseverar en la fe. Todo iba cobrando sentido y mis respuestas estaban siendo contestadas. La Iglesia que yo juzgaba anteriormente, que no comprendía y que hasta casi odiaba porque la tenía por antigua, me lo dio todo, se convirtió en mi familia y en mis hermanos. Jamás sentí tanta alegría de saber que tenía una vida nueva.

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¿Puede dar testimonio del poder de la adoración eucarística y el rezo del rosario en el proceso de sanación y conversión?

Por supuesto. El Señor está vivo, se muestra en cada exposición eucarística en el Santísimo. No tengo duda. Produce en mí el efecto de mayor ternura que jamás he podido sentir.

Rezar el rosario es hablar con María mismo, pues ella nos lleva al Padre. Ambas son formas de relacionarme con Dios. Cuando uno quiere a alguien, desea pasar tiempo con esa persona. Igual, pero de manera más profunda, sucede cuando estás adorando. Cada vez es más fuerte el deseo de acudir más tiempo ante su presencia y pasar más tiempo con él Señor. Le debo todo. Es mi fortaleza, mi roca, mi hogar. Es el lugar en donde deposito todas las cosas que me suceden, sean buenas o malas, y sé que mi vida entera depende de Él, de su voluntad. Yo puedo hacer una parte, pero Él se ocupa de todo.

He sido testigo de su fuerza y poder, no solo en mí, sino en otras personas que acuden a la adoración. Es la providencia misma.

Mi mayor testimonio es que al adorar y al alabar a Dios, le reconoces como Dios, le pones en el centro de tu vida y ahí es donde ocurre el milagro, pues en verdad, todo ocurre de dentro afuera. De repente, sientes que te puedes apoyar verdaderamente en Él, que te habla y dirige tus caminos. Dios hizo un milagro conmigo y cada día hace otros tantos. Si estás atento, lo ves en todo.

¿Cómo conoció SpeiMater y decidió comprometerse?

Fue en una adoración en la que, terminando la oración, se me acercó un hombre y dándome una hoja, me dijo: “Esto es para ti”. Yo leí: “Un aborto destruye dos vidas, queremos ayudarte a recuperar una: la tuya”. Proyecto Raquel, de la Asociación por la Vida, de SpeiMater. ¡Impresionante! Eso fue milagroso. ¡Yo le había pedido a Dios al volver de aquel viaje que calmase mi dolor y lo hizo! Me puso delante a las personas adecuadas para sanarme. Mi herida estaba a flor de piel y necesitaba poner palabras a todo lo vivido, y ahí estaba una asociación que me quería ayudar a colocar toda mi experiencia, para sanar definitivamente mi herida de aborto. Precioso.

Recuerdo que llamé por teléfono y hablé con Maricarmen. Le dije: “Necesito alguien que pueda ayudarme a resolver mi problema. Tengo la herida abierta y llevo mucha rabia e ira del pasado no resuelta. Esa persona debe ser fuerte porque mi enfado es grande”. Y ella contestó: “Yo te acompañaré con la ayuda de Dios”. Y así fue. Nos comprometimos las dos y yo seguiría el método que propone la asociación para sanar heridas del aborto. Durante algunos meses estuvimos trabajando, unidas, para sacar todo el mal afuera. Rezamos, adoramos al Señor juntas y delante de Él aprendí a dejarme hacer por Dios, a confiar en las personas de fe de mayor recorrido y en mis hermanos de Iglesia. Volví a casa.

¿Por qué se siente llamada a rescatar vidas, a impedir que las madres aborten?

La intención principal es llevar a las personas a un encuentro personal con Dios, presentándoselas para que Él actúe y haga lo que tenga que hacer, porque Él quiere a sus hijos más que yo.

A medida que yo sanaba, sentía como un fuego interno, una llamada a colaborar con Dios a rescatar vidas. De alguna forma me dije: “Señor, que se haga tu voluntad sobre mí. Si tú quieres que te ayude, dime qué debo hacer. Y así ha sido en todo momento. Lo hago de manera altruista, me nace de dentro. ¡La gente no debe perderse el conocer el AMOR con mayúsculas! Es impresionante lo que se siente al dejarse amar por Dios.

Después de mi encuentro con la verdad de mi vida en aquella montaña, callada, en silencio, transcurrieron años sin poder hacer pública mi experiencia, más bien todo lo contrario. Pasaron unos cinco años, hasta que me sentí llamada a comentarlo en la misma asociación. A partir de ahí, al cabo de un tiempo, me fueron invitando a dar mi testimonio a los más jóvenes y a realizar algún rescate de alguna chica en peligro de aborto. Es decir, sin darme cuenta pasé a colaborar con ellos en el proyecto Ángel de SpeiMater, cuya misión es acompañar a las chicas embarazadas y rescatar vidas. Como dijo San Pablo, “donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia”. En la herida, está la misión.

Siento la llamada, pero, sobre todo, un deseo muy superior a mí de mostrar el camino que evita el mal y, en consecuencia, el sufrimiento, porque yo pasé por ello. Sabemos, por el elevado número de madres y padres que pasan por Raquel, que todos tienen las mismas secuelas.

¿Cómo esta labor le ayudó a sanar del todo y a reparar el daño hecho?

Sanas del todo, pero también es verdad que Dios permite que mantengas la cicatriz. Creo que es una forma de decirme: “No te olvides de mí. Recuerda en tu memoria lo que hice por ti; recuérdalo especialmente en tus peores momentos, para sepas que yo puedo volver a hacer todo de nuevo”. Porque Dios es tan bueno, y yo tan débil, que lo mismo, si me olvidase, quizá perdería mi fe y volvería hacia atrás. Es un guiño, una caricia de su amor a mi naturaleza frágil y debilitada por lo que hice. La herida del aborto es una herida gloriosa que un día, me encantaría llevar en el cielo, como el regalo que Dios hizo en mi vida al sanarme.

Reparar el daño… A ver, Dios ya me perdonó, y es cierto que me entrego a su servicio porque conozco la misericordia que aplicó conmigo en su infinita bondad. Siento todo esto como una segunda oportunidad de hacer bien las cosas, de ser sal y luz en un mundo de oscuridad.

El evangelio dice que Dios es Amor (1 Juan 4, 8):” Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor”. El mundo necesita de su Amor, necesita que se le conozca, que se vuelva a Él. Y, también, en el pasaje de la samaritana —que invito a leer— dice: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”.

Dios siempre nos espera para darnos de esa agua viva. Solo tenemos que pedirla.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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