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De la paternidad de Dios
Dios es Señor y sólo en el Cristianismo es también Padre. Y sólo en la Iglesia Católica estamos incorporados al cuerpo de Dios en su Segunda Persona, Cristo, mediante la Eucaristía y la Iglesia. Dado que la Iglesia es cuerpo místico de Cristo y, Él, es su cabeza.
También, sólo en la Iglesia Católica tenemos una Madre, la Virgen María; madre de Cristo y de la Iglesia. Igualmente, los católicos tenemos a la Iglesia como madre y maestra.
Por lo tanto sólo en el catolicismo se hace realidad patente, física y encarnada, la Paternidad Divina y la Maternidad de la Santísima Virgen María. Así es que a Cristo –presente en la Eucaristía en toda su divinidad, en toda su carne y en toda su sangre- le es debida adoración y a la Santísima Virgen María le es debida devoción y honor.
Estas sencillas premisas están injertadas en el cuarto mandamiento, la de honrar a los padres según el espíritu y la carne: primero a Dios-Padre y, con el Espíritu Santo, a Cristo; cabeza de la Iglesia con la Santísima Virgen María, corredentora y madre de la Iglesia.
Seguidamente, se debe honra a los que más cercanamente desempeñan la paternidad según la carne, los padres de familia y, más universalmente, a todos los antepasados. Porque toda paternidad terrenal es derivación y participación de la paternidad divina.
Por tanto el Padre Divino pedirá cuentas de cómo hemos ejercido la paternidad en su nombre. Así dice el Exodo 20: “honra a tu padre y a tu madre para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar”. Así es que en el catolicismo se honra a los patriarcas y a los padres de la Iglesia y, el primero de ellos, Abraham, padre de todo el pueblo creyente.
De la paternidad de la familia y de la Patria
Dios llamó a Abraham para que saliese, con su familia, de la nación (que no patria) idólatra. Esto es, la “nación” ya la vemos unida a la idolatría. Dios le dio a Abraham una tierra donde hundir sus raíces, para él y para toda su descendencia. Por lo tanto, tenemos aquí configurada una heredad tanto espiritual como terrenal, es decir, una Patria. Ésta no es de Abraham ni de sus descendientes sino de todos los que hayan de suceder en cada tiempo, para que la hereden íntegra y aumentada de generación en generación desde Abraham, como padre de todos ellos.
Aquí encontramos la segunda paternidad, la familia y su cabeza, el pater familias. Pero también la tercera paternidad, la de la patria, como elemento intrínseco y natural.
La familia es un ente orgánico que no nos pertenece. De ella sólo somos administradores. Administramos este patrimonio espiritual y terrenal, para pasarlo engrandecido de generación en generación en Dios Padre.
La familia es, además, la sociedad natural. Y también es la primera Iglesia, llamada Iglesia doméstica, donde el padre debe ser a immitatione Christi -y de San José- mientras que la madre debe ser a immitatione de María.
Honrar esta segunda paternidad y su patrimonio es mandato divino y obligación cristiana y católica.
El conjunto de familias son la ampliación del hogar paterno. Familias unidas en Cristo en la Iglesia. Es así que Dios, del que procede toda paternidad en los cielos y en la tierra (Efesios, 3) hace padres a nuestros padres pasados y presentes según la carne. Ellos que nos engendran y educan en el conjunto familiar. Por ello la Iglesia siempre ha enseñado que los fines del matrimonio son la procreación y educación de los hijos.
Por lo tanto, la prolongación natural de la paternidad familiar es el conjunto de familias que es el conjunto de paternidades. Y esto es la Patria.
Es así que Dios, Patria y Padres en la Iglesia con Cristo como cabeza, conforman la Paternidad Total.
La Patria es el patrimonio de todos (pasados, presentes y futuros) que queda visualizada en unos símbolos que la representan. La Patria es patrimonio espiritual de fe y virtudes cristianas que las representan. Pero también es patrimonio carnal y físico, formado por marido-padre y mujer-madre y por una tierra donde todos ellos desarrollan y viven el patrimonio espiritual.
Ya el génesis nos explica que Dios creó a Adán y Eva pero no los tuvo sustentados en la nada sino que les dio un solar, el Jardín de Edén, para que lo cuidasen. Más adelante Dios coge a Abraham para darle el solar que emana leche y miel (Ex, 3).
La Patria es, por lo tanto, también la tierra de los padres, la casa solariega de la familia católica que, junto con la fe, forman la heredad y patrimonio.
Nadie tiene derecho a apropiarse de la Patria, ni a dividirla, ni a destruirla sino que es obligación de cada generación traspasarla, a las nuevas generaciones, engrandecida.
Santo Tomás de Aquino nos diría en su Suma Teológica (II, cuest. 101) que: “Dios ocupa el primer lugar, no tan sólo por ser excelentísimo, sino también por ser el primer principio de nuestra existencia y gobierno. De modo secundario, nuestros padres, de quienes nacimos, y la patria, en que nos criamos, son principio de nuestro ser y gobierno. . Y, por tanto, después de Dios, a los padres y a la patria es a quienes más debemos. De ahí que como pertenece a la religión dar culto a Dios, así, en un grado inferior, pertenece a la piedad darlo a los padres y a la patria”. Y estos se hunden en la paternidad de Dios.
Efectivamente, Dios y los padres procreadores son los que nos dan la paternidad espiritual y carnal en la Iglesia; formando un patrimonio que se desarrolla en un solar en el que reina Cristo.
La Iglesia no ha dejado de enseñar infaliblemente que es obligado dar culto a Dios y honrar a los padres y a la patria. Así dice el Catecismo (2199, 2239): “el amor y servicio a la patria forman parte del deber de gratitud”. La constitución Gaudium et spes (75) lo elabora diciendo que los ciudadanos deben cultivar la piedad hacia la patria en magnanimidad y fidelidad. Esta constitución no hace otra cosa que recordar la enseñanza infalible de la Iglesia, como muy bien expuso Pio XI en Divinis Illius (52): “el buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo el mejor ciudadano, amante de su patria”.
Por lo tanto, el amor a la Patria es virtud cristiana y católica que santo Tomás de Aquino coloca dentro de la virtud de la piedad. Y ésta nos obliga a dar adoración a Dios y reverencia a los padres y a la Patria.
Al igual que la familia, la Patria no se elige ni se fabrica. Se nace y se le debe honra, porque honrar y reverenciar a la Patria es honrar y reverenciar tu propio patrimonio espiritual y carnal. Es, por tanto, indubitable que amar a la Patria no es opcional, es obligatorio. El padre Castellani lo expresó magníficamente en su Canción del amor patrio: “amar a la patria es el amor primero y es el postrero después de Dios, si es crucificado y verdadero son un solo amor”.
San Agustín decía en sus Confesiones “ama siempre a tu prójimo, y más que a tu prójimo a tus padres, y más que a tus padres a tu patria, y más que a tu patria ama a Dios”. Así es que el amor a la Patria es el puente entre el Amor a Dios y el amor a los padres. Y tal modo la familia engendra y educa a los hijos para Dios y para la Patria, como decía en La Ciudad de Dios.
El padre Royo Marín en su Teología moral para seglares (en “Deberes para con la patria”) explica que el patrimonio es amor y piedad a la heredad espiritual que hemos recibido y que se desarrolla a lo largo del tiempo sobre la tierra de nuestros mayores y antepasados. De tal forma que defender el patrimonio espiritual y terrenal contra sus enemigos interiores y exteriores es grave obligación, en tiempo de paz con la palabra y la pluma; en tiempo de guerra con las armas y la vida.
Por eso, siendo un mal que la patria tenga traidores, no es esto lo peor. Hijos que reniegan y traicionan a sus padres, a su familia y a su estirpe siempre los ha habido y los habrá. Mayor mal es hacer ídolos y estatuas de los traidores y adorar a las traiciones.
De todo lo hasta aquí comentado se desprende que es obligado dar honor a todos los que han dado sus vidas y patrimonios por la Patria.
De los pecados que se oponen a la Patria
Al igual que las demás virtudes, a la piedad y amor a la patria se le oponen, especialmente, dos pecados: el nacionalismo y el globalismo o multiculturalismo.
El nacionalismo es la exaltación en exceso y desordenadamente de lo propio. El nacionalismo lleva en su ser el odio y la exclusión a todo lo demás y a todos los demás. Por tanto el nacionalismo se opone a la obligación de amar a todos como a uno mismo, incluso amar a los enemigos.
Por lo que respecta al globalismo o multiculturalismo. Para esta corriente de pecado no hay patrias porque no hay legados ni hay identidades ni heredades espirituales ni terrenales. Todos estamos llamados a confundirnos en una amalgama colectiva sin identidad. El globalismo considera a los seres humanos como individuos materialmente útiles en tanto en cuanto cumplen con una función específica dentro de una masa social. Así, para el globalismo la sociedad es una masa informe de individuos sin más orientación que la que le quieran dar en cada momento ciertos magnates desde organismos globales.
En consecuencia, podemos ver claramente que los enemigos de Dios, han sido y son los enemigos de la Patria y la Familia. A estos siempre se les ha llamado los “sin Dios y sin patria”.
De los enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia
El más peligroso de los enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia es la Secta, la Masonería oculta al servicio del Príncipe de este mundo, que es Satanás; y de su profeta, la Bestia anunciada por San Juan y por la Virgen María en los avisos que nos da en sus múltiples apariciones.
La Secta siempre se ha afanado en combatir a Dios y por eso ha combatido a la Patria.
Desde el siglo XVIII, especialmente, la Secta se ha afanado en extirpar a Dios de las conciencias sustituyéndolo por la falsa luz, la Iluminación.
El primer gran triunfo del Iluminismo (aunque ya anteriormente podemos rastrear éxitos como los que llevaron a la ruptura de La Cristiandad en dos ocasiones: cisma de oriente y la ruptura protestante) fue la Revolución Francesa de 1789, que llegó a eliminar a Dios de los corazones de los europeos para sustituirlo por el Gran Arquitecto del Universo.
Era lógico que, eliminado Dios y su paternal soberanía, ya no hubiese patria. De ahí que se dio forma a las naciones-pueblo, las cuales se apoderaron de la Soberanía convirtiéndose en dioses que decretan qué es el Bien y el Mal.
Esta acción se llevó a cabo durante los siguientes doscientos años mediante los hijos de la Secta: el liberalismo y el socialismo. Son, éstos, pensamientos-ideologías iluminadas convertidas en ídolos materialistas para sociedades de hombres sin Dios y sin patria. A partir de ese momento, el nuevo ídolo exigiría a las masas que diesen la vida e incluso se inmolasen en una gran hoguera de vanidad invocando la salvación. Es por ello que la Secta y sus hijos –liberalismo y socialismo- impondría la instrucción de las masas.
He aquí la raíz del odio que tienen a la educación y formación católica que se escapa a su control, y la razón de la guerra total que hacen a los que la ofrecen y procuran.
Y derrumbados ya del alma y de la mente, Dios y Patria; solo queda en pie la familia. La Secta, mediante sus hijos materialistas-ateos -liberalismo y socialismo-emprendió este último ataque a partir de la década de 1950, especialmente. Y el ataque llega hasta el presente.
Y aquí, también, en este punto; la Santísima Virgen nos vino a advertir. Sor Lucía dejó escritas las palabras de la Virgen en Fátima. En carta al cardenal Carlo Caffarra (declaraciones de Caffarra a Tele Radio Padre Pio, 16 de febrero del 2008) refería que: “la batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será a cerca de la familia y el matrimonio”.
Del ataque a la Familia
De las muchas líneas de ataque que la Secta lleva a cabo, ya directamente ya mediante el liberalismo y el socialismo, contra el matrimonio y la familia citaré sólo dos principales directrices conexas, dado que todos los ataques se sujetan a estas dos: debilitación y destrucción de los vínculos matrimoniales y familiares. Todo ello realizado mediante una acción legal y cultural (sistema educativo, artes y ciencias) destinada a la transformación mental de la masa de las naciones-pueblo.
De la debilitación y destrucción de los vínculos matrimoniales especifico, solamente, la eliminación del carácter sagrado de la unión matrimonial y la reducción del matrimonio a un contrato humano que, como cualquier otro; puede denunciar, cambiarse o romperse.
De la debilitación y destrucción de los vínculos familiares especifico, solamente, la insistencia de la secta en separar a los niños del hogar paterno para situarles en centros de de-formación cultural y moral, mental. Algunos de los resultados de esta acción son la pérdida de autoridad paterna y la destrucción de los sentimientos y deberes filiales.
Dentro de estas dos directrices podemos encontrar prácticamente todas las saetas, embustes y seducciones que enredan y quebrantan al matrimonio y la familia hasta su aniquilación: la corrupción de costumbres, prácticas que van contra los fines del matrimonio, estilos de vida depravada de los miembros de la familia (alentados incluso por los padres ya previamente pervertidos), sentimentalismo e instintismo físico, relaciones prematrimoniales, mentalidad meretricia y relaciones poligámicas, unión homosexual, indiferentismo religioso y ateísmo militante, entre muchas otras corrupciones.
Dios, Patria y Familia.
¿Cuál es nuestro Dios?
Aquel que es el único verdadero, Trinidad consubstancial, como lo definió doctrinalmente el II Concilio de Constantinopla: Dios-Padre que ha ungido, con el Espíritu Santo, a su Hijo Jesucristo y lo ha constituido en Sacerdote, Profeta y Rey, y que es Cabeza de la Iglesia. De tal manera que Cristo, en la Iglesia Católica, es el único arca de salvación.
¿Qué patria?
En el Concilio de Constanza la Iglesia estableció que el Imperio Romano tenía su continuación legítima y legal en cinco patrias: Germania, Italia, Francia, Britania, Hispania. Estas cinco patrias conforman la Cristiandad.
En nuestro caso, no hay pues dudas: nuestra patria es Hispania, España (las Españas como siempre se llamó). España tomó su ser y razón desde la fe católica y en la fe católica. España y la fe católica son elementos inherentes que forman un solo y propio ser. Todo intento de desligarlas siempre ha llevado a la división y destrucción de España y de la fe católica.
Es por ello que la Secta, ya directamente ya mediante sus hijos, siempre ha trabajado por fragmentar España y, desintegrándola, menguar la fe católica hasta su extinción.
Y éste vuelve a ser, precisamente, el gran problema de la España contemporánea. Menguada y prácticamente perdida la fe católica en España, la patria es disuelta para dar nacimiento a la nación-pueblo que proclama –en sus diversas constituciones- que es soberano.
Pero eliminada la Real Soberanía Divina y el Real Padre Católico, no sólo el conjunto de nación sino también cualquiera de sus partes, pueden reclamar la soberanía. Ésta es la raíz del problema de los nacionalismos en España.
Y en esta segunda década del siglo XXI resurge el nacionalismo en Cataluña y Vascongadas especialmente, pero también en otras partes: de Valencia a Galicia, de León a Andalucía.
Así que preguntémonos: ¿cuál es la situación de España? Una antigua patria mudada en nación-pueblo soberano que ha perdido la fe católica y, por decreto, establece qué es el Bien y qué es el Mal. Según el CIS el 15% de los españoles se declaran ateos, casi la mitad de los españoles tienen una leve conciencia existencial y creen en energías universales. Sólo un 37% mantiene algún trazo de lo que antes fue la esencia del ser español, la fe católica (así era hasta el punto de que ser español era sinónimo de ser católico).
Esto es desolación espiritual y moral. No puede extrañarnos que a esta devastación le sigan otras como la actual destrucción de nuestra patria. ¿Y cuáles son las regiones más secularizadas y descristianizadas de España? Cataluña y las tierras vascas.
El Islamismo: un peligro mayor que el nacionalismo
Pero aún más. Viendo en estos tiempos los golpes nacionalistas contra la unidad de la patria encontramos que en Cataluña el peligro es aún mayor. En estas tierras, con una mayoría de familias sin Dios y sin Patria, se cría y engorda una amenaza más feroz que el nacionalismo: el islamismo.
Y ¿cuál es la región de España más islamizada? ¿Dónde tienen su asiento los grupos islámicos más radicales? En Cataluña. El islamismo crece aquí al amparo del nacionalismo y la descristianización, regado con subvenciones públicas para asociaciones como la fundación Terra Omnium o Nous Catalans. Asociaciones islámicas favorables a la independencia.
Cataluña alberga el 80% de las mezquitas salafistas que hay en España. Más del 20% de los jóvenes menores de 30 años que viven en el área metropolitana de Barcelona son musulmanes, y hay multitud localidades que superan el 30% como Figueras, Salt, Rosas, Rubí, Vic, Reus, Tortosa, Valls Guissona, Manlleu, Lérida, Cunit, Vilanova i la Geltrú, Calafell, Calaf, El Masnou, Premià de Mar, Vilassar de Mar, Ripoll, Sabadell, Tarrasa, Granollers, Figueras, Cervera, Vilafranca del Penedès, Olot, El Vendrell, entre otras.
Actualmente, en Cataluña las familias no musulmanas tienen una tasa de natalidad del 1,1%. En contraste, las familias musulmanas que viven en la región multiplican la tasa hasta llegar al 8,1%. Con esta progresión en 2020 uno de cada cinco habitantes en Cataluña será musulmán.
Piensan, los nacionalistas, que los musulmanes son los “tontos útiles” del “proceso” para imponer su independencia. Pero la realidad es que Cataluña está camino de ser un cadáver envuelto en la mortaja de sus fantasías esteladas para dar nacimiento a una república islámica. Si en algún momento los nacionalistas logran sus objetivos no me cabe duda que serán devorados por los muslimes, al igual que le ocurrió a Don Julián y a sus traidores.
España: una misión y un sentido en la Historia.
España nació de la mano de la Virgen María a orillas del Ebro, cuando el apóstol más lo necesitaba. La Santísima Virgen dio, por tanto, a España y los españoles una misión y un sentido en la Historia: la Evangelización y la defensa de la Fe Católica. Y éste es el ser de España y su razón de existir.
Por ello, a lo largo de su historia, la patria hispana y sus hijos han puesto todo su patrimonio espiritual, material y sus vidas en la consecución de este cometido allí donde fuere necesario. Y así España ha regado los campos de Europa, América, Asia y África con la sangre martirial de sus hijos en defensa y propagación de la Santa Fe Católica.
Por eso cuando España ha renunciado a esta labor y ha abandonado la fe católica, sobre ella y su patrimonio se han abalanzado sus ingratos hijos felones, y las demás naciones, con el deseo de despedazarla.
España ha tenido un papel primordial en la historia de la Salvación. Sin la patria hispana y sus familias católicas, dispuestas a consumirse en defensa universal de la Fe ¿dónde quedaría ésta? ¿En dónde subsistiría? Cuando los que deben defender la Fe Católica, esencia de sus raíces, se olvidan o renuncian a ellos; se autodestruyen.
Vienen a mi recuerdo los versos de Santa Teresa:
A todos los que militáis
debajo desta bandera,
ya no durmáis, no durmáis,
pues que no hay paz en la tierra.
Si como capitán fuerte
quiso nuestro Dios morir,
comencémosle a seguir
pues que le dimos la muerte.
Oh qué venturosa suerte
se le siguió desta guerra;
ya no durmáis, no durmáis,
pues Dios falta de la tierra
(…)
No haya ningún cobarde,
aventuremos la vida,
pues no hay quien mejor la guarde
que el que la da por perdida.
(…)
Sigamos estas banderas:
pues Cristo va en delantera,
no hay que temer, no durmáis,
pues que no hay paz en la tierra.
Hoy hay pocos españoles que están dispuestos a realizar este sacrificio porque pocos aman a la Patria, y no amando a la patria es imposible que se arrodillen y amen a Cristo Crucificado en todos los sagrarios e inmolado incruentamente en todos los altares del sacrificio de la Santa Misa.
Pero los mismos incapaces de amar y arrodillarse ante Cristo sí que se arrodillan ante los ídolos de este mundo, servidores de la Secta y de su Príncipe. Si la patria española vuelve algún día a levantarse deberá antes, y primero, volver a arrodillarse ante el Santísimo Sacramento. Porque sólo de rodillas un hombre puede levantarse, y nunca un hombre es más hombre como cuando está arrodillado ante Cristo Crucificado.
Epílogo
Digamos, junto a Don Diego de Acuña, capitán de los tercios viejos de Flandes:
“Por España y el que quiera defenderla, honrado muera. Y el traidor que la abandone, no tenga quién le perdone, ni en tierra santa cobijo, ni una cruz en sus despojos, ni las manos de un buen hijo para cerrarle los ojos”.
Oración Final por España:
Al Santo Ángel de España
Oh, bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Señor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su divino servicio rendidamente nos ofrecemos.
Acepta, Ángel Santo, estos piadosos cultos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras voluntades, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánzanos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelísimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven muestras almas y las de nuestros compatriotas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nuestro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.
Autor
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Antonio Ramón Peña es católico y español. Además es doctor en Historia Moderna y Contemporánea y archivero. Colaborador en diversos medios de comunicación como Infocatolica, Infovaticana, Somatemps. Ha colaborado con la Real Academia de la Historia en el Diccionario Biográfico Español. A parte de sus artículos científicos y de opinión, algunos de sus libros publicados son De Roma a Gotia: los orígenes de España, De Austrias a Borbones, Japón a la luz de la evangelización. Actualmente trabaja como profesor de instituto.
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