08/05/2024 05:23
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Decisiones sospechosas, ceremonias extrañas, reverencias inicuas, mucha artera parola y risa falsa, murmurar insidias, imponer muertes civiles y reales, no hacer nada por la excelencia, notable prometer, verdad ninguna… Ejercicios de amiguismo, incompetencia, tráfico de influencias y utilización de información confidencial. Créditos concedidos por entidades financieras a empresas privadas insolventes, es decir sin garantías, debido a las relaciones amistosas y de partido entre capitalsocialistas y sus mafias y cómplices. Inmigración incendiaria, abortos, tiranía LGTBI, perversión sexual, traiciones personales e institucionales a la patria, desprecios permanentes al pueblo, chantajes, ultrajes, crímenes, terrorismo y bombas. Odio y sangre.

Eso ha sido nuestra democrática Transición. Y de todo ello se desprenden responsabilidades pecuniarias, políticas y penales. ¿Qué partidos o qué líderes sociales o políticos están dispuestos a salir a la plaza pública y acusar a las instituciones y a sus responsables de tantas iniquidades como se han cometido, hasta quedarse sin voz exigiendo justicia? Una sociedad capaz de autodefenderse está obligada a colgar a los criminales. Porque ningún criminal colgado vuelve a matar. Algo que no puede decirse de los bandidos y asesinos que dicha sociedad ampara y perdona. Como es el caso.

Nuestra sociedad ni sabe ni quiere defenderse. Lo normal en las democracias es que la cantidad esté reñida con la calidad y una muchedumbre de abúlicos e insensatos nunca puede desembocar en la rebeldía ni en la sensatez. En nuestro caso, las tan traídas y llevadas democracia y modernidad han sido desenmascaradas tras confirmarse lo ridículo del concepto lineal de progreso que se les supone, habitualmente esgrimido por los instalados para ocultar las anomalías del Sistema que ensalzan y que les beneficia, y evitar así la tentación de la ciudadanía a desear y procurar nuevas alternativas.

De este modo, los comicios de la democrática Transición forman parte fundamental en el proceso autodestructivo de una sociedad, una nación y, más allá, una civilización que pisotea en la práctica los mismos principios libertadores que reivindica y en los que se apoya formalmente. Las elecciones, así, representan el ridículo del esfuerzo ilusorio, es decir, inútil. Aquí, y en las democracias globalistas en general, se está dando poder para gobernar al prójimo a quienes a sí mismo no saben gobernarse, a los más ineptos y pervertidos, mientras se fomenta el ostracismo de los mejores, calumniados y aherrojados por negarse a engrasar los engranajes de la rueda.

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En nuestro caso concreto, el proceso autodestructivo arranca tanto de la inoculación de un resentido antifranquismo sociológico como de una crisis moral que se gesta en el ámbito primario de las relaciones sociales. El denominador común de esta sociedad corrupta y de consumo, basada no en la solidaridad y los derechos humanos, sino en la lucha de todos contra todos, es la voluntad de poder, apetencia que se vuelve desaforada en quienes acceden a la gobernanza en cualquiera de sus variantes.

Todos los sabios que nos han precedido han subrayado que mientras el hombre superior ama a su alma, el hombre inferior ama a sus bienes. El superior recuerda los castigos que recibió por sus errores; el inferior sólo recuerda los galardones. Y un tonto con galardón, que ha tenido un éxito o que cree haber tenido una idea, es siempre muy peligroso. Realidad ésta que estamos viviendo diariamente para nuestra desgracia, y que se agrava hasta lo indecible por culpa de una inmigración destructora y criminal, planificada por los plutócratas globalistas y por sus esbirros.

Envueltos en la atmósfera de grosero egoísmo que distingue a la sociedad contemporánea hemos olvidado que no se puede vivir en paz en un mundo dominado por la codicia, por la perversión más sucia y por el culto al éxito soez y a la competencia feroz, porque la violencia engendra siempre violencia. Del mismo modo que hemos olvidado que no es posible crear un orden universal justo sin un código de principios morales, abandonando la ética como norma de conducta y aceptando el poder de los tarados y de los pervertidos como valor supremo.

La historia de la democracia capitalsocialista, conocida sarcásticamente como de la modernidad o del progreso, es la historia de su propia negación; y la razón moderna, prometeica o ilustrada, ha marchado paralela a las patologías más inesperadas, es decir, a la irracionalidad y a la regresión. Si la historia humana es una crónica de crímenes y lo que triunfa en ella es el afán materialista desprovisto de todo contenido ético, esta inercia ha alcanzado cimas insospechadas en nuestros días gracias a las agendas de los plutócratas globalistas.

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Atentos estos próceres de la oligarquía financiera mundial al lucro y al poder, a la expansión y al rito de la guerra en sus diversas variaciones, han conseguido imponer un Sistema basado en el cinismo, la corrupción y la dureza envuelta en guantes de terciopelo; un Sistema gestionado por sicarios profesionales del Mal, a quienes las multitudes han cedido los asuntos públicos en un alarde de imprudencia y de desinterés cívico que pagaremos caro.

Desde el hombre más significado al más humilde, todos tienen el deber de mejorar y corregir su propio ser. El perfeccionamiento de uno mismo es la base de todo progreso y desarrollo moral. Mas esta conducta, que antiguamente enseñaban los educadores a la infancia, ahora se repudia y ha sido sustituida por el adoctrinamiento sexual bajo la tiranía LGTBI. Pero la historia humana, como la naturaleza, no entiende de premios y castigos, sino de consecuencias, y ambas poseen una lógica interna, cuya ley consiste en deparar al género humano desastres colectivos cada vez que atenta contra el Bien y elige la senda tenebrosa de los diablos, siempre al acecho.

Los recientes sucesos de Francia son sólo un aviso. Otro más, para el que quiera ver. La cuestión está en si la sociedad quiere, por fin, arrojar de sí la venda con que cubre sus ojos y puede ser capaz de reaccionar y rebelarse, o si está condenada definitivamente a la esclavitud, al sufrimiento y a la muerte.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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