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No cabe la menor duda de que Irene Montero en particular y UP en general presentan un discurso que tiende a sobrepasar los límites de lo razonable, pero con la aprobación por el Consejo de Ministros del “Anteproyecto de Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI”, nuestra lamentable ministra de Igualdad se ha superado a sí misma en insensatez, llevando al Gobierno socialcomunista a situarse definitivamente en el ámbito de la irracionalidad más absoluta.
Así, la llamada “ley trans” establece que toda persona mayor de 16 años tiene derecho a la libre autodeterminación de género, de tal manera que corresponde a cada individuo establecer su identidad sexual, sin que ésta tenga necesariamente que corresponderse con su sexo biológico. De esta forma, cuando una persona no esté de acuerdo con el sexo asignado al nacer en función de sus propias características genéticas, anatómicas y fisiológicas, puede solicitar una reasignación de sexo. Para que el cambio de sexo sea oficial y conste en el DNI tan solo se deberá acudir al Registro Civil para rellenar un formulario en el que se hace constar que la identidad sexual sentida no coincide con la biológica. Una vez registrada la petición se debe proceder a su ratificación en el plazo de tres meses, no siendo necesario acreditar que se cuenta con el permiso de los progenitores (en el caso de los menores de edad) ni presentar informes de carácter médico o psicológico ni someterse a algún tipo de tratamiento orientado al cambio de sexo.
Si todo lo expuesto constituye ya de por sí un dislate jurídico, lo que ya resulta aberrante es que la ley trans no solo permite la reasignación de la identidad sexual sin ningún tipo de requisito, sino que a su vez establece que tan solo firmando un consentimiento informado puede también exigirse el cambio de sexo mediante tratamiento hormonal y quirúrgico, lo cual lleva ya a una situación irreversible, que puede volverse enloquecedora si el sujeto posteriormente se arrepiente de la decisión tomada. De hecho, para hacerse una idea de hasta qué punto es nefasta la ley trans basta señalar que la disforia de género -tal y como define la Asociación Estadounidense de Psiquiatría a la discordancia entre el sexo biológico y la identidad sexual sentida- aparece fundamentalmente en la infancia y la adolescencia, desapareciendo en un 80-85% de los casos en la juventud, razón por la cual la comunidad científica recomienda no intervenir ni médica ni quirúrgicamente para proceder a un cambio de sexo en edades tempranas del desarrollo, oponiéndose de esta forma al contenido de la nueva normativa.
Debido a su elevado grado de inconsistencia conceptual y perversidad factual, la ley trans ha provocado un notable rechazo social, hasta el punto de que incluso dentro del movimiento feminista se ha producido una fractura evidente, de tal forma que han sido muchas las voces feministas que se han alzado contra al contenido de la ley por considerarlo lesivo para los intereses de la mujer. Así, ya antes de su aprobación por el Consejo de Ministros, un grupo de reconocidas feministas remitieron al Congreso de los Diputados una carta abierta dirigida al Gobierno de Pedro Sánchez, en la que manifestaban su rechazo a la ley trans por considerar que “Si bien la sexualidad está influida por la cultura, no podemos negar que el sexo es un dato objetivo” por lo que “es un imposible la autodeterminación del sexo”, con lo cual su aprobación solo puede dar lugar a “una situación grave que sin duda compromete a nuestra juventud y a las generaciones futuras”.
Asimismo, numerosas organizaciones feministas se han agrupado en la llamada “Alianza contra el Borrado de la Mujer”, según la cual la autodeterminación de género es contraria al feminismo ya que provoca la eliminación del sujeto “mujer”. En consecuencia, resulta imposible establecer desigualdades estructurales en base al género, ya que éste pasa de ser una realidad objetiva basada en la biología a ser una realidad subjetiva basada en un sentimiento de pertenencia a un determinado sexo, con lo cual la lucha de la mujer por la igualdad deja de tener sentido, dada la ausencia de un colectivo femenino claramente definido y diferenciado del colectivo masculino.
Por si todo lo expuesto no fuera suficientemente absurdo, cabe añadir que la ley trans también pone en peligro la propia seguridad de las mujeres ya que, dado que cualquier hombre puede convertirse oficialmente en mujer con tan solo solicitarlo, aquel que lo haga, sin obligación de cambiar de aspecto físico e independientemente de los fines que persiga, podrá entrar en vestuarios femeninos o ser recluido en cárceles para mujeres, a pesar de haber sido condenado por delitos de maltrato o violación, lo cual viene a suponer meter al zorro en el gallinero.
Para entender como ha podido salir adelante semejante esperpento jurídico es necesario atender a dos tipos de cuestiones que, a la postre, acaban confluyendo.
Desde sus inicios hasta el momento actual el movimiento feminista ha seguido un proceso de progresiva degeneración ideológica, ya que lo que comenzó como un intento de conseguir la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, ha acabado por cuestionar la propia existencia de género y sexo de hombres y mujeres.
Así, el feminismo inició su andadura bajo el influjo inspirador del nuevo paradigma sociopolítico que trajeron consigo las revoluciones liberales acaecidas en Inglaterra (1688), Francia (1789) y Estados Unidos (1776). Sin embargo, el acto fundacional del movimiento feminista tuvo lugar en Nueva York, a partir de la celebración, en julio de 1848, de la “Convención de Seneca Falls”, que dio lugar a la llamada “Declaración de Sentimientos”, en la que se denunciaba la falta de derechos de las mujeres y se reclamaba un trato igualitario entre hombres y mujeres.
Aunque esta Primera Ola Feminista suele conocerse con el nombre de “Sufragismo”, por reivindicar el derecho al voto de las mujeres, lo cierto es que el colectivo feminista también reclamaba una mayor visibilidad en la vida pública y el derecho a recibir educación. Finalmente, esta primera etapa del feminismo culminó en 1948 con la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, donde ya se reconoce al sufragio como un derecho fundamental de todas las personas, independientemente de su sexo.
Sin embargo, una vez conseguidos sus objetivos, comenzó a desarrollarse una Segunda Ola Feminista, conocida como “Feminismo de género”, que conjuga el “neomarxismo cultural” con la “Ideología de género”. Así, el neomarxismo convierte a las mujeres en un colectivo identitario que debe sumarse a la revolución comunista junto a otros colectivos identitarios, por estar todos ellos supuestamente oprimidos por el patriarcado heteronormativo y capitalista. Por su parte, la ideología de género sostiene que es necesario diferenciar el “género” del “sexo”, ya que mientras el género es un constructo social que responde al patrón cultural impuesto desde el poder establecido, el sexo es una realidad biológicamente determinada. Surge así un cóctel explosivo y carente de consistencia intrínseca, ya que, por un lado, el patriarcado es muy anterior al capitalismo y por tanto no pueden estar ambos a la vez en el origen de las desigualdades entre hombres y mujeres; por otro lado, las mujeres no conforman un colectivo absolutamente uniforme y además los objetivos comunes que puedan tener difieren sustancialmente de los objetivos de otros colectivos identitarios que el neomarxismo pretende aglutinar y utilizar para llevar a cabo su revolución; finalmente, como ha demostrado la ciencia de forma irrefutable, los roles de género dependen tanto de factores culturales como biológicos, no pudiéndose eliminar de la ecuación a ninguno de ellos a la hora de establecer patrones de género. En definitiva, el feminismo de género lo que viene a defender es el establecimiento de una sociedad de hombres y mujeres enfrentados, así como la instauración de una suerte de “hembrismo” que consagra el supremacismo de la mujer, desde la consideración de que el hombre es el eterno enemigo a batir para conseguir su liberación.
Como todo es susceptible de empeorar, ha surgido en los últimos tiempos una Tercera Ola Feminista, basada en la “Teoría Queer y el Transfeminismo”, la cual no viene a ser otra cosa que un enloquecido discurso, carente de consistencia epistemológica y base científica, que pretende eliminar tanto el género como el sexo, considerando que ambos conceptos son inexistentes. Así, la teoría Queer desnaturaliza al ser humano, convirtiéndolo en un constructo meramente social y, por ello, en una entidad biológica fluida, sin una identidad sexual determinada. De hecho, el movimiento Queer, para evitar confrontar sus pervertidos postulados conceptuales con la realidad biológica observable, llega al absurdo de eliminar el carácter sexual de los órganos genitales, eligiendo el ano como órgano sexual por excelencia. Como consecuencia de todo ello, la transexualidad ha acabado por convertirse en el núcleo central de esta nueva visión de la humanidad, ya que el transexual, al incluir características de ambos sexos debido a la disociación psicofísica que padece, se convierte en el prototipo por excelencia de ser humano, evolucionando así el feminismo, mediante una disparatada reformulación de sus propios principios, hacia lo que se ha dado en llamar “Transfeminismo”.
Pues bien, UP -es decir, una banda de disminuidos intelectuales con dos taradas psíquicas como Irene Montero e Ione Belarra a la cabeza- ha hecho de la Teoría Queer y el Transfeminismo la base conceptual y estructural de su ley trans, lo cual viene a explicar su esperpéntico contenido. El hecho de que el PSOE, a pesar de sus reticencias iniciales, haya terminado por apoyar la aprobación de la ley trans tan solo responde a la necesidad que tiene P. Sánchez de seguir contando con el apoyo de UP para continuar instalado en la Moncloa.
De esta forma, una vez más, P. Sánchez nos demuestra que su capacidad para prostituirse solo es equiparable en magnitud a su enorme ego. Por ello, en esta España acosada por sus enemigos y jamás defendida por el Gobierno socialcomunista, hoy más que nunca, en referencia al “doctor cum fraude”, cabe recordar a Oscar Wilde, cuando señalaba que “Algunos causan felicidad dondequiera que van, otros cuando se van”.
Autor
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Rafael García Alonso.
Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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