09/03/2025 15:58

La ironía, tanto en la vida como en el arte, es una actitud sutil, a veces ambigua, quizá reacia a la definición. Es más fácil identificar la ironía cuando se presenta de una forma pedestre y directa; es más dificultoso, cuando lo irónico se muestra velado, disimulado, no directo, a veces disfrazado. Leyendo la gran biblia de la ironía, El Quijote, es difícil a veces saber en qué registro nos habla Cervantes, si serio o trágico, si crítico o triunfalista. ¿Exalta Cervantes el ideal caballeresco, como dice Menéndez Pelayo, o se burla de él sarcásticamente? Ninguna de las dos cosas y las dos a la vez. En el capítulo LXVI de la 2ª parte, Tosilos, el criado del duque, le comenta a Sancho: “Sin duda este tu amo, Sancho amigo, debe de ser un loco. Y Sancho le contesta con una sutileza que no sabemos si es solemne o guasona: “¿Cómo debe? No debe nada a nadie; que por todo lo paga, y más, cuando la moneda es locura.

En el centro de toda ironía hay un núcleo de ambigüedad inevitable.

Pienso que la idea de ironía puede arrojar un poco de luz sobre un tema que siempre me ha parecido curioso y multiforme: la relación del cristiano con el mundo.

Nuestros olvidados (injustamente) catecismos infantiles nos decían que los tres enemigos del alma eran mundo, demonio y carne. Es el lugar donde acechan las tentaciones y vanidades. El ascetismo de la vida religiosa es, en parte, huir del mundo, del “siglo. A Satanás se le llama “príncipe de este mundo“ (Jn 14, 30). Todo este concepto de lo mundano constituye una tradición ininterrumpida en la Iglesia. Y, sin embargo…

Cito a uno de los grandes santos contemporáneos: “Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a los hombres. (…) El mundo no es malo, porque ha salido de la mano de Dios, porque es criatura suya, porque Yahvé lo miró y vio que era bueno (Gn 1, 7 ss) (…) El auténtico sentido cristiano -que profesa la resurrección de la carne- se enfrentó siempre, como es lógico, a la desencarnación sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu (san Josemaría Escrivá, Amar al mundo apasionadamente, homilía pronunciada en la Universidad de Navarra, 8 de octubre de 1967).

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La actitud ascética de tomar distancias del mundo es, a fin de cuentas, tan cristiana como este “materialismo cristiano. Estar en el mundo, con las manos metidas hasta los codos en él, sin falsos espiritualismos ni tentaciones gnósticas, y. al mismo tiempo, saber que toda esta magnífica realidad es pasajera y preparación a una realidad definitiva y plena. Estar en el mundo y tomarlo tan en serio como si fuese eterno; pero, a la vez, relativizarlo sabiéndolo pasajero. Ocuparnos de los humildes pucheros de santa Teresa y mirar la vida eterna como destino final. Hay una tensión en la existencia del cristiano que crea una distancia a la hora de ver las cosas, de manera que verlas “sub specie aeternitatis”, puede darles rasgos de pequeñez y hasta de ridiculez.

¿No es esto algo parecido a la ironía? ¿Será por esta causa, que la sonrisa es tan propia de los santos?

Publicado en http://marchandoreligion.es/

Autor

Tomás Salas
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