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El Caudillo de España Francisco Franco preside en Pontevedra un desfile de formaciones falangistas, desfilando por primera vez centurias de la Guardia de Franco, organización creada a principios del mes de agosto de ese año.

En la mañana del día 27 de agosto, la  llegada a Pontevedra del Jefe del Estado Generalísimo de los Ejércitos, Francisco Franco, constituyó una grandiosa demostración de espontáneo fervor patriótico. Miles de pontevedreses, situados a todo lo largo del trayecto, engalanado con profusión de banderas españolas, de la Falange y del Requeté, que había de recorrer la comitiva en la que viajaba el Caudillo de España,  aplaudió y vitoreó con gritos de ¡Franco! ¡Franco!,  al Jefe del Estado con entusiasmo delirante. El Caudillo llegaba a la ciudad del Lérez, a recoger de manos del alcalde y corporación municipal  la medalla de oro de la ciudad con la que había sido distinguido.

Acompañaban al Jefe del Estado, su esposa, Carmen Polo de Franco; su hija, la señorita Carmen Franco Polo; el ministro secretario general del Movimiento, José Luis de  Arrese; el Capitán General de la región Militar, General Los Arcos  y otras autoridades civiles y militares.

A su llegada el Jefe del Estado fue cumplimentado por el ministro de Marina, Almirante Moreno; Gobernador civil y Jefe provincial del Movimiento, Genaro Riestra; General Gobernador Militar; alcalde de la ciudad Luis Ponce de León,  con la Corporación en pleno, bajo mazas; Comandante director de la Escuela Naval Militar de Marín, Capitán de Navío Pedro Nieto Antúnez; comandante de Marina de Vigo  y otras autoridades.

Ante el Palacio Municipal, estaban formadas una compañía del Regimiento de Infantería Murcia con  Bandera y música y una batería del Regimiento de Artillería con estandarte, que rindieron honores de ordenanza al Caudillo, que les pasó revista, acompañado por el capitán General de Galicia. Fuerzas de la Policía Armada y de Tráfico, cubrían carrera desde la escalinata de Santa María hasta el palacio de la Diputación Provincial en la Alameda principal. 

El Caudillo, acompañado del gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, del alcalde de la ciudad, y demás personalidades, se trasladó a la tribuna levantada ante la Cruz de los Caídos, donde se oficiaría una Misa de campaña.

Terminada la Misa, el Jefe del Estado pasó al palacio de la Diputación, donde descansó breves momentos. Después, Franco volvió a ocupar la tribuna levantada en la Alameda en  la que se hallaban las formaciones de falangistas., dando comienzo el desfile, con el paso  en primer lugar de numerosas Banderas y guiones de  centurias  de toda la provincia.

A continuación, lo hicieron las centurias de las Falanges Juveniles de Franco, cuyo paso ante el Jefe del Estado llamó la atención de los miles de personas que lo presenciaron  por su marcialidad y disciplina.

Desfile ante el Caudillo de España. Por las calles de Pontevedra desfilan banderas y guiones de centurias  de toda la provincia.

Finalmente, desfilaron ante el Caudillo dos centurias de la Guardia de Franco, que se habían constituido en agosto de ese año, sustituyendo a la Milicia de FET y de Las JONS   y en las que figuraban encuadrados ex combatientes de la División  Azul, Vieja Guardia de Falange Española de las JONS y ex combatientes de nuestra Cruzada, siendo nombrado su primer Lugarteniente General Luis González Vicén. La Guardia de Franco, que disponía de servicio de información propio y estaba a las órdenes del Ministro Secretario General del Movimiento, se distinguiría en su ayuda a la Guardia Civil, en su lucha contra la invasión de los maquis comunistas por el valle de Arán en octubre de ese mismo año de 1944,

El paso de cada una de las unidades, especialmente el de las centurias de la Guardia de Franco, fue aplaudido con entusiasmo por el público, que se apiñaba a uno y otro lado de la amplia avenida y en las calles contiguas.

Momentos antes de comenzar el desfile, jóvenes afiliadas a la Sección Femenina entregaron a la esposa del Caudillo Carmen Polo de Franco, y a su hija, sendos obsequios, confeccionados por ellas, y dos ramos de flores.

Terminado el desfile, el Generalísimo se trasladó al Ayuntamiento, en cuyo salón de actos ocupó la presidencia, celebrándose, bajo la misma, una sesión extraordinaria, en la que el secretario de la Corporación dio lectura al acta de la sesión en la cual se había tomado el acuerdo de conceder al Caudillo la Medalla de Oro de la ciudad de la ciudad de Pontevedra.

‘Finalizada la lectura y con la venia del Jefe del Estado el alcalde Ponce de León procedió a entregar la medalla al Generalísimo Franco con estas palabras: “Caudillo de España y de la Falange: Permitidme que comience mi intervención en este acto trascendental en la vida de Pontevedra, elevando mi corazón en acción de gracias a Dios  todopoderoso, que en su inmensa misericordia ha permitido que sea yo, único superviviente de una familia que dio su vida por Dios y por España, quien reciba el inmerecido honor de ofrecer esta Medalla de Oro, primera que otorga la ciudad, como ilustre homenaje a vuestros extraordinarios merecimientos y como expresión rendida de nuestros más puros sentimientos de lealtad, de amor, de gratitud y de esperanza. Porque esos sentimientos fervorosos del alma pontevedresa son los que voy a colocar sobre vuestro pecho, señor, y no la belleza de una joya más o menos rica o más o menos artística. El oro de esta medalla no es sino el símbolo materializado de la lealtad de un pueblo soñador y romántico, cargado de tradición, que consciente de sus deberes y seguro de su decisión, aquel 1S de julio de 1936, cuando pronunciasteis en tierra africana el grito valiente de “Adelante y Viva España” para iniciar una nueva y gloriosa reconquista, supo despertar de su vida idílica y suave para empuñar enardecido las armas, y al lado de vuestro glorioso ejército, guiado por el eco lejano de vuestras primeras hazañas victoriosas, y por la fe en su Caudillo, demostró a los enemigos de su religión y de su Patria, envenenados por mala savia extranjera, que Pontevedra, señora y española, creyente y tradicional, no puede albergar en su alma la deslealtad y la traición a aquello que constituye la esencia de su más profunda convicción: Dios, España y su invicto Caudillo Franco.

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Y si hablamos de amor, son estas rosas de pedrería lágrimas cristalizadas de las mujeres de Pontevedra, que supieron, en gesto sublime, arrancarse del corazón sus fibras más entrañables para decir a sus novios, a sus esposos, a sus padres o a sus hijos lo mismo que en el “Dos de Mayo”, “pues que la Patria lo quiere, lánzate al combate y muere”. Y así a vuestro lado, llenos de santo coraje, amparados por la cruz y cobijados bajo la enseña gloriosa de nuestra gloriosa madre, fueron regando con su sangre generosa los trozos de tierra patria que rescataban para la España grande e imperial que estáis forjando; y desde Asturias indómita al Ebro aragonés, desde los mares del Norte a las playas levantinas, puede decirse que no hay un trozo de tierra, ni un pedazo de mar, que no guarde un jirón desgarrado del corazón de esta tierra bendita, como prueba imperecedera del amor a su Caudillo.

Por eso, señor, Pontevedra ha querido en este día solemne abrir sus brazos y su corazón, para estrechar más aún esos lazos sagrados que le unen a vos, porque le habéis hecho recorrer a vuestro lado, primero, todos los ratos duros, pero gloriosos, de la victoria con que vuestro genio militar supo coronar siempre las gestas heroicas de vuestra Cruzada; porque después, apenas purificado el suelo español del último germen de indignidad y de oprobio que lo envenenaba, habéis realizado el milagro de hacer reír la primavera, que ha fructificado las mieses y ha florecido las rosas sobre los campos desolados por la barbarie roja; porque, guiado por una inquietud santa e inspirado en los principios cristianos del Evangelio por amor a Dios y al prójimo habéis concedido vuestro amparo preferente y constante a los débiles, a los que sienten hambre y sed de justicia, llevando a sus hogares el consuelo de una hermandad verdadera y de esperanza segura de un porvenir mejor; porque miráis, señor, en vuestro puesto de mando, en vigilia constante, empuñando con mano firme y visión certera, el timón de la nave del Estado y conducís a España por la ruta serena de un remanso de paz milagrosa en medio del mar embravecido por la tempestad de la guerra.

Y en fin, para terminar, señor, este sentimiento de lealtad íntima y gratitud de que es símbolo la medalla que os ofrendamos, lleva también envuelta una esperanza: que Dios se apiade de la pobre Humanidad, y en su infinita misericordia haga descender sobre el mundo, depurado por el dolor, una paz sentada en los mismos principios cristianos en que vos, señor, fundáis vuestro mandato, y que la Divina Providencia,

Que hizo a España el regalo inestimable, de vuestra preciosa vida, la conserve para que, al frente de los destinos de la Patria, volvamos a recorrer las rutas gloriosas e imperiales de nuestra historia, haciendo llegar a todos los corazones, los de dentro y los de fuera, la pureza de nuestra fe y de nuestros ideales.

Pero si Dios, en sus inescrutables designios, estima necesario que recorramos una vez más el camino del dolor y del sacrificio, para luchar por nuestra  independencia, tened la seguridad, señor, de que bastará vuestra voz de mando, para que otra vez Pontevedra, con  su camisa azul y sus cinco flechas sobre el corazón, como el 18 de julio de 1936, haciendo honor a su tradición y a su fe, esté unánime a vuestro lado, dispuesta a derramar hasta la última gota de su sangre. Y ahora pontevedreses, camaradas todos que me escucháis, en pie, con todo el fervor de vuestro corazón, con toda el alma en los labios, gritad conmigo: ¡Franco, Franco, Franco! ¡Arriba España!”

El alcalde Pontevedra, Luis Ponce de León impone al Caudillo de España la medalla de oro de la ciudad.

Seguidamente, el Jefe del Estado pronunció las siguientes palabras: “Señor alcalde de esta ciudad, autoridades y representaciones pontevedresas aquí reunidas: Difícil es para mí contestar a las palabras vibrantes, y patrióticas de vuestro, alcalde, en este día en que me ofrecéis la primera Medalla de Oro de la ciudad. El recuerdo de nuestro, gloriosa Cruzada, el que ha tenido para nuestros gloriosos Caídos, para, las páginas sublimes que España entera, unido en un solo pensamiento, escribió sobre las tierras y sobre los cerros españoles, apaga cuanto se pueda decir en estas fiestas, siempre para el agasajado un poco vanas, de colgar en su cuello una joya y un recuerdo de una ciudad como Pontevedra.

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Pero esta ciudad y esta provincia es la que, en forma, más numerosa, ha contribuido al esfuerzo de la guerra, la que más sangre ha derramado, la que más ha contribuido a la alimentación de los ejércitos por su gran potencia demográfica, la prodigalidad de las tierras y la generosidad de estas madres y de estos hogares que pueblan estos campos de ilusiones y de animosos corazones que, empuñando luego las armas, siguieron los primeros nuestras banderas.

Por eso os digo que las palabras son pobres para corresponder a las efemérides, pero pecaría, de descortés y os dejaría desilusionados si no aprovechase estos momentos para dirigiros unas frases que os estimulen a seguir comulgando en este mismo ideal, que sobre las tres piedras básicas Dios, Patria y Justicia se nos presenta para levantar nuestra obra. Como vosotros sabéis, la Naturaleza pródiga nos lo ha dado todo: los ríos, los mares, estos valles maravillosos, la vegetación, la belleza de sus mujeres, la fecundidad de las madres, todo lo encontráis en grado superlativo en esta tierra querida de Pontevedra; pero a nosotros corresponde hacer lo demás; falta la obra de los hombres, lo que nosotros construyamos, lo que levantemos sobre la piedra y en honor de Dios, sobre la piedra de la justicia en beneficio de nuestros hermanos y sobre la piedra de la Patria en el camino de su grandeza, y este es el símbolo de la medalla que me entregáis.

No la recibo como homenaje, la recibo como emplazamiento a vuestra labor, como promesa de vuestra colaboración, porque si bien hemos andado mucho camino y hemos dejado otras muchas leguas, no podernos estar contentos todavía, porque ni los hogares, ni la producción de los campos, ni las especies de ganado, ni el plan urbanístico de pueblos y lugares, ni los caminos y accesos a los puertos y a las rías son los que queremos, y ninguna de estas cosas hemos cumplido todavía, y el  Movimiento Español no se hizo solamente con un carácter negativo de destruir lo que nos arruinaba; se ha hecho para mucho más, para lograr la hermandad de España uniendo a todos a su servicio, para que España sea más bella y vivamos en ella mejor. Este es el fin de nuestro Movimiento, y este es el sentido de nuestra Falange: disciplina y sacrificio, ímpetu y paciencia y trabajo por España y para España. ¡Arriba España!

Finalizado el acto, el ayuntamiento de Pontevedra ofreció en honor del Caudillo, su esposa e hija, una comida de gala a la que asistieron el  ministro de Marina, los gobernadores civiles y jefes provinciales de las cuatro provincias gallegas, los alcaldes de las cuatro capitales de provincia de Galicia  y otras autoridades militares y civiles. Finalizado el almuerzo el Caudillo de España emprendió viaje hacia Vigo, donde presidiría varios actos.

P/D: En 2015, los grupos con representación en el Ayuntamiento de Pontevedra, del BNG, PSOE, Marea, Ciudadanos  y PP, siempre el PP haciéndole el trabajo a la izquierda revanchista,  cual si se tratase de las mesnadas quijotescas de Alifanfarón y Pentapolin del Arremangado Brazo, arremetieron con inusitada furia contra el invicto capitán de la Españas, y le desposeyeron, de forma “bizarra”, de la medalla de oro otorgada en 1944 por otra corporación. Con una importante  y «muy pero que muy valiente» salvedad. Lo hicieron cuarenta años después de su muerte. ¡Manda Carallo!

Autor

Carlos Fernández Barallobre
Carlos Fernández Barallobre
Nacido en La Coruña el 1 de abril de 1957. Cursó estudios de derecho, carrera que abandonó para dedicarse al mundo empresarial. Fue también director de una residencia Universitaria y durante varios años director de las actividades culturales y Deportivas del prestigioso centro educativo de La Coruña, Liceo. Fue Presidente del Sporting Club Casino de la Coruña y vicepresidente de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña. Apasionado de la historia, ha colaborado en diferentes medios escritos y radiofónicos. Proveniente de la Organización Juvenil Española, pasó luego a la Guardia de Franco.

En 1976 pasa a militar en Fuerza Nueva y es nombrado jefe Regional de Fuerza Joven de Galicia y Consejero Nacional. Está en posesión de la Orden del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo blanco. Miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, es desde septiembre de 2017, el miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, encargado de guiar las visitas al Pazo de Meiras. Está en posesión del título de Caballero de Honor de dicha Fundación, a propuesta de la Junta directiva presidida por el general D. Juan Chicharro Ortega.