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La larga historia de la gloriosa Policía Española, próxima a cumplir su segundo centenario, fuese cual fuese la denominación usada en cada momento para designarla, está cuajada de gestos heroicos ejecutados por policías anónimos que han arriesgado sus vidas para defender la de otros o simplemente la libertad y los derechos de nuestros compatriotas; retazos de valor que algunas veces han pasado desapercibidos y otras que si han salido a la luz pública ha sido más por el sujeto pasivo del hecho cuya perpetración se evitó, que por las circunstancias personales del policía, convertido en circunstancial héroe por unos días y cuyas glorias se pierden en la nebulosa del tiempo tras un puñado de renglones en la prensa escrita de la época.

El instante del atentado

Tal es el caso del Guardia del Cuerpo de Seguridad Julián Aceitero Ramírez que se encontraba destinado en Madrid, en el año de gracia de nuestro Señor de 1903, cuando sucedieron los hechos que vamos a relatar.

Con el fin de ubicarnos en el contexto hay que señalar que los presupuestos generales para el año 1902 fijan una plantilla del Cuerpo de Seguridad para la Capital de España -única población en la que se encontraba desplegado- de un Coronel jefe del Cuerpo, un Comandante, 6 Capitanes, 15 Tenientes, 3 Sargentos Primeros, 10 Sargentos Segundos, 25 Cabos Primeros, 30 Cabos Segundos, 100 Guardias de Primera y 871 Guardias de Segunda. Para asumir los costes totales de esta plantilla se asigna la cantidad de 1.124.565 pesetas.

Estos efectivos se ven disminuidos a lo largo de este año de 1902 cuando el 24 de septiembre es remitido a Barcelona un contingente formado por un Capitán, dos Tenientes y 150 entre Clases y Guardias del Cuerpo de Seguridad, de los cuales tres son Sargentos y 13 Cabos.

Madrid, con una población de acuerdo con el censo realizado en 1900 de 540.109 habitantes de derecho, era, como lo es hoy en día, la Capital de España y la sede de la Corte. En 1902, al cumplir la edad de dieciséis, S.M. D. Alfonso XIII, Rey desde su nacimiento en 1886, asumió el poder efectivo de la Corona hasta ese instante en poder de su madre, Dña. María Cristina de Habsburgo, quien lo ejerció en calidad de Regente. 

Hasta tan solo cinco años antes España era una potencia colonial. Pese a que ya quedaba muy poco del vasto Imperio de los siglos anteriores, todavía a finales del siglo XIX poseía territorios en el Caribe y en el Pacífico. Las islas de Cuba y Puerto Rico y las lejanas posesiones en Filipinas y en las islas Carolinas y Marianas, constituían los últimos reductos del omnímodo poder de España en todo el orbe en los siglos anteriores.

Tras las últimas pérdidas coloniales, a la conclusión de la guerra contra los Estados Unidos en 1898, el pesimismo se adueñó de la sociedad española. España había perdido sus últimas colonias en un momento de clara expansión del imperialismo europeo y americano lo que nos dejaba relegados a Potencia de tercer orden. Todo ello va a exigir profundos e importantes cambios en las condiciones de vida de los españoles y en su educación; en la organización social, económica y en su política tanto interior como exterior. Sólo con cambios profundos se podría recuperar el prestigio perdido.

Las consecuencias de esta situación de postración nacional son variadas. Desde la importante pérdida demográfica provocada por las bajas de la campaña, de manera especial en el seno de las familias más desfavorecidas que no podían satisfacer la «cuota» para eludir el traslado de sus hijos a los lejanos teatros de operaciones; hasta los efectos en la economía catalana que se vio resentida al perder mercado para sus productos, pasando por el fortalecimiento de los movimientos nacionalistas, especialmente el catalán que aprovecha la pesadumbre y el vacío de sentimiento nacional para irrumpir con más fuerza y, finalmente, el desprestigio del Ejército y la Armada que en absoluto fueron culpables y mucho menos responsables de la mala gestión política ejercida por los sucesivos Gobiernos y que, en todo momento, incluso en condiciones claramente adversas, supo dar la cara y estar a la altura de las circunstancias. Sirvan como ejemplos la heroica defensa de El Caney o el enfrentamiento naval de Santiago de Cuba.  

En el tiempo que nos ocupa, año de 1903, era Presidente del Consejo de Ministros el Académico y miembro del Partido Conservador, Francisco Silvela y la Vielleuze -6 de diciembre de 1902 a 20 de julio de 1903-, y Ministro de la Gobernación Antonio Maura y Montaner que lo fue en el mismo periodo que el Presidente.

Uno de los principales problemas que estaba acuciando a la España de aquellos primeros años del siglo XX, especialmente a la zona de Cataluña, era el movimiento anarquista, convertido en terrorismo revolucionario. Barcelona se había convertido en la «ciudad de las bombas», no hay que olvidar el atentado cometido el 7 de junio de 1896, en plena procesión del Corpus. Una bomba que causa la muerte de doce personas y hiere a otras treinta y cinco.

Durante estos años las huelgas se suceden y así, el 6 de diciembre de 1901, el sector metalúrgico de Barcelona se pone en huelga. El día 15 el movimiento había logrado el respaldo de 9.000 trabajadores y dos días después eran ya 15.000. Es a partir de este año cuando, siguiendo los dictados de la Internacional anarquista, las huelgas se convierten en omnipresentes en toda España

Sirva como ejemplo de este movimiento la fecha del 16 de febrero de 1902, cuando este movimiento alcanza mayor virulencia. Ese día en Barcelona se celebraron cuarenta y cuatro mítines, en los que participaron los anarquistas más destacados, convocando la huelga general en toda la ciudad para el día siguiente. El 17 Barcelona amanece totalmente paralizada. El 19 la huelga se hace indefinida y se producen duros enfrentamientos y numerosas detenciones en toda la ciudad que finalmente hacen fracasar la huelga. El balance final arroja doce muertos y varios heridos, así como la detención de numerosos anarquistas.

En cuanto a la respuesta por parte del Gobierno para hacer frente a esta grave situación hay que aludir al ambicioso programa de reforma de los Cuerpos policiales iniciado a finales de 1902 por el entonces Ministro de la Gobernación, Antonio Maura, que se plasmó en marzo siguiente con la redacción de un proyecto para la creación de una Ronda Volante de Vigilancia.

Por otra parte, esta coyuntura fue la que aconsejó al Gobierno a tomar la decisión, a finales de 1901, de desplegar en la Ciudad condal al contingente del Cuerpo de Seguridad cuyo envío desde Madrid se haría realidad, como se ha dicho, en septiembre de 1902.

Tras esta breve ubicación en el contexto socio-político nacional, vayámonos de nuevo al Madrid de 1900. Diferentes estudios realizados, cifran en unos tres mil los delincuentes habituales en actuaban en la Capital, dedicados mayoritariamente al timo y al hurto al descuido, siendo los robos con intimidación, los robos con fuerza y los delitos contra las personas, menos frecuentes. Junto a todo ello, el submundo de la prostitución alrededor del que giraban, además de las más de 2.000 prostitutas reconocidas, los proxenetas o «chulos», las «tomadoras» y otros tipos de delincuentes.

A todo ello hay que añadir el riesgo que entrañaba la presencia en la ciudad de la Corte y del Gobierno de la Nación, así como de las más altas magistraturas del Estado, que, dada la situación, podían convertirse en potenciales objetivos de los grupos anarco-terroristas. Junto a todo ello, la frecuente visita de mandatarios extranjeros o de sus representantes constituían otros factores de riesgo que añadir al escenario general.

Para hacer frente a estos elementos además de los efectivos del Cuerpo de Seguridad ya referidos, el de Vigilancia disponía, de acuerdo también con los presupuestos de 1902, de 14 Delegados, 12 inspectores de Primera, 12 Inspectores de Segunda, 21 Inspectores de Tercera, 30 Inspectores de Cuarta, 150 Agentes de Primera y 200 Agentes de Segunda. 

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El Guardia Aceituno agarra por un brazo al detenido junto a efectivos de los Cuerpos de Vigilancia y Seguridad

La vida ordinaria de la Corte, con sus tradiciones inveteradas, así como las frecuentes salidas de la Familia Real de Palacio para asistir a actos públicos o para trasladarse a los Reales Sitios, obligaba de continuo a establecer servicios extraordinarios por parte de los efectivos policiales que abandonando, en buena parte de las ocasiones, la vigilancia en los Distritos que tenían asignados, se les asignaba servicio para cubrir la carrera de la comitiva Real y otros eventos de carácter puntual que surgían a lo largo del año en la Capital de España.

En este contexto se encuentra la valerosa acción de la que fue protagonista el Guardia del Cuerpo de Seguridad Julián Aceitero Ramírez, nacido el 27 de diciembre de 1863; su procedencia el Arma Militar de Infantería y su destino policial Madrid. No hemos podido localizar la fecha de ingreso en el Cuerpo, pero sí que, con antigüedad del 1º de octubre de 1908, se registra su ascenso a Cabo, ocupando, a fecha 21 de octubre de 1910, el número 52 en la escalilla de este empleo, conservando su destino en la plantilla de Madrid.

En la jornada del 10 de enero de 1903, fecha en la que pasó este Guardia a la Historia, se encontraba prestando servicio en las inmediaciones de la Plaza de Oriente. Eran las primeras horas de aquella tarde cuando el Rey D. Alfonso XIII y la comitiva Real regresaban de la iglesia del Buen Suceso, situada en la calle de la Princesa, a donde habían acudido a rezar la tradicional Salve sabatina a Nuestra Señora.

Pero dejemos que sea la prensa madrileña quien relate lo sucedido. El diario «El Globo», en su edición correspondiente al domingo 11 de enero, en su primera página, dice lo siguiente:

«Como todos los sábados, ayer tarde, a las dos, salió la familia real para dirigirse a la salve, a la iglesia del Buen Suceso. Terminada la ceremonia salió la comitiva regia dirigiéndose a Palacio por el paseo de Areneros, calles de Carranza, Sagasta y Génova, paseo de la Castellana, Alcalá, Puerta del Sol y calle del Arenal. Al llegar á la plaza de Isabel II, so dirigió la comitiva por la calle de Carlos III.

Hasta esta calle, el coche ocupado por sus majestades el Rey y la Reina y la Infanta María Teresa iba en primer lugar, precedido por los batidores de la Escolta Real y seguido de ésta, yendo detrás, tres coches más. Al llegar á la citada calle, toda la comitiva, según costumbre, se adelantó al coche regio para esperarle en la puerta de Palacio.

Cuando el primer coche llegaba a la estatua de Wamba, en el lado izquierdo de la plaza de Oriente, saliendo de la de Carlos III, entre las calles de Lepanto y Bailén, un individuo, que se hallaba entre el público, bastante numeroso, que presenciaba el paso do la comitiva, hizo un disparo de pistola sobre los que ocupaban el primer coche. Se dijo que iban en éste el marqués de la Mina, el Sr. Loygorri y el Sr. Repullés, Coronel del Cuarto Militar de S.M.

Había sonado el primer disparo, y el agresor, José Collar, se disponía a tirar por segunda vez, tratando de afinar la puntería, cuando el guardia núm. 293, llamado José Aceitero, que con su compañero de pareja, Florencio Porras, núm. 249, estaba haciendo el servido llamado de carrera, se abalanzó sobre él, dándole con la espada en el brazo derecho, alcanzándole también la cara y causándole una herida en el parietal izquierdo.

A pesar del golpe recibido por Collar, intentó descargar nuevamente la pistola y se lo impidió el guardia citado, abrazándose a él. Inmediatamente acudió Sesinio Monzón, guardia núm. 374, que se halla al servicio de la Ronda del Rey.

Tan pronto como Aceitero detuvo a Collar, Monzón le quitó la pistola y fue conducido, rodeado de infinidad de curiosos, a la Delegación de Vigilancia del distrito de Palacio, situada en la inmediata calle de Noblejas, la comitiva continuó al paso hasta Palacio».

Lo que en un principio se interpretó como un posible atentando contra SS.MM. los Reyes del que podría ser autor un anarquista, pronto fue descartado. Es posible que esta creencia se fundamentase en el hecho de suponer que el autor de la agresión desconocía la costumbre de alterar el orden de la comitiva Real al llegar a la calle de Carlos III, en la que los carruajes que figuraban tras el de las Reales Personas se adelantaban para esperar en Palacio la llegada de los Reyes, lo que hizo presumir que los disparos efectuados pretendían alcanzar al Rey.

Sin embargo, tras la detención de José Collar y sus ulteriores declaraciones se pudo determinar que el objetivo del atentado frustrado era realmente Carlos Martínez de Irujo y del Alcázar, VIII Duque de Sotomayor y Grande de España, Mayordomo Mayor de Palacio, que en aquella ocasión ni siquiera viajaba con la comitiva al tener que acudir a la Estación del Norte a recoger a su esposa procedente de Paris.

El cargo de Mayordomo Mayor de Palacio o Mayordomo Mayor del Rey tiene su origen en una dignidad de los Reinos de León y Castilla, siendo su función la organización de la Real Casa y del Patrimonio de la Corona de España. Su figura se regía en aquellas fechas por los Reales Decretos de 28 de octubre de 1847 y de 4 de septiembre de 1885 y las ordenanzas de 1817 y 1848. Esta dignidad se extinguió en 1931 con el advenimiento de la II República.

En cuanto al detenido, José Collar Feito, natural de Villar de Posadas-Cangas de Tineo (Asturias), de 34 años de edad, existen ciertas sombras a la hora de establecer aspectos de su vida anterior. Según lo que parecen informaciones contrastadas y de total solvencia, este individuo había emigrado al menos diez años antes a Hispanoamérica, habiendo constancia fehaciente de que residió en Buenos Aires e incluso en Motenvideo donde sirvió en la casa del Embajador de Argentina en aquel País, Roque Sáenz Peña.

Por estas fechas contrajo matrimonio con María Etcheverría, con la que tuvo dos hijas, Catalina e Isabel. Más tarde, ya en Buenos Aires, regentó una casa de venta de lotería en la calle Corrientes nº 3482, llegando, en algún momento, a ingresar en un centro de salud mental debido a su adicción al consumo de alcohol.

Con relación a su filiación anarquista, con la que en un principio, tras la comisión del atentado, se especuló y más tarde se descartó, parece existir constancia de su participación, durante su estancia en Argentina, en manifestaciones de los movimientos obreros el 1º de mayo; en este sentido resulta aclaratorio el hecho de que la revista bonaerense «Caras y Caretas», publicó, en su día, una fotografía de una de estas manifestaciones en la que se advierte claramente la presencia de José Collar.

Otras fuentes, sin embargo, señalan que residió en Nueva York donde trabajó como cobrador de tranvías, contrayendo matrimonio en esa ciudad y pasando algún tiempo encerrado en un manicomio, aunque suponemos que esta información es especulativa.

De una u otra forma, llegado a España en el vapor «Reina Cristina» procedente de Méjico, desembarcó en Cádiz desde donde se trasladó a Madrid en busca de un trabajo como camarero.

Tampoco las investigaciones permitieron verificar que el atentado cometido por este individuo obedeciese a un complot ni tan siquiera que existiese complicidad por parte de otras personas.

Volviendo al atentado hay que señalar que la detención se produjo sin que José Collazo opusiese resistencia lo que llama la atención teniendo en cuenta que tras efectuar el primer disparo contra el coche que creía ocupaba el Duque de Sotomayor, trató de disparar nuevamente, circunstancia esta que impidió la rápida y valerosa intervención del Guardia Julián Aceituno, primero golpeándole con su sable reglamentario en un brazo y más tarde abalanzándose sobre él.

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Aspecto de la plaza de Oriente en la época del atentado

Conducido a la Delegación del Cuerpo de Vigilancia del Distrito de Palacio, el Delegado, Sr. Marsal, se hizo cargo de las investigaciones. En un primer registro se le ocuparon diferentes cartas dirigidas a los Reyes de Italia e Inglaterra, al Emperador de Alemania y al Presidente de los Estados Unidos, solicitándoles una plaza de camarero en sus respectivos Países. 

Igualmente se ocupó el arma con la que hizo el disparo, una pistola de dos cañones giratorios y superpuestos, sistema Lefaucheux, del calibre 12, así como dos cápsulas de igual calibre.

En el transcurso de la investigación, efectivos del Cuerpo de Vigilancia, realizaron registros en los inmuebles que había ocupado durante su estancia en Madrid; dos pensiones, una en la calle Montera y otra en Preciados, y finalmente en un piso de la Cava de San Miguel, donde se ocuparon libros, documentos y otros objetos.

Por lo que se pudo deducir de las sucesivas declaraciones del detenido, así como de diferentes testigos, su objetivo había sido, desde el principio, dar muerte al Duque de Sotomayor al que culpaba de no haberle concedido un puesto de trabajo pese a haberlo recibido, días antes, en su despacho al que había acudido en demanda de un destino. Este extremo lo negó posteriormente Collazo quien admitió haber intentado entrevistarse con el Duque pese a no haberlo logrado, circunstancia esta que desmintió el propio Duque de Sotomayor quien manifestó haberlo recibido, habiendo observado en él una conducta desconsiderada e incluso agresiva.

A las preguntas de si la intención real del agresor era la de atentar contra el Rey, Collazo manifestó que aquella mañana había encontrado al Monarca cuando éste se dirigía a Leganés, pasando a una distancia de un metro y, lejos de intentar nada contra él, le había saludado con respeto, dato este que, posteriormente, no refirió en otras de sus declaraciones y que, por lo tanto, se pone en tela de juicio.

Sea como fuere, lo cierto es que alguna prensa de la época, la revista bonaerense «Caras y Caretas», por ejemplo, todavía en 1906 calificaba este hecho como de atentado frustrado contra S.M. el Rey D. Alfonso XIII.

José Collar Feito ingresó en la Cárcel Modelo de Madrid a la espera de juicio, pesando sobre él una acusación formal de atentado con arma de fuego. Lamentablemente, por más que lo hemos buscado, no hemos podido conocer la condena que le fue impuesta ni otras circunstancias de su vida posterior.

La prensa de la época, que vertió ríos de tinta sobre este hecho, mantuvo la hipótesis de que el citado José Collazo fuese un perturbado mental a tenor de ciertas informaciones a las que tuvieron acceso; sin embargo, tras su ingreso en prisión, el Dr. Trapero, le efectuó un primer reconocimiento psiquiátrico en el que resalta lo siguiente: «se ha halla en un estado de tensión nerviosa, producido por las tristes y desagradables impresiones derivadas del calvario que ha atravesado, tanto en su vida pasada como en los actuales momentos, que han ejercido sobre su moral sensible influencia y dado por resultado una exaltación en el funcionalismo de su cerebro, con perturbación de las ideas. Este, en realidad, no es un estado que deba calificarse de locura confirmada, sino de exaltación colérica en las pasiones, que nace de repente y bajo la presión de una o varias causas y que se disipa al cabo de algún tiempo (pocos días), según el motivo que la haya originado, en tanto quo la cólera de los verdaderamente enajenados se prolonga por espacio de muchos meses, y en casos hasta años enteros. El preso discurre y cuenta su historia con toda clase de detalles». Parece que estas aseveraciones descartan, en principio, que el detenido estuviese privado de sus facultades mentales.

Con relación al Guardia Julián Aceitero, auténtico protagonista y héroe de nuestra historia, el Gobernador Civil de Madrid, Sánchez Guerra, le concedió una gratificación de 100 pesetas, como expresión de la satisfacción por su ejemplar comportamiento.

El Guardia Aceitero, logró merced a su pronta y decidida actuación salvar la vida de las personas contra las que atentó José Collazo. Poco le importó que el perpetrador de la agresión pudiese emplear el segundo disparo contra él; con arrojo y valentía arremetió al agresor logrando no solo que fracasase en su intento, sino también desarmarlo y proceder a su detención.

Desgraciadamente tampoco hemos tenido acceso a otros datos de la vida profesional ni personal del Guardia Aceituno Ramírez que suponemos mantuvo su destino en Madrid hasta 1921, año en el que pasaría a situación de retirado al cumplir la edad de 58 años como se establecía reglamentariamente.

Julián Aceituno Ramírez es uno de esos innumerables ejemplos de anónimos Policías que, a lo largo de la Historia corporativa, han sabido cumplir valiente y fielmente con su deber aun a costa de poner en riesgo su propia vida.

Autor

Eugenio Fernández Barallobre
Eugenio Fernández Barallobre
José Eugenio Fernández Barallobre, español, nacido en La Coruña. Se formó en las filas de la Organización Juvenil Española, en la que se mantuvo hasta su pase a la Guardia de Franco. En 1973 fue elegido Consejero Local del Movimiento de La Coruña, por el tercio de cabezas de familia, y tras la legalización de los partidos políticos, militó en Falange Española y de las J.O.N.S.

Abandonó la actividad política para ingresar, en 1978, en el entonces Cuerpo General de Policía, recibiendo el despacho de Inspector del Cuerpo Superior de Policía en 1979, prestando servicios en la Policía Española hasta su pase a la situación de retirado.

Es Alférez R.H. del Cuerpo de Infantería de Marina y Diplomado en Criminología por la Universidad de Santiago de Compostela.Está en posesión de varias condecoraciones policiales, militares y civiles y de la "F" roja al mérito en el servicio de la Organización Juvenil Española.

Fundador de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña, del Museo Policial de la J.S. de Policía de Galicia y de la Orden de la Placa y el Mérito de Estudios Históricos de la Policía Española.

Premio de narrativa "Fernando Arenas Quintela" 2022

Publicaciones:
"El Cuerpo de Seguridad en el reinado de Alfonso XIII. 1908-1931" (Fundación Policía Española)

"La uniformidad del Cuerpo de Seguridad en el reinado de Alfonso XIII 1887-1931 (LC Ediciones 2019)

"Catálogo del Museo Policial de La Coruña". Tres ediciones (2008, 2014 y 2022)

"Historia de la Policía Nacional" (La Esfera de los Libros 2021).

"El Cuerpo de la Policía Armada y de Tráfico 1941-1959" (SND Editores. Madrid 2022).

"Policía y ciudad. La Policía Gubernativa en La Coruña (1908-1931)" (en preparación).


Otras publicaciones:

"Tiempos de amor y muerte. El Infierno de Igueriben". LC Ediciones (2018)

"Historias de Marineda. Aquella Coruña que yo conocí". Publicaciones Librería Arenas (2019).

"El sueño de nuestra noche de San Juan. Historia de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña". Asociación de Meigas (2019).

"Las Meigas. Leyendas y tradiciones de la noche de San Juan". Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña (2011).

"Nuevas historias de Marineda. Mi Coruña en el recuerdo". Publicaciones Arenas (2022). Ganadora del premio de ensayo y narrativa "Fernando Arenas Quintela 2022".