21/11/2024 13:55

La guerra, incluso cuando reúne las características de justa, esas que la Iglesia estableció hace mucho, no deja de ser un mal, pues aunque produzca héroes, grandes ejemplos e incluso un bien general final, produce también siempre villanos, crueldades, injusticias y males sin cuento tanto espirituales, como morales, humanos y materiales. Por eso la guerra es el segundo jinete del Apocalipsis. Por eso hay que evitarla a toda costa, porque una vez desencadenada arrasa con todo.

Como católicos, es nuestro deber buscar y procurar siempre la paz y trabajar por ella hasta lo humanamente posible. Si no se consiguiera, ir a la guerra procurando que sus causas y fines sean justos, así como hacerla procurando que sus medios, usos y formas también lo sean. Sólo así la espada, aún ensangrentada, permanecerá limpia, la victoria será gloriosa y los males, que de todas formas se habrán producido, justificados.

Quienes por intereses bastardos provocan conflictos y enfrentamientos que derivan en guerras, asumen la grave responsabilidad de sus terribles males hasta el punto de que tendrán que rendir cuentas de la sangre derramada. Quienes, por estupidez o injustificada ignorancia, que lo es siempre, apoyan de cualquier forma a los anteriores, también; si cabe éstos casi más que aquéllos, porque de no jalearles muy posiblemente nunca conseguirían sus maliciosos fines.

De los miles de ejemplos que la historia nos muestra de lo dicho, dos actuales vienen al caso como anillo al dedo.

Uno, la guerra ruso-ucraniana. Para que Rusia llegara a traspasar las fronteras ucranianas, Occidente (EEUU-OTAN-UE) tuvo primero que provocar el golpe de Estado (mal denominado “revolución de color”) en Ucrania, directamente propiciado por los EEUU según confesión de la propia Victoria Nuland, con el fin de desplazar del poder al presidente Viktor Yanukovych, elegido legal, legítima y democráticamente, partidario de una Ucrania neutral; al tiempo, apoyó la cruel limpieza étnica de rusófilos por parte de Ucrania en el Dombás; después animó a Ucrania a entrar en una OTAN por demás ampliada injustificadamente hasta las mismas fronteras rusas; finalmente, Occidente ideó y supervisó el engaño de los acuerdos de Minsk, que Moscú firmó de buena gana y fe, que sabemos por confesión de Angela Merkel que fueron burda treta para ganar tiempo para armar a Ucrania de cara a la guerra que deseaban los Estados Unidos para desplazar y aislar a Rusia de su incipiente predominio en Europa. Tamañas provocaciones pusieron a Rusia entre la espada y la pared con las consecuencias que hoy vemos.

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Otro, el sempiterno conflicto palestino-israelí. Occidente creó injustificada e injustamente el Estado de Israel en Palestina; ha respaldado siempre su constante vulneración de los acuerdos que lo crearon, así como toda norma de Derecho Internacional y hasta la más simple forma de convivencia entre naciones; asimismo, consiente siempre su falta absoluta de respeto por la soberanía e independencia de otros países (botón de muestra el secuestro de Eichman en Argentina), así como sus múltiples alevosas y premeditadas provocaciones que constituyen casus belli de manual entre las cuales la más recientes han sido el asesinato de dos Generales iraníes, país con el que Israel no tiene formalizada declaración de guerra, en Líbano y en Damasco (incluso bombardeando su delegación diplomática consular en la capital siria), así como el reciente asesinato del líder político de Hamás en Teherán-cínicamente calificado por algunos como “ha sido neutralizado” o “ha sido exterminado”-, intentando con ello descaradamente provocar una guerra total en Oriente Medio de proporciones y consecuencias impredecibles para todos, también nosotros, pero siempre fatales.

Aquellos que por estupidez, ceguera o voluntaria ignorancia siempre injustificada jalean en Occidente aquella guerra y estas provocaciones que pueden muy bien desembocar en otra, son casi más culpables que los que por maldad o intereses bastardos las incitan, fundamentalmente norteamericanos e israelíes, porque si no lo hicieran, éstos se lo pensarían dos veces. Por lo dicho, tendrán también ellos que cargar sobre sus conciencias y rendir cuentas de la sangre derramada por ucranianos y rusos, así como la de palestinos o iraníes, y la de quién sabe quiénes más.

Autor

Francisco Bendala Ayuso
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