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Antropológicamente, el concepto tiene una larga tradición. Hasta cierto punto, la cultura está en el origen mismo de la antropología. Es más, merece la pena destacar la conexión íntima entre cultura y antropología recordando por ejemplo cómo, para autores como Ino Rossi y Edward O’Higgins, “cultura” es nada menos que el término que usan los antropólogos para describir el objeto de su disciplina, al ser el estilo de vida de los grupos humanos. La cultura es el concepto clave de la perspectiva interpretativa antropológica. La cultura es un significado compartido. Y para captar un significado antropológicamente hay que ver el mundo como lo ven los demás, comprender la experiencia en función de un marco de referencia ajeno. Esto es lo que pretende la etnografía interpretativa. Para estos autores la sociología tiene como objeto el estudio de la sociedad mientras que la antropología tiene como objeto el estudio de la cultura.

               Todo ello sin olvidar que el término antropología deriva de las palabras griegas “logos” (estudio) y “anthropos” (hombre). Este carácter limitado al hombre contrasta con la variedad de temáticas que son objeto de estudio en este enfoque cultural humano. En este sentido, nos hacemos eco de la antropología jurídica, la filosófica, la teológica, la lingüística, la ambiental. Esta última nos lleva a Luis Duch, para quien el mundo se manifiesta en el momento mismo del lenguaje (“empalabramiento”, en la terminología de Duch). La cultura no es solo objeto de la antropología, pero esta aporta dimensiones imprescindibles.

               La cultura se entiende en sentido amplio, es decir, va más allá del refinamiento, el gusto, o la sofisticación, la educación y la apreciación de las Bellas Artes. No solo los graduados universitarios, sino toda la gente tiene cultura; las fuerzas culturales más interesantes y significativas son las que afectan a la gente en su vida cotidiana, particularmente aquellas que influyen en los niños durante la enculturación.                 Este planteamiento, valorando lo cotidiano como objeto de estudio en la antropología, puede relacionarse, como fenómeno de nuestro tiempo, con aquello que en igual sentido ocurre en la cultura artística propiamente dicha, ya que es opinión unánime que uno de los rasgos que caracteriza el arte “contemporáneo” es la búsqueda de, o énfasis en, lo cotidiano.                Al igual que el arte, la cultura, definida antropológicamente, abarca características que a veces son vistas como triviales o no merecedoras de un estudio serio, como la cultura popular. Para entender las culturas europeas o norteamericanas contemporáneas, tenemos que tener en consideración la televisión, los restaurantes, también los de comida rápida, los deportes y juegos, el turismo.                 En tanto que manifestación cultural, una estrella del rock puede ser tan interesante como un director de orquesta o viceversa y un tebeo tan significativo como un libro ganador de un premio. Este planteamiento no podrá, a mi juicio impedir, los pertinentes matices, más propiamente en el contexto de la antropología del arte. Según Edward Hall, la cultura es un lenguaje silencioso; las tradiciones y las convenciones son silenciosas en el sentido de que suelen ser inconscientes.

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            La cultura alude, en principio, a las tradiciones del pensamiento y conductas aprendidas y socialmente adquiridas, que aparecen en las sociedades humanas. Cuando los antropólogos hablan de una cultura humana normalmente se refieren al estilo de vida total, socialmente adquirido, de un grupo de personas, que incluye los modos pautados y recurrentes de pensar como sentir y actuar. No se refieren solo a los logros literarios y artísticos ni a los baremos de las élites cultas. Para los antropólogos, los fontaneros y los granjeros son tan cultos como los coleccionistas de arte o los aficionados a la ópera; y el estudio de las vidas de la gente normal es tan importante como el de las vidas de personas famosas e influyentes. “La cultura se ha convertido, en la discusión actual, en un médium necesario para la totalidad del pensar y el actuar humanos”.

            Por otro lado, las culturas no son colecciones fortuitas de costumbres y creencias sino sistemas pautados integrados. Las costumbres, instituciones, creencias y valores están interrelacionados. Si uno cambia, los otros lo hacen también. La cultura puede ser adaptante y mal-adaptante, ya que para hacer frente o adaptarse a las tensiones medioambientales, los humanos pueden recurrir tanto a rasgos biológicos como a patrones de comportamiento aprendidos basados en los símbolos. Además de los medios biológicos de adaptación, los grupos humanos emplean también equipos de adaptación cultural que contienen patrones acostumbrados, actividades y herramientas. La “separación, duda o distanciamiento con las cosas” es lo que caracteriza desde el origen al hombre, como ente espiritual, frente a otros seres que se identifican con el medio.

               Por otro lado, la cultura es tanto pública como individual. Los antropólogos no solo se interesan por el comportamiento en público y colectivo sino también por cómo piensa, siente y actúa el individuo. El individuo y la cultura están unidos porque la vida social humana es un proceso en el que los individuos interiorizan los significados de los mensajes públicos culturales. La gente influye en la cultura mediante la conversión de su forma privada de entender las cosas en expresiones públicas. La teoría de la práctica reconoce que los individuos dentro de una sociedad o cultura tienen diversos motivos o intenciones y diferentes grados de poder e influencia. Estos contrastes pueden estar asociados al género, la edad, la etnicidad, la clase y otras variables sociales. La teoría de la práctica se fija en las acciones y prácticas ordinarias y extraordinarias de la gente y cómo se las arreglan las personas para influir, crear y transformar el mundo en el que viven.

               Kottak habla, asimismo, de niveles de la cultura, distinguiendo entre cultura nacional, cultura internacional por un lado; y culturas y subculturas. Esto último se refiere a países principalmente complejos o de grandes dimensiones como Estados Unidos o Canadá donde existen tales subculturas que tienen su origen en factores tales como la clase, la región y la religión. Los sustratos religiosos de judíos bautistas y católicos romanos crean diferencias culturales entre ellos; aunque comparten la misma cultura nacional, tienen también diferencias.

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               Otros conceptos relevantes, en este contexto de la antropología cultural, son los de “etnocentrismo”, “relativismo cultural” y “derechos humanos”. El “etnocentrismo” es la tendencia a considerar superior la propia cultura y aplicar los propios valores culturales para juzgar el comportamiento y las creencias de personas criadas en otras culturas y según esto se ve -un comportamiento diferente- como algo extraño o salvaje. Lo opuesto al etnocentrismo es el relativismo cultural, que argumenta que el comportamiento en una cultura particular no debe ser juzgado con los patrones de otra, lo que implica una valoración neutra. Por su parte, la idea de los derechos humanos desafía el relativismo cultural al invocar un ámbito de justicia y de moralidad que va más allá y está por encima de países con culturas y religiones particulares. Los derechos humanos se consideran inalienables e internacionales.

            Se entiende que la antropología ha de ser necesariamente aplicada. Solapándose con la antropología aplicada, pero también superándola, se encuentra lo que algunos denominan antropología pública. Se trata de que los conocimientos de la antropología se comprometan con el mundo aportando soluciones de interés para el público; la antropología pública es una forma de comprometerse activamente y de aportar algo que pueda convertirse en un elemento integral y relevante de nuestra cultura y de nuestra sociedad. Uno espera que la antropología mantenga su fascinante y creativa diversidad, la amplitud iconoclasta e imponente de sus intereses y percepciones y la profundidad de su erudición, pero tornándose una disciplina esencial e incluso puntera cuando se trate de enfrentarse a los complejos desafíos de una humanidad transnacional pero con los pies en la tierra.

               Junto con el movimiento pro derechos humanos, ha surgido una conciencia de la necesidad de preservar los derechos culturales. Al contrario que los derechos humanos, los derechos culturales no recaen sobre los individuos sino sobre los grupos, tales como las minorías étnicas y religiosas y las sociedades o pueblos indígenas. Los derechos culturales incluyen la capacidad de un grupo para preservar su cultura y educar a sus hijos en las formas de sus antepasados.

Autor

Santiago González-Varas Ibáñez
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