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Un año más, noviembre, ha cruzado la puerta del calendario y se ha sentado con nosotros para acompañarnos en esas largas tardes en las que las sombras del nocturno concurren, con premura, a su cita diaria y los primeros fríos acarician nuestros rostros, todavía tostados por los rayos del sol del pasado verano.
Noviembre es un mes extraño, un mes en el que se recuperan muchas de las viejas tradiciones más arraigadas en nuestro imaginario colectivo; un mes de ritos mortuorios, de visitas a cementerios, de primeras matanzas y, por supuesto, de puesta en escena del inmortal Don Juan.
Parece que hoy, por ese proceso de aculturización globalista en el que estamos inmersos y que pretende uniformar nuestros modos y usos, costumbres venidas de otras latitudes e incluso de otras culturas han hecho presa en nosotros, obligándonos a importar modas y formas que nos son del todo ajenas.
Es muy posible que muchos ignoren que esa costumbre de utilizar calabazas iluminadas a modo de fantasmales calaveras, convertidas en el emblema heráldico de la yanqui Halloween, lejos de ser propias de celebraciones de allende de los mares, constituyó, desde siempre, un viejo rito que, por estas fechas, era muy celebrado, por ejemplo, en Galicia donde la chiquillería acudía al atardecer de los primeros días de noviembre, a la celebración de la Misa de Ánimas, portándolas con la pretensión de asustar a los incautos que transitaban por veredas y corredoiras.
Hoy, esta tradición ha ido cayendo en desuso y las nuevas generaciones tan solo la asocian, erróneamente, a la americana fiesta de Halloween que muy poco tiene que ver con nosotros, más allá de haberla incorporado, casi como propia, a través de esa publicidad machacona que nos bombardea por medio de la televisión y a la que no son ajenos otros intereses, generalmente comerciales, a los que estamos sucumbiendo con el indispensable concurso de centros docentes, establecimientos hosteleros y entidades culturales y recreativas que aprovechan el tirón, celebrando esta fiesta por todo lo alto.
Tal vez en ese afán de pretender ridiculizar a la muerte se oculte el pavor a una realidad a la que nadie, en especial los más jóvenes, quiere hacer frente y mucho menos en nuestra sociedad actual, superprotectora, en la que un niño no puede acudir a un cementerio porque puede traumatizarlo, ni tan siquiera a visitar a su abuelo que consume los últimos estertores de su existencia, semiabandonado en una residencia de ancianos para no enfrentarlo a tan triste realidad.
Pese a todo, el noviembre español, sigue siendo un mes muy rico en tradiciones y costumbres propias que no debemos perder aun a costa de que los más jóvenes tengan que enfrentarse, les guste o no les guste, a la inexorable realidad de la muerte, un hecho al que, queramos o no, no podemos sustraernos.
Desde las tradicionales visitas a los cementerios, recordando a los seres queridos que duermen el sueño eterno o la asistencia a la Misa de Animas; la salida a las calles de nuestros pueblos de la Güeste o Hueste de Animas y de las procesiones de aparecidos; pasando por el deleite que produce degustar los huesitos de Santo y los buñuelos rellenos que, durante los primeros días del mes, llenan los escaparates de las pastelerías. La celebración comunitaria de los magostos o la imagen del castañero que concurre con su carrito a ocupar las esquinas de las calles de nuestras ciudades. La puesta en escena de la magistral e inmortal obra de José Zorrilla “Don Juan Tenorio”, un auténtico referente teatral asociado a nuestra cultura; hasta las primeras matanzas, rodeadas de toda una liturgia especial, al llegar la fecha de San Martín, noviembre es un mes rico en costumbres y tradiciones que debemos mantener vivas por formar parte de nuestro patrimonio cultural y así transmitirlas a las generaciones venideras.
Noviembre, mes de largos nocturnos, con los primeros fríos haciendo acto de presencia, abre la puerta a un conjunto de ritos y costumbres que se desarrollarán a lo largo de todo el invierno.
Dejémonos de americanadas y celebremos este mes como corresponde a nuestra cultura, la española, olvidando modo y formas importadas de lo ajeno que nada tienen que ver con nosotros, y que tanto nos envidian fuera de nuestras fronteras.
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