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El 14 de abril de 1931 se proclamó la II República. Antes, don Alfonso de Borbón, había huido precipitadamente de España. En su mente tenía las imágenes del asesinato de los últimos zares. Por miedo a sufrir el mismo final, decidió partir de España. Había esperado, inútilmente, una reacción monárquica en su favor. Esta no se produjo nunca. De esta humillación se vengó contra don Alfonso Carlos al cual, abusando de sus veleidades y ancianidad, demostró reiteradamente su desprecio. Y es en este momento, cuando estaba destronado, cuando se acercó a don Jaime, al cual le echó por cara su comportamiento, es decir, que admitiera ser él el legítimo Rey de España. En aquella reunión estuvo presente Restituto Fernández, fiel servidor de don Jaime, que no lo dejó en ningún momento. Al ver la actitud de Restituto, don Alfonso dijo: Si yo hubiera tenido uno sólo como éste, no estaría aquí. Carmelo Paulo Bondia, abanderado de la juventud jaimista de Valencia y jefe regional carlista en los tiempos del Núcleo de la Lealtad, le contó a don Baltasar Guevara como don Alfonso recibió un golpe en la cabeza, con el asta de la bandera jaimista, al intentar besarla. Los fieles seguidores de don Jaime, aquellos que estuvieron en la Junta Magna de Biarritz y los que firmaron el manifiesto de 1930, nunca aceptaron la conspiración alfonsina. En resumen, don Alfonso de Borbón se sintió abandonado por los suyos; buscó refugio en don Jaime; y envidió la lealtad jaimista. 

La llegada de la II República supuso la incorporación de muchos monárquicos y católicos. Asimismo se incorporaron antiguos disidentes integristas. Como escribió Melchor Ferrer:

Los primeros pasos para la unión de carlistas e integristas se dieron en Pamplona cuando se abrazaron las personalidades de ambas tendencias. Siguió Madrid con la visita de los directivos del Círculo Carlista bajo la presencia del doctor Redondo, al local del Centro Integrista. Continuó Santander cuando don Marcial Solana, con la Junta Regional Integrista, en la que figuraban Linares y Zamanillo, visitaron el Círculo Tradicionalista, donde fueron recibidos por el jefe regional, don José de la Lastra. Solana declaró formalmente que al incorporarse a la Comunión Tradicionalista, iban a la misma para colocarse como soldados de fila. Luego siguió toda España y la unión se hizo con alegría y simpatía (…) Anteriormente, una nota dada por don Juan de Olazábal anunciaba el reconocimiento de Don Alfonso Carlos por el partido Integrista, y en el mitin celebrado el 6 de enero de 1932 en el frontón Euskal Jai de Pamplona, habla Manuel Fal Conde, sellando así oficial y públicamente esta unión”.

Esto provocó que el Carlismo aumentara en afiliados y que se convirtiera en el único grupo político monárquico español. Su abanderado, don Jaime de Borbón, había muerto el 2 de octubre de 1931. Su muerte abrió un debate que ya se estaba tratando desde mucho antes. ¿Quién le sucedería? La elección de don Alfonso Carlos de Borbón, su tío y hermano de Carlos VII, sólo sirvió para atrasar unos cuantos años aquella decisión, pues el nuevo rey tampoco tenía descendientes.

La entrada de los integristas y carlistas pro-alfonsinos, marcó el futuro del Carlismo. La marcha de don Alfonso de Borbón, dejando a los españoles en manos de los republicanos, hizo que algunos políticos liberales se embarcaran en el Carlismo. Y fueron estos nuevos carlistas los que decidieron el futuro sucesor. Como escribe Emilio Deán…

En la misma tarde de ese día pude hablar rápidos momentos con personas de alto relieve dentro de nuestra Comunión en Navarra; persona a la que también me ligan vínculos de antiguos e indecibles afectos. Yo, impresionado profundamente ante la noticia recibida poco antes, le manifesté la urgencia de convocar a una reunión carlista, presidida por nuestro augusto Caudillo, a fin de reconocer al sucesor digno de Él en nuestra Causa inmortal; pero me contestó inmediatamente: De eso no hay que hablar, pues está resuelto el asunto. ¡El sucesor es don Juan!”.

¿Quién había tomado la decisión de nombrar a don Juan de Borbón y Battemberg heredero de don Jaime? Los pro-alfonsinos que aconsejaban al nuevo rey. Escribe Emilio Deán:

Otro de aquellos señores, dirigiéndose hacia donde estábamos Valdellano y yo, nos dijo: Vamos a enviar una comisión a Fontainebleau a fin de ver si conseguimos que don Alfonso abdique en Don Jaime y Este nombre como Sucesor suyo al Infante Don Juan y, además, que se realice el matrimonio entre este último y una sobrina carnal del Duque de Madrid. Creo que esta solución será del agrado de ustedes”. 

El informador estaba errado en sus pretensiones, aunque esta solución se intentó. Estaba errado porque don Jaime no podía asumir unos derechos que ya le eran propios pues, el usurpador era don Alfonso de Borbón y no él. Este error de forma nos conduce a admitir que el pensamiento generalizado del Carlismo estaba influenciado por los pro-alfonsinos, al menos en su cúpula dirigente. Las presiones dieron un incierto resultado, como veremos a continuación. Ahora bien, ¿cuál era el pensamiento de don Jaime? A pesar de lo escrito hasta el momento presente, don Jaime estaba a favor de ceder sus derechos dinásticos a alguno de los hijos varones de su hermana Doña Blanca. Como escribe Antonio de Lizarza…

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El Rey (Jaime III) así lo había comprendido, cuando en 1914 había aprobado aquella famosa declaración de Vázquez de Mella al “Correo Español”: Si se detuviera nuestra rama en Don Jaime o en su tío Don Alfonso Carlos sin sucesión, aunque la Ley de Felipe V de 1713, no es realmente sálica, puesto que llama en último término a las hembras cuando han concluido, por la muerte o la usurpación, las líneas varoniles y en este supuesto podrían suceder los hijos de Dª Blanca (…) En 1929, Don Jaime se dirigió a los Jefes Regionales y personalidades de la Comunión para consultarles acerca de su herencia, pidiéndoles que estudiasen la posibilidad de llegar a la sucesión de uno de los hijos de su hermana Doña Blanca”. 

Antes de morir, Jaime de Borbón aprobó un manifiesto en el cual se podía leer…

El gobierno supremo y general –origen, promotor y salvaguardia de todas las prosperidades de la Patria- debe ser para nosotros la Monarquía tradicional y legítima, cristiana, templada y representativa, según la Ley fundamental de Felipe V, de 1713, con exclusión, si se extinguieren las líneas de Don Carlos V, de toda otra autora o cómplice de la revolución liberal.

Pero el Rey legítimo entre nosotros ha de reinar y gobernar efectivamente, para que no se sigan los males que denunciaba el gran Pontífice Pío IX, cuando se refería a los constitucionales y parlamentarios del sistema liberal; si bien, a fin de que jamás caiga en despótico y cesarista, necesita del concurso de las Cortes para resolver los asuntos más interesantes del país y precisa de la cooperación de autorizados e independientes Consejos superiores que le asesoren, a lo que se sigue el coto que limita cualquier absorbencia centralista y absurdamente igualitaria formado por el respeto exigido al régimen foral y a las libertades, buenos usos y costumbres consagrados.

Este manifiesto fue escrito en Madrid el 20 de mayo de 1930 y aprobado por Jaime de Borbón, en carta al marqués de Villores, fechada el Paris el 31 del propio mes. Firmaron el manifiesto el Marqués de Villores, Conde de Arana, Lorenzo Sáenz Fernández, Luciano Esteban Polo, José María Roma, Lorenzo de Cura y Pérez Caballero; Conde de Rodezno, Joaquín Beunza, Conde de Samitier, Tomás Blanco Cicerón, Sancho Arias de Velasco, Antonio de Echave-Sustaeta, Agustín Fernández Melián, Francisco Guerrero Vilches, José María Bellido Rubio y Alfonso Porras Rubio. 

También Alfonso Carlos de Borbón tomó, inicialmente, partido por los hijos de su sobrina Blanca de Borbón, hija de Carlos VII, para que el mayor -Carlos Pío de Habsburgo-Lorena y de Borbón- heredara el trono carlista, pero… 

Al principio, a causa de mi avanzada edad, no quería aceptar la sucesión política; pero me hicieron comprender que de no aceptar yo se desharía todo nuestro Partido, y entonces vi que mi obligación era aceptar y acepté. Sé, sin embargo que de Cataluña se han dirigido al Mayordomo de la Casa Imperial Austriaca para pedirle un pretendiente, me han hablado de un Esquilache, de Duarte; yo creo, sin embargo, que el más adecuado para mi sucesión es Carlos.

 

Antonio Lizarza apunta a continuación de este párrafo de Alfonso Carlos de Borbón…

 

Todos conocen la ofensiva que se desencadenó en torno al Egregio Anciano. Los integristas, reincorporados a la Comunión; los alfonsinos, con sus pretensiones que Don Juan heredase a nuestra Dinastía; Doña María de las Nieves, recordando sin cesar a sus sobrinos (…) Y al final venció quien pudo más y los sobrinos de Don Alfonso Carlos fueron sustituidos por los sobrinos de su esposa Doña María de las Nieves.

A partir de ese momento se abrió una campaña de desprestigio en contra de Jaime de Borbón y a favor de Alfonso XIII. Con ello se quiso acallar lo que este deseaba. Esto es, que su sobrino Carlos accediera al trono carlista. Supuestamente, Jaime de Borbón firmó en la localidad suiza de Territet, el 12 de septiembre de 1931, un pacto con Alfonso de Borbón -Alfonso XIII-. Las conversaciones para llegar a un acuerdo fueron llevadas a cabo por Julio Dávila y José María Gómez de Pujadas, pro-alfonsino al servicio de la causa carlista. El documento establecía la unidad monárquica y la elección del rey por las Cortes españolas. De ser elegido don Jaime, las Cortes elegirían a su sucesor que, en este caso sería el tercer hijo de don Alfonso, eso es, don Juan de Borbón Battemberg. 

Los pro-alfonsinos con el conde de Rodezno al frente, hicieron creer de la existencia del pacto y de un acuerdo familiar entre ambas partes, por el cual Juan de Borbón Battemberg era el heredero del trono de España. Este acuerdo y el subsiguiente pacto fueron argumentados desde la falsedad. En primer lugar, desoyeron lo dicho por don Jaime antes de su muerte y, en segundo lugar, el pacto no vio la luz hasta la muerte del Rey. De haber sido cierto el acuerdo y el pacto, su publicación se hubiera producido mucho antes y no cuando una de las dos partes difícilmente podía negar su veracidad. Que el documento existe es fácilmente demostrable. En el ejemplo gráfico se puede leer la última página del mismo con la firma de ambos. Ahora bien, es falso. ¿Por qué? El documento está firmado, en primer término por Alfonso de Borbón y, en segundo término por Jaime de Borbón. Nunca el segundo hubiera aceptado firmar después del monarca liberal. Dos motivos amparan esta tesis. En primer lugar, Jaime de Borbón era el jefe de la Casa de Borbón y, por consiguiente, heredero legítimo del trono de España. En tal caso tenía el derecho y la obligación de firmar primero el documento. En segundo lugar, él era por nacimiento rey de España. Como dijera Carlos VII:

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Yo no puedo, mi querido Alfonso, presentarme a España como pretendiente a la Corona; yo debo creer, y creo, que la Corona de España está ya puesta sobre mi frente por la santa mano de la ley. Con este derecho nací, que es al propio tiempo obligación sagrada; más deseo que este derecho mío esté confirmado por el amor de mi pueblo. Mi obligación, por lo demás, es consagrar a este mi pueblo todos mis pensamientos y todas mis fuerzas: morir por él o salvarlo.

Por consiguiente, difícilmente Jaime de Borbón hubiera aceptado firmar en segundo lugar un documento de tanta importancia. Con referencia al supuesto pacto, Alfonso Carlos de Borbón escribió…

Hace tres años, Jaime me sorprendió declarándome que después de él vendría la rama de don Alfonso, el que entonces reinaba. Me quedé sorprendidísimo. Otra cosa es ahora, por hallarse don Alfonso desterrado como nosotros (…) El famoso pacto firmado el 12 de septiembre de 1931 entre don Alfonso y Jaime, me lo envió don Alfonso al morir Jaime. Me quedé desconsolado al ver la firma de Jaime, pues está puesto en términos no tradicionalistas. Estaba dispuesto Jaime a reconocer por Rey a don Alfonso y volverse él Infante sí las Cortes ¡constituyentes! lo deseaban. Don Alfonso deseaba tener mi firma, como va indicado en aquel Pacto; yo me opuse absolutamente, pues soy tradicionalista decidido y antiliberal. Jaime lo firmó, sin duda, con la mejor intención, siendo de su parte un acto de generosidad; pero no se dio cuenta, en su noble arranque, que no tenía el derecho de ceder en una cuestión que no era suya.

  

Jaime de Borbón, como hemos dicho anteriormente, murió repentinamente en París el 2 de octubre de 1931. Hasta después de su muerte Alfonso Carlos de Borbón no vio el documento supuestamente firmado por ambos. Esto nos hace pensar que no se actuó con legalidad. Si bien es cierto que Jaime de Borbón estaba influenciado por Gómez de Pujadas y, por eso se acercó a la rama liberal, los pro-alfonsinos redactaron un documento que, a todas luces, Jaime de Borbón nunca hubiera firmado. Tampoco podemos pensar que ambos llegaran a un acuerdo verbal, sin firmas y que, a raíz de su muerte, se quiso plasmar el supuesto acuerdo verbal en un falso documento para presionar al viejo rey. ¿Qué nos hace pensar esto? Alfonso de Borbón nunca reconoció la rama carlista como la legítima heredera del trono de España. Este hecho lo puso de manifiesto en varias ocasiones, una de ellas tras haber llegado a un acuerdo con Alfonso Carlos de Borbón. Así pues, no consideró la legitimidad de Jaime de Borbón pues, lo único que pretendía era agrupar las dos ramas dinásticas en una sola, eso sí, favoreciendo la suya y eliminando la carlista.

Por eso el documento presentado a Alfonso Carlos de Borbón aparece la firma de Alfonso de Borbón en primer término y Jaime de Borbón en segundo. Otro dato concluyente es que Jaime de Borbón estuviera dispuesto a ser elegido o no por unas Cortes constituyentes y no tradicionalistas. No es posible que Jaime de Borbón estuviera dispuesto a ser nombrado rey por unas cortes liberales. Cabe suponer que don Jaime creía que ganaría la elección pues, de una vez por todas triunfaría la razón y lo nombrarían a él, por la legitimidad que tenía para ocupar el trono de España.

 

Autor

César Alcalá