21/11/2024 19:30
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Un frío día en Madrid, un veinte de noviembre de 1975, un día en que desde el amanecer ya se conocía la noticia: «Franco ha muerto»; pero al igual que para muchos es «tristeza», sobretodo para aquellos que sobrevivieron a los desastres de La Guerra, «alegria» para los que se consideraban de izquierdas y querían el final de «Régimen», hubo quien respiró «aliviado».

 

Si porque desde el momento en que 1973 murió el Almirante Carrero Blanco, los que habían apostado por varios cambios significativos en muchas cosas, y curiosamente esos cambios no eran pensando en la «Patria» y su enaltecimiento, sino en sujetar la situación política para que quedase estable y que ello les asegurará un buen futuro, a poder ser dentro de España, pero si hubiese que marcharse, que fuese con el riñón bien forrado.

Recordaran que hablaba yo en el pasado articulo de un interesante libro del embajador de USA en España, Mr. Hayes, durante los años cuarenta. Si lo han conseguido bien, sino les resumo lo que aquí interesa: En esos años muchos funcionarios públicos civiles y militares, así como miembros de la alta sociedad con posibles influencias en el Gobierno, recibían de los Aliados Occidentales jugosas cantidades de dinero, fundamentalmente «dolares». Pero volvamos a 1973.

 

Carrero subió a los cielos, hoy en día, nadie duda de que en mayor medida Estados Unidos tuvo algo que ver. Desde los más tibios que dicen que simplemente la CIA conocía el asunto, a los más arriesgados, varios ejemplos hay, pero quizás el más conocido, aunque no el más puntero sea el propio libro de Pilar Urbano: «El precio del trono», en el que se cuenta algo que si bien en un principio todo el mundo negaba, hoy todos tenemos claro, que si no paso exactamente así, fue muy similar.

 

Indiscutiblemente el precio del trono fue, como en el caso de Felipe V en 1700, la pérdida de más territorio, a cambio de un poco de poder; poder que inicialmente nadie estaba por augurarle mucho tiempo de trayectoria, pero ese propio tiempo demostraría que tenía mucha más cuerda de lo que parecía. Y cuyos artífices fueron indiscutiblemente unos verdaderos artistas de la política y el enredo.

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En esos últimos meses de Franco vivo, o tal creemos, pues personalmente opino que Franco estaba clínicamente muerto con anterioridad, pero que se le mantuvo mecánicamente el tiempo necesario para cristalizar los llamados «Tratados de Madrid», algo que a muchos años vista, no entendemos para nada. Si ustedes tienen acceso a ellos, están en Internet, pero verdaderamente yo no puedo creerles, pues incluso con los llamados acuerdos secretos que en ellos figuran y que no fueron conocidos hasta que «alguien» los filtró interesadamente a la revista Interviú, se entendían todavía menos.

Desde la muerte de Carrero, una serie de ministros, encabezados por Arias Navarro, jugaron en contra de la opinión de Franco, que una y otra vez porfió que no se cediese bajo ningún concepto el Sáhara a Marruecos. El Generalísimo era consciente de que el Sáhara era enormemente rico, también conocía muy bien a los marroquíes y sus debilidades y finalmente intuía que el Sáhara era la primera ficha del dominó que derrumbaría a Canarias, Ceuta y Melilla con el tiempo. Quizás, por eso movió ficha con Argelia y la URSS desde mucho antes, pero sus ministros de ese momento eran un fiel reflejo de los que conoció el embajador Hayes en 1942.

 

Lo cierto es que se le regaló el territorio a Marruecos y Mauritania, que finalmente desprecio su parte en favor de Marruecos. Nadie en ninguna Cancillería de Europa o América lo entendió, salvo en la que dirigía Henry Alfred Kissinger. Quizás porque estábamos cambiando una corona y un apoyo sin problemas a medio plazo por un territorio que tenía la mayor mina de fosfatos del mundo que iban a explotar empresas americanas. Petróleo y Gas que a no tardar mucho manejan empresas americanas y finalmente esa montaña de Teluro al sur de Canarias, que curiosamente también lo harán empresas americanas.

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Todo ello entró en el paquete de que la socialdemocracia alemana manejara a los socialistas españoles, que ya se ocuparon de manejar a los más retrógrados y a los comunistas. Mientras en el otro lado de la mesa, el dinero, la seguridad de que todo se quedaba como estaba o casi y que un joven rey manejable por todos sería la figura del escaparate. Para controlarlo se busco a un tipo que no tiene nada que envidiar a Pedro Sánchez y que hizo muy bien su trabajo, hasta que dejó de cumplir órdenes y hubo que relevarlo. Solo algunos de los que estaban verdaderamente en el poder conocían y conocen todos los nombres y sobre todo los beneficios materiales y económicos de una España controlada y por otro lado los norteamericanos consiguieron controlar al otrora Imperio mas grande del mundo.

El precio: migajas, para los de aquí y migajas para allí, pues no son más que eso los millones que afluyen a las arcas del comendador de los creyentes que vive en Rabat, bueno más tiempo en París u otros lugares de lujo. Los peones salvaron la vida, para que las piezas mayores del ajedrez, fuesen más grandes y más poderosas. Y otro día les cuento en qué consisten las migajas y quien se las comió, se las come y se las comerá. Pero…, no me negaran que Bellido Dolfos era un aficionado, comparado con los protagonistas de esta Historia. Y ahí lo dejo…

Autor

REDACCIÓN