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En el día de los fieles difuntos, además de recordar la realidad de la muerte, debemos recordar también la dimensión exacta a todas las cosas de esta vida, y lo que representa para nosotros mucho e incluso muchísimo. Porque es por excelencia el día en el cual debemos rezar por todos los fieles difuntos y todas las almas que por ventura estén en el Purgatorio.

 

 En la Iglesia Católica el mes de noviembre, siguiendo el mandato del Señor, está iluminado de modo particular por el misterio de la comunión de los santos que se refiere a la unión y la ayuda mutua que podemos prestarnos los cristianos: quienes aún estamos en la tierra, que ya, seguros del cielo, se purifican antes de presentarse ante Dios de los vestigios de pecado en el purgatorio y quienes interceden por nosotros delante de la Trinidad Santísima donde gozan ya para siempre.

 

    Es de suma importancia saber que, en virtud de la comunión de los santos, la Iglesia Militante debe encomendar a los difuntos, ofreciendo en su favor sufragios, penitencias, limosnas, oraciones, indulgencias y otras buenas obras, pero especialmente y sobre todo con el Santo Sacrificio de la Misa, a la misericordia de Dios para que tenga compasión de las benditas animas del purgatorio, para que una vez purificadas, puedan llegar a su visión beatífica.

 

    Se llaman sufragios las obras buenas que se hacen en favor de las benditas ánimas del Purgatorio; dichos sufragios son sólo a manera de suplicas que la divina Justicia acepta en la medida que cree conveniente; por eso, un alma no siempre obtiene infaliblemente todos los efectos de los sufragios aplicados a ella especialmente. En ningún caso resultan inútiles los sufragios, porque si Dios no los aplica a un alma, los aplica a otra.

 

    Haciendo notar que las indulgencias, son la remisión de la pena temporal debida por nuestros pecados, que nos concede la Iglesia fuera del sacramento de la penitencia, que nos libran o alivian anticipadamente de sufrimientos en el purgatorio (por equis tiempo), y que además podemos transferirlas a las almas benditas del purgatorio.

 

     La devoción a las benditas almas es utilísima porque hace practicar muchas obras buenas, causa grande gozo en el cielo y ayuda en gran manera a conseguir la salvación de quien practica esta devoción, por lo que nuestro propio interés debe por consiguiente impulsarnos a aliviar esas almas benditas. Y en la misma medida que por ellas nos interesamos, se interesaran los hombres de nosotros cuando nos hallemos en aquel ardentísimo fuego del que muy pocos se libran.

 

    Desde tiempo inmemorial la Iglesia Peregrina ha practicado una devoción especial que tiene el nombre de “voto en favor de las ánimas del Purgatorio”, conocida popularmente como “Voto Heroico de caridad”, consistente en hacer oblación voluntaria en favor de las ánimas del Purgatorio, de todo fruto satisfactorio de todas nuestras obras en vida, y de todos los sufragios que por nosotros se hagan después de nuestra muerte.

 

    A fin de que entendamos mejor este Acto Heroico, examinemos primero lo que se entiende por fruto satisfactorio y por sufragio. Toda obra buena que realizamos en estado de gracia es a la vez, según el Concilio de Trento, meritoria, imperatoria y satisfactoria. Se dice meritoria, porque con ella logramos un grado más de gracia en este mundo y de gloria para el otro: mérito que a nadie puede cederse, siendo todo de aquel que hace la obra buena. Llamase impetratoria, porque con ella alcanzamos de Dios auxilios oportunos y bienes espirituales y temporales, ya para nosotros mismos, ya también para otros. Dícese por fin satisfactoria, porque con ella pagamos el débito de nuestros pecados y la pena del Purgatorio que les era correspondiente; y este fruto satisfactorio de nuestras obras es, propiamente hablando, el que cedemos a las benditas Ánimas con este voto.

 

    En cuanto a los sufragios, en los que se incluyen los frutos impetratorios y satisfactorios, pueden también aplicarse a las almas del purgatorio, que no poder orar por sí misma, ni ganar indulgencias, ni asistir a misa ni recibir sacramentos, sin solo sufrir para expiar el castigo temporal que se debe a sus pecados. Mediante nuestros sufragios, podemos aliviarles de sus sufrimientos y satisfacer por sus pecados. La caridad cristiana nos inspira, como miembros de la Iglesia militante, a hacer todo lo que podamos por estos nuestros hermanos de la Iglesia purgante.

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    Quienes penséis en hacer este voto de caridad fraterna, debéis saber que no que se ha de hacer a la ligera, puesto, que, al hacerle, estamos donando mucho de nosotros a unas almas desconocidas. No en vano se titula heroico, puesto que se renuncia a los sufragios por su propia alma a favor de las del Purgatorio. Pero también, como he dicho anteriormente, es un acto que nos ayudará en esta vida y en nuestro camino de salvación.

 

    Santa Gertrudis fue tentada por el demonio a la hora de su muerte diciéndola que como ella había dado todas sus satisfacciones a las Almas, tendría que padecer mucho en el Purgatorio por sus pecados. Pero todo era sugestión diabólica para atribular a la Santa. Se le apareció Nuestro Señor Jesucristo y la consoló diciéndole que para que entendiese cuán grata la había sido la caridad que tuvo con las Almas, le perdonaba desde entonces todas las penas que debía pagar en el Purgatorio.

 

    Cuando finalmente las Ánimas benditas son liberadas de sus penas y disfrutan de la beatitud del Cielo, lejos de olvidar a sus amigos de la Tierra, su gratitud no conoce límites. Postradas frente al Trono de Dios, no cesan de orar por aquellos que los ayudaron. Por sus oraciones ellas protegen a sus amigos de los peligros y los protegen de los demonios que los asechan.

 

    No cesan de orar hasta ver a sus benefactores seguros en el Cielo, y serán por siempre sus más queridos, sinceros y mejores amigos.

 

    Si los católicos solamente supieran cuan poderosos protectores se aseguran con sólo ayudar a las Ánimas benditas, no serían tan remisos de orar por ellos

 

    Este Voto Heroico de caridad está aprobado y agraciado con muchas indulgencias por los Sumos Pontífices Benedicto XIII, Pío VI, y Pío IX, y se puede hacer diciendo con la siguiente fórmula: “Oh santa y adorable Trinidad, deseando cooperar en la liberación de las almas en el purgatorio, y para testificar mi devoción a la Santísima Virgen María, cedo y renuncio en favor de esas santas almas toda la parte satisfactoria de mis obras, y todos los sufragios que puedan dárseme después de mi muerte, y las encomiendo enteramente en las manos de la Santísima Virgen, para que pueda aplicarlas según le plazca a esas almas de los fieles difuntos que desea librar de sus sufrimientos. Dígnate, Dios mío, aceptar y bendecir esta ofrenda que hago para ti en este momento. Amén”.

 

   Aquellos que hacen el Voto Heroico de caridad, ganan indulgencia plenaria todos los lunes del año, a condición de asistir al Santo Sacrificio de la Misa con intención de dar reposo y consuelo a las Benditas Almas del Purgatorio; también si ofrecemos el Santo Rosario a la Virgen con el mismo fin caritativo.

 

    Sépase que este voto no obliga bajo pecado, y el que lo ha hecho puede retractarse sin pecar cuando lo tenga conveniente con un simple acto de voluntad. Los que no puedan comulgar, pueden hacer una obra de caridad, de misericordia, de penitencia o cualquier otro tipo que les indique su confesor.

 

    En la tercera aparición de la Virgen de Fátima, la Santísima Virgen nos instó a que cuando rezáramos el Rosario, dijésemos después de cada misterio: “¡Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, libranos de las penas del infierno, lleva a todas (ánimas) las almas benditas al cielo, especialmente a las más necesitadas de tu infinita Misericordia”.

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     Por último, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia, roguemos clemencia y misericordia a Dios nuestro Señor por las Benditas Ánimas del Purgatorio:

 

    Padre Misericordioso, en unión con la Iglesia Triunfante en el cielo, te suplico tengas piedad de las almas del Purgatorio. Recuerda tu eterno amor por ellas y muéstrales los infinitos méritos de tu amado Hijo. Dígnate librarles de penas y dolores para que pronto gocen de paz y felicidad. Dios, Padre celestial, te doy gracias por el don de perseverancia que has concedido a las almas de los fieles difuntos.

 

    Amante Salvador, Jesucristo. Eres el Rey de reyes en el país de la dicha. Te pido que por tu misericordia oigas mi oración y liberes las almas del Purgatorio, en particular a la más necesitas. Llévalas de la prisión de las tinieblas a la luz y libertad de los hijos de Dios en el Reino de tu gloria. Amable Salvador, te doy gracias por haber redimido las pobres almas con tu preciosísima Sangre, salvándolas de la muerte eterna.

 

    Dios Espíritu Santo, enciende en mí el fuego de tu divino amor. Aviva mi fe y confianza, acepta benignamente las oraciones que te ofrezco por las almas que sufren en el Purgatorio. Quiero aplicar los méritos de esta devoción en favor de toda la Iglesia Sufriente y en especial por mis familiares difuntos bienhechores, parientes, amigos y enemigos. Y te doy gracias por todos los beneficios con que has santificado, fortalecido y aliviado a estas benditas almas y en especial por consolarlas en los actuales sufrimientos con la certeza de la felicidad eterna. Que pronto se unan Contigo y oigan aquellas benditas palabras que las llaman al hogar del Cielo: “¡Vengan, los Bendecidos por mi Padre! Tomen posesión del Reino que ha sido preparado para vosotros desde el principio del mundo”. Atiende mi plegaria para que podamos reunirnos en el Reino de tu Gloria.

 

    Corazón Sacratísimo de Jesús, que nos perdonas y quieres la salvación de todos los hombres, imploro tu Clemencia para que, por la intercesión de María Santísima, los Ángeles y de todos los Santos, concedas a todas las benditas almas del purgatorio, especialmente a las más necesitadas y particularmente a las de mi devoción la gracia de llegar a la reunión de la eterna felicidad.

 

    Santísima Virgen María, Reina del Purgatorio; vengo a depositar en tu Corazón Inmaculado una oración en favor de las ánimas benditas que sufren horrendamente en el lugar de expiación. Dígnate escucharla, clementísima Señora, si es esa tu voluntad y la de tu misericordioso Hijo.

 

    Te ruego por aquellas almas por las cuales tengo o pueda tener alguna obligación, sea de caridad o de justicia; por las han de salir más pronto de aquel lugar y por las que han de estar más tiempo padeciendo y satisfaciendo la divina Justicia; especialmente por las que más padecen y están más olvidadas. Ten compasión de ellas, ya que no pueden merecer sino sólo sufrir; abrevia sus penas y derrama sobre ellas el bálsamo de tu consuelo, e intercede ante tu Hijo para que las saque de aquella tenebrosa cárcel de dolores, y las dé el descanso eterno, y luzca para ellas la luz perpetua.

 

    En tí, Madre mía, pongo toda mi confianza de hijo, y sé que no he de quedar defraudado. Así sea.

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