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En la biografía que Pierre Key y Bruno Zirato escribieron sobre Enrico Caruso podemos leer:

 

Caruso era, en muchos aspectos, un autodidacta que había encontrado por sí mismo un método para aprender a relajar los músculos de la lengua y la garganta. Caruso empleaba una respiración mínima, distribuyendo el aire en forma muy dosificada. Casi nunca forzaba la respiración. Cantaba maravillosamente porque lo hacía natural; y uno de sus secretos, si es que los hay en la técnica vocal, es la pureza de sus vocales y la manera directa de atacar las consonantes”.

 

Por eso no nos ha de extrañar la siguiente anécdota. Se dice que, en cierta ocasión, Caruso y el tenor John Mac Cormack se encontraron por la calle. Mac Cormack le dijo:

 

Y bien, Rico, ¿cómo está hoy el mejor tenor del mundo?

 

Caruso le contestó:

 

John, no sabía que te habías convertido en barítono.

 

Cuando Caruso era joven conseguía llegar al do natural sobreagudo e, incluso, al re bemol sobreagudo. Con los años se hacía trasportar los agudos hacia el registro grave, esto es, un tono o medio tono por debajo de la tesitura original del aria. En Che gelida manina de La Boheme, por ejemplo, tuvo que pedirle permiso al propio Puccini para que le permitiera cantar un si natural en vez del do.

 

Caruso era capaz de reforzar la resonancia de cada tono dejándolo filtrar hacia los lugares desde donde el sonido puede expandirse y producir resonancias. Si es que realmente hay un secreto en el método de canto de Caruso, consistía en el hecho de que hablaba a los tonos.

 

Toda esta facilidad inicial, como nos apuntaban Key y Zirato, se convirtieron, con los años, en terribles esfuerzos. El método autodidacta le hizo corregir, sobre la marcha, los errores de impostación y modulación con lo cual obligaba a todo el cuerpo a cantar como él deseaba. Poco le importaba la fatiga o el cansancio que éste esfuerzo le proporcionaba, si el resultado era el correcto. Aunque pueda parecer una exageración, se puede asegurar que Caruso se reventó los pulmones. Incluyamos el hecho de que fumaba alrededor de dos paquetes diarios de cigarrillos. Por eso, como años más tarde apuntara Beniamino Gigli, se le eclipsaron los agudos. El tenor Giacomo Lauri-Volpi escribió al respecto:

 

Todo su cuerpo colabora con el corazón: pulmones, diafragma, costillas, abdomen. Todo este esfuerzo provocaba habitualmente un flujo de sangre, una hiperemia, que congestionaba el cuello y la cara. Basto un simple resfriado para provocarle en sus pulmones una infamación, determinando el absceso que motivó la persistencia del mal y l consiguiente muerte”.

 

Un documento impresionante es la grabación que realizó el 14 de septiembre de 1920 del aria Rachel quand du Seigneur de La Juive de Halevy donde, en la segunda parte, se pueden escuchar los esfuerzos que realizaba para tomar aire. James Huneker dijo:

 

Algunos lo han superado en delicadeza como Bonci, Tamango tal vez más potente, Jean de Reszke poseía más encanto personal y sutileza artística; pero Caruso posee una maravillosa voz natural, dotada de magia lírica”.

 

Ese fue el gran secreto de Carso, su voz natural. De nada servía la técnica, la naturalidad surgía por encima de todo eso.

 

Enrico Caruso nació en Nápoles el 25 de febrero de 1873. Miembro de una numerosa prole de 21 hermanos, de entre los cuales sólo sobrevivieron tres. El que había de convertirse en el cantante de ópera mejor pagado, vivió una infancia llena de miserias. Estudió apenas unos pocos años, pues su padre, un humilde mecánico, deseaba que siguiera sus pasos en el oficio y a fuerza de golpes lo puso a trabajar. Caruso quería ser cantante y su madre, más comprensiva y sensible, no podía hacer más que animarlo para que luchara por conseguir lo que deseaba. Tuvo como maestro a Giuseppe Vergine, quien no le vio muchas posibilidades. No obstante accedió a que siguiera bajo su dirección. Aquellos años, fueron difíciles para el Caruso que, pese a la pobreza en que vivía, se esforzaba por llevar una apariencia impecable. Algunas anécdotas sobre su vida, cuentan que llegó a teñir su único traje negro cuando perdió su color, que hacía pecheras de papel para cubrir el mal estado de sus camisas, y que cantaba en bodas y funerales para reemplazar sus zapatos cuando se deterioraban.

 

A lo largo de su vida, mantuvo su pulcritud y elegancia, y no desaprovechaba las horas de baño y las visitas al barbero para estudiar o ensayar el papel que representaría. Una vez terminados sus estudios, Caruso consiguió que su maestro le consiguiera un papel de tenor sustituto en una pequeña compañía ambulante de ópera. Aquella representación fue un desastre. Un día que la compañía visitó una ciudad donde Caruso tenía conocidos, el cantante, seguro de que sus servicios no serían requeridos, salió a tomar unas copas con sus amigos. Para su sorpresa, después de un rato llegó el recadero a avisarle que su presencia era necesaria en el teatro. Y salió a escena, pero traía demasiadas copas encima. Aunque cantó bien, su estado lo hizo tropezar con otros actores y dar traspiés mientras el público reía a carcajadas y le gritaba “borracho”.

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El resultado de su primera actuación fue el despido, pero al público le había caído tan en gracia que cuando se hallaba ya en su pequeño cuarto desolado por su fracaso, volvieron a buscarlo porque el público lo aclamaba. Tenía entonces 19 años. A partir de entonces, los siguientes diez años fueron de avances continuos, al extremo de convertirse en uno de los tenores más famosos del mundo.

 

Durante su carrera realizó cerca de 260 grabaciones y ganó millones de dólares con la venta de sus discos de 78rpm. Caruso tenía un repertorio de unas 500 canciones, desde clásicas a folclore itálico tradicional a temas populares de la época. Fue el primer vocalista en grabar muchas canciones. Caruso y la industria fonográfica hicieron mucho para promoverse en las dos primeras décadas del siglo XX. En 1902 grabó el aria Vesti la giubba de I Pagliacci de Leonacavallo. Pues bien, ese fue el primer disco que vendió un millón de copias.

 

Para 1903, hizo su primera presentación en Estados Unidos, en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Antes había cantado en La Scala de Milán, San Petersburgo, Buenos Aires, Lisboa y el Covent Garden de Londres. Aunque la gloria la consiguiera en el MET, donde cantó durante diecisiete años consecutivos. El director de orquesta Arturo Toscanini, que dirigió algunas de las óperas donde Caruso cantó en el MET, lo consideraba uno de los más grandes artistas con los que había trabajado.

 

Admirado por su voz, Caruso era además un extraordinario ser humano. Se cuenta de él que prefería ir a pequeñas fondas para evitar los grandes restaurantes donde al verlo llegar los presentes estallaban en aplausos. Otra anécdota asegura que cierta noche, en Bruselas, escuchó desde su camerino el descontento de varias decenas de personas que no habían conseguido entrada. Caruso empezó a cantar las principales piezas de la ópera para su público que desde la calle le aplaudía. Caruso llegó a cobrar hasta quince mil dólares en su tiempo por una presentación, y se cree que a lo largo de su carrera ganó casi diez millones de dólares. Pero nunca dudó en ayudar a sus semejantes y contribuía al sostenimiento de más de doscientas personas.

 

El repertorio de Caruso fue muy extenso. Cantó L’Amico Fritz; Faust; Cavalleria Rusticana; Camoens; Rigoletto; La Travista; Lucia di Lammermoor; La Gioconda; Manon Lescaut; I Capuletti ed i Montecchi; Malia; La Sonnambula; Marriedda; I Puritani; La Favorita; San Francisco; Carmen; Un Dramma in vendemmia; Celeste; Il Profeta Velato; La Bohème; La Navarraise; Il Voto; L’Arlesiana; I Pagliacci; La Boheme; The Pearl Fishers; Hedda; Mefistofele; Sapho; Fedora; Iris; La Reine de Saba; Yupanki; Aida; Un Ballo in Maschera; Maria di Rohan; Manon; Tosca; Le Maschere; L’Elisir d’Amore; Lohengrin; Germania; Don Giovanni; Adriana Lecouvreur; Lucrezia Borgia;  Les Huguenots; Martha; Madama Butterfly; L’Africana; Andrea Chenier; Il Trovatore; Armide; La Fanciulla del West; Julián; Samson et Dalila; Lodoletta; Le Prophète; L’Amore dei Tre Re; La Forza del Destino; y La Juive.

 

Caruso, en 1904, cantó en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona. El Diario de Barcelona, en su edición del 21 de abril de 1904, publicaba la siguiente crónica:

 

Con la expectación de los grandes acontecimientos teatrales se aguardaba anoche en el Liceo la aparición del señor Caruso, el tenor hoy más celebrado de la ópera italiana. El aspecto de la sala correspondía a la importancia extraordinaria que para el público filarmónico tiene siempre la presentación de un artista de canto, que aumenta hasta el grado máximo si se trata de un tenor: lo mismo en las localidades bajas que en palcos y galerías altas se apiñaba la concurrencia, dando al teatro su vista más brillante.

 

El señor Caruso tuvo que repetir en el acto primero la ballatta y en el tercero, y por tres veces, “La donna è mobile”; con esto puede considerarse que el célebre tenor obtuvo anoche un grande éxito y, sin embargo, no fue así. El señor Caruso, que tiene, sus días buenos y malos, no se hallaba en uno de los primeros, y sus grandes dificultades, que se manifestaron sin duda alguna, no pudieron ser apreciadas en toda su pureza”.

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En 1971 Bruno Zirato, que fuera secretario de Caruso, con motivo de los cincuenta años del fallecimiento del tenor, reveló algunos aspectos que, si bien conocidos, nos acercan más al personaje:

Era el hombre más afectuoso, generoso y bueno que he conocido nunca. Mientras trabajé como secretario suyo en los años inmediatamente anteriores a su muerte, el único “defecto” que le observé fue que me hacía tomar la misma comida que él. La víspera de una actuación, comía higos secos con magnesia; y para almorzar, espinacas con huevos duros, cocidos durante una hora… menú que, como he dicho, yo tenía que compartir”. 

Incorregible aficionado a gastar bromas, su natural buen humor no conocía límites. Durante una representación de La Gioconda deslizó un huevo crudo en la mano del barítono, y dejó que éste se las arreglara para deshacerse de él. En el cuarto acto de La Bohème, el bajo canta una tierna despedida a su roído abrigo, y a continuación se lo pone. En el momento de hacer esto último, cierto cantante descubrió, desconcertado que las mangas ¡habían sido cosidas entre sí! ¿El autor? Caruso, naturalmente. Durante otra representación de la misma ópera, Nellie Melba, que interpretaba a Mimí, oía un persistente y misterioso chirrido cada vez que Caruso se inclinaba sobre ella en la conmovedora escena de su muerte. ¿Causa? ¡El tenor llevaba un juguetito de goma y lo apretaba junto al oído de la Melba al inclinarse!

 

Caruso tuvo dos hijos varones de Ada Giachetti, una soprano con quien cantó en Italia. Sus relaciones se prolongaron durante once años, hasta que ella le dejó por otro hombre. El tenor legitimó a sus hijos. En 1918, Caruso se casó por primera vez, con una joven norteamericana, Dorothy Benjamín. Tuvieron una hija, Gloria.

 

Al referirse a sus propias interpretaciones, solía decir: “Yo he sufrido mucho en esta vida. Quien no ha sentido nada, es incapaz de cantar”.

 

La gente iba a él con todo tipo de peticiones: para que cantara, hiciera dibujos o, sencillamente para que participase en alguna función benéfica. Caruso rara vez se negaba. Después de su muerte, su viuda encontró una lista con más de 120 nombres de los que jamás había oído hablar. Correspondían a otras tantas personas a quienes el artista enviaba dinero con regularidad.

 

El telón cayó por última vez para Caruso cuando éste era todavía muy joven. El tenor había cogido un resfriado a principios de diciembre de 1920 y, durante una representación de Pagliacci, se desplomó al salir del escenario. El médico diagnosticó la enfermedad como “neuralgia intercostal”. Caruso cantó aquella noche hasta el final, pero pocas noches después, interpretando L’Elisir d’Amore, sufrió una hemorragia mientras cantaba. El artista se negó a interrumpir su actuación. Le fueron pasando toallas para que se secara la sangre, Caruso seguía actuando. De repente los espectadores, conocedores de lo que estaba ocurriendo, decidieron poner fin a la representación.

 

Aquella Nochebuena Caruso canto La Juive, a pesar del intenso dolor que le laceraba el costado. A la mañana siguiente, se hizo tan insoportable, que comenzó a exhalar gritos. Otro médico declaró que padecía pleuresía aguda. Se le extrajo fluido de la cavidad pleural y, posteriormente, le quitaron diez centímetros de una de las costillas. En mayo, los médicos le autorizaron a que volviera a Italia para recuperarse. Fue en ese país donde, dos meses después, se le formó un absceso en el costado. Los médicos discutían sobre la conveniencia de la operación. Antes de que hubieran podido llegar a un acuerdo moría.

 

Caruso falleció en Nápoles, a los 48 años, como consecuencia de sus complicaciones pulmonares, el 2 de agosto de 1921. Mito en vida, su leyenda nos ha llegado hasta hoy en día, cien años después de su muerte. 

Para aquellos que no lo hayan oído nunca, aquí podrán escuchar las cinco últimas canciones que grabó antes de retirarse definitivamente. Fueron grabadas el 16 de septiembre de 1920.

 

 

Autor

César Alcalá
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