21/11/2024 11:49
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En la Historia del Arte podemos hallar muchos ejemplos de obras inacabadas. Interesantes a pesar de ello, o incluso más atractivas, si cabe, por la misma razón. Véanse, por ejemplo, los famosos “schiavi” (esclavos) de Miguel Ángel o “La adoración de los magos”[1] de Leonardo da Vinci.

Hoy trataremos de una de estas obras de arte inconclusas, titulada “Mis amigos”, del gran pintor Ignacio Zuloaga (Éibar, Guipúzcoa, 1870-Madrid, 1945). Un lienzo de dimensiones considerables (234 x 292 cm), iniciado en 1920 y abandonado sin terminar en 1936, que hoy se expone en el “Espacio Cultural Ignacio Zuloaga”, en Zumaya (Guipúzcoa). Como Lafuente Ferrari[2] escribió: “el cuadro o, mejor dicho, el gran dibujo sobre lienzo, preparado para pintar, pasó por estados muy diversos, pues el artista ponía y quitaba figuras, reformaba la composición o alteraba la colocación de los personajes”. Una circunstancia que permite apreciar las características del trazo de Zuloaga, rotundo, firme, “escultórico”, en distintos grados de ejecución; y que nos recuerda la fuerza de otros retratos del maestro ejecutados con carbón, como el del arabista Emilio García Gómez –sito en la Real Academia de la Historia– o el de Ramón Pérez de Ayala, que reproducimos en este artículo.

Sirviéndose del motivo de El Greco titulado “La apertura del quinto sello del Apocalipsis o visión de San Juan” como fondo de la escena, Zuloaga dibujó con carbón, grafito y óleo catorce figuras, algunas muy relevantes en el panorama cultural español.

Aunque no es posible identificar con seguridad a todos los retratados, sí está claro que, imitando a Velázquez en “Las Meninas”, Zuloaga se dibujó a sí mismo con boina y la paleta en la mano delante del cuadro, arriba y a la izquierda del espectador. No olvidemos que su precoz vocación pictórica se reafirmó definitivamente cuando con diez y siete años vino a Madrid y visitó con su padre el Museo del Prado, quedando prendado de la obra de Velázquez, Goya, El Greco y Zurbarán.

 

Si nos limitamos a los personajes perfectamente identificados, empezando desde abajo a la izquierda y yendo en sentido horario, la primera e inconfundible figura, con traje y corbata, es la de Jacobo Fitz-James Stuart (1878-1953), decimoséptimo duque de Alba, a quien ya había pintado en 1912 de pie con uniforme de Maestrante de Sevilla, y volvería a hacerlo con traje gris y sentado en 1944. A su lado, también sedente y con boina, está el pintor Pablo Uranga (1861-1934), a quien había retratado en 1905 y volvería a pintar en 1931 en sendos óleos en los que llama la atención no sólo el paso del tiempo en el rostro de su amigo, sino, también, y muy significativamente, el achicamiento de su paleta.

 

 

Con frecuencia se confunde a Uranga con Unamuno, pero aunque Zuloaga pintó un magnífico retrato de Unamuno en París en 1925 –hoy en la Hispanic Society de Nueva York–, hay que aclarar que éste no se halla representado en efigie en el cuadro “Mis amigos”, sino en forma de pajarita, en alusión a su conocida afición por la papiroflexia.

Recordemos lo que el filósofo había escrito al pintor en una carta fechada en 1915: “Usted dispone afortunadamente de una lengua universal como son la línea y el color, y no necesita que le traduzcan, por lo que no ha luchado tanto con cierto injustificado desdén que hay contra España y los españoles. Siempre le he creído no ya un buen vascongado sino uno de los más típicos representantes de la casta. El haber resucitado y paseado triunfalmente por el mundo el alma de la antigua y castiza pintura castellana es una prueba de ello. Soy de los que creen que nosotros, los vascos, somos los que mejor comprendemos y sentimos lo castellano y por mi parte no pararé hasta restaurar lo que hay de eterno en su mística”.

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Detrás de Uranga, con montera y en traje de luces, Zuloaga dibujó a Juan Belmonte (1892-1962), al que consideraba “uno más de la generación del 98” y definía como “un símbolo en el toreo, y no meramente por sus hazañas ante los astados, sino por su seriedad, su cultura literaria, su desprecio de la pose y de las actitudes flamencas y su nunca desmentida sencillez”. Un amigo al que inmortalizó en 1924 en el excelente óleo “Retrato de Belmonte en plata”; motivo de un sello de Correos con valor de tres pesetas puesto en circulación en 1971.

Así mismo, conviene recordar que Zuloaga fue más que un aficionado al arte de Cúchares, ya que llegó a debutar como novillero en la plaza de la Escuela Taurina de Sevilla en abril de 1897 con el sencillo apodo de “El pintor”… Y, como curiosidad, se conserva una fotografía del 25 de junio de 1934 ayudando a Belmonte a ponerse la chaquetilla en el hotel justo antes de una corrida en Nimes.

Siguiendo el recorrido vemos la figura que probablemente corresponde al filósofo y gran escritor Eugenio d´Ors (1881-1954), que contaba cómo a la vuelta de una excursión por Segovia, Zuloaga al ver a un enano comentó: “¡Hubierais visto qué filósofo! No dice nada”.

Más a la derecha vemos de pie, con poncho y mirando hacia abajo, a don Ramón María del Valle Inclán, con quien mantuvo un rico epistolario y al que retrató al óleo en 1931 sentado en un sillón sobre un llamativo cojín. Detrás de Valle Inclán, Zuloaga dibujó dos figuras que quizá correspondan a Pablo Uranga de perfil y a Azorín, aunque es difícil asegurarlo con certeza. En la esquina inferior derecha del cuadro vemos sentado a don José Ortega y Gasset, a quien había retratado con El Escorial al fondo en 1917, y que ahora parece mirar fijamente al espectador. Ortega, el filósofo, que en 1911 en un artículo en El Imparcial había escrito: “Zuloaga es tan grande artista porque ha tenido el arte de sensibilizar el trágico tema español… En la edad del impresionismo, pinta Zuloaga como un clásico; en la edad del colorismo, Zuloaga dibuja; en la edad del realismo, Zuloaga inventa sus cuadros”.

Por último, abajo, en el centro, destaca la figura de perfil de Gregorio Marañón –en un tono más claro por el apresto dado al fondo y algunos trazos negros al óleo–; que se muestra en escorzo, apoyado sobre el codo derecho en la mesa que tiene delante con unos papeles en la mano. Zuloaga tuvo una gran amistad con el insigne médico, al que conoció en París en su estudio de Montmartre y del que hizo un retrato en 1919. Marañón, el médico que trató su angina de pecho y estuvo a su lado cuando falleció en Madrid en su casa del Campillo de las Vistillas de San Francisco el 31 de octubre de 1945. Allí, en un alcor en el barrio de La Latina, en el Oeste de Madrid, cercano al Viaducto, había instalado su casa-taller para tener una buena vista de la capital. “Ahora, ya cansado, haré retratos; pintaré a Ortega y Gasset, a Ramón María del Valle Inclán, a Marañón. Mis buenos y cultos amigos. Pero este dolor en el pecho no me deja ni dar ni dos chupadas al puro. Debo instalarme pronto en el estudio de las Vistillas…” escribió unos meses antes. Frente a donde estuvo su casa-taller hoy podemos ver su busto en granito, obra del gran escultor Juan Cristóbal[3].

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Para terminar, tal vez proceda recordar lo que el maestro Zuloaga escribió en 1915 en una carta respecto a su obra: Yo añoro y persigo lo potente, lo recio, lo áspero y hasta lo agrio. Castilla me ha dado la plenitud de sus deslumbramientos y penumbras, sus oposiciones vigorosas de azules, granas y amarillos, y esos grises incomparables de sus lejanías caliginosas, los elementos cardinales de los fondos culminantes y de los únicos paisajes integrales que ha perpetuado mi paleta…” Castilla guarda su memoria en el castillo de Pedraza[4].

[1] Óleo sobre tabla de 246 x 243 cm, realizado entre 1481 y 1482. En la Galería de los Uffizi, en Florencia.

[2] Enrique Lafuente Ferrari (1898-1985), académico de la Real de Bellas Artes de San Fernando, especializado en pintura española y autor, entre otros libros, del titulado “La vida y el arte de Ignacio Zuloaga”.

[3] Juan Cristóbal González Quesada (1897-1961) es autor de obras muy conocidas por todos, como la figura de Isabel la Católica en el Monumento a Cuba en el Parque de El Retiro de Madrid, o la famosa estatua ecuestre de El Cid Campeador en Burgos. El busto de Zuloaga fue sufragado por el Ayuntamiento de Madrid e inaugurado en 1947.

[4] Zuloaga residió en Segovia durante largas temporadas desde 1898. En 1925 compró el castillo de Pedraza, que actualmente se conserva como casa-museo: https://museoignaciozuloaga.com/

 

 

Autor

Santiago Prieto
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