Entre los artículos que debatimos en la última reunión, me llamó la atención uno de enero de la prensa digital de México cuyo titular reza: «Los gigantes farmacéuticos se posicionan para la ola de turbocáncer prevista para 2025» Lógico, después de la siembra, viene la cosecha. Algo que se venía sospechando se hace cada vez más patente: la administración de vacunas de forma indiscriminada a la población con la excusa del COVID ha deteriorado el sistema inmunológico de numerosas personas. Un periodista presente en la reunión, que acostumbra en sus medios de reflejar repentinitis de famosos o de gente joven, preguntaba si realmente estábamos viendo más muertos. Un colega le respondía que los médicos no vemos muertos, esos van a sobrecargar a las funerarias. Y devolviendo el guante le sugirió que sería interesante investigar qué hay del triste aumento de ataúdes blancos, porque algunos titulares pretenden que creamos que es porque la difteria se desborda. Los médicos, no vemos muertos, lo que vemos son pacientes, personas vivas pero enfermas y precisamente de las características de los pacientes que estamos viendo ahora es de lo que versan nuestras reuniones. En ellas intercambiamos información sobre los tipos de enfermedades que estamos viendo, los enfoques diagnósticos y las posibles terapias.
En la práctica asistencial de los médicos (hablo de los médicos asistenciales, los que vemos pacientes) hay, como en todas las profesiones, un espacio más o menos amplio para las faenas de rutina, ese tipo de dolencias o enfermedades que son harto conocidas y cuyo manejo es relativamente sencillo. Los pacientes con problemas habituales, conocidos, no suponen sobresalto, porque sabes cómo enfrentar su caso y te encuentras cómodo desarrollando ese cometido. Igual que cualquier profesional que se siente perfectamente capacitado para hacer con éxito la tarea que ejecuta habitualmente. Pero en cualquier actividad humana hay espacio para lo novedoso, lo imprevisto, lo desconocido, lo que nunca se había visto o lo que no se sabe cómo manejar. Los diferentes médicos especialistas que nos reunimos hemos ido reportando cada vez una mayor presencia de pacientes que acuden con «cosas raras», nunca vistas o que se conocían como infrecuentes y ahora empiezan a proliferar o que no obedecen a un curso como el que se solía ver. Esa presencia de casos extraños que empezamos a reportar hace ya más de un año ha ido tomando cuerpo con la información que cada especialista ofrecía de su área y ya podemos afirmar sin lugar a dudas que nos encontramos ante una nueva forma de enfermar. Empezó siendo un runrún que podía ser pero vaya usted a saber, mas ahora es perfectamente evidente que algo extraño ha irrumpido en la sociedad y los casos de pacientes con cosas raras nos desbordan.
Podríamos referirnos a cualquier especialidad, desde oftalmología o ginecología, pasando por reumatología o pediatría. Neurólogos, cardiólogos o gastroenterólogos, todos tenemos un cúmulo creciente de pacientes complejos con entidades a las que no nos atrevemos a poner nombre porque en parte se parecen a cosas que conocíamos pero son diferentes y se comportan de manera extraña, siendo difícil su estudio ya que en numerosas ocasiones son cuadros pluripatológicos que acaban en manos de los internistas o los médicos de familia, puesto que cada cual dice centrarse sólo en lo relativo a su especialidad. Y si derivamos a patología del alma, los psicólogos y psiquiatras no dan abasto para atender a niños y adultos desquiciados que se bajan desesperados de un mundo sin recursos morales.
Los titulares de la prensa maquillan sin empacho que se duplican los casos de ictus, que las bacterias son mucho más resistentes (que es una forma taimada de decir que el sistema inmune se ha ido al carajo), o las neuropatías de causa oscura están aumentando los casos de invalidez o deterioro cognitivo. O de manera todavía más descarada, como el titular al que aludía al principio: las farmacéuticas a sacar tajada de lo que sembraron. Una vacuna stricto sensu es un producto que sirve (cuando sirve para algo) para potenciar y mejorar la respuesta inmunológica frente a un microorganismo. Pues bien, los pinchazos COVID que se colaron como vacunas no han protegido de nada ni han fortalecido el sistema inmunológico de los que se las pusieron. No se engañe con los clichés de la prensa gubernamental: las vacunas COVID no eran necesarias, no han salvado «muchas vidas», ni han parado ninguna pandemia. Se lo han repetido en la televisión los que se han lucrado con ellas, se lo han hecho creer para que el que ahora sufre a causa de ellas al menos le quede el consuelo de pensar que «es que es lo que había que hacer» y se pinchó por solidaridad, porque había que parar una pandemia y que si no hubiera sido peor. Mentira. Lo pueden decir políticos o biólogos que no ven pacientes o pregonarlo paquito el chocolatero vendiendo moralina de actos de amor. Envenenarse no es ningún acto de amor. Administrar sustancias al cuerpo que uno no necesita es un delito moral y penal contra la vida. Tenemos las consultas con un creciente número de pacientes muy perjudicados por unos productos que se pincharon sin necesidad médica, muchos de los cuales los camuflan en en anglicismo «long-covid» cuando sería mucho más castizo y acertado decir «la puta vacuna». Son pacientes que han peregrinado por numerosos especialistas, que acuden con una carpeta henchida de informes, pruebas y analíticas a mansalva , que han ido a las consultas de afamados jefes de servicio, y que no tienen diagnóstico ni tratamiento efectivo. Pacientes muchas veces desanimados de encontrar una solución a su problema frente al cual uno tras otro, todos los médicos se ponen de perfil y se encogen de hombros, porque nadie sabe qué les está pasando.
El reconocimiento de que estamos ante una nueva forma de enfermar es esencial a la hora de procurar enmendar el desastre. Porque esto no es más que el comienzo: la previsión que hacemos es que este tipo de enfermedades emergentes derivadas de las mal llamadas vacunas vaya incrementando los problemas de salud en los próximos años. La humanidad ha sufrido un gran zarpazo por más que los titulares de la prensa desvíen la atención hacia otras causas. Pacientes no van a faltar, lo que necesitamos es incrementar el grado de conocimiento de la fisiopatología de estas dolencias y cuáles pueden ser los remedios más adecuados. Porque otro de los peligros que se han generado a raíz de esta situación es la proliferación de remedios para todo, ya que en situaciones desesperadas uno acepta cualquier cosa que le ofrezcan. Por eso, a fin de no perder mercado, las multinacionales se posicionan para atender a los damnificados como se comenta en la noticia del inicio.
Íbamos despacio, con cautela, pero en apenas tres meses hemos ido aprendiendo bastante gracias a la afluencia de pacientes repudiados de la medicina convencional porque no saben qué hacer con ellos. Si un médico todavía siente atractivo por los retos de los casos clínicos difíciles, si tiene apertura de miras y carece de prejuicios, se encuentra en un momento histórico espectacular, un desafío científico y un deber ético sin precedentes. Hemos de combinar la ciencia y la paciencia y dialogar mucho con los pacientes y entre los colegas que vemos este tipo de pacientes, los perjudicados por las vacunas. Hoy, el que más tiempo pase con estos pacientes, más experto se hará en el manejo de estas enfermedades emergentes. Este artículo no está escrito para meter miedo sino para describir una realidad que está ante nuestros ojos. Una realidad sombría pero esperanzada, como lo es la fe de los cristianos que creen en un Jesús muerto y resucitado.
Autor
- Luis Miguel Benito de Benito, médico especialista de Aparato Digestivo desde 2000 y Doctor en Biología Celular. Licenciado en Filosofía. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica por el Instituto de Salud Carlos III y Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencias Forenses por la UNED. Facultativo Especialista de Área del Hospital Universitario de El Escorial y Director Médico de la Clínica Dr. Benito de Benito desde 2011. Autor del libro "Coronavirus. Tras la vacuna" ISBN 978-84-9946-745-0
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Las vacunas según la medicina alopata moderna sirven para mejorar la inmunidad ante un microorganismo,cosa que no es cierta,pero es menos cierto aún que un virus sea un microorganismo y menos cierto aún es que un virus sea un patógeno y para colmo el famoso virus covid sólo era una secuencia informática, que jamás circulo en la población y todo esto no lo digo yo ,lo dicen muchos biólogos de renombre como STEFAN LANKA y otros biólogos como ALMUDENA ZARAGOZA y EDUARDO BENÍTEZ entre otros,la mejor vacuna es la que no se pone
No insista, José Luis, sigo aguardando que alguno de los que cita o usted mismo o todos juntos se avengan a un debate público conmigo sobre enfermedades infecto – contagiosas. Deje de rallar sin fundamento. Venga, debate ya o se calla, por favor.
La verdad, que es todo espantoso.
Después de pasar un mes con mi padre en el hospital y sacarle absolutamente de todo. Regreso a mi casa para enterarme que a mí vecino, le han detectado un cáncer en la garganta, este verano pasado perdió dos muelas tomando un yogurt y ningún médico le supo explicar que le pasaba.
Ahora tiene cáncer.
Este tiempo que he estado con mi padre, he oído más ambulancias por la calle que nunca, el hospital saturado de gente enferma, poco personal que hacían lo que podía.
Todo muy triste 😢