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Juan Luis Vives (1492-1540) fue un eminente y docto valenciano que, a pesar de su temprana muerte a los cuarenta y ocho años de edad, dejó tras de sí una obra escrita notable, cuya huella indeleble alcanzó e inspiró, entre otros, a los ilustrados Fray Benito Jerónimo Feijoo y don Gregorio Mayans y Siscar, quien recopilaría la obra de su coterráneo en ocho volúmenes entre 1782 y 1790. La figura de Vives mereció también la estima y elogio de ilustres pensadores como Marcelino Menéndez Pelayo[1], José Ortega y Gasset[2] o Gregorio Marañón[3]; y a este reconocimiento deben sumarse los monumentos erigidos en España para su recuerdo y homenaje. Pues cabe señalar que, a finales de aquel siglo XIX en el que tanto se impulsó la estatuaria pública para ornato de las ciudades e instrucción del pueblo con obras de calidad y ejemplos edificantes, se ordenaron y levantaron dos monumentos dedicados al insigne humanista: En 1880 se inauguró el primero de ellos, sito en el centro del Claustro Mayor de la Universidad de Valencia y realizado por don José Aixá Íñigo (1844-1920);  y en 1892, coincidiendo con la efeméride de su nacimiento, Pedro Carbonell (1854-1927) esculpió la figura de Vives que, junto a las efigies de Nebrija, Cervantes y Lope de Vega, preside la entrada principal de la Biblioteca Nacional en Madrid.

Juan Luis Vives (1492-1540) fue un destacadísimo latinista, gramático y profesor. Un humanista al que no queremos decir “filósofo”, “psicólogo”, “pedagogo” o “intelectual”, como a menudo se ha hecho, por dos razones: La primera, por el descrédito en que han caído tales términos; mancillados por quienes, traicionando su original prestigio y significado, los han pervertido y devaluado hasta hacerlos sinónimos de impostura y tinieblas. Y la segunda, por ser este asunto, en torno a la “corrupción de las artes” o saberes, tema al que el propio Vives presta singular atención y dedica su libro “Las disciplinas”.

Vives fue un sabio que, ante todo, dedicó su energía a combatir la oscuridad a que conducían la vanidad, la envidia y la soberbia; y el daño que la falsa erudición y el espíritu pendenciero ocasionaban a la verdad y la convivencia. A ese fin dirigió sus esfuerzos, en obras como Introductio ad sapientiam (1524); De concordia et discordia generis humani (1529); De pacificatione (1529); Las Disciplinas (De Disciplinis, 1531) y Ejercitación de la lengua latina (Linguae latinae exercitatio, 1539), también conocida por el título Diálogos sobre la Educación. Aunque podemos encontrar reflexiones sobre la educación en otros libros como El socorro de los pobres (De subventione pauperum, 1526), donde, por ejemplo, reivindica la instrucción y la recta guía en el “camino de la virtud” como la primera vía para corregir la pobreza; porque “todo el que necesita de la ayuda ajena es pobre y necesitado de misericordia, que en griego se dice limosna, que no consiste solamente en el hecho de dar dinero, como cree la gente, sino en toda obra por la que se alivia la indigencia humana”[4].

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Juan Luis Vives señala que la Educación empieza por la disciplina y el respeto a uno mismo y a los demás; lo que antaño se llamaba compostura, concepto hoy claramente en desuso: “La compostura del rostro y de todo el cuerpo muestra la disposición interior”[5].

Una disposición que a su vez se manifiesta exteriormente en el cuidado de la imagen y del verbo, que es otra vía por la que nos damos a conocer: “Que hay que ser limpios y pulcros en el vestido, en la comida, en las palabras mismas”[6].

Como Aristóteles, Vives señala la mímesis como la primera vía de aprendizaje, “pues por la imitación aprendemos”, pero no por ello limita o restringe el aprendizaje a la imitación mecánica de los modelos, pues el perfeccionamiento por el ejercicio y la búsqueda de la verdad puede llevar más allá. Al contrario, Vives invita a la “competencia y decidido propósito no sólo de igualar, sino de superar, si ello es posible”[7].

Frente a la cómoda y ciega fe en la autoridad, Vives sostiene que para invocar la sabiduría de quienes la alcanzaron en la Antigüedad deben mostrarse las mismas cualidades que acompañaron a aquéllos: “estudio, concentración de espíritu, desvelo y amor a la verdad”[8]. Un punto, éste último, sobre el que pivota toda la obra de Vives y que se manifiesta de forma elocuente en esta afirmación: “Si en algún punto, amigos míos, os pareciere atinado mi parecer, sostenedlo por verdadero, no por mío”[9].

Es más, en sentido contrario, son muchas las ocasiones en que Vives denuncia el engaño y la mentira: “[…] no hay cosa más fea que la mentira ni que tanto daño haga a la convivencia, que es mucho más justo que se destierre de la compañía de los hombres al mentiroso que al mismo ladrón o al que ha golpeado a otro o ha falsificado moneda. Porque, ¿qué concordia puede haber con el que dice una cosa y siente otra, tanto en el terreno de las palabras como en el de los hechos? Convivir con algún otro género de vicios es posible; con éste, no lo es”[10].

En esta línea, Vives advierte de que el ejercicio competitivo puede hacer perder el norte que siempre debe guiar el estudio; esto es, la sana búsqueda de la verdad: “La antigüedad instituyó las disputaciones entre los jóvenes para avivarles el seso y fustigar su diligencia para el estudio […] Esto mismo indica la voz disputaciones del verbo putare: podar y purgar el juicio. […] Mas luego, con el andar del tiempo […] no se atendió más que al triunfo, no al esclarecimiento de la verdad”[11].

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Porque la división en banderías y las disputas estériles por razones de poder alimentan  un orgullo mal entendido, no redundan en el esclarecimiento de los hechos y sus causas, y, por el contrario, enfrentan a los hombres y los alejan del honrado propósito que pudo en principio guiarles.

Expuesto lo anterior, Vives apela a la responsabilidad individual, recordando que, en última instancia, se nos dio libre albedrío para elegir bien o mal, y que en muchas ocasiones tenemos la libertad de elegir nuestro camino y corregir o paliar nuestra ignorancia: “que para aprender no hay edad tardía, como dice San Agustín, pues el que ignoren es culpa del hado, y el que no quieran aprender, es un crimen voluntario”[12].

[1] Historia de los heterodoxos españoles (1880).

[2] Conferencia “Vives y su mundo”, Buenos Aires, 12 de noviembre de 1940. En Obras Completas, Revista de Occidente, vol. 9.

[3] Artículo publicado en 1942, recopilado en la obra Españoles fuera de España.

[4] El socorro de los pobres, Capítulo II, “Las necesidades de los hombres”, Editorial Tecnos, Madrid, 2013, pp. 12-13.

[5] Ejercitación de la lengua latina o Diálogos sobre la educación. Biblioteca Leyes y Letras, Ilustre Colegio de Abogados de Madrid, 1998, p.250.

[6] Ibíd.

[7] Las disciplinas, Libro Cuarto, “De la corrupción de la Retórica”, Capítulo V, Ediciones Orbis,  Barcelona, 1985, p. 183.

[8] Op. Cit., Libro Primero, Capítulo V, “Con la ignorancia de la Dialéctica, como por una puerta abierta, penetraron en las ciencias muchos errores; con el descuido de los antiguos en investigar la verdad  y la división de las escuelas que se produjo, como por natural hastío de trabajo, experimentaron las artes mengua no pequeña”, p. 61.

[9] Las disciplinas, Parte Primera, “Causas de la corrupción de las artes en general”, p. 29.

[10] Ibíd., p. 251.

[11] Op. Cit., Capítulo VII, p. 70.

[12] Op. Cit., Capítulo VII, p. 76.

Autor

Santiago Prieto
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