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«Nosotros los vascos patriotas (…) no reconocemos Iglesia Española, Iglesia Francesa, ni Iglesia particular ninguna. Sólo reconocemos y acatamos a la Iglesia Cristiana Universal, que hoy tiene su Cabeza y Sede en Roma y por eso se llama Romana». (Sabino Arana. Junio 1903).
Los reiterados signos de acatamiento y sumisión al Vaticano, junto con la tenaz labor de propaganda entre el clero vasco, son, desde sus orígenes, una constante del nacionalismo sabiniano. Toda la obra de Arana, de hecho, está preñada de una invocación religiosa extrema. Según él, la independencia de Euskadi tiene como misión última apartarla del liberalismo, dominante en los gobiernos de la nación española, que es un «sistema que pretende hallar la libertad fuera de Dios y siguiendo los preceptos de Satanás», y alejarla de un pueblo, el español, que «siempre ha permanecido irreligioso e inmoral».
En esta cruzada, Sabino Arana acabará encontrando el respaldo absoluto del Vaticano y de la Iglesia vasca a su proyecto de Euskadi, proyecto al que el dirigente socialista bilbaíno Indalecio Prieto calificó de Gibraltar vaticanista («Estos del PNV quieren convertirse en un Gibraltar vaticanista»).
Para comprender el fenómeno de la conversión del clero vasco en una fuerza de choque del nacionalismo sabiniano, así como la del PNV en uno de los brazos armados del Vaticano en España, es necesario remontarse al período anterior a la aparición del propio nacionalismo, a las guerras carlistas.
¡Viva la Santa Inquisición!
Este es uno de los gritos que resuenan en el alzamiento de la primera guerra carlista. La desamortización de Mendizábal, la expropiación y venta de las yermas tierras de cultivo propiedad de las órdenes religiosas, es la razón de fondo. La abolición del tribunal de la Inquisición el pretexto moral. Si el Vaticano y la jerarquía eclesiástica española lo apoyan sin reservas, aunque sin cerrar nunca las puertas a las negociaciones con Madrid, es en el seno del clero vasco donde la reacción será más amplia y radical. Posiblemente ello se deba a la tardía cristianización de Euskadi, lo que, unido a la presencia omnipotente de las milicias jesuíticas, permite que allí la Iglesia se mantenga todavía fuerte y pujante, frente a la irreversible decadencia en que ha entrado en el resto de España. Lo cierto es que los curas rurales vascos se convierten en el arquetipo del «cura trabucaire», fenómeno que perdurará durante muchas décadas, llegando hasta nuestros días.
Tras el final de la última guerra carlista, con el pacto entre la alta burguesía financiera y la aristocracia terrateniente, el carlismo se queda sin su sostén decisivo: el sector de la alta nobleza que comprende que una vuelta al Viejo Régimen es imposible y negocia su ubicación política y social con las nuevas clases emergentes en el modelo de la Restauración. Las masas campesinas de la Euskadi profunda, que habían levantado la bandera fuerista del carlismo como defensa de sus libertades y derechos de propiedad comunales frente al desarrollo del capitalismo en el campo, quedan desamparadas y des encuadradas políticamente. Otro tanto ocurre con el bajo clero rural y amplios sectores de la Iglesia. El integrismo católico de Sabino Arana vendrá a llenar este vacío.
Desde el primer momento, Arana entiende la importancia decisiva de ganarse a la Iglesia para el desarrollo del nacionalismo en Euskadi. Buena prueba de ello es la temprana e intensa actividad de propaganda hecha por el PNV entre los clérigos. Todos los periódicos y libros editados por Sabino y Luis Arana son enviados sistemática y gratuitamente a los superiores y casas de religiosos de toda Vizcaya. Al mismo tiempo, el Bizcaya Buru Batzar recoge información sobre los curas de toda la provincia. Esta es la situación que hemos vivido hasta hace pocos años. Gracias a Dios las vocaciones en el clero vasco están en fase de extinción.
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