01/02/2025 18:55

Luis María Anson:

Te percibo congestionado de vida, se te filtra por la piel como una exhalación permanente. Queda poco. He soñado contigo en una especie de rara duermevela provista de recuerdos personales. Los sueños significan tanto como podamos intuir y últimamente amanezco recordando donde tú apareces. Dirigido por ese tipo de intuición premonitoria, me dirijo a ti en la última carta antes de marches a recoger la siembra de tu vida.

Antes de la llamada definitiva quiero retomar y por última vez, lo que hace años fue una cura de humildad para ti, egregio Anson, quien descabalgado por la edad de los planes del futuro, cada vez que entras en tu despacho, con la brisa de la puerta se confunde el corte del aire por una guadaña invisible que la Parca sostiene especialmente para ti. En esa ancianidad aferrada a la vida sucumbe también tu fiel escudero de juegos rastreros Joaquín Vila. Ambos respiráis todavía, aunque la putrefacción os ha supurado por una moral enferma que en la agonía pedirá cuentas pendientes. ¡Y son tantas!

A Dios no se le engaña, Luis María Anson, Ansón si castellanizamos esas ínfulas de señorío, a diferencia de los hombres que tragan con el cebo de la mentira no hay verdad oculta: la que permite progresar con dudosas artes o beneficiarse con injustas tramas, ocultadas por el paso de los años.  Sólo hay verdad a la que temer si las siembras son difusas, sólo Justicia sin subterfugios  allá donde se encamina el sino de los pasos. Los bienes atesorados no caben en el exiguo espacio de una tumba y menos el ego endiosado de quien tiene por destino, como el de todos pese a la acumulación de méritos, ser devorado por gusanos. Pues con ese trance nos vemos en la vida que a la juventud importa poco y más si babea por alcanzar la cima, el culmen de una carrera de luces y, entre bambalinas, sombras.

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Vanidad de vanidades y sólo vanidad…

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Antes de que marches allá donde el respeto ha de ganarse con buenas obras, te invito a reflexionar sobre el alcance luctuoso de la vanidad cuando se aproxima el fin de la existencia. Desde la perspectiva de la lógica el espejismo de los honores se diluye con la cercanía de la muerte que no razona. Llegada la hora del balance, acaso sólo se mira el día después, como otro que pasará en tiempo de descuento; paso tras paso hacia los albores de un cementerio que inmoviliza por obligación el devenir del mañana. Así que mejor los deberes hechos del espíritu y el desarraigo de la ambición terrena. Y no creas que la Extrema Unción te limpiará por abracadabra y arte póstumo de birlibirloque la intencionalidad hasta el juicio final. La hipocresía es marchamo de los epulones que luego se quejan en sempiterna letanía, alejados de los lázaros que obraron con mayor sapiencia e instinto espiritual.

Luis María Anson, henchido de alabanza y abandonado por la prudencia, te llevarás contigo el currículum de glorias que no aprovechan, el secreto de tu éxito marchito, la memoria que allí te olvida. Reflexiona y recula. Querrás escuchar, con el oído de un deseo eterno, odas selectas a tu consumida persona y descubrirás que tus tesoros terrenos, tus conspiraciones por el éxito, la artificiosa siembra de una dignidad extraviada, serán paladas de azufre que te enterrarán la ambición y te pudrirás con los méritos inanes del gozo yaciente que es la vida aparente, sin nada que llevarte lejos del engaño de las apariencias. Te doy la oportunidad de sincerarte antes de marchar; sincerarte contigo mismo y con Dios. No se lo digas a nadie, pero date la oportunidad de que te escuchen en el silencio de una humildad decisiva.

Lento crepitar de alas batientes, libélula en llamas de alma derrotada, efímera gloria de la conciencia dormida, toda la vida es nada, enfrentando la mirada perdida al destino de la tumba… Luis María, en un momento de tedio que te aleje del mundanal ruido de los espejismos… reflexiona con Dios que todo lo ve.

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A ti me dirijo por si se enciende una vela de esperanza que ilumine tu conciencia desnuda, lejos de la parafernalia artificiosa de las distinciones… A Joaquín Vila ni me molesto. Su destino inmortal es revolverse, ebrio de desesperación, en la tumba con su semillero de maldad… A no ser que haya hecho ya su penitencia.

Ignacio Fernández Candela

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Autor

Ignacio Fernández Candela
Ignacio Fernández Candela
Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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