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Enric Prat de la Riba, presidente de la Mancomunidad de Cataluña y uno de los firmantes de las Bases de Manresa, estuvo vinculado a aquellos hombres, los de la factoría Renaixença, los cuales empezaron a considerar que la cultura y la lengua catalana merecían un reconocimiento que hasta ese momento no había tenido.

 

No lo tuvo porque a ninguno de ellos les interesó. Durante siglos estuvieron más interesados en otras historias y el catalán y la cultura ya formaban parte de la vida cotidiana, sobre todos en los pueblos del interior, no mereció consideración por parte de las elites que dirigían el país.

 

Fue el Carlismo quien les hizo ver este hecho diferencial, por llamarlo de alguna manera. En La nacionalitat catalana escribe:

 

Al hablar de nuestra lengua, de nuestro derecho, de nuestro teatro, tratando de la lengua, el derecho el teatro de Castilla, ya no nos disculpamos como de una falta de tener también una lengua, un derecho, una literatura propia. Administramos la monstruosa coexistencia de las dos culturas, de las dos psicologías sobrepuestas de inferior a superior, e incluso queríamos encontrar un fundamento”.

 

Si bien era cierto que existía una lengua, nadie la había regulado. Eso quiere decir que se escribía de diferente manera según la provincia, sin reglas y todo estaba permitido. El encargado de reorganizar el catalán fue Pompeyo Fabra. Este publicó, en 1912, Gramática de la lengua catalana. El titulo no está traducido, la publicó en castellano. En 1932 se puso a la venta su Diccionari y el catalán fue oficial en la Universidad de Barcelona. Con lo cual, no hace ni 100 años que el catalán tiene su propia gramática oficial.

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Pompeyo Fabra, solo al final de su vida se cambió el nombre por Pompeu, no era filólogo, sino ingeniero industrial. Aficionado a la lingüística, consiguió hacerse famoso por esto y no por su profesión. Alguien tenía que dar forma a la gramática. Él estaba por ahí y el catalán que se escribe hoy en día es gracias a Fabra.

 

Josep Pla, que conoció a Fabra, decía que no sabía demasiada filología. El problema o la motivación, como dijo Prat de la Riba, es que un país debe tener su lenga y estar regulada gramaticalmente. Se ideologizó su literatura y lo encumbraron y laurearon como el mejor lingüista de Cataluña. Tampoco no había ninguno más hasta que apareció Joan Coromines.

 

Autor

César Alcalá
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