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«La conquista la hicieron los indios y la independencia, los españoles[2]»
Las primeras décadas del siglo XIX fueron un tiempo de enorme convulsión para España, una potencia seguramente venida a menos pero todavía con la suficiente personalidad y nervio como para no rendirse fácilmente ni caer sin luchar .
La semilla de las ideas de la Ilustración dio finalmente por fruto la Revolución Francesa, sin la cual es imposible comprender no sólo los acontecimientos que le siguieron en los años venideros sino tampoco el surgimiento de las ideologías modernas, ni la misma mentalidad con que el capitalismo globalista y su aliada la izquierda tan machaconamente nos bombardean desde todos los frentes. Pero en España la Revolución encontró resistencia, y ello a pesar de las élites traidoras que tiempo ha hundieron sus garras en las entrañas del pueblo español. La Guerra de la Convención o la Guerra de la Independencia —verdadero ejemplo de gallardía popular— son ejemplos de ello. Como no podía ser de otro modo, lo sucedido en esos años se vería reflejado en la España de ultramar.
La invasión francesa de nuestra tierra, el cautiverio de Fernando VII en manos de Napoleón y la imposición de su hermano José como rey provocaron que los españoles se alzaran en armas pero también una pérdida de autoridad. Estos sucesos y la corrosión de las ideas liberales también en América fueron el detonante de los disturbios en los virreinatos hispanoamericanos que darían lugar a las guerras de independencia. Aunque muchos hoy en día piensan, incluso en España —o más bien, sobretodo en España— que los pobres indios sometidos a la esclavitud quisieron librarse del poder peninsular, lo cierto, para escándalo de ignorantes, es que los indios, en una proporción que ningún biempensante occidental puede imaginar, lucharon a favor de conservar su religión, en defensa de su rey y de España. La razón es muy sencilla:
«Nosotros, en fuerza de los principios santísimos […] hemos vivido satisfechos y contentos con nuestras leyes, gobiernos, usos y costumbres. […] No podemos comprender con qué autoridad se han formado aquestas revoluciones, pretendiendo con la fuerza, o sujetarnos o destruirnos al mismo tiempo que se decanta la libertad[3]».
Esto permitiría comprender el hecho de que «(…) la mayoría de las tropas españolas estaban compuestas por indios y negros criollos que abrazaban la causa realista en defensa de la monarquía española, lo que permite concluir que la guerra de independencia de nuestras antiguas provincias sudamericanas fue una auténtica guerra civil entre españoles nacidos en su mayoría en el nuevo continente[4]». Y esto no sólo en Pasto y Patía, sino de forma generalizada[5].
Pero la Leyenda Negra y la indigencia formativa a la que han sido sometidos los españoles —y también los hispanoamericanos, para qué engañarnos— pesa como una losa, tanto que la mayoría piensa todavía que sencillamente hubo una labor de rapiña. Por supuesto que hubo excesos, como en se producen en cualquier empresa llevada a cabo por el ser humano, pero la política de la Monarquía no fue extractiva en absoluto. El motor de la misión española en América fue la evangelización, y quien no sea capaz de comprender esto es que no ha entendido absolutamente nada, probablemente porque la mentalidad materialista moderna se lo impide. Pero no es el objeto de estas líneas glosar las bondades y miserias de la presencia de España en América, sino dejar testimonio de la heroicidad de unos pueblos indígenas que rompen todos los esquemas del progre occidental. Y en el Virreinato de Nueva Granada es donde nos vamos a centrar para dejar ese testimonio.
Mapa del Virreinato de Nueva Granada.
La ciudad de Pasto. ¡Honor a los pastusos!
La actual Colombia, Panamá, Venezuela, Ecuador y partes de Perú, Brasil, Guayana, Nicaragua y Costa Rica formaban el citado virreinato. Y al suroeste de lo que hoy es Colombia se hallaba la ciudad de Pasto, con una población mayoritariamente de indios y mestizos pero también con un porcentaje de blancos importante, cercano al 40%. Los pastusos vivían bien, tranquilamente, y por tanto nada querían saber de alzarse contra su rey ni de independizarse de España; ninguna necesidad tenían de tal cosa. Pero los republicanos de ninguna manera estaban dispuestos a permitir que se les opusieran; les impondrían la «libertad».
Como decíamos antes, con la invasión napoleónica se crea una situación de absoluto desorden en España. El vacío de poder lleva a que se formen juntas de gobierno no sólo en la península, sino también en América. Si bien inicialmente parecía que estas juntas permanecerían fieles a Fernando VII, acabarían derivando en una rebeldía contra el monarca y contra España. En Quito (actual Ecuador), en 1809, las autoridades legítimas fueron destituidas a causa de una revuelta y se formó una de estas juntas, que publicó un documento deliberadamente ambiguo donde no mostraba una oposición clara al rey pero sí dejaba ya entrever lo que vendría. Este documento llegó a San Juan de Pasto, donde causó un profundo rechazo. Tal fue la oposición que los pastusos pidieron al cabildo armas para defenderse si eran atacados por los republicanos, declarándose dispuestos ««a sacrificar la última gota de sangre para la defensa de la religión, del rey nuestro señor don Fernando VII, de la patria y de nuestras legítimas potestades[6]».
Pero la situación no era propicia para los pastusos en caso de tener que defenderse, como así sería. Los separatistas eran superiores en número y tenían más y mejores armas. Atacaron Pasto y derrotaron a los realistas, arrasando la ciudad, y el ejército pastuso se dispersó por las montañas. Con el tiempo, los vecinos irían volviendo a sus casas y se produjeron revueltas. Los pastusos que habían escapado junto con hombres de Patía e indígenas de los alrededores se organizan y reconquistan Pasto en mayo de 1812 tras un duro combate. Quito fue también reconquistada. Como se verá, este toma y daca será constante hasta la victoria final de Bolívar y los suyos.
Ya en 1814, los independentistas reorganizan sus filas de la mano del general Antonio Nariño en la ciudad de Popayán, adonde se dirigen también los realistas; toman la ciudad sin oposición, pues ha sido abandonada. Finalmente, ambos ejércitos se enfrentarán fuera de la ciudad saldándose favorablemente a los intereses republicanos. Los pastusos vuelven, pues, a Pasto. Entre ellos se destacaría en los combates un hombre con un coraje excepcional, Agustín Agualongo, un mestizo muy bajito pero de complexión fuerte y de un valor excepcional. Participa en los combates contra los republicanos y por su actuación en la reconquista de Pasto en 1812 sería ascendido a cabo. Obtendría el grado de sargento primero tras combatir contra las tropas de Nariño.
Agustín Agualongo Cisneros, militar realista (San Juan de Pasto, 25/8/1780 – Asunción de Popayán, 13/7/1824). Alcanzó, como mínimo, el grado de coronel del ejército español.
En 1816 llega a Nueva Granada el general Morillo desde España. Hace llegar a Pasto una proclama alabando la bravura de sus habitantes. Informa al cabildo de la concesión de ciertos honores y de que cuenta con tropas. Mientras tanto, Agualongo asciende al grado de subteniente. Se forma un pequeño ejército que se dirige a Popayán; se enfrenta y vence a los rebeldes. Habrá un periodo de tres años de paz, hasta 1819. Pero en septiembre de ese año se pierde Boyacá y el Virrey Sámano huye de Santa Fe. Las escasas tropas realistas se retiran al único baluarte que les queda, San Juan de Pasto. El virreinato está casi perdido. Quito pide ayuda para combatir a los rebeldes y Agualongo es uno de los que parte en su socorro.
Estamos ya en 1821 y los republicanos llevan desde 1809 intentando someter a los pastusos. La pertinaz resistencia, la bravura y las humillaciones que les han infligido durante estos años hacen que el odio de los separatistas hacia ellos sea enorme. Bolívar quiere domeñar a los pastusos definitivamente, para lo cual envía 2.000 hombres. Caen en una trampa y los realistas les derrotan en Genoy. Los rebeldes, además, vuelven a ser derrotados en Patía y Bolívar pasa a encabezar su ejército. Se enfrentará en Bomboná a los realistas pero no podrá vencerles. Les hace retroceder en un momento dado, ciertamente, pero antes de eso habían perdido las banderas y las municiones del campamento de dos regimientos. Bolívar tiene que volver por donde había venido. Pero posteriormente, en mayo de 1822, los realistas serían derrotados en la batalla de Pichincha. El general realista Basilio García se daría cuenta de la situación insostenible y le mostraría a Bolívar su disposición a aceptar un armisticio honroso, que aceptó. Pero los pastusos no estaban conformes con esto. Bolívar entra en Pasto pero los vecinos no aceptan el pacto firmado por sus dirigentes. Agualongo, que por entonces ya era capitán, se retira con su ejército a las montañas y comienza una guerra de guerrillas. Bolívar deja en Pasto una guarnición.
En octubre de 1822, un carismático teniente coronel, Benito Boves, prisionero en un fuerte republicano, logra fugarse y llegar a Pasto. Encabezará la guerrilla con Agualongo como lugarteniente y atacarán Pasto entrando en la ciudad al grito de ¡viva el Rey! El general García, que con su cobarde actitud se había ganado la enemistad del pueblo pastuso, tuvo que huir para evitar su ira. Los realistas, con la moral alta, organizan una expedición[7] para atacar Túquerres, defendida por el general Antonio Obando. Éste logra escapar y llegar a Quito. Bolívar, harto ya de lo pastusos, forma una expedición para destruirlos de una vez por todas, y pone al mando al general Antonio José de Sucre, amigo suyo que ya había vencido a los realistas en Pichincha. Pero los realistas zurraron de lo lindo a los separatistas en la llanura de Taindala cuando se enfrentaron en el mes de noviembre. Aun así, los rebeldes son superiores en número y en medios. Un mes después Sucre recibe ayuda y ataca a las tropas de Boves y Agualongo, que tienen que retroceder y son dispersados, quedando expedito el camino a Pasto para los republicanos. Boves consigue huir y regresa a España. Los pastusos que se rinden son asesinados sin piedad y los que escapan se refugian en las montañas. El día de Nochebuena los republicanos llegan a Pasto; la ciudad está fortificada y defendida por 2.200 hombres pero finalmente son derrotados. Merchancano, el gobernador de Pasto, y Agualongo huyen a las montañas. Los alzados se ceban con los pastusos sin ningún tipo de miramiento durante tres días cometiendo todo tipo de salvajadas. Este episodio se conoce como la Navidad Negra.
Pasto: Luchar hasta el final
El 2 de enero de 1823 Bolívar llega a Pasto y recrimina a los lugareños su «traición». Ordena una leva de 300 jóvenes para llevarlos a luchar al Perú. El día 14 abandona la ciudad y deja al general Bartolomé Salom como gobernador. Éste encarcela a 1.200 vecinos y los envía a Quito. Solo 400 llegarán vivos a su destino a causa de suicidios, motines y fusilamientos. Pero Salom también deberá abandonar Pasto, quedando en su lugar como gobernador Juan José Flores.
Los pastusos que habían escapado se organizan nuevamente. Son principalmente gente humilde y elegirán como jefe militar, por supuesto, a Agustín Agualongo, mientras que Estanislao Merchancano sería el líder civil. «A ellos se unirán los más pobres, campesinos y pequeños artesanos, indios, mulatos y negros, gente sencilla que creían defender una causa justa. (…) Hombres fieles a unos principios y a unas creencias por las que estaban dispuestos a morir si fuera necesario: su amor y lealtad a España, a su rey y a la religión católica[8]». Estos hombres, mal armados, se enfrentarán a Flores en junio de 1823. Son un millar y tienen sólo 200 fusiles, por lo que el resto va al combate con lo que buenamente puede, para que se hagan una idea de la determinación de estas buenas gentes. Flores, con más hombres y medios, se confía, pues no les supera en valor, desde luego. Envía a su caballería pero es derrotada; pierde 200 hombres y 300 son hechos prisioneros. Los pastusos, además, se hacen con sus armas y municiones. Es un desastre para los republicanos. Pasto, pues, es realista otra vez. Merchancano y Agualongo publicaron una proclama bastante clara sobre los motivos que movían a los pastusos:
«[…] habéis sufrido el más duro yugo del más tirano de los intrusos, Bolívar. La espada desoladora ha rodeado vuestros cuellos, la ferocidad y el furor han desolado vuestros campos, y lo que es peor, el francmasonismo y la irreligión iban sembrando la cizaña. […] Ahora es tiempo, fieles pastusos, que uniendo nuestros corazones llenos de un valor invicto, defendamos acordes la religión, el rey y la patria, pues si no sigue en aumento nuestro furor santo en defender los más sagrados derechos, nos veremos segunda vez en manos de los tiranos enemigos de la iglesia y de la humanidad[9]».
Bolívar, al tener conocimiento de todo lo acontecido, debe suspender el envío de tropas al Perú para hacer frente a los obstinados pastusos.
Agualongo, con la moral alta tras esta victoria, decide cambiar su estrategia y pasa de la guerrilla a organizar un ejército para atacar a los rebeldes. Quiere ir a Quito al encuentro de Bolívar. Con 1.500 hombres y sólo la mitad con mosquetes, se topan con la caballería republicana, que huye. Bolívar pretende, en realidad, atraer a Agualongo a campo abierto, cosa que finalmente no consigue, por lo que vuelve donde estaba a esperar más tropas. Mientras, los realistas ocupan Ibarra. Agualongo se confía, pensando que el enemigo estaba más lejos. Mientras los realistas descansan y limpian sus armas tras la larga marcha desde Pasto, los republicanos atacan y les pillan por sorpresa y dispersados. El comportamiento de los pastusos fue heroico pero fue una auténtica carnicería. Al factor sorpresa se añade la superioridad numérica y armamentística de los de Bolívar, que encabezaba personalmente las tropas separatistas. Viendo lo que allí acontecía, algunos mandos independentistas ofrecieron la rendición a los pastusos, que rehusaron. Los que consiguieron huir llegaron como pudieron a Pasto perseguidos por los generales Salom y Barreta.
Tras la Batalla de Ibarra, Bolívar escribe una carta al vicepresidente Francisco de Paula Santander donde muestra el odio visceral que siente por los pastusos:
«Logramos, en fin, destruir a los pastusos. (…) no se puede saber si todos los pastusos han caído o no. (…) Yo he dictado medidas terribles contra ese infame pueblo. (…) Pasto es la puerta del sur [y] (…) por consiguiente, es de necesidad que no haya un solo enemigo nuestro en esa garganta. Las mujeres mismas son peligrosísimas. Lo peor de todo es que cinco pueblos de los pastusos son igualmente enemigos, y algunos de los de Patía también lo son. Quiere decir esto que tenemos un cuerpo de más de 3.000 almas contra nosotros… Desde la conquista acá, ningún pueblo se ha mostrado más tenaz que ese. (…) Ya está visto que no se pueden ganar, por lo mismo es preciso destruirlos hasta en sus elementos[10]».
El general Salom entra en Pasto sin oposición alguna y reprime duramente a algunos religiosos y a los sospechosos de simpatizar conla causa realista. Mientras tanto, Agualongo consigue reclutar 300 hombres. Cuentan con sólo 200 fusiles pero, pese a ello, sitian Pasto. Los republicanos consiguen huir y los fieles al rey y a España recuperan su feudo, por increíble que parezca. Salom, lógicamente, deberá dar explicaciones a Bolívar sobre lo sucedido, al que referirá que «no es posible dar una idea de la obstinada tenacidad y despecho con que obran los pastusos; si antes era la mayoría de la población la que se había declarado nuestra enemiga, ahora es la masa total de los pueblos la que nos hace la guerra, con un furor que no se puede expresar. Hemos cogido prisioneros muchachos de nueve a diez años[11]».
A Salom le sustituirá el general José Mires, que atacará Pasto. La ciudad cambiará de manos dos veces, quedando finalmente en manos republicanas. Mires será sustituido por el general Flores, que odiaba profundamente a los pastusos y que recibirá 2.500 hombres de refuerzo. Agualongo intentará recuperar la ciudad.
El general Santander envió una carta a los líderes realistas instándoles a acabar con su resistencia y advirtiéndoles de que era humanamente imposible que triunfaran. La respuesta de Merchancano fue una bravuconada de proporciones épicas:
«(…) mas como ésta [Pasto] ha tomado la defensa de los principios de la Religión, no entraré en otra negociación [con el gobierno republicano], no siendo en la de que Colombia rinda las armas y vuelva al rebaño de donde se descarrió desgraciadamente, que es la España y sus leyes; de lo contrario tendrán sus hijos la gloria de morir por defender los sagrados derechos de la religión y la obediencia al Rey, su Señor natural, primero que obedecer a los lobos carniceros e irreligiosos de Colombia[12]».
El 6 de febrero de 1824 los realistas entran hasta la plaza principal de Pasto al grito de ¡viva la Religión! ¡viva España! y ¡viva el Rey! Atacaron por sorpresa entrando por los ejidos, que estaban desprotegidos. «La lucha fue salvaje, brutal, con descargas a quemarropa, en las que los cuchillos rebanaban el cuello de sus víctimas o el hierro o la pica atravesaban el corazón de los que suplicaban clemencia[13]». Pasto vuelve a manos realistas. Flores contraataca y lucha durante tres días, recuperando de nuevo la ciudad. Hace 200 prisioneros y son fusilados al momento. La mayoría de los guerrilleros vuelve a las montañas excepto Agualongo y un pequeño grupo de hombres, que resisten dentro del convento de las monjas concepcionistas. Finalmente, Agualongo aprovecha un descuido del enemigo para escapar con sus hombres.
Agualongo intenta reunir de nuevo un ejército para recuperar Pasto, pero unos desertores realistas informan a Flores del lugar donde se encuentran y éste les ataca pillándoles desprevenidos, imponiéndose pese a la bravura de los pastusos. La mayoría son fusilados. Agualongo no es capturado pero cada vez son menos y peor preparados. Por suerte, en mayo se le une la facción de Jerónimo Toro, un coronel mulato, compuesta mayormente por negros e indios. Son, en total, más de 300. Se dirigen hacia la costa, a la ciudad de Barbacoa. Esperaban conseguir allí recursos y recibir la ayuda de un corsario español llamado el Brujo. Tenía pocos hombres, pero Agualongo «pretendía mantener viva la llama de la causa del rey para apoyar a las tropas españolas que todavía resistían y controlaban una gran parte del Perú», y asalta el puerto fluvial de Barbacoas el 30 de mayo de 1824. La ciudad contaba con una guarnición de 80 soldados y 200 milicianos, y el gobernador, Cipriano de Mosquera, estaba informado de que se preparaba un ataque contra ellos. La ciudad quedó reducida a cenizas, pero rechazó el ataque. «Calcularon [los realistas] mal sus posibilidades o puede que sobrevaloraran sus fuerzas, pero el desprecio a la muerte demostrado confirmaba que su lema seguía siendo la victoria o la muerte. La derrota supuso una verdadera catástrofe para las huestes de Agualongo[14]». Volvió por donde había venido y el gobierno separatista dictó orden de matarlo a quien le viera.
Agualongo había dejado un pequeño grupo de hombres vigilando un hospital en El Castigo y mediante un mensajero les envió un correo; no sabía, obviamente, que los heridos del hospital habían sido hechos prisioneros e incluso fusilados por el enemigo, que interceptó el mensaje. En su escrito explicaba los hechos de Barbacoas y pedía alimento para sus hombres y para él en determinados lugares.
Así pues, sabiendo donde se dirigía, finalmente los republicanos, al mando de Obando, tienden una emboscada a Agualongo y le capturan junto con bastantes de sus hombres. Serán conducidos a Popayán. Por el camino, Agualongo le pide a Obando que indulte a Merchancano, que no ha sido capturado y permanecía escondido. Obando, que había sido primeramente realista, se lo concede. Agualongo escribe a Merchancano informándole, pidiéndole además que no vaya a Pasto, donde gobierna el coronel Flores, que tantas humillaciones había sufrido por parte de ellos y que tanto resentimiento acumulaba. Pero Merchancano tenía su familia en Pasto, y allí va confiando en que habiendo sido indultado se respetará su vida. Pero el miserable de Flores no cumplirá. Tras hacerle creer que, efectivamente, será respetado, incluso después de reunirse con él en varias ocasiones, le aconseja una noche que acepte la escolta de un capitán en su camino a casa, pues temía que algo malo le sucediera. Este capitán, por orden de Flores, decapita a Merchancano a machetazos. Fue tal el escándalo que el infeliz y asesino capitán fue arrestado por orden del propio Flores, no sin merecimiento. Ordenó fusilarle y se salvó gracias a la intercesión de los religiosos; fue liberado y puesto al mando de tropas republicanas, muriendo finalmente en combate.
Agualongo y sus hombres serían «juzgados» en Popayán por conspiración contra la república y condenados a muerte. Agualongo, en pie, dijo:
«De la tierra en que yo muera, surgirá como una espiga, roja y negra, de la pólvora y la sangre, mi bandera[15]».
Los que les acusaban de asesinos eran los que realmente habían cometido toda clase de barbaridades y desmanes. Agualongo tenía muy claro lo que defendía y prueba el modo en que vivían los pastusos sus palabras en respuesta a los republicanos que durante el juicio defendieron la legitimidad de la rebelión:
«Independencia sin libertad no quiero, un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre».
Oficiales republicanos intentaron que Agualongo jurara la constitución colombiana a cambio de su vida, e incluso le ofrecieron conservar su graduación militar integrándose en el ejército republicano. Se negó. Pidió morir con su uniforme de coronel del ejército español y le fue concedido. Se le volvió a ofrecer una última vez salvar su vida a cambio de claudicar, a lo que Agualongo respondió:
«Si tuviera veinte vidas, estaría dispuesto a inmolarlas por la religión y por el rey de España[16]».
Los bravos realistas murieron, además, sin vendar por petición propia. No está claro si Fernando VII llegó a concederle a Agualongo los galones de general. Aunque nadie sabía dónde estaban sus restos, lo cierto es que el bravo militar fue enterrado en la Iglesia de San Francisco de Popayán, la ciudad en la que fue fusilado. Sus restos mortales fueron trasladados a Pasto en 1983.
Monumento a Agualongo.
Los pequeños focos realistas que aún quedaban en Pasto fueron eliminados. La región estaba, además, arruinada, y la población que quedaba, descompensada en cuanto a la proporción de mujeres y hombres. Las ejecuciones de antiguos realistas, además, continuaban.
Obando fue nombrado gobernador de Pasto. Puso orden y poco a poco los pastusos se hicieron a la idea de que las cosas habían cambiado.
Bolívar fue proclamado dictador de la Gran Colombia el 27 de agosto de 1828. Su política provocó un gran rechazo. Los generales José María Obando y José Hilario López se sublevaron en Pasto reclamando libertades públicas. Obtuvieron un tratado favorable por parte de Bolívar (Tratado de la Cañada de Juanambú), que ignoraba que ya podía disponer de las tropas que habían estado luchando en el Perú para imponerse a los alzados Obando y López, pues habían salido vencedores y ya estaban disponibles. Obando y López se enteraron antes que Bolívar y aprovecharon la ignorancia de éste para la firma de tan favorable tratado. Con la firma, pues, Bolívar entraría en Pasto el 8 de marzo de 1828 escoltado por Obando y López.
Es una verdadera pena comprobar cómo estos hechos absolutamente épicos son ignorados por los propios españoles. Quede aquí este pequeño testimonio y homenaje a unos pueblos fieles y valerosos que lucharon y sufrieron en defensa de su identidad, su libertad, sus leyes, su religión y su rey.
[1] La fuente principal para la elaboración de este artículo es: José Enrique López Jiménez. ‘La lealtad olvidada. Agustín Agualongo y la Ciudad de Pasto’. Autoeditado mediante Amazon. 2016. El libro es ameno y bien documentado. Recomendamos su lectura.
[2] Numerosos historiadores sustentan lo sintetizado en esa frase. Como mero ejemplo, la entrevista de Víctor-M. Amela a Juan Eslava en la contraportada de La Vanguardia, el 27/9/2019: P: ¿Ah, no la hacen los indios? [la independencia] R: ¡No! Los indios no participaron en la independencia, la hacen las familias españolas, los llamados criollos, como Bolívar, que escribe esto de los indios: “Todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros”. El indigenismo y bolivarismo de líderes políticos hoy es una falsificación. Por ignorancia.
[3] Gustavo S. Guerrero. Documentos históricos de los hechos ocurridos en Pasto en la guerra de Independencia. Pasto: Imprenta del Departamento, 1912: Comunicación del cabildo de Pasto al general Antonio Nariño. Pasto, 3 de abril de 1814. Citado en Jairo Gutiérrez Ramos. Los indios de Pasto contra la República. Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH). Bogotá, 2012. Pág. 182.
[4] José Enrique López Jiménez, 2016. Op. Cit. Pág. 2.
[5] «[…] en general, los indios se alinearon en las guerras de independencia del lado del rey. Las razones para ello fueron múltiples y diversas, pero sin duda la más poderosa y obvia fue la percepción que se tenía del monarca español como una especie de padre protector». Jairo Gutiérrez Gómez, 2012. Op. Cit. Pág. 248.
[6] Elías Ortiz, Sergio. ‘Agustín Agualongo y su tiempo’. Pág. 22. Editorial Elocuencia. Bogotá, 1987, citado en José Enrique López Jiménez, 2016. Pág. 23.
[7] «Los milicianos campesinos (…) apenas tuvieron conocimiento de las intenciones de Boves de derrocar al gobierno republicano, acudieron en masa a apoyarle y aportaron las armas que cada uno había podido conservar». Jairo Gutiérrez Gómez. Op. Cit. Pág. 216.
[8] José Enrique López Jiménez. Op. Cit. Pág. 94.
[9] Documentos referentes a la batalla de Ibarra con la narración histórica de la campaña de Pasto. Cristóbal de Gangotena y Jijón. Quito: Talleres Tipográficos Nacionales, 1923. Citado en Jairo Gutiérrez Ramos, 2012. P. 228-229.
[10] Francisco de Paula Santander. Cartas Santander-Bolívar 1823-1825. Tomo IV. Pág. 96-97. Biblioteca de la Presidencia de la República. Bogotá, 1988. Citado en José Enrique López Jiménez, 2016. Pág. 119.
[11] José Manuel Restrepo. Historia de la revolución de la república de Colombia. Tomo III. Imprenta de Jacquin. París. 1858. Pág. 362. Citado en José Enrique López Jiménez, 2016. Pág. 129.
[12] Isidoro Medina Patiño. Bolívar, genocida o genio bipolar. Impresión Visión Creativa. Colombia, 2009. Págs. 187-189. Citado en José Enrique López Jiménez, 2016. Pág. 138.
[13] José Enrique López Jiménez. Op. Cit. Pág. 140.
[14] José Enrique López Jiménez. Op. Cit. Pág. 150.
[15] José Enrique López Jiménez. Op. Cit. Pág. 160.
[16] Hamilton, John Potter. Viajes por el interior de las provincias de Colombia. Parte 6. Imprenta del Banco de la Republica. Bogotá, 1955 (reimpresión). Citado en José Enrique López Jiménez, 2016, pág. 161.
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