
¡Qué vergüenza, qué tristeza, qué repulsión comprobando vuestras entregadísimas valentías contra ciudadanos que no os golpean! Robocops insanos de una estado represor, apéndice de una dictadura de criminales. ¿Dónde queda vuestra conciencia olvidando el afán del servicio? Vuestro jefe es un retorcido amoral de acerada frialdad desde un ministerio llevado con métodos propios de tiranos. Reconozco el asco que me provoca ver al taimado Marlasca con esa voz meliflua que me recuerda al cinismo de aquellos hombrecillos de la Gestapo que, tras una apariencia ridícula, escondían un monstruo capaz de torturar con delicadas formas y profundos como crueles métodos de control. Marlasca es repugnante y así debió deducirlo su madre que, sospecho, dejó de hablarle no por su impostada condición sexual, sino porque debió comprobar que había parido a un monstruo sin escrúpulos, un resentido muy retorcido, capaz de ordenar que se cargue violentamente contra niños y ancianos cuando bien el presunto corrupto podría meterse las balas de goma por el orto de su moral, radicada en un cerebelo reventado de oscura maquinación.
Las sensaciones de ese bicho al que se le sospecha corrupción-tal vez por eso encubre la propia y masiva del partido criminal sanchista-son las propias del trato con la psicopatía, a imagen y semejanza del criminal que gobierna ilegítimamente, y-ya .lo sabemos con certeza- también de modo ilegal, esta España sufrida que los soporta. Malditos sean vivos y muertos quienes violentan inocentes a sabiendas del mal que sumisamente secundan.
Pasado el tiempo desde las protestas de Ferraz donde quizá teníais la excusa de cumplir órdenes, vuestras obedientes cargas de ahora sólo pueden achacarse a la complacencia de la obediencia ante el terrorista de un ministerio que encubre los crímenes del socialismo, oficializando la represión criminal que en vuestras manos ha dejado de ser un deber de orden público. Al contrario, se ha convertido en una vergüenza sicaria al servicio de delincuentes que usan vuestra ligereza de conciencia para hostigar al pueblo pacífico. El que bulle legítimamente de indignación en las calles que no puede pisar un sátrapa ya conocido mundialmente por un rastro de crimen y corruptelas, donde vuestras pisadas os convierten en cómplices de corrupción. A no ser que llevéis en el bolsillo junto al carné policial el del psoe-en ese caso seríais demonios en origen si violentáis con gusto- vuestra actitud puede calificarse históricamente de vendidos del alma al diablo con el pretexto fácil de obedecer órdenes. Y en esas estáis que obedeciendo las órdenes de los diablos, tendréis que rendir cuentas cuando recojáis la siembra de vuestro abuso, allá donde se examinará con lupa la crueldad y la injusticia de vuestros ominosos actos uniformados.
Sobre la tierra lejos quedará el incondicional apoyo que vuestras dignas y pasadas generaciones tuvieron cuando los terroristas-socios de un gobierno mafioso-os mataban por portar un uniforme y una placa policial. Si volvieran los años del plomo, que no os extrañe si el pueblo digno os diese la espalda y enterraran vuestros cuerpos con una sordina social que recordaría vuestras cobardes cargas contra un pueblo harto de injusticia, crimen y corrupción. Porque tan repugnantes son las obediencias a Satanás que pusieron multas por buscar los cuerpos de los seres queridos después de abrir las compuertas de Valencia para arrasarla, como vuestras líneas de formación hostil como si los que tuvieseis delante fueran los salvajes del 17 de octubre o los pertrechados violentos de la kale borroka. Tras vuestros uniformes, debajo de esa deshumanizada obediencia al mal al que os sometéis, laten los corazones de unos cobardes que se emplean con violencia inusitada contra ciudadanos honrados. En la historia no seríais los valientes durante la invasión napoleónica, sino los mamelucos enviados para destrozar a un pueblo con el hartazgo de soportar lo indecible. Como en el hoy del gobierno criminal al que servís sectariamente. Porque vuestra profesionalidad se pone en duda en el momento que prescindís de la conciencia para seguir avasallando al servicio de delincuentes revelados.
Josué Cárdenas: «El más odiado arribista del periodismo español»
Portar un uniforme policial conlleva una exigencia moral de la que carecen cuantos obran aparente profesionalidad, sin mirar un ápice por el llamamiento de la conciencia. Es comprensible que cuando burdos provocadores como el cobarde tras la barrera Josué Cárdenas, trepando suciamente en el periodismo sensacionalista, pretende encumbrarse manipulando vuestro servicio os hartéis de la chulería mezquina y le corráis con una somanta de palos merecidos que sin duda recibiría de nuevo, conocido su repulsivo carácter de arribista; pero otra cuestión es que conocido el percal criminal de este desgobierno, arremetáis cobardemente contra ciudadanos productivos que además os pagan el sueldo. No el presidente que tarde o temprano sacarán esposado de La Moncloa, sino nosotros los que con nuestro sacrificio impositivo cobráis un salario que lejos de ser honrado para quien lo gana, se convierte en un salario del miedo actuando como sicarios de una mafia reconocida en los tribunales.
Ay de aquellos que alcen los puños contra los inocentes, porque si no es el juicio terreno será el divino el que les arranque los cascos de tan enferma soberbia y nula capacidad de obrar en conciencia; además cobrando un salario del miedo que paga injustamente el alimento que los mercenarios del mal se llevan a la boca y a la sus familias. Henchidos de orgullo dormiréis plácidamente ignorando que a vosotros se os exigirá más y no por el cumplimiento de un desvirtuado y manipulado deber, sino por vuestra ligerezas personales a la hora de golpear al inocente y indefenso ciudadanos de a pie, indignado y limpio de todo delito. No me gustaría estar ni en vuestros zapatos ni en los uniformes portados con dudoso honor.
Reflexionad sobre a quién servís y contra quién arremetéis. La obediencia ciega a la criminalidad es muy maligna complicidad. Y todo se paga aquí o donde tercie cuando ya sea demasiado tarde para la reflexión.
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