10/06/2025 03:53

El caso del niño violado en Valencia durante un viaje escolar evidencia que vivimos una época neurótica, fascinada con el disfraz y enemiga de la verdad. Hemos idealizado la infancia como si fuera un santuario de pureza incorruptible, un estado edénico anterior a la caída. De ahí que cualquier conducta vil ejercida por un niño se trate de inmediato como un síntoma: de trauma, de entorno, de “falta de habilidades emocionales” conforme a la jerga pedagógica. Pero nadie quiere ver que hay niños hijos de puta, niños que hacen daño porque quieren hacerlo. No por ignorancia. No por carencia afectiva. No por haber nacido en un barrio equivocado. Lo hacen por pura inclinación a ejercer poder, por placer, por disfrute. Por aquello que antes se llamaba, con esa franqueza que se ha perdido, maldad.

Aceptar que hay niños con un interior oscuro da miedo porque rompe el relato, y por eso vestimos el comportamiento de los hijos de puta con etiquetas pedagógicas y psicológicas. Esta negación sistemática de la maldad infantil forma parte de un proyecto mayor: la infantilización general de la sociedad. Si aceptáramos que hay niños crueles deberíamos aceptar también que la crueldad no siempre es consecuencia del patriarcado, ni del sistema, ni del algoritmo. Que el ser humano, incluso en su forma más diminuta, es capaz de elegir el daño como necesidad de afirmación. Y eso, para una cultura adicta al victimismo, es inaceptable.

Así que se niega. Se blanquea. Se patologiza. La responsabilidad se diluye en discursos de plástico. Y mientras tanto el niño que humilla, que acosa, que somete, sigue libre, impune, aprendiendo que todo se puede hacer si sabes llorar después. Siete hijos de puta implicados, y solo uno de ellos acusado por la Fiscalía de Menores. Les protege la edad, incluso jurídicamente. Los padres de estos niños velarán por sus “angelitos”, y quizá hasta culpen a la víctima por el problema que les ha caído encima. Y la víctima, señores míos, era un chiquillo de 13 años que fue acosado sistemáticamente, humillado, golpeado y herido en lo más íntimo de su sensibilidad, y que soportó todo ese calvario en silencio por miedo a que los hijos de puta de la manada valenciana hicieran daño a su hermano pequeño, alumno del mismo centro escolar.

Detrás de los niños cabrones no hay otra cosa que la voluntad de dominio y de poder, esa energía antigua que no distingue edades. “Que sufra. Quiero ver cómo sufre” Hay niños que gozan viendo doblegarse a otro. Que sienten júbilo en la rendición ajena. No es una anomalía: es una muestra precoz de lo humano en su estado más crudo.

Aquí es necesario decir algo incómodo: No todo se educa. No todo se corrige con refuerzos positivos ni con “límites claros desde el amor”. Hay pulsiones que no obedecen a la química cerebral. Simplemente existen. Y, si no se encauzan a tiempo, se convierten en estructuras de carácter, en modos de habitar el mundo. En tiranos en miniatura. Los siete implicados en la manada de Valencia van a ser toda la vida unos cabrones, con o sin condena y con o sin alta terapéutica.

El buenismo terapéutico nos ha convertido en cómplices de la crueldad precoz. Este caso evidencia que protege más al agresor que a la víctima, por temor a dañar su autoestima o traumatizarlo. Así se crían pequeños sádicos que aprenden que la ley es una broma y que el castigo es opcional. Aprenden que pueden humillar y que, si lloran lo suficiente en la entrevista con el orientador, todo se arregla.

Este es el verdadero mal: no que un niño sea cruel, sino que nadie tenga el coraje de decirlo.

Aceptar que hay niños malos no es un ataque a la infancia, sino una defensa de la verdad. Tenemos un ejemplo claro en la manada de Valencia. La maldad no necesita barba para manifestarse, solo necesita espacio, impunidad y silencio cómplice. Y hoy se le ofrece todo eso con una sonrisa y una palmadita en la espalda.

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El alma humana -decía Pascal- es el mayor campo de batalla. Y ese campo empieza a dibujarse mucho antes de lo que quisiéramos admitir.

Autor

Yolanda Cabezuelo Arenas
Yolanda Cabezuelo Arenas
Articulista en ÑTV
Colaboradora de Las Nueve Musas, Ars Creatio, y ESdiario
Autora de la novela "La cala de San Antonio"
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