
Mientras Pedro Sánchez y los suyos sigan al mando, España y los españoles no dejarán de ir descubriendo y padeciendo cada día sucesivas atrocidades de todo tipo y condición. Un cúmulo incesante de monstruosidades morales, legales, mentales, educativas, culturales, represivas, etc., continuará empedrando las crónicas que describen a la Iglesia Roja. El socialcomunismo, con todos sus seguidores y con la ayuda del Sistema impuesto por Uropa, se aupó al lomo del tigre hace décadas, y como desde entonces no ha dejado de violentarlo, ya no se puede bajar de él sin riesgo de ser a su vez despedazado.
Ya no sólo Pedro Sánchez se mantiene en la Moncloa por ansias morbosas de poder, sino sobre todo por venganza y por miedo. Venganza hacia los que se han permitido oponerse a su enfermiza soberbia y ambición; y temor a acabar deshecho bajo las uñas del tigre maltratado y exhausto. Porque la más profunda mazmorra debería esperar a quienes dedican su vida a coleccionar víctimas y sufrimientos ajenos.
España perdió la magnífica oportunidad de una Transición limpia, y se dejó inducir por el Engaño, inconveniente tan pernicioso que ha echado a perder toda la convivencia durante estas casi cinco últimas décadas de nuestra historia. Pues los errores en los principios de toda empresa resultan siempre fatales, máxime si nunca han tratado de corregirse, sino que, impunes los criminales y los destructores de la patria, éstos se han ido envalentonando y haciendo crecer siempre los estragos hasta llegar a este enorme exceso de perdición en el que nos hallamos.
A los autodenominados rojos, protagonistas principales del estropicio, se deben añadir muchos más intervinientes en esta suerte de suicidio colectivo. Cuantiosos y diversos coadyuvantes de la demolición que, al menos los más significativos, están en la mente de todas las personas mínimamente avisadas. Pero ha sido tan profunda y a la par tan sencilla y confortable la demolición para sus impulsores que, a pesar de las evidencias, no puede uno dejar de preguntarse: ¿ quién así programó y alentó, oculto tras las bambalinas, esta moribundia? ¿Quién dispuso esta maquiavélica agonía contra la que fue octava potencia mundial? ¿Cómo pudo, en tan breve tiempo histórico, conjuntarse tal desmesurada cosecha de traidores? Y ello sin que saliera al quite ni un solo numen patriótico que encaminara a la nación por las sendas del Progreso y de la Virtud, llevándola al centro de una felicidad a la que parecía destinada tras la muerte de Francisco Franco.
El caso es que, con bochornosa impunidad, los demócratas vienen gobernando como fieras o bestias, o como vulgares salteadores, humillando a la patria y olvidados ya absolutamente de la razón y de la virtud, porque son bultos infrahumanos, sin vergüenza, sin moral y sin juicio. El Basilisco embustero dirige su caverna parlamentaria como un nuevo faraón, rodeado de tenebrosos personajillos, ávidos de lo ajeno, ya sean bienes pecuniarios o carnales. Han hecho del Estado un patrimonio particular, de la gobernanza un estanco de vicios, y de las instituciones un estanque de reptiles, hijos todos de la codicia insatisfecha y de la astuta traición.
Y se ha llegado al extremo de que oír la verdad en la España de hoy es un propósito de ilusos. Por el contrario, lo normal ha sido y es ver cómo los Reyes se han rodeado o se rodean de psicópatas, de desleales y de estultos, con ellos mismos a la cabeza. Hombres y mujeres vacíos de sustancia e hinchados de impertinencia, huecos de sabiduría y atestados de presunción. Pero esto no lo hacen por simpleza ni desinteresadamente, sino para advertir a los renuentes de que la verdad está prohibida o, si acaso, sólo se puede oír por boca de ganso. Pero, precisamente, porque resulta imposible escuchar la verdad en las instituciones, en los medios y en la corte en general, es por lo que los humillados, las gentes de bien, deben desenmascarar esta artificial democracia tras la que se ocultan y justifican toda clase de engendros y de crímenes.
Las permanentes y arbitrarias concesiones a ciertas autonomías por decisión del jefe del ejecutivo, concretamente las últimas conferidas ilícitamente a Cataluña, que le permiten mantenerse entronizado a cambio de embestir, con ínfulas despóticas, contra la legalidad y la razón, deberían establecer el umbral crítico en el cual se hace inexcusable el aherrojamiento de los facinerosos y la regeneración patria. El no más allá respecto de esta funesta Farsa del 78, mediante la cual, con una Constitución equívoca y una fingida democracia, la casta partidocrática y sus mandarines institucionales les han robado, impunemente hasta ahora, España a sus dueños.
Más temprano que tarde alguien tendrá que tomar partido y decidirse a encerrar al basilisco, si queremos seguir siendo españoles. Si queremos seguir siendo humanos.
Autor

- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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