22/02/2025 15:03

El comunismo es la ideología más perniciosa y sofocante de la historia, y como genuino virus de maldad nunca desaparece, muta, adquiriendo nuevas máscaras con las que poder confundir y seguir infestando a la gente. Las últimas metamorfosis del virus bolchevique son su parentesco con la elite globalista (los magnates y señoritos de la posverdad), y el caudillismo a la venezolana -o a la bolivariana-, mutaciones con las que están dispuestos a seguir cubriendo de sangre y represión a nuestro planeta. Es difícil de entender que una ideología así pueda todavía acopiar prosélitos, pero, aunque a algunos les resulte incomprensible, la serie vuelve a representarse ante nuestros ojos y, lo que es más asombroso, continúa siendo festejada por esos pseudointelectuales inasequibles al desaliento que persisten en ponderar y eternizar una doctrina que en la práctica sólo ha causado desolación y crímenes.

Intelectuales áulicos dispuestos a pasar camellos por el ojo de una aguja, aplaudiendo a unos líderes visionarios que tienen todo de psicópatas y nada de idealistas, y que en cuanto se hacen con las riendas del poder inician su escalada de abusos y venganzas, robando las riquezas nacionales y silenciando a los disidentes o ejecutándolos directamente. La actuación del socialcomunismo español tiene toda la arrogante irresponsabilidad de las tiranías y de los totalitarismos: basa sus derechos y sus determinaciones en la prepotente solemnidad que por ciencia infusa mana de su condición de izquierda; es decir, de su naturaleza, no de su pensamiento. Por eso mismo la realidad será aceptada por ella sólo en cuanto coincida con sus intereses, y será negada, rechazada o ignorada en caso contrario.

Todo aquél que quiera mirar puede ver que el socialcomunismo y con él el Sistema que actualmente lo ampara, no se adecua a la realidad. No tiene ningún sentido tratar de convencer, como hacen los rojos, de que la realidad tiene que considerarse como falsa, pues, para toda persona normal, aquello que se ajusta a los hechos es lo verdadero. No obstante, los socialcomunistas, ciscándose en la razón, son capaces de negar todas las observaciones y experiencias del mundo si así les conviene, y rehúsan incluso el verlas, por no tener que reconocerlas, y no tienen vergüenza alguna en decir que el mundo y su historia son tal como ellos dicen y su propaganda enseña. El socialcomunismo, así, se ha convertido en un prejuicio que coloca al ser humano en el centro de sus desvaríos, haciéndole objeto de su fanatismo.

Los rojos, refractarios a la realidad y a la verdad, están condenados a vivir por ello en una permanente pantomima. Porque, como es bien sabido, estas sabandijas de las haciendas ajenas recuerdan a voluntad y olvidan a conveniencia. Para ejercer de policía ideológica o para integrar los comités de policía secreta, el pensamiento y las lecturas estorban, lo primordial es la intransigencia, convertirse en polillas de la honra y de la conciencia. Y quien está contra ellos es un facha, un fascista, un conspiranoico… ¡y se acabó! Los sandios y los fanáticos dudan poco o nada, siempre muchísimo menos que los sabios y tolerantes, en cualquier caso.

Los Gobiernos socialcomunistas siempre apuestan económica y socialmente por una política de dispendios ideologizadores, de ayudas y subsidios demagógicos, además de por un aumento impositivo. El resultado, inevitable y de todos conocido, es el empobrecimiento de la clase media y la ruina del Estado, que aumenta su deuda en proporciones geométricas. Con los socialcomunistas en el poder, las arcas públicas se vacían en la misma relación en que ellos y sus lóbis se enriquecen. Sin embargo, a pesar de su rotundo fracaso como administradores, no dejan de sacar pecho, alardeando de progresismo. Pero, por el contrario, y mal que les pese, el crimen, la delincuencia, la incapacidad, la mala voluntad y la ruina ajena, constituyen su bagaje histórico como dirigentes.

Lo más preocupante de toda esta historia es la comprobación de que los rojos y su estructura marxista es una imposición, ornamentada de supercherías y sustentada en violencias. Y que la verificación de todo esto se siga produciendo sin consecuencias negativas para ellos, después de una larguísima sucesión de delitos que duran ya más de un siglo, y de una nutrida repetición de líderes que integran los clubes más selectos de malhechores resulta descorazonador. Un político amoral, incapacitado para comportarse con buena voluntad es un disparate, miles de ellos sucediéndose sin interrupción es un caso para el estudio sociológico y psicopático de su génesis y de quienes les acogen y riegan las semillas. Y lo extraordinario de tal aberración es que la sociedad que los padece esté fatalmente convencida de que las alimañas les van a seguir gobernando con absoluta impunidad. Eso significa que la ciudadanía acepta el disparate o se ve impotente para eliminarlo. ¿Por qué?

La Farsa del 78 ha significado, entre otras cosas, que los separatistas y los asesinos han jugado en el mismo equipo que los rojos, peperos y similares, conocidos como constitucionalistas. Una unión asentada gracias a las mutuas contrapartidas que se han ido concediendo a lo largo de las continuas legislaturas. La Transición o Farsa del 78 ha consistido, pues, en una permanente prórroga de pactos o de abrazos políticos entre los enemigos de España o los sin patria, esas fuerzas de radical extremismo o radical codicia que justifican su perpetuación destructora acusando hipócritamente a sus críticos de belicistas, odiadores y antidemócratas. De ahí que se pueda afirmar objetivamente que los Gobiernos centrales no han sido rehenes de las fuerzas políticas centrífugas, sino afines y cómplices.

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Los respectivos Gobiernos de la Farsa del 78 no han dejado de hacer concesiones de todo tipo, no sólo financieras, a cambio de votos en los Parlamentos. Como no han dejado los Gobiernos socialcomunistas de aumentar desaforadamente el gasto público, ni de presumir de política social, del mismo modo que el señor don Juan de Robres alardeaba de caritativo, porque hacía hospitales después de hacer enfermos y pobres. Los rojos generan paro y a continuación les pagan a esos parados -que ellos metódicamente han fabricado- la prestación correspondiente con el dinero público, que «no es de nadie». Este es, como decíamos más arriba, el progreso social del que se jactan: paro, deuda, muerte y ruina.

Los rojos y demás fanáticos de su cuerda y de otras cuerdas sectarias copartícipes son incapaces de pisar el suelo de la realidad de las cosas. No les gusta ver reflejada su cara corrompida en el espejo de la objetividad. A los rojos incendiarios nunca se les abrirán los ojos, no para ver, pues siempre han visto, sino para discernir las dimensiones de esa vileza suya que reniega del bien a cambio de aplicar el mal permanente para servirse de él. El caso es que, durante décadas, se les ha permitido crecer en sus arrogancias y en sus atropellos, y ya se sabe que, si no enfrentas pronto a la soberbia y a la violencia, luego puede ser ya tarde para domarlas.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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