08/01/2025 22:51
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Licenciado en Derecho (Universidad Complutense de Madrid). Máster en Derecho Privado (Universidad Complutense de Madrid). Doctor en Derecho (Cum Laude. Departamento de Filosofía del Derecho. Universidad Complutense de Madrid). Arquitecto Naval (Autorización CE código D.O.G. Comité Europeo de Normalización Bruselas – Secretaría General). Autor de numerosos libros y ensayos.

¿Por qué un libro sobre el Censo de Augusto?

Porque en el Censo de Augusto confluye el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, con la creación del Imperio Romano. En definitiva; la esencia de nuestra civilización.

Algo que me parecía tan sugestivo, como desconocido. Sin duda, había algo que olía a una enorme riqueza en matices, no ya sólo teológicos, sino filosóficos, históricos….al fin y al cabo, Dios no juega al azar, todo lo que hace tiene un sentido transcendente, por lo que me lancé a investigar todo lo que había detrás de esa cita de San Lucas; «Por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo…», y lo que descubrí fue tan maravilloso que me lancé a escribir el libro. Pues un libro, al fin y al cabo, no es más que esa ilusión por compartir con los demás aquello que te apasiona.

Evidentemente fue algo con mucha repercusión en la Historia al condicionar en cierta manera algunas circunstancias del nacimiento del Dios hecho hombre…

Hombre, por muy apasionado que sea del tema, creo que lo ciertamente condicionó el nacimiento del Dios hecho hombre es el «fiat» de María y José. Ese sí confiado y sin límites de sus padres. En definitiva, la libertad del ser humano con la que siempre ha querido contar Dios. De hecho, diría que no fue el Censo el hecho que condicionó el nacimiento de Jesús, sino más bien al revés; Que fue el nacimiento de Jesús el que condicionó el Censo…Una cosa está clara, y es que Dios no deja nada al azar, menos por tanto el momento idóneo para encarnarse como hombre.

En este sentido no creo que sea casualidad que el Censo de Augusto, que es fruto de siglos de evolución humanista en Roma, vea la luz al tiempo que María da a luz, y valga la redundancia. Tengamos en cuenta que durante siglos, Roma se desangró en guerras civiles y de dominación exterior, provocadas por las fuertes e injustas desigualdades sociales, cosa a la que se pone fin gracias a la influencia de siglos de filósofos estoicos, y de políticos que dieron su vida por leyes más humanitarias, como los hermanos Graco o Mario Druso, nada menos que el suegro de Augusto. Para hacernos una idea de esa profunda transformación, los dueños de los esclavos pasaron de tener derecho a tratarlos como le viniese en gana, a poder ser condenados a muerte en caso de fallecer uno de sus esclavos de hambre, o por falta de cuidados médicos. Igualmente, los deudores insolventes, pasaron de venderse, junto con sus familias, como esclavos, o incluso a descuartizarse y repartirse los pedazos del cadáver entre los acreedores, a prohibirse la esclavitud por deudas.

Sin duda, el mundo, después del Censo, es un mundo mucho más humano, mucho más preparado para recibir el mensaje de amor en el que se fundamenta nuestra Fe. Fue Dios quien quiso, con su nacimiento, condicionar el mundo, hacerlo más propicio a su venida, lo que pasa es que lo hizo con esa elegancia con la que siempre actúa en la historia, y que le hace parecer desapercibido.

Y Dios quiso someterse y obedecer a esa ley humana, de un emperador pagano…¿En qué medida debería asombrarnos la humildad del Creador?

Bueno, también Aristóteles y Platón eran paganos, como Augusto, y sin embargo han sido grandes pilares filosóficos de nuestra apologética…

Y a mí, más que asombrarme la humildad del Creador, me asombra su sentido del humor, muy unido a la humildad. Me explico; como decía Santa Teresa, «la humildad es la verdad», por lo tanto en Dios la humildad consiste en manifestar su divinidad, cosa que hace con sentido del humor; Dios nace en el Portal de Belén, precisamente por que es Dios, porque no puede ponerse a la altura, ni compararse con ninguna otra autoridad humana de la historia…¿Qué palacio, hecho por obra humana, podría haber representado mínimamente su dignidad divina?

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En este sentido, hay otro detalle que a mi, particularmente, me llena de especial devoción por su transcendencia histórico-teológica; Estamos acostumbrados a ver, junto al portal de Belén, esa simpática estampa de los pastores y los Reyes Magos, y se queda en eso; en una simple y simpática estampa navideña. Pero si rascamos un poco, vemos que igual que nuestros primeros padres pecaron por la soberbia del conocimiento, al comer del Árbol del Bien y del Mal, la venida de Nuestro Señor Jesucristo, como redentor de ese pecado, es una venida en la que el conocimiento del hombre se reconcilia con Dios, a través de esos Reyes Magos que van a adorarle. Sin duda, los Reyes Magos eran astrónomos, matemáticos, científicos…en esa época reunían todo el saber humano, un saber humano que se rinde ante los pies de su Dios. ¿Qué habría honrado más la naturaleza divina de Jesús, qué fuesen todos los reyes de la tierra juntos, o que fuese el conocimiento humano, representado en los Reyes Magos? Dios renunció a la gloria pasajera de los reyes, pero no al honor inmortal del hombre, que es el conocimiento.

La humildad del Dios hecho hombre, no oculta en ningún momento su grandeza divina, quizás sea que miramos demasiado con ojos humanos.

 Y al encarnarse el Verbo divino, Dios no solo entra de lleno en la historia, sino que su nacimiento divide la historia…¿Por qué la divide en dos, en antes y después de Cristo?

La historia necesita de fechas, y las personas de un calendario. Eso es esencial a nuestra naturaleza humana, y ya puestos a buscar un punto de referencia, ninguno comparable con la visita de nuestro Creador, por cuanto que es incuestionable que cambió la historia en tanto que no fue una simple visita de cortesía, sino que nuestro Creador la aprovechó para culminar la Revelación de su mensaje, y hacerlo extensivo a toda la humanidad, no sólo al pueblo judío. Y evidentemente ello transformó las costumbres, la cultura, la política…todo, de tal forma que ya sólo esos cambios, independientemente del hecho religioso, también han marcado un «antes y un después» en la historia de la humanidad.

Si bien es cierto, como apuntábamos antes, que esos cambios transcendentales en la concepción del mundo, a raíz del mensaje de salvación de nuestro Señor Jesucristo, fueron coetáneos a una transformación paralela del mundo greco-romano, un cambio tan radical en su forma de concebir al hombre y a Dios, que hace que sean precisamente esos herederos del legado de Augusto entre quienes se extiende con inusitada celeridad el cristianismo. De hecho, palabras como Cristo, Biblia, o Iglesia no son de origen judío, sino griego. Dios, por lo tanto, crea un antes y un después no sólo con su presencia física en la Palestina de hace veinte siglos, sino también preparando la mente y los corazones de las élites culturales y políticas del momento. Jesús crea un antes y un después con su divina presencia física como Dios, y también crea un antes y un después inspirando la naturaleza humana.

Además con Augusto acaba el mundo antiguo y la civilización romana se hace universal, así comienza el mundo moderno…

Efectivamente, con Augusto se pasa del concepto antiguo de ciudades-estado, al concepto moderno de nación. El mundo se vuelve más magnánimo, ya no es ese mirarse el ombligo creyendo que la ciudad en la que ha nacido uno es el centro del mundo, sino que se apuesta por un nuevo concepto más generoso e integrador, como es el de la nación. De hecho, a partir de Augusto, vemos como en los textos de la época ya no se habla de Roma, sino de «Italia y sus provincias», y cuando se menciona Roma es para hacer referirse a la ciudad que hace de capital.

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E igualmente esa antigua diferencia entre el «nosotros» y «los otros», nacida de la pertenencia o no a una determinada ciudad-estado, se funde en un mismo nosotros, donde el corazón del hombre se engrandece. Sólo entendiendo estos dos conceptos que nacen con los censos de Augusto; el de la nación moderna, y el de la ciudadanía universal, podemos comprender que esa nación, de la que son ciudadanos todos, haga carreteras para comunicarse entre ellos, leyes comunes a todos, los mismos servicios públicos en cada municipio….en definitiva; lo que entendemos por el nacimiento del mundo moderno.

Y se sientan las bases de nuestra civilización occidental. ¿En qué medida somos herederos de Roma?

En la medida en que hay censos, se pueden elaborar presupuestos, y con los presupuestos carreteras, puentes, obras hidráulicas, alcantarillado, baños públicos…de los romanos hemos heredado hasta el periódico, los pasos de cebra, o las telecomunicaciones (con señales que hacían desde torres), por no hablar, del Derecho, o como ya hemos visto, la nación moderna y la ciudadanía universal.

En los pueblos de Andalucía, mi tierra, las mujeres lo primero que hacen nada más levantarse y desayunar, es salir a la calle, todavía con la bata de guatiné puesta, a barrer el tramo de acera de la fachada de su casa. Así lo aprendieron de sus madres, de sus abuelas, y así nos podemos remontar hasta Julio César, cuando dictó la Lex Iulia Municipalis, en la que se dispone que cada mujer barra el tramo de acera de su fachada. Ciertamente lo de la bata de guatiné no venía en dicha ley, pero por lo demás hasta la mayoría de nuestros mas cotidianas costumbres, desde ir al bar, a un servicio público, o al mercado municipal, vienen de Roma.

No somos herederos de Roma, somos Roma.

¿Qué enseñanzas espirituales podemos sacar de esta obra?

Pues quizás, mejor que una enseñanza espiritual, una enseñanza humana; Que Dios es tan hombre como nosotros. Que eso que hemos oído tantas veces de que «Dios se hizo hombre», no es algo del pasado, ni referido exclusivamente al Portal de Belén o la Pasión en la Cruz, sino una realidad tremendamente actual. Dios siempre nos lleva de la mano en nuestro recorrido a lo largo de la historia, aún cuando no lo vemos, y pueda parecer que nos ha dejado desatendidos. Hasta en los momentos más oscuros y terroríficos, siempre ha estado Dios a nuestro lado, esperando tan sólo recibir una mirada de confianza para obrar portentos.

La mirada que le dirigió Santiago en el Pilar, o Don Pelayo, o esos miles de hombres que han pasado por nuestra historia haciendo cosas maravillosas…en definitiva, la misma mirada de confianza que espera hoy de nosotros para cambiar el mundo.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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¿Un mundo más «humano» a partir del censo de Augusto?

Jesucristo Nuestro Señor, Autoridad Suprema, hablaba con autoridad: «Habéis oído que se dijo… Pues Yo os digo…»
El Señor fue acusado por los políticos de su tiempo de autoproclamarse Hijo de Dios, de perdonar pecados, de hacer milagros en Sábado, de permitir que sus discípulos comiesen grano de espigas en Sábado, que comiesen sin lavarse las manos alimentos impuros, etc. Jesucristo Nuestro Señor es el Rey de reyes, la Autoridad de Dios, de la que emana toda verdadera autoridad, los santos y santas, sus elegidos. La autoridad no está, en absoluto, reñida con la santísima humildad. Pretender enseñar otra cosa es ofender a Dios mismo.

Nuestro Señor obedeció en el pago de tributos para no escandalizar a los poderes públicos de su tiempo, como ocurrió con las didracmas. Y el Espíritu Santo, por medio del apóstol san Pablo, recomendó mansedumbre a los esclavos por amor a Dios, pero no por ello autorizó la esclavitud, ni la rebelión de la mujer contra el hombre (feminismo), ni otras muchas cosas diabólicas. Nuestro Señor comió con publicanos, prostitutas y pecadores, para escándalo de los judíos fariseos de su tiempo, pero eso no quiere decir que autorizase el robo (cobro de impuestos), la prostitución (no solo la de las mujeres que venden su cuerpo, ojo a esto) y el pecado en general. De hecho, conminaba a todos a arrepentirse y cambiar de vida conforme a sus mandatos: «vete y no peques más». Instrumentalizar políticamente la Palabra de Dios, como hicieron los judíos al convertirla en herético judaísmo (mesianismo político), es ofender gravísimamente a Dios, hacerse rebelde a Él, desafiarle insensatamente.

Con Nuestro Señor Jesucristo se inicia la sangrienta y martirial persecución en todo el imperio romano contra los cristianos a semejanza de la sufrida por el propio Cristo a manos de los judíos fariseos, herodianos y escribas. Por su parte, los cristianos no se sometieron a ninguna ley humana que contraviniese la Santísima Voluntad de Dios, como por ejemplo a la obligación de rendir culto de adoración al emperador, pues hay que obedecer antes a Dios que a los hombres. Los cristianos fueron los únicos en dar ejemplo de fidelidad a Dios incluso dando la vida en martirio por ello. Ni Nerón, ni Domiciano, ni Adriano, ni Trajano, ni Decio, ni muchos otros emperadores y gobernadores romanos fueron otra cosa que verdaderos anticristos sanguinarios que inundaron de sangre cristiana todo el imperio. El imperio romano, Roma, era la bestia apocalíptica que ha vuelto a resurgir tras su herida, es el poder de los políticos que a tantas almas arrastra al infierno y que persigue de modo impío a los fieles hasta que el Señor los rescate acabada la prueba de fidelidad o bautismo de fuego. Y después de los emperadores, vendrían otros muchos emperadores, reyes, nobles, príncipes y poderosos que no dejarían de perseguir a todos los cristianos de una u otra manera, siempre por se de poder, si bien es cierto que muchos temieron durante siglos el poder, incluso armado en monjes guerreros, de la fe en Cristo, durante siglos la fuerza más poderosa entre los pueblos europeos cuyos súbditos amaban de corazón a Cristo y a la Santísima Virgen María y tenían una fe y una fidelidad que hoy resultaría totalmente inédita, en un mundo que ha logrado con el dinero lo que el terror persecutorio, la espada y la mentira no han logrado, una generalizada prostitución apóstata de la población. El papel de la persecución a los fieles a Cristo ha proseguido hasta hoy, en los últimos siglos por parte de los políticos de cualquier signo, de centro (demócrata «cristianos»), de derechas (o liberales, conservadores o liberal-conservadores) o de izquierdas (social demócratas, socialistas, comunistas, bolcheviques, progresistas, marxistas, ecologistas, animalistas, etc.), todos ellos cómplices del demonio. Cuando un político hace algo «bueno» en público, como aquellos estoicos «en favor de los esclavos» a los que alude este autor, en realidad lo hace como los fariseos del tiempo del Señor, para ser alabados públicamente a son de trompetas, para gloria de ellos mismos, no como recomienda Mt 6, 1-5 para gloria de Dios. La política es y ha sido siempre el ejercicio público del fariseísmo judío, la mera pretensión de poder, la mera vanagloria, vanidad y búsqueda de notoriedad pública (hoy «visibilidad» o «empoderamiento»), la búsqueda no cristiana de uno mismo, tan alejada del ideal de vida genuinamente cristiano de imitación de Cristo mismo.

Pretender convencer hoy a los fieles católicos de que existen políticos «cristianos» o «católicos» (en coherencia con los mandamientos de Cristo), es engañar, mentir y manipular a los mismos con finalidades políticas. Es como tratar de convencer de que existen asesinos «piadosos», lujuriosos «puros» o ladrones «honrados». Ese engaño no tendrá más consecuencias que las llamas del infierno. En Ap 21,8 ya se nos avisa que arderán en el infierno «los aficionados a la mentira». El político es el fariseo de nuestro tiempo, el falso profeta, el falso doctor. Y si practica justicia alguna, es para ser visto por los hombres, con la finalidad de buscar su propia gloria ante la muchedumbre, su propia vanagloria, no la de Dios, totalmente excluido de sus vidas y las de sus irredentos votantes.

¿Hay algún político que, entre otras muchas cosas, por ejemplo, llene las calles y las plazas o haga monumentos del Señor, la Virgen María, los apóstoles y los santos inscribiendo la Palabra de Dios, las citas de los Evangelios (las Bienaventuranzas, por ejemplo) para que la lean y mediten los transeúntes de pueblos y ciudades, incluso moviéndoles a la conversión?¿No? Pues ahí tenemos la prueba inequívoca que no hay ni un solo político que no se avergüence públicamente de su fe en Cristo cuando está en el poder (de nada vale autoproclamarse «católico» si no se está dispuesto a renunciar a todo, incluso al poder, al patrimonio, a la reputación y a la propia vida, como Cristo renunció a todo ello en sus 33 años de vida sobre la tierra). Los políticos, imagen contraria totalmente a Jesucristo Nuestro Señor, se esforzarán en borrar de todo ámbito público todo lo relacionado con la fe en Cristo, el Nombre de Dios, las cruces públicas, las imágenes de Cristo, de su Sacratísimo Corazón o de la Virgen María Santísima, o en consentirlo pasivamente, que es igual pecado conducente a la muerte (Rm 1, 32).

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