Se dice con frecuencia que el agua es el origen de la vida, que sin ella no sería posible. El registro fósil a lo largo de la dilatadísima historia del Planeta nos enseña que la vida surgió de las aguas de los primeros océanos hace unos 3.800 millones de años. Por eso, cuando se busca vida en el espacio exterior, se exploran planetas con similitudes a nuestra Tierra, donde se detecte (como primera condición) la posibilidad de que exista agua. ¿Qué tiene el agua que la hace imprescindible para la vida, al menos para la vida tal y como nosotros la conocemos? ¿Cómo y por qué un compuesto de fórmula tan sencilla, la archiconocida H2O, tiene tanta importancia? Pues simplemente porque las características físico–químicas de su molécula son tan especiales y extraordinarias, que ella sola reúne propiedades esenciales en cualquiera de sus tres estados.
Bajo su forma líquida, el agua de los océanos ocupa casi el 71% de la superficie de nuestro planeta, constituyendo el hábitat para infinidad de especies. Al evaporarse, las nubes son portadoras de las lluvias que alimentan ríos y lagos, facilitando la vida animal y vegetal en las tierras emergidas. Además, el vapor de agua en la atmósfera constituye la principal barrera para que el calor que nos llega del Sol no escape totalmente hacia el espacio exterior, gracias al injustamente denostado efecto invernadero. Sin esta capacidad protectora, nuestro querido Planeta sería tan frío como la Luna, y nuestro cielo sería funestamente negro en lugar de ser azul.
Pero, además, el agua tiene otras propiedades que debiéramos conocer o recordar, porque estaban incluidas en los libros de texto de nuestros estudios secundarios, pero que con frecuencia han caído en el olvido. El agua es un buen disolvente de algunos sólidos y gases, entre ellos el vilipendiado CO2, y su capacidad de disolución aumenta al disminuir la temperatura. Esta propiedad tan simple, a lo largo de millones de años de la historia geológica, ha contribuido a controlar el contenido de dióxido carbono en nuestra atmósfera.
Otra importante característica del agua con importantes consecuencias climáticas es su inercia térmica, muy diferente a la de las tierras emergidas. Como es bien sabido, la tierra firme se enfría y se calienta con más rapidez que el agua del mar, que siempre se mantiene relativamente más caliente que la tierra firme en invierno y más fresca en verano, ejerciendo un papel regulador térmico muy importante. Por eso el clima oceánico o mediterráneo es siempre más benigno que los extremos climas continentales. Y también por eso mismo, las poblaciones humanas siempre han preferido asentarse en las zonas costeras.
Pero las propiedades más fascinantes del H2O están relacionadas con las variaciones de su densidad en relación con la temperatura. Cuando el agua se va enfriando y llega a una temperatura de 4ºC es cuando alcanza su máxima densidad. En cambio, cuando llega al punto de congelación, aumenta su volumen y disminuye su densidad. Este comportamiento tan diferente para una mínima diferencia de temperatura de tan sólo cuatro grados centígrados, tiene consecuencias fundamentales para la vida en el Planeta. En efecto, cuando el agua se enfría y llega a los cuatro grados, como tiene mayor densidad, se hunde y se va al fondo. Por eso, por mucho frío que haga, el fondo del mar nunca se congela, permitiendo que en profundidad continúe la vida animal y vegetal. Y el aumento de volumen asociado a la congelación hace que el hielo flote, generando así un ecosistema válido para animales terrestres, tanto en las zonas árticas (donde no existen tierras emergidas), como en los hielos flotantes de la Antártida.
Las enormes masas de hielo que forma la naturaleza, tanto las terrestres como las marinas, son objeto frecuente de noticias catastrofistas y alarmistas totalmente injustificadas. Así ocurre con la caída de grandes bloques (las más famosas por su atractivo turístico son las del glaciar Perito Moreno, en Argentina), que suele atribuirse gratuitamente al calentamiento global ocasionado por las actividades humanas. Sin embargo, estos desprendimientos son debidos en realidad a la propia dinámica glaciar, ya que el hielo tiene un comportamiento plástico y se desliza a favor de la pendiente a velocidades que pueden llegar a varios centenares de metros por año. En el caso de los glaciares situados en el litoral, cuando sus lenguas llegan a la costa y el hielo empieza a flotar, éste se fragmenta como consecuencia del empuje de la masa de hielo que le sigue, y también por perder cohesión con la masa circundante. En los glaciares de montaña, cuando sus lenguas descienden, se funden como consecuencia del aumento de temperatura asociado a disminución de la altura, dando lugar a ríos caudalosos. Es decir, que las impactantes imágenes que suelen brindarnos noticieros y reportajes, no deben contemplarse como algo anómalo y preocupante, asociado a un excepcional y crítico aumento de la temperatura, sino como consecuencia de la absoluta normalidad en la dinámica glaciar.
Otras noticias recurrentemente dramáticas se refieren a la fusión de los hielos árticos, que, de acuerdo con las informaciones publicadas en las últimas décadas, debería haber desaparecido ya varias veces. Muy recientemente se ha vuelto a pronosticar (de nuevo y una vez más) que desaparecerán entes del 2030. Sin embargo, las mediciones desde satélite que se están realizando desde hace décadas permiten comprobar que las masas de hielo oceánicas no están disminuyendo a la velocidad con que nos quieren asustar, sino que en el momento actual permanecen estables o incluso están aumentando en algunas áreas. Esta situación contradice las predicciones de los modelos climáticos, ya que se produce a pesar del incremento del CO2 atmosférico y del supuestamente terrible aumento del efecto invernadero que lleva asociado.
Pero las noticias más alarmantes relacionadas con la fusión de los hielos están asociadas con la elevación del nivel del mar, que, en realidad, lleva ascendiendo desde hace unos 20.000 años. En ese momento, cuando se inició el actual periodo interglaciar, estaba situado 120 metros por debajo del nivel actual, y durante milenios se estuvo elevando a velocidades de ascenso hasta diez veces más rápidas que las actuales.
Por otra parte, no debe olvidarse que la elevación del nivel del mar se debe esencialmente a la fusión de los hielos continentales. En contra de lo que se nos suele informar, la fusión de los hielos flotantes, de las grandes plataformas árticas y antárticas, no puede influir en el nivel de las aguas. Sin embargo, con frecuencia se nos de todo lo contrario, especialmente en la Antártida. El caso más conocido es el del Thwaites, un enorme iceberg con tamaño similar al Reino Unido, bautizado en la prensa sensacionalista como el Glaciar del Juicio Final, del que se ha llegado a afirmar que su fusión podría provocar un aumento de más de 60 centímetros del nivel del mar en todo el mundo.
Como se ha mencionado anteriormente, el agua aumenta de volumen al congelarse y disminuye de densidad. Por eso, de acuerdo con el Principio de Arquímedes, el hielo flota sobre el agua en estado líquido y la parte visible de un iceberg representa aproximadamente un octavo de su tamaño total, que corresponde con el aumento de volumen asociado a la congelación. Y, ¿ qué ocurre cuando se produce el proceso inverso, al fundirse el hielo? Pues que el agua aumenta su densidad y recupera el volumen original que tenía antes de la congelación. Es decir, que el proceso de congelación y descongelación del agua marina no puede hacer variar el nivel del mar y si se descongelase de repente todo el hielo oceánico, el nivel del mar permanecería estable. Teniendo en cuenta que la velocidad actual de elevación del nivel del mar se ha ralentizado respecto de épocas precedentes y que la fusión de los icebergs no puede afectar el nivel de las aguas, ¿ cuáles son las razones que inspiran los insistentes mensajes catastróficos que alarman a la población? Sin duda, algo está fallando en los planes de educación y en los medios de comunicación, cuando se está consiguiendo asustar a la población mundial con mensajes que podrían ser rebatidos con conocimientos básicos, que aparecen en los libros de texto elementales y que estaban ya disponibles en tiempos de la Grecia Clásica, hace más de dos milenios.
La comprobación de esta realidad puede realizarse fácilmente en casa o en la barra de un bar, tomando copas con los amigos. Para ello, bastará marcar el nivel en un vaso de agua con unos cubitos de hielo, esperar, y al cabo de unos minutos verificar dónde se queda ese mismo nivel cuando el hielo se ha fundido, y comprobar que, inmutable, se ha mantenido en el mismo sitio. Los autores de este artículo tienen un conocido que ha conseguido beber muchos gin-tonics gratis haciendo apuestas sobre la constancia del nivel del líquido al fundirse el hielo. Si alguno de Vds. se anima a proponer este tipo de envites, le recomendamos que además del gin-tonic incluyan algunas tapas en la apuesta, se gana siempre.
Una versión más extensa de este artículo puede leerse en Icebergs, gin-tonics y cambio climático – www.Entrevisttas.com
Enrique Ortega Gironés, Jose Antonio Sáenz de Santa María Benedet y Stefan Uhlig
geólogos y autores del libro “Cambios Climáticos”
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