04/12/2024 19:38

No sé por qué los medios de comunicación, entre otros hipostasiados, insistían en vísperas del congreso de la PESOE que Sánchez iba a caer agobiado por los escándalos de corrupción. Es la ilusión de una esperanza vana.

Pero una ilusión que se malogra por el sencillo expediente de la realidad: Sánchez sale fortalecido de ese congreso de la aclamación, vigorizado frente a sus votantes corruptos y exaltado por quienes lo sostienen y lo necesitan (es un gravísimo error analítico pensar que la PESOE necesita de los partidos que sostienen el gobierno nacional porque es, exactamente, lo contrario: son los partidos que sostienen al Gobierno de España de Sánchez quienes lo necesitan absolutamente).

Hay demasiados intereses en juego político y son los verdaderamente interesados (los partidos políticos que sostienen al Gobierno de España) quienes buscan y maniobran para que continúe el Gobierno el resto de la legislatura … y más allá. ¿Por qué? Porque cesarían las transacciones, los chalaneos y las negociaciones de índole política de la que se benefician recíprocamente.

La clave radica en el hecho, patente desde el inicio de la legislatura, de la existencia espectral de un gobierno débil de la nación que ha aprendido que la única forma de continuar es dosificar cesiones políticas sin fin. Porque, ciertamente, el Estado es de tal magnitud en tamaño y en competencias que las concesiones y prebendas susceptibles de negociación son tan amplias y de tanta diversidad que puede durar años hasta que la última concesión haga desaparecer el Estado que conocemos.

Ese es el proceso inexorable en que se discurre desde la transición política y que es el resultado inevitable del Estado de las autonomías y del régimen partitocrático. No hay en este punto ninguna sorpresa. Todo lo más, la conciencia de estar en presencia de una aceleración del final.

En tal caso, digámoslo sin subterfugios, lo que está y ha estado siempre en el centro del debate político ha sido: ¿ cómo la partitocracia culmina el proceso de apropiación del Estado? La hipótesis de un Estado único y central se ha descartado. Luego estamos en la práctica de un Estado desestructurado en diversos Estados periféricos regido por la partitocracia.

Hay quienes piensen en términos esencialistas: el Estado debe salvarse en todo este proceso de descomposición que, es nuestro momento, se acelera. Pero mientras que no se prescinda del sistema de los partidos políticos, la partitocracia tiene como vocación final devorar el Estado (una especie de canibalismo político), es decir la conversión del Partido en Estado o del Estado en Partido. Una simbiosis perfecta de autoritarismo fatal.

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La culminación podría ser esta parodia real: un partido político dispondrá de su propio estado (autonómico), con sus presupuestos, su justicia, su sanidad, su seguridad, su administración, etcétera. La suma de los diferentes territorios así concebidos y fraccionados sería menos que el todo. ¿A quien preocupa? A las oligarquías políticas en absoluto.

En ese esquema, que no es otro que la integración del Estado en los partidos políticos (no al revés), resulta completamente indiferente cómo se distribuyan territorialmente las instituciones, las competencias que disponga o las gestiones burocráticas que preste a través de los denominados ‘servicios públicos’.

Todo es fácil de entender si partimos desde la única perspectiva política posible: hay que segmentar o fraccionar las diferentes instituciones y competencias del Estado en su cohesión nacional para que sean susceptibles de negociación, de transacción o de dádiva política para integrar esos elementos sueltos en los Estados periféricos de los partidos políticos … mantener el mismo contenido pero configurado de otra forma.

¿No será algo positivo que los distintos y decisivos dispositivos del Estado central (judicial, defensa, seguridad social, organismos reguladores, etcétera) se diluyan dentro del ámbito de las competencias de una pluralidad de Estados periféricos perdiendo así su cohesión estructural y la pérdida de la dimensión nacional pero también de la eficacia y de la funcionalidad?

Positivo o no, en cualquier caso, ese es el panorama.

Muchos nos dirán que no era ese el proyecto político de la transición y que el Estado constitucional no preveía esta descomposición final. Sin duda son esencialistas. Desconocen que cuando operan las fuerzas políticas dentro de un sistema estatal ni el fin ni el medio nunca será acorde con las aspiraciones constitucionales. De lo que se trata, siempre ha sido así, no es más que la prevalencia de la instancia partitocrática en el Estado.

El único problema, tal vez de índole práctica, que es lo que permite la descripción de sus etapas históricas, haya sido el grado de expansión de las fuerzas de los partidos políticos en la absorción o deglución del Estado.

Lo único que debemos esperar, de presente y de futuro, es cómo este esperpento de partidos políticos asaltando al Estado, en sus estructuras, en sus medios y en sus finanzas, se retuerce y se corrompe hasta niveles inauditos. Estamos en un proceso de desconstrucción del Estado, antológico, de un ejemplo de corrupción máxima que alcanzará hasta la licuación de un Estado moderno. No perdamos nunca la razón del despliegue de los acontecimientos y su dirección exacta.

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No sé si tiene mucho interés la política del día a día. Creo que no. Pero desde el punto de vista del Derecho Político asistimos a una maravilla: cómo la partitocracia se apropia, disolviendo, la estructura de un Estado complejo y moderno. Lo que va a ser, ciertamente, antológico y memorable.

Hay quien asiste sorprendido al panorama de un “bazar persa” (Feijoo) frente a sus ojos, lo que denota su impotencia y su incapacidad para reaccionar. Entre otras cosas porque no sería capaz de llegar a ese grado de disgregación que ha alcanzado el gobierno de Sánchez. Por eso, esa impotencia, que no es más que la expresión de un deseo reprimido (él lo quiere), en política, significa estar muerto.

Un partido de la oposición para ser creíble, por ejemplo, podría sostener: cuando llegue al poder revertiré todas las medidas adoptadas por las minorías y haré cambios en la Constitución que tienda a eliminar todas las autonomías y la ley electoral … ¿Es eso posible? No. Luego no existe oposición sino una posición neutra que está a la expectativa para continuar con el proceso de desagregación del Estado en el punto exacto en que el gobierno saliente lo haya dejado.

Nuestro Estado, aquel que se ha ido configurando incesante desde la transición política, está en el centro de todas estas cuestiones. Y lo único que debe centrar nuestro análisis político consiste en comprobar el impacto de la partitocracia en la estructura dinámica del Estado que ha transitado desde un Estado de social y de derecho (una falacia metafísica, abstracta e ideal) hacia un Estado de partidos (una realidad ontológica).

Es, por lo demás, el imperativo del comportamiento político determinado por el juego de los partidos que opera en el interior de un sistema cerrado, burocrático y que no aspira a nada, salvo prolongar su fase analógica hasta reventar … porque no hay absolutamente nada, nada, que se le oponga.

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Jose Sierra Pama
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Lord Enzo

Donde dice «Estamos en un proceso de desconstrucción del Estado, antológico, de un ejemplo de corrupción máxima que alcanzará hasta la licuación de un Estado moderno» debería decir que a ese grado de deconstrucción ya se ha llegado. Al de la licuación del Estado. Pero aun faltan memorables jornadas para que se llegue a su EVAPORACIÓN. Es solo otra aplicación del síndrome de la rana hervida

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