21/11/2024 16:35

El día 16 de mayo se celebra por primera vez el Dia Internacional de la Tauromaquia. Se ha hecho coincidir el Día Internacional de la Tauromaquia con aquel en el que se conmemora la cogida mortal de don José Gómez, “el Gallo”, en la Plaza de Toros de Talavera de la Reina el año 1920.

Así lo pone de manifiesto don Vitorino Martín, presidente de la Fundación del Toro de Lidia con las siguientes palabras “conmemorar la muerte de Joselito el Gallo celebrando precisamente en esa fecha el Día Internacional de la Tauromaquia, es un homenaje que se hace a toda una cultura, a una manera de entender la vida”.

Trece días antes el Ministro de Cultura, don Ernest Urtasun, había eliminado el Premio Nacional de Tauromaquia que anualmente concedía su ministerio a un profesional de esta disciplina que, durante el año anterior, hubiera destacado significativamente en el ejercicio de su actividad.

Según leemos en el periódico El Debate, en su número del mismo día 3 de mayo, don Ernest Urtasun ha dicho, justificando su decisión, que la Tauromaquia no tiene nada que ver con la cultura.

Consideramos que para llevar a cabo tal afirmación, el señor ministro, debería habernos informado previamente de la definición de cultura que personalmente utiliza para llegar a tan exótica declaración.

 Como el ministro Urtasun no lo hace, no tenemos mas remedio que incorporar sus palabras al entorno de las opiniones sin base intelectual alguna, a no ser, la ideología o no-verdad profesada al objeto de satisfacer ocultos intereses. A este respecto, nos permitimos recordar al señor Urtasun, algunas definiciones que sobre las ideologías han dado algunos autores y que a nosotros nos permiten calificar, tanto a las mismas de no-verdades enmascaradoras de opacos objetivos, como a la afirmación del señor ministro de colosal y estúpida majadería.

José Ortega y Gasset nos aclara que las ideologías constituyen conjuntos de ideas inventadas por un grupo de hombres para ocultar bajo ellas sus intereses. Tanto Sorel como Pareto resaltan el carácter enmascarador de las ideologías. Enmascarador de instintos según Sorel. Enmascarador de pulsiones según Pareto. Enmascaramientos que no pueden explicarse racionalmente. Aunque los que se valen de estas, las racionalicen valiéndose de mitos y de míticas derivaciones. Carreiras, por otra parte, nos informa de que las ideologías constituyen una voluntad libre, que por prejuicios o cualquier otro condicionamiento no intelectual, puede llevar a rechazar aún aquello que está probado como conocimiento, incluso en una ciencia experimental. Michel Aquino en su introducción a la Biblia Satánica de Anton Lavey aclara que una ideología no es otra cosa que una simple declaración de mecanismos y metas, que lo único que requiere es creencia ciega y entusiasmo emocional por parte de sus adherentes. Por el contrario una filosofía surge de un razonamiento preciso y sofisticado.

Después de exponer estas definiciones, pensamos que no sea preciso hacer más hincapié en explicar porque calificábamos más arriba a las ideologías, como no-verdades carentes de intelectuales fundamentos.

Y ya que el ministro Urtasun no tiene pudor intelectual alguno en afirmar que la Tauromaquia no tiene nada que ver con la cultura, sin previamente haber definido ni tauromaquia, ni cultura, creo que no esta de más introducirnos brevemente en los ámbitos de ambos constructos.

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Define a la cultura  Luis Cencillo  en sus obras “Antropología cultural y psicológica” y “El hombre; noción científica” como la peculiar interpretación que una determinada colectividad humana hace de la realidad. Esa peculiar interpretación constituirá el motor y los cimientos de las diferentes creaciones éticas y estéticas, a las cuales las denominaremos, congruentemente, manifestaciones culturales (música, arte, literatura, derecho, danzas, ritos, costumbres, etc.)

Lo que llamamos cultura europea se ha venido proyectando en tres fiestas, en tres ritos, en tres, en definitiva, manifestaciones de carácter cultural: el Teatro, el Circo y los Toros.

Mediante el Teatro el hombre occidental ha venido manifestando las incógnitas que ante su propia existencia se plantean, que ante su drama vital le surgen, que ante su devenir personal se producen.

Se ha venido valiendo el hombre europeo del Circo para manifestar su vocación de dominador cósmico, de señor de lo creado; para gritar a los cuatro vientos que no es “una cosa entre las cosas” sino precisamente lo contrario “algo que no es una cosa y cuyo destino se encuentra, precisamente, en el enseñoramiento de las cosas”. En el Circo el hombre sueña con desafiar la gravedad, con domeñar a las fieras y con manejar su cuerpo con arreglo a sus deseos. Contraviniendo, incluso, las mismas pautas con las que la Naturaleza le dota y le regula.

Constituye la Tauromaquia una manifestación del perpetuo diálogo con la muerte. La muerte como fondo paisajístico de todo instante vital. La muerte como dinamizadora de todo proceso existencial. La muerte como soporte imprescindible, como pieza inseparable, como compañía ineludible. Un diálogo revestido de dignidad, un diálogo preñado de belleza, un diálogo, en definitiva, rebosante de majeza.

Sea como sea, no podemos marginar a la Tauromaquia del espectro cultural europeo.

La fuerza expresiva de la Tauromaquia, la carga ética que conlleva, el enorme flujo cultural que en sus entrañas porta, quedan demostradas por un simple hecho: el intenso afán que contra la misma muestra la Revolución del Nuevo Orden Mundial, y las entidades de las que se vale ésta para implantar su tiránica dictadura.

El la fotografía que ilustra la cabecera de este artículo figura la portada del libro Tauromaquia y Nuevo Orden Mundial, en el que mostramos la implacable lucha que desde hace décadas se esta llevando contra la cultura de los pueblos, contra las tradiciones ancestrales de las naciones y contra las costumbres que de estas emanan, a fin de dejar al ser humano sin referencia identitaria alguna. Siendo la Tauromaquia un objetivo importante a destruir en esta lucha feroz.

Durante siglos el rey de España era fiel al ritual de alanceamiento de un toro bravo con motivo del nacimiento de su primogénito. No solo la historia lo pregona sino que ahí están los testimonios que nos brindan Tiziano y Goya en el Museo del Prado.

Durante siglos los doctores que adquirían su grado en la Universidad se veían obligados por su placer, por costumbre y por rito a dar muerte a lanza a un toro.

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Las bodas reales siempre fueron celebradas con corridas de toros en España. La reina que cortó con esa tradición fue doña Sofía, la esposa de Juan Carlos I. Tampoco Felipe VI y doña Letizia dieron continuidad a esta secular tradición.

Las aldeas, pueblos y ciudades ibéricas siempre honraron a sus santos patronos con fiestas taurinas.

Durante siglos los mozos ibéricos han soñado con poder llamar la atención admirativa de la moza que les partía el alma, jugando, ante ella, con un toro bravo. Bien fuera corriendo ante la fiera, esquivando con un quiebro su embestida, compitiendo en grupo con el toro que al otro extremo de la maroma se encontraba uncido, recortando la brutal acometida, saltando sobre el bicho con valerosísimos volatines, y así con innumerables y diferentes juegos y suertes.

Hasta la misma lengua española se encuentra sembrada de expresiones que con raíces en la Tauromaquia nos muestra nítidamente la imbricación de lo táurico con el alma ibérica.

De forma constante ha estado presente el toro bravo en la obra artística emanada del espíritu ibérico.

Desde Altamira a Picasso, pasando por Goya y Dalí, siempre estuvo el toro bravo deambulando entre los pinceles de los pintores ibéricos. Desde el prehistórico toro de Costitx en Mallorca a Benlliure siempre estuvo el toro bravo escoltado por los cinceles de los escultores ibéricos. Desde las Cantigas a Lorca, Gerardo Diego y Machado siempre estuvo el toro bravo en boca de los poetas ibéricos. A propósito de Lorca, él fue quien afirmó con mucha razón que la Tauromaquia es la fiesta más culta que hay en el mundo. Y decimos con mucha razón, porque mediante la Tauromaquia el pueblo ibérico ha venido manifestando la forma íntima de interpretar su propia existencia, su modo peculiar de coser con hilos de belleza la vida y la muerte; en definitiva, la colectiva cosmovisión que de la realidad ha venido interiorizando, y eso es cultura. Pues, recordemos de nuevo, que a la peculiar interpretación que una colectividad humana tiene de la realidad se le llama: cultura.

¡Claro que si, señor ministro! ¡Claro que si tiene mucho que ver la Tauromaquia con la cultura! Lo triste, lo trágico…lo tragicómico más bien, para una sociedad señor Urtasun es tener un ministro de ¡Cultura! que no lo sepa.

 Malos tiempos corremos, señor ministro, como se dolía Thomas S. Eliot, cuando la cultura, como forma de vida de un pueblo, trata de ser sustituida por el programa de un partido político.

 

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Juan José García Jiménez
Juan José García Jiménez
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Lucio Moreno

Sr. García Jiménez :

Este Ministro de cultura, que hay ahora, no es ni ministro de cultura ni ná de ná, no está a la altura del cargo que ostenta, no es ni si quiera, medio hombre.

Aliena

Y eso que Carmen Calvo – «Pixie y Dixie, «Huelva, la perla del Mediterrráneo», «El dinero público no es de nadie», Cervantes en Srgel como una especie de turista pro alianza de civioliaciones…. dejó el listón muy bajo, a ras de suelo.

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