Horror vacui
Hablemos de los que carecen de identificación. Todos aquellos que no disponen de documento de identificación, que no trabajan ‘oficialmente’, de quienes no aparecen en los registros públicos o privados, de quienes no cuenta para los sistemas de subvención (seguridad social, desempleo, subsidios y ayudas varias) ni para ningún otro ni siquiera para los sistemas penitenciarios.
La inmensa mayoría de los habitantes del planeta. Sencillamente: no existen para el gran organizador de ilusiones: el Estado. Todo Estado ante el horror vacui de la no-identificación, ese plano vacío en escorzo, lo rellena con una infatigable labor de las técnicas de identificación cada vez más sofisticada y exhaustiva.
La no-identificación, por el simple hecho de tratarse en Occidente de una excepción, casi insignificante cuantitativamente, presenta sin embargo un valor mucho más relevante para el análisis. En efecto el fenómeno sin-identificación es aquél universo primero y primario de dónde venimos, nuestro origen. No hace más de dos siglos. La democracia ‘burguesa’ precisa identificar el censo de votantes … pero también para organizar un ejército de leva. Lo asombroso ha sido esa extensión de la identificación, inédita, a toda la población de una nación en un plazo de tiempo tan breve.
La no-identidad es una rara avis en la actualidad para Occidente. Algo que ya nos dice mucho de la perfección de un sistema de identificación básica en el orden analógico. Sin embargo la no-identificación, elevada a su radicalismo más extremo sirve, sobre todo, para elaborar una estrategia de cómo desvincularse del Estado digital que está en ciernes: convertirse en invisible, no ser reconocible por lo digital (no existir para la red de información que irradia por doquier) … como un agujero negro estelar en el seno de la red.
En efecto, el Estado solo puede ser, en su esencia, respecto de los ciudadanos identificados. Es decir, todos aquellos que se encuentran de alta en los distintos sistemas administrativos que lo integran, los que llenan los registros colmando de satisfacción el falso ‘derecho a la identificación’. Y como consecuencia de su obsesión de registro, solo existe aquel ciudadano que aparece debidamente identificado. En eso consiste ser ciudadano: estar y ser identificado.
Quien vive sin identificación existe físicamente pero fuera de la ontología del Estado y vive su propia referencia física dentro de un sistema complejo como es el Estado del que está excluido o autoexcluido. Quien carece de identificación se comporta como un virus silencioso que se torna invisible para el sistema inmune del Estado. Antígenos traslúcidos, indetectables. Nunca mejor dicho: vivir al margen o fuera del Estado, puesto que su condición de existir y de que exista es la identificación forzosa y obligatoria de las poblaciones que empieza desde el nacimiento (con el alta en el Registro Civil).
Al nacido, desde sus primeros balbuceos, se le dota con esa identificación primaria, básica (fecha y lugar de nacimiento, padres y abuelos, sexo, etcétera) que lo determinará ab initio para moverse en el orden del mundo civilizado dotado de ese código personal que revela una identificación administrativa. Pero esa identificación no es más que la primera.
Después, en un movimiento de vértigo centrífugo, se expande en múltiples sistemas educativos, sanitarios, bancarios, tributarios, penales, civiles, militares, etcétera que expresan datos del individuo de todo tipo … para ser perfectamente identificado en las inmensidades insaciables de las megamemorias y de los datos (big data) de los sistemas en red.
Cada sistema de identificación, y no cesan de crearse otros nuevos, se nutre de esa serie de datos que son sustraídos, sin contemplaciones, al constituir el fundamento de su propia racionalidad operativa. Aquí la protección de datos es ineficaz porque se proyecta hacia una situación ingobernable, imposible de limitar porque es la propia condición inherente del sistema de identificación total, su prodigiosa saturación, la que nos lleva al orden digital.
Y ¿ qué sucede con quien no es identificable, con quien opera fuera de todo sistema de datos, privado o público, que fundamentaría su identificación?
El no-identificado dispone de la condición de estar (localización física en un espacio). Pero carece de la de ser (identificación). Y puede o no tener (patrimonio). En cualquier caso, el no identificado no se caracteriza por la misma naturaleza respecto de quienes están perfectamente identificados ad nutum. Son puros seres indefinidos al margen del Estado que gozan del estar y, eventualmente, del tener.
Incluso son la antítesis de todo ser definido por el Estado porque sus límites conforman y constituyen nuestro horizonte de integración y son nuestros límites conceptuales de comprensión: no podemos reconocer nada que se encuentre más allá de lo que esté identificado y, por ende, no podemos concebir más que aquello que se encuentra registrado, reconocido, tabulado, clasificado, ordenado… No es factible una ciencia o fundar un saber sobre lo inidentificable: no hay conocimiento sin un objeto delimitado, reconocible e identificado. Ya no podemos hablar de teología.
Está ahí, pero es imposible verbalizarlo; está ahí pero es inefable; está ahí como una presencia que satura todo el ambiente pero del que no puede decirse absolutamente nada: imposible materializarlo en unas coordenadas dentro del sistema estatal de identificación.
Antes era el cuerpo y, en especial, la piel y el pelo los materiales sobre los que se declinaban todas las diferencias y donde surgían ordenadas las identificaciones de tribu, de clan y de las personales. Tatuajes, adornos, incrustaciones, coletas, rasuraduras, perforaciones y un largo etcétera constituían los monemas de ese lenguaje de los signos del cuerpo. Pero no podían ser tratados como datos en serie ni ofrecer una garantía de correspondencia perfecta entre los datos de identificación y el sujeto al que se le atribuían. Una cicatriz hace identificable al forajido pero la pueden tener, en el mismo lugar, otras muchas personas.
Por eso se simplificó con pocos datos relevantes para ser objeto de tratamiento técnico y realizar agrupaciones, análisis sintéticos y estructurales, elaborar patrones, reordenación de sus posibilidades combinatorias … el lenguaje de los datos al servicio del lenguaje del Estado.
Pueden existir problemas de identificación pero no proceden del sistema de identificación sino de la lectura defectuosa que se hace de los datos o de su falsificación. Recuerdo el caso de aquella persona que fue detenida, acusada de un delito, porque su nombre y apellidos coincidían con quien era buscado en la requisitoria judicial. Los datos identificadores eran correctos. Sin embargo, el error estuvo en que el funcionario no verificó el número del D.N.I. del detenido para comprobar si coincidía con el del buscado.
Las ventajas de no ser identificable.
Esta situación de no ser (identificable) no implica no estar (físicamente) o no tener (patrimonio). Puede tratarse de un individuo sin identidad que se mueve en un mundo paralelo (puede disponer de dinero o de ciertos recursos) pero al ser inidentificable no cuenta para la hacienda pública, el servicio militar, el empadronamiento, la policía … Y aunque sea titular de un patrimonio resulta inmune e impune a cualquier averiguación patrimonial pues su patrimonio personal carece de titularidad conforme al derecho hipotecario o de bienes muebles … De este modo, por ejemplo, las multas y sanciones carecen de efectividad tanto como las resoluciones que las ordenen y las que despachen los embargos.
La moneda, el dinero es anónimo y fungible. La decisión de imponer el dinero y las cuentas digitales responde a la finalidad de identificar perfectamente a su titular y seguir su rastro.
Pero las técnicas de identificación han avanzado a velocidad de vértigo: antes era un documento portable, con una fotografía y una huella dactilar, unos caracteres alfanuméricos con algunos datos del portador. Incluso le han incrustado un chip. Susceptible de falsificación. Ahora la identificación consiste en una huella definitiva que proporciona la genética: el ADN. Imposible de falsificar y cuya secuencia diferencial está contenida citológicamente en cada individuo.
El inidentificable se escabulle del Estado, de sus redes, de sus sistemas de reordenación, de sus depredaciones. Hacienda, verbi gratia, carece de medidas para someter a sus cálculos y a sus latrocinios a quien carece de identificación.
Los casos más extremos son de quienes no tienen ni ser (sin identificación) ni tener (sin patrimonio). Se trata de seres dotados con un estar puro. Es cierto que solo de cuando en cuando aparece alguna persona sin ninguna identificación portable. Nos asombra como un fenómeno extraño que suscita perplejidad. Nos preguntamos: ¿Cómo ha podido existir sin identificación durante tantos años?
Pueden estar dentro del perímetro de la existencia que proporciona el Estado pero son personas completamente invisibles, transparentes, ni detectables ni observables, que no reciben nada del Estado. Pero que, del mismo modo, tampoco ni dan nada ni son depredados por el Estado. ¿Cómo localizar a quien no es visible puesto que el Estado está orientado y se relaciona solo hacia aquel que le es visible, es decir quien está identificado? Sencillamente para el Estado no existe quien no está identificado.
Sin proponérnoslo estamos frente a una situación inédita e inaudita (la no identificabilidad) pero que representa el medio o instrumento que puede neutralizar al Estado y con un grado de eficacia absoluto. Eso implica renunciar a que el Estado me dé pero también supone renunciar a que le dé. Quiebra del principio do ut des (doy para que des) donde radica la forma y el código de sometimiento y de vinculación con el Estado Moderno pero también con el futuro Estado Digital.
Cortocircuito que interrumpe el intercambio simbólico y de bienes entre los súbditos y el Estado, intercambios que representan el fundamento último de toda organización política de la que derivan todas las estructuras administrativas, de control, de redistribución, de fuerza y de violencia pero también de todo el universo de creencias que suscita.
El problema estribaría en cómo retornar a la situación inicial de no-identificación natural, cómo deshacerse de los atributos y signos registrados que nos diferencian, en suma, como ser inidentificable tras un proceso brutal de integración en un orden de identificabilidad absoluto. ¿Convertirnos en clandestinos en un Estado Digital?
Durante mucho tiempo los gitanos escaparon, históricamente, de todo control de las autoridades. Trashumantes, sin raíces, vagaban de un lugar a otro y nunca se asentaba definitivamente. No era posible reclamarles multas y sanciones. Por eso se empleaba con ellos, con saña, el escarmiento físico y las expulsiones.
Fueron un pueblo, perfectamente definido, nómada y disperso pero inidentificable, sin Estado. Por eso el odio que suscitaban: ser inmunes a todas las exigencias de un Estado totalizador que somete, en principio, mediante los dispositivos de registro y de identificación generalizados de bienes, animales y personas a quienes, como los gitanos, eran refractarios al mundo organizado por los Estados modernos.
Ahora, realojados en los arrabales de muchas ciudades, viven con languidez el decrépito orgullo de lo que fueron: los últimos nómadas de los países occidentales desintegrados a la fuerza.
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No es fácil ser un hombre sin atributos. Sobre todo si se vive en la estructura analógica por antonomasia que es la familia, tan ávida de que el estado le dé.
Solo los lobos solitarios podrían aspirar a ser invisibles pero se visibilizan cuando deciden curarse de una enfermedad. No veo cómo se puede ser invisible siempre
Es casi impensable que a día de hoy existan, sobretodo en países de Occidente individuos sin estar controlados. Pero la lectura del artículo de José Sierra da para mucho de que pensar en todo ello y en que el hecho de que todos tenemos un número y que volver a ser personas o incluso animales sin identificación solo podría ocurrir tras una gran destrucción del planeta. Pero lo que es seguro es que nos seguiremos asombrando cada vez que aparezca alguien sin estar identificado, porque no es lo mismo un “sin papeles” que uno que nunca ha sido registrado y que es visible para poder ser, entre otras cosas, manipulado.
Los gitanos ¿los últimos hombres y mujeres libres de occidente?
Interesante reflexión de hacia donde nos dirigimos…..
Reflexión interesante sobre la «no identificación» y un derecho fundamental como ser humano. El problema, viene cuando en un estado democrático se invaden derechos de unos contra los otros; es decir: como NO PRACTICAR el «do ut des (doy para que des)». Vivimos en una sociedad PARTICIPATIVA y por el mero hecho de EXISTIR ya nos vemos comprometidos con EL AJENO. A nadie le gusta p.e., pagar la educación de los niños de otros… NO TENIENDO PROPIOS o pagar cualquier tipo de impuesto que NO GENERAN GASTOS por parte del individuo y que son muchos si INDIVIDUALIZAMOS.
El problema como digo no está propiamente en el derecho de «no identificación» de la persona..
El.problema, una vez más, está en el USO, tal y como se ha podido constatar en la ley sobre el USO de la IA aprobada recientemente en el seno de la UE. Otra cosa será la aplicación de dicha ley, pero el PASO se ha dado y es un comienzo.