El pasado 25 de Noviembre, fue publicado en El País un artículo firmado por el prestigioso escritor y académico D. Antonio Muñoz Molina, en el que se alertaba de los riesgos que corre de Tuvalu, un pequeñísimo país de poco más de 12.000 habitantes en medio del Océano Pacífico, integrado por 4 arrecifes de coral y 5 atolones, con un área total de 26 km². Entre todas las amenazas con las que nos asustan un día sí y otro también como consecuencia del calentamiento global, son especialmente intimidatorias las relacionadas con el imparable ascenso del nivel del mar. Y eso, a pesar de que las periódicas profecías sobre la inundación áreas como Venecia, los Países Bajos o las Maldivas, nunca se han cumplido, entre otras cosas, porque el nivel del mar no está ascendiendo a un ritmo tan rápido como había sido vaticinado.
Ahora le ha correspondido el turno a Tuvalu, donde en el mencionado artículo se dice textualmente que las raíces de las palmeras, igual que los tubérculos harinosos que se cultivan como alimentos en la isla, están empezando a pudrirse porque el agua del mar se infiltra en el subsuelo, y va desplazando la capa de agua dulce que antes las nutría. Mareas altas cada vez más poderosas inundan con frecuencia una isla tan plana que no tiene acantilados ni muros rocosos que la defiendan. En Tuvalu, el ascenso del nivel del mar a causa del calentamiento vaticinado desde hace mucho tiempo por los científicos no es una especulación teórica. La tierra firme ya está reduciéndose bajo los pies de sus habitantes, y es muy posible que hacia finales de este siglo la isla entera haya desaparecido bajo las aguas. Posteriormente se añade que 10% más próspero de la humanidad es responsable de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero causantes de las perturbaciones que están forzando ya la diáspora de los habitantes de la isla de Tuvalu, y de los fugitivos de la desertización y el colapso de la agricultura y la ganadería en los países del Sahel y en el cuerno de África… Aún quedan negacionistas cínicos que aseguran despectivamente que la alarma por el cambio climático es un capricho de privilegiados y elitistas.
Como puede apreciarse por las frases anteriores y como no podía ser de otra manera, saliendo de la pluma de un escritor tan laureado, el artículo está maravillosamente escrito. Pero la calidad literaria de un texto no implica que todo lo que se diga sea cierto, y el texto citado precisa de algunas puntualizaciones. Numerosos científicos, entre ellos muchos geólogos, no sólo afirman la existencia del cambio climático, sino que aportan argumentos para demostrar que han existido cientos de cambios climáticos a lo largo de la historia del Planeta, similares a los que estamos observando ahora. Por lo tanto, en sentido estricto, el término negacionista, no es aplicable. Por otra parte, de acuerdo con el Diccionario de la RAE, un cínico es una persona procaz, impúdica, que muestra desvergüenza en el mentir. Tampoco parece adecuado aplicar esta calificación a los investigadores que, sin negar el cambio climático, se esfuerzan en aportar evidencias sobre su origen natural.
Desde el punto de vista científico, debe aclararse que el nivel del mar nunca ha sido estable, ha sufrido una incesante alternancia de subidas y bajadas, que se han prolongado a lo largo de millones de años. En la actualidad, se está registrando el último de estos ciclos ascendentes, que lleva activo unos 20.000 años, desde el clímax frío de la última glaciación. Durante los últimos milenios, en contra de las habituales informaciones alarmistas, el ritmo de elevación se ha ralentizado. Hace unos 15.000 años era de unos 30 mm/año, posteriormente (hace unos 12.000 – 9.000 años) se redujo a unos 10 mm/año, y desde hace unos 4.000 años ha disminuido al rango de 2-3 mm/año, de acuerdo con numerosas observaciones geológicas.
Nuestros antepasados cromañones fueron testigos de esta evolución, cuando se vieron obligados a abandonar los territorios de Doggerland (hoy cubiertos bajo las aguas del Mar del Norte) o la Gruta de Cosquer, cerca de Marsella (Francia), inundada por el Mediterráneo, al mismo tiempo que se iniciaba la desertización del Sáhara. Lo mismo ocurrió en el área donde nació la agricultura, en Mesopotamia, hoy bajo las aguas del Golfo Pérsico. Por eso, muchos científicos consideran que la elevación del nivel del agua que están experimentado hoy los mares y océanos del mundo no pueden considerarse como un hecho excepcional, sino como parte de los ciclos naturales de la Tierra.
Existen también evidencias (esta es la opinión de miles de científicos) de los cambios en la actividad solar, son los responsables de las variaciones en la temperatura media del Planeta, causando el calentamiento que produce la fusión de los hielos y la elevación de las aguas. Es decir, que los ciclos térmicos estarían regidos por procesos naturales independientes de las emisiones antrópicas de CO2 a la atmósfera, y no está en las manos del Hombre frenar o revertir dichos procesos.
En cualquier caso, sean cuales sean las causas que lo motivan, es innegable que el nivel del mar se está elevando. Pero el archipiélago de Tuvalu es uno más de los miles de islas y atolones formados por arrecifes de coral en los océanos Pacífico e Índico. Y como es bien conocido desde hace mucho tiempo, el crecimiento de los corales se adapta a las variaciones del nivel del mar. Cuando el nivel del mar asciende, los corales crecen hacia arriba, buscando la luz. Por el contrario, cuando desciende, los corales que quedan situados por encima del nivel del agua, se mueren al secarse y la erosión se encarga de devolverlos al fondo marino. En otras palabras, que la isla se va elevando por sus propios medios a medida que el nivel del mar va ascendiendo.
Además, el análisis de imágenes de satélite, han permitido demostrar que las islas de coral han aumentado de tamaño en los últimos 60 años, ya que la subida del nivel del mar se ha compensado con la sedimentación de depósitos aluviales. Es decir, que la tierra no está desapareciendo bajo los pies de sus habitantes, sino que está aumentando. Si tenemos en cuenta que los océanos están comunicados entre sí, las oscilaciones del nivel del mar afectan a todas las islas por igual y todas deberían tener idénticos riesgos.
Otros archipiélagos de características idénticas, como las Maldivas, a pesar de tener un perfil terrestre aún más bajo (2 metros de altura máxima sobre el nivel del mar, respecto de los 7 metros de Tuvalu) tienen ante sí un floreciente futuro como destino turístico, con numerosos proyectos hoteleros. Entonces, ¿por qué Tuvalu se está viendo obligada a pedir ayuda internacional?
En 2001, el gobierno de Tuvalu anunció que las islas tendrían que ser evacuadas por el aumento del nivel del océano. Incluso Don Kennedy, un científico local, propuso reasentar la población, y que los costes asociados deberían ser asumidos por los países industrializados, como contaminadores causantes del calentamiento global y de la elevación del nivel del mar.
Pero ¿y si Tuvalu tuviese otros problemas intrínsecos, completamente ajenos al cambio climático? El archipiélago tiene tierras muy pobres, escasamente utilizables para la agricultura y apenas hay agua potable, que proviene fundamentalmente de las precipitaciones, complementada con plantas desalinizadoras. La capacidad de recogida del agua de lluvia no es eficiente por el bajo grado de mantenimiento de tejados, canalones y tuberías. También hay problemas con las fosas sépticas, que tienen fugas hacia el agua dulce del subsuelo. ¿Podría ser esa la causa de que las raíces de las palmeras están empezando a pudrirse? Y si el agua dulce del subsuelo se está salinizando, ¿Podría deberse a un bombeo excesivo, como ocurre en otros muchos lugares del mundo? Porque si el origen del problema estuviese realmente en la subida del nivel del mar, se tendrían que estar pudriendo las raíces de las palmeras en los atolones e islas coralíferas de todo el Planeta. Y eso es algo que no está ocurriendo…
El cambio climático se ha convertido en un comodín que sirve para atribuir a las emisiones antrópicas responsabilidades que no le competen. El Hombre ha cometido muchas tropelías medioambientales que deben ser corregidas, como los plásticos que arrastran las corrientes (como menciona en su artículo Antonio Muñoz Molina), o los excesos en el uso de insecticidas y pesticidas. Pero cualquier problema medioambiental no puede ser gratuitamente atribuido al cambio climático.
Es cierto que los países poco desarrollados son más vulnerables al calentamiento global. Pero esos países son también más sensibles y endebles ante cualquier proceso catastrófico natural que se presente en su territorio, como los terremotos, las inundaciones o las erupciones volcánicas, cuya aparición somos incapaces de evitar. El cambio climático debe ser considerado desde esa misma óptica, aunque sea un proceso mucho más lento, un ciclo natural que forma parte de la naturaleza.
En contra de esta visión de la evolución climática, Thomas Piketty, un economista francés citado por Antonio Muñoz Molina, afirma que la lucha por la justicia social y la igualdad ha de ser inseparable del activismo ecologista: si quienes más tienen, sea en el país que sea, producen con su despilfarro más contaminación de la tierra, del agua y del aire, son ellos los que han de cargar con el mayor peso de las medidas fiscales y las reglas 3/3 de austeridad que deben imponerse con la máxima urgencia. No habrá otro modo de lograr una movilización mayoritaria y efectiva, ni de desmentir a los demagogos que ahora se fomentan con éxito el resentimiento y el oscurantismo anticientífico.
No cabe ninguna duda de que las diferencias existentes deben ser corregidas mediante la solidaridad internacional y que, lógicamente, deben ser los países más ricos (como en realidad se está haciendo a través de las agencias de cooperación internacional), quienes más deben contribuir. Pero esas aportaciones deben realizarse sobre bases reales, sin introducir injustificadas culpabilidades, no sobre hipótesis cuya fiabilidad y exactitud, como han puesto de manifiesto miles de científicos, está muy lejos de ser demostrada. El cambio climático y el calentamiento global arrastran consigo inevitables problemas económicos, sociales y políticos, pero las soluciones aplicables deben ser coherentes con las evidencias que ofrece la historia climática del Planeta, sin que la ciencia esté mediatizada por posturas políticas o ideológicas. Como han declarado recientemente más de 1.600 científicos, entre ellos dos premios Nobel, la ciencia del clima debería ser menos política, mientras que las políticas climáticas deberían ser más científicas.
Y para terminar, con toda sinceridad, no tenemos la impresión de que las ideas aquí expresadas puedan tildarse de oscurantistas y anticientíficas.
(Una versión más extensa de este artículo puede leerse en https://entrevisttas.com/2023/11/30/islas-amenazadas-por-el-mar/)
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