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CUANDO ALBERTI APLAUDIÓ EL ASESINATO DE MUÑOZ SECA

Pues, al final, voy a tener que aplaudir esa trágica “Ley de Memoria Histórica o Democrática”, porque siguiendo su pauta de reactualizar pasajes y actuaciones de la política española del último siglo, me está permitiendo encontrar verdaderas “perlas” del comportamiento de algunos personajes que por unas razones u otras han sabido esconder la otra cara de la moneda. O sea que, por ejemplo, en el caso de Rafael Alberti, se habrán escrito miles de páginas a favor de su “Marinero en tierra” (y dignas de un Premio Nobel) y pocas, muy pocas páginas, de su comportamiento político durante la República y la Guerra Civil. De ahí que creo interesante reproducir la anécdota que el periodista y amigo mío Eduardo de Guzmán dejó escrita en sus Memorias. Lo que sucedió el día que el poeta gaditano recibió la noticia de que el celebrado autor don Pedro Muñoz Seca había sido fusilado en Paracuellos. Pasen y lean:

Pero, no había terminado la cena (que le ofrecían a las Brigadas Internacionales), y cuando ya rusos y españoles se llenaban de Vodka, entró el joven Santiago Carrillo, que venía rodeado de su guardia pretoriana y con cara sonriente y entre saludo y saludo se dirigió a Alberti y le dijo algo al oído. Entonces Alberti pidió silencio, tocando con un tenedor la copa de cristal que tenía en las manos, levantó su voz y dijo:

Señoras y Señores, compañeros, camaradas, mi joven amigo Santiago Carrillo, Nuestro Delegado de Orden Publico y Seguridad, me acaba de comunicar que hoy ha muerto uno de nuestros mayores enemigos, el católico, monárquico y fascista Pedro Muñoz Seca. ¡Son gajes de la Guerra!… el mes pasado ellos acabaron con nuestro admirado y grandísimo Federico, Federico García Lorca, y hoy le ha tocado el turno a uno de ellos. ¡Donde las dan las toman! Ahora dirán que somos unos asesinos ¿y ellos? ¿Qué son ellos? Con una diferencia, que ellos sabrán donde cayó y ha sido enterrado “su” escritor y nosotros no sabemos dónde reposan los restos del nuestro. Pero nosotros venceremos y más ahora que ya están con nosotros los Internacionales… porque la Razón y el Derecho están de nuestra parte… ¡Tampoco pierde mucho el teatro!… ¡Viva la República! ¡Viva Rusia! ¡Viva Stalin!

Un “paseo” para don Miguel de Unamuno

En “El Mono Azul” despliega el odio del revolucionario para quien el fin justifica los medios, aunque por el camino tenga que pasar por encima de los cadáveres de los que no piensen como él. Curiosamente desde el primer número de la revista escribe una sección que titula “A paseo”, en la que va atacando primero a los escritores e intelectuales que no se ha sumado a la Revolución y luego a los que se muestran fríos e indecisos.

Como ejemplo de aquella sección que firma con su nombre reproducimos la que le dedica a Eugenio Montes y Unamuno. Decía así:

¡A PASEO!

¿Y el joven filósofo Eugenio Montes, catedrático por suplantación a fuerza de párrafos alemanes aprendidos de memoria, y que jamás, y por fortuna, nunca llegó a pisar su clase? ¿Qué se hizo de su brillante verborrea neofascista? ¡Ay, el genio del banquete de las catorce duquesas cuando vino de Roma! Defensor ínclito de la religión católica y sus más puras esencias; de la familia –esto sobre todo–, ya que la suya quedaba al cuidado benéfico de los amigos, mientras él, nuevo Chateaubriand de yeso y bilis, recorría Europa clamando por el sacrosanto orden destruido por el furor marxista. ¿Qué se hicieron de sus crónicas, a tantos marcos, de Goebbels, encanto de lo más fino y escogido de la buena sociedad histérica y peripatética?

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Lloraba el esplendor del Imperio español –Felipe II, Carlos V, &c.–, sin conocer los más elementales rudimentos de historia. ¿Pero qué importa? Una «crisis de conciencia», ¿ quién no la tiene? Después de haber querido ser diputado socialista por Orense, después de haber incendiado el quiosco de El Debate, tiene un momento de lucidez y advierte que hay marcos de Goebbels, liras de Mussolini, duquesas en España y efebos en todos los países. ¿Quién no se conmueve?

* * *

Don Miguel de Unamuno, no. Esa especie de fantasma superviviente de un escritor, espectro fugado de un hombre, se alza, o dicen que se alza, al lado de la mentira, de la traición, del crimen. Unamuno fue siempre propenso a meter la débil agudeza de su voz en aparentes oquedades de máscara. Máscara Don Quijote, para él. Máscara el Cristo de Velázquez. La autenticidad del escritor revelaba entonces dignamente el secreto trágico de tales nobles mascaradas. Pero ahora no es una voz en grito angustiado de tragedia la que viene a decirnos su palabra. Es algo terrible para él, angustioso de veras para la dignidad humana de la inteligencia. Es la más dolorosa de todas las traiciones: la que se hace el hombre a sí mismo por la más innoble de las cobardías; la que reniega, rechaza, abomina de la excelsa significación de la palabra, de la vida, de la independencia, de la libertad. Esta horrible mentira, encarnada entre los labios del superviviente Unamuno, ¿ qué nueva perspectiva sangrienta y amarga nos abre ante su pasado, manchándolo y envileciéndolo quién sabe durante cuánto tiempo ante las generaciones futuras?

Lo que no sabía Alberti es que su fanatismo intelectual los milicianos de a pie interpretaban sus acusaciones teóricas como órdenes para acabar con los citados y en Madrid se hicieron famosos los “paseos” que daban a los “enemigos” y que no era otra cosa que sacar de sus casas o de sus escondites a los señalados y darles un “paseo” hacia la muerte en las cunetas de las carreteras o en los jardines o arboledas próximas a Madrid”.

«Un día – reproduzco del informe Guzmán- Miguel Hernández se subleva contra lo que está viendo en Madrid, donde el pueblo pasa hambre y falta de todo mientras los jerifaltes del partido y los Altos Mandos del Ejército viven en la abundancia y disfrutando de todos los placeres. Ese día, se cuenta, que fue a visitar a Alberti y María Teresa León y participa en una velada de escritores antifascistas y al comprobar la prodigalidad de los alimentos, se levantó airado y susurró a su anfitrión, el poeta Alberti, “Aquí hay mucha puta, y mucho hijo de puta”. Alberti, inveterado vividor a pesar de sus escasos años, le conminó a que lo dijese en voz alta. El oriolano no sólo lo voceó, sino que lo escribió, dicen los que presenciaron su enojo, en una pizarra donde figuraba el programa de la velada o el menú (no hay acuerdo en los testimonios).

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La bella María Teresa León se levantó con bravura guerrera y le dio una sonora bofetada a Miguel Hernández que le llevó con sus huesos a sentarse en el suelo. En el fondo, el oriolano tenía razón, no en la forma. Sus compañeros comprometidos contra el fascismo, no dejaban de ser los cerdos de Orwell en “Rebelión en la Granja”, mientras la población de Madrid experimentaba la crudeza del sitio franquista”. Lo que está claro es que a partir de este “choque” las relaciones entre ambos, que ya venían siendo escasas por los celos que le habían despertado el que al de Orihuela le llamasen “El poeta del pueblo”, prácticamente quedasen rotas, hasta el punto de que al final de la guerra muchos acusaran a Alberti de ser responsable en parte de la muerte de Hernández por no haberle incluido en la lista que entregó en la embajada argentina para que protegiese a sus amigos. Y digo que tenía razón, porque yo tampoco estaba de acuerdo con aquellas «fiestas», en las que por citar algunos detalles, se servía el mejor caviar que llegaba a la embajada rusa de Madrid por valija diplomática, el mejor marisco gallego y de Huelva y los mejores jamones de Guijuelo, Jabugo y los Pedroches.

 

Según la propia María Teresa lo de Alberti con el caviar ruso llegó a ser como un veneno adictivo desde su primer viaje a Moscú, hasta el punto de que se lo tuvieron que prohibir los médicos. Al parecer en su último viaje a Rusia, ya en 1937, incluso se las había ingeniado para establecer un acuerdo de intercambio con sus amigos rusos Apletín, Kelyin y Mirzov: caviar por jamones ibéricos. Él les mandaba jamones y ellos le enviaban caviar (ojo, pero tenía que ser del «negro del Mar Caspio»). 

Por la transcripción

Julio Merino

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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Geppetto

Alberti era un puerco comunista que se cebo con los escritores que eren mejores que el, todos, organizando mediante chivateo indecente sus asesinatos.
Un inutil que iba de guapopor la vida y que no servia ni para ser pintor, ni para ser poeta y casi, ni para firmar, pero que como era comunista ha pasado a la historia como un insigne poeta…que es el colmo.

BdT

Mediocre como escritor, aupado a los altares literarios porque era comunista, un auténtico hijo de la gran **** como persona.

Ahí esta también la foto de Alberti, de punta en blanco, visitando a las tropas comunistas, con milicianos sin afeitar, descamisados…; él se volvería a casita a disfrutar del caviar el jamón, los otros, a que los matases los nacionales.

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