21/11/2024 15:28
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La desafección de los españoles por los valores morales y religiosos es algo que se nota en todos los órdenes de la vida y de la que dan fe, los gustos y preferencias de los lectores a la hora de elegir un libro. Si echas una ojeada por las librería verás que proliferan los títulos banales, insustanciales, incluso sucios, en cambio, cada vez es más difícil encontrar libros serios y provechosos de contenido moral , religioso o espiritual. Por esto mismo no es frecuente que a un matrimonio normal y corriente como tantos otros, se le haya ocurrido escribir un voluminoso libro que lleva por título Un santo para cada día del año”, reseñado, en su día, convenientemente por este periódico. (https://ntvespana.com/01/05/2023/resena-del-libro-recientemente-publicado-por-angel-gutierrez-sanz-colaborador-de-ntv-espana-y-su-esposa-francisca-abad-martin/ ) y que será presentado próximamente:

-En Madrid en un acto organizado por la Parroquia de Sto. Domingo de Guzmán C/ Camarena N . 183 el día 6 de octubre a las 20 h . y lo mismo hará

-En Ávila, la Parroquia de S. Pedro Bautista C/ J. L. López Aranguren N. 50 el día 25 de Octubre a las 20 h. 

Se dice que vivimos en una sociedad abierta y pluralista, pero la realidad es otra bien distinta. La mentalidad de la sociedad española está infeccionada por prejuicios malsanos, que hacen que todo se interprete al trasluz del laicismo puro y duro, oficialmente vigente. Este es el motivo por el cual se intenta relegar al ámbito estrictamente privado todo tipo de manifestaciones y sentimientos religiosos, al tiempo que se trata de paganizar las festividades religiosas consagradas por la tradición centenaria y convertirlas en festejos populares carnavalescos como ocurre por ejemplo con las Navidades y más concretamente con la Cabalgata de Reyes. El sentido religioso de las celebraciones populares ha ido desapareciendo de la memoria colectiva y de lo que se trata ahora es de recuperar su origen pagano

En este contexto socio-religioso cabe plantearse la cuestión si tiene algún sentido sacar a la luz un libro de santos. Yo estoy seguro que para muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo los santos no son más que antiguallas carentes de interés; otros incluso irán más lejos y se atreverán a decir de ellos que no fueron más que unos parásitos improductivos, que se dedicaron a comer la “sopa boba” a coste de la sociedad. Detrás de todos estos juicios peyorativos sobre los santos, lo que hay es una ignorancia religiosa supina o cuanto menos una radical desinformación sobre este tema

No, los santos no son una antigualla carentes de interés para nuestro tiempo, sino ejemplos vivos en los que debiéramos vernos reflejados. La santidad ha sido, es y será siempre actual porque es un ideal que está en la entraña misma de las más nobles aspiraciones humanas. Santo es sinónimo de varón justo y la justicia es un valor universal válido para todos los tiempos. Lo que hoy sobran son politicastros engreídos y maestrillos del tres al cuarto que se creen con la autoridad de decir a los demás lo que tienen que hacer y como tienen que pensar y comportarse. Lo que hoy necesitamos son héroes y santos, que es tanto como decir, hombres auténticos que nos ayuden a vivir de la verdad y no de la mentira , de la generosidad y no del egoísmo, de la realidad y no de las apariencias

Asimismo, es injusto y calumnioso tachar a los santos de parásitos cuando en realidad ellos fueron los grandes benefactores de la humanidad. ¿Quiénes sino ellos vivieron por y para los demás? ¿Quiénes fueron los creadores de escuelas para niños pobres? ¿Quiénes se expusieron a todos los peligros en tiempo de epidemia o de catástrofes? ¿Quiénes a lo largo de la Historia se preocuparon por los más vulnerables? ¿Quiénes fundaron los hospicios para huérfanos , viudas y ancianos o los hospitales para enfermos que dormían en la calle? ¿Quiénes rescataron del olvido la cultura, el arte, las humanidades en tiempos tenebrosos? ¿Quiénes fueron los constructores de pueblos y naciones? ¿Quiénes los padres de Europa? Y así podríamos seguir en una lista interminable.

Todo esto y muchas cosas más es lo que quiere olvidar esta nuestra sociedad descristianizada, obsesionada por romper con el pasado y despreocuparse del futuro para quedarse anclada en un “presentismo” que solo tiene en cuenta el momento actual, convertido en objeto de disfrute, sin mayores compromisos, como si el hombre fuera uno más entre los animales que tuvo la suerte de verse favorecido por la evolución.

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Poco cabe esperar de una sociedad encerrada en sí misma que reniega del pasado quedándose sin referentes. Es verdad que el gregarismo parece invadirlo todo y quien no se pliega a la exigencias del grupo será tachado de anticuado y lo que le espera es la discriminación y el ostracismo, pero es preferible esto a tener que comulgar con ruedas de molino. Por esto mismo, no debiera parecer un despropósito traer a primer plano de actualidad, la memoria de unas figuras ilustres dechados de virtud y ejemplaridad que más que entorpecer, pueden ayudarnos a configurar en sus justos términos no sólo la propia identidad personal, sino también , la identidad familiar y social, incluso la identidad patria, como es el caso de los Mártires de la Cruzada. A fin de cuentas y parafraseando a Chesterton, bien se podría decir, que todas las civilizaciones y culturas acaban siendo salvadas por un puñado de hombres y mujeres que tuvieron el valor de nadar contra corriente, que tuvieron el coraje de ser santos.

 

Autor

Angel Gutierrez Sanz
Angel Gutierrez Sanz
Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, habiendo obtenido la máxima calificación de “Sobresaliente cum laude”. Catedrático de esta misma asignatura, actualmente jubilado. Ha simultaneado la docencia con trabajos de investigación, fruto de los cuales han sido la publicación de varios libros y numerosos artículos. Sigue comprometido con el mundo de la cultura a través de la publicación de sus escritos e impartiendo conferencias en foros de interés cultural, como puede ser el Ateneo de Madrid. Su próxima obra en la que lleva trabajando bastante tiempo será “El Humanismo cristiano en el contexto de una Antropología General".
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Necesitamos al Espíritu Santo Paráclito, que renueve la faz de la tierra entera, que Él todo lo puede. Y no necesitamos a iluminatis de cualquier partido político o ideal por muy «cristiano» que finja ser, que no renuevan nada de nada, salvo su patrimonio y su vanidad y ego. Ni siquiera a esos «católicos» que enseñan en sus colegios, institutos y universidades «católicas» la social y socialista solidaridad, el compañerismo, el bien común (de unos pocos), el principio de subsidiariedad (la idolatría del Estado, liberal, conservador, socialista o comunista), la justicia social (es decir, la farisea y hecha a bombo, platillo y trompeta sonora) y otras judiadas fariseas hipócritas que tanto mal han traído en el mundo al ser escuela de progresistas y conservadores anticristos acérrimes.

Los santos son los hombres y mujeres de Dios a lo largo de toda la historia, su instrumento para transmitir la fe, para dar testimonio de la verdad y para interceder en las obras de Dios, los milagros, en los que los falsos «creyentes» no creen. Son los mejores hombres y mujeres que existen y que vivieron en el pasado y el presente. Son una réplica de Cristo en un mundo que odia a Cristo como Él mismo nos enseñó y como plasmó en su Evangelio su amado apóstol san Juan, que, por cierto, nos advierte que los anticristos surgieron entre nosotros, los cristianos. No son un ideal, ni unos héroes, ni son parásitos, sino todo lo contrario. Generalmente renunciaron a riquezas, poder y prebendas, se desprendieron de todo (esa es la santa pobreza cristiana), incluso de su propia vida por amor a Dios y a su Santa Iglesia Católica Apostólica desde san Esteban mártir hasta hoy. Tampoco son jueces ni justicieros, para eso está Dios y nadie más. Son los hombres y mujeres que nos han transmitido la verdad frente a la mentira que intenta imponer el demonio y sus vástagos en el mundo, especialmente por medio de la política, el instrumento más poderoso con el que cuenta satanás para asar a la parrilla a las almas en el infierno por toda la eternidad, por aceptar la mentira con el voto.

La santidad es la gracia más grande que puede obtener de Dios cualquier hombre y mujer. Es la gracia necesaria e imprescindible para la vida eterna, para el Reino de los Cielos, gracia sin la cual es imposible la salvación eterna y no cabe esperar más que infierno eterno por haber rechazado a Dios voluntariamente. No hay otro camino hacia Dios que la santidad, lograda en vida o tras un purgatorio terrible que puede llevar al alma hasta el fin del mundo dependiendo del estado de gracia con la que es llamada por Dios, que, a su vez, como nos revelan santos y santas de todos los tiempos, depende de la humildad y renuncia o negación a sí mismo que haya logrado en vida esa alma. Y estos tiempos son perversos en extremo, pues la soberbia y el rechazo a Dios es inédito en lo que llevamos de historia, presagio de nada bueno.

La acusación de parásito que recae sobre el santo es la misma que recae sobre el Señor, al que los judíos fariseos acusaban de comilón y bebedor con publicanos y prostitutas, como muy bien Él mismo enseña por contraposición a su Elías, san Juan Bautista. El demonio y sus vástagos no tienen límite en su intento por desacreditar a los santos, intentando desviar a los necios de imitarles. Pero la labor fundamental de los santos no ha sido la de la enseñanza o las curaciones milagrosas (físicas, mentales y espirituales), no. La labor fundamental de los santos ha sido dar a conocer y a amar a Dios y acercar a la gente a Él por medio de la predicación de los santos Evangelios, misión que el mismo Señor encarga a sus apóstoles y discípulos (hoy, por desgracia, sustituida por la satánica, embaucadora y seductora política, que ha entrado como cizaña en los jardines de su Iglesia), sin el cual nadie puede hacer nada, pues no somos más que sarmientos de una única Vid, que es Nuestro Señor mismo. Y al sarmiento que no da fruto se le arranca y se le echa al fuego.

A los soberbios les suele reconfortar de mala manera, quiero decir de manera interiormente insatisfactoria (aunque finjan otra cosa), su voluntarismo, su «activismo», su «mérito», sus obras, su trabajo (ridículo la mayor parte de las veces), sus logros, su riqueza, su patrimonio, su «inteligencia» y sus logros vitales, pero se autoengaña si piensa que Dios no ha tenido todo que ver en ello, que él o ella no hubiesen podido dar ni un paso sin contar con Dios. Suelen pensar estos soberbios que sin ellos el mundo se hundiría irremediablemente, que ellos y solo ellos son los salvadores del mundo y que sin su trabajo diario el mundo desaparecería, el sol no saldría, no volvería a llover, las plantas no volverían a crecer, no habría cosechas, ni ganado, ni actividad económica, ni industria, ni educación, ni sanidad, ni nadie daría un paso ni viviría sin su esfuerzo, ni nada de nada, que los demás le debemos adoración y gloria por ser tan «buenos y requetebuenos», que les tendríamos que poner altares por su gran desempeño (la mayoría no han cogido un pico y una pala, no han subido a un andamio o han trabajado la tierra en su vida, no han sudado más que cuando se les ha estropeado el aire acondicionado, pero eso sí, presumen de ser «supertrabajadores» que sostienen con su «esfuerzo» diario a toda la nación y que se les debería rendir culto a ellos, no a Jesucristo Nuestro Señor o a la Santísima Virgen María, en quien, por cierto, no creen en absoluto, se lo impide su soberbia, su vanidad, su egolatría enferma y su ceguera).

Y el hombre y la mujer no son fruto de «evolución» alguna, sino que son criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios. Y, tal como decía un santo contemporáneo, el P. Pío de Petrelccina, el demonio es el chimpancé de Dios, luego sus vástagos sí puede que obedezcan a esa similitud con el mono de la que tanto teorizan los necios darwinistas hechiceros, que no científicos, que la ciencia viene de Dios, es don del Espíritu Santo y no de error tras error. Tal vez se refieran a la estirpe de la serpiente, a la cizaña de la tierra, a los hijos del maligno, que son los que se dedican a ridiculizar a Dios y los suyos, como intentaron burlarse del Señor en la cruz («Si eres Hijo de Dios, sálvate a tí mismo y creeremos», decían los ateos judíos). Pero los hombres y mujeres, criaturas de Dios, no son monos «evolucionados» porque Dios no tiene aspecto de mono. Así nos lo confirman en sus revelaciones decenas y decenas de santos y santas que han tenido la dicha inmensa de verle y transmitírnoslo (por ejemplo, la beata Lucía de Fátima, que afirma que Nuestra Señora del Cielo, la Santísima Virgen María es tan hermosa que no hay habilidad artística humana capaz de recoger tanta belleza en un lienzo. Otro tanto dijo la santa polaca F. Kowalska del Señor, por eso lloró amargamente cuando lo pintaron tan mal). El demonio, ese chimpancé imitador de lo que hace el hombre, así como sus vástagos, esos sí que deben tener tal apariencia de mono «evolucionado», pero la criatura de Dios no, aunque la hechicería, que no la ciencia, lo repita millones de veces.

Y del mismo modo que el trigo va al granero, la cizaña va al fuego. Nos lo enseñó no el ingenioso Chesterton, que no es ni santo ni beato, aparte de un católico inglés chistoso converso. Nos lo enseñó el mismísmo Dios encarnado, Jesucristo. Y como muchos eligen rechazar a Dios, es decir, deciden ser cizaña, Dios simplemente les da lo que quieren, la perdición eterna en la gehenna de fuego y azufre. Y es bueno que así sea, porque no se puede obligar a nadie a amar a Dios, pero no se puede mantener eternamente el campo impregnado de la siembra del demonio. Así que bueno es que la cizaña vaya al fuego, que su civilización y cultura se queme en el infierno con ellos y que desaparezca para siempre. Y que Dios no permita en absoluto que nadie la salve, que ya ha hecho bastante daño, aunque a algunos parece que le tienen mucho apego. Que solo persista por toda la eternidad la cultura y la civilización cristianas, sin mancha de cualquier otra y sin otros hombres y mujeres que aquellos que aman y sirven a Dios, como le sirvió su Santísima Madre, con humilidad, sencillez y discreción, sin algarabía. Tiene que haber una siega global y salvar solo el trigo. Esa es la esperanza por la que imploran todos los santos, santas y hombres y mujeres justos, humildes y buenos que aún quedan en el mundo, aún silenciados por los perversos.

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