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A cuarenta kilómetros al noroeste de Valladolid, atravesando extensos campos de trigo, maíz y girasol, se encuentra Medina de Rioseco. Una localidad de apenas 4.500 habitantes, que, a pesar de su pequeño tamaño, nos ofrece un inmenso patrimonio histórico-artístico.

Cuna de hasta once almirantes de Castilla –el famoso linaje de los Enríquez– entre los siglos XV y XVIII, las impresionantes construcciones de esta ilustre villa no pasan desapercibidas, dejando constancia de una grandeza imperecedera.

En primer lugar, el convento de San Francisco, hoy reconvertido en museo1, que alberga una magnífico muestrario de esculturas realizadas en una riquísima variedad de materiales: las figuras orantes de doña Ana y doña Isabel de Cabrera2, en bronce policromado y dorado por Cristóbal de Andino3; los dos altares labrados en piedra por Miguel de Espinosa4, que acogen, respectivamente, los grupos de San Jerónimo y El martirio de San Sebastián, en terracota policromada, de Juan de Juni; el impresionante retablo diseñado por Gaspar Becerra, ornamentado con figuras de madera policromada por dos grandes sagas de artistas afincados en Medina de Rioseco: los Sierra5 y los Bolduque6;  una extraordinaria Custodia en plata del gran orfebre Antonio de Arfe7; tallas de marfil hispano-filipinas; relieves en alabastro de la Escuela Castellana y de Malinas8, y las espectaculares tribunas del órgano realizadas por Jerónimo y Ruy Corral de Villalpando9, aparentemente de piedra, pero ejecutadas en yeso sobre una estructura de madera. A todo ello debemos sumar la colección de escultura policromada instalada en el coro, en la planta superior, con obras de Pedro de Bolduque, Mateo Enríquez10, Tomás de Sierra y su taller, entre las que merece destacarse su espléndido San Joaquín. Y dicho lo anterior respecto a la escultura en San Francisco, debemos subrayar también la magnífica serie de pinturas sobre cobre de los flamencos Gerard Seghers (1591-1651) y Gabriel Frank (1590-1639).

Por otra parte, en Medina de Rioseco podemos contemplar la restaurada iglesia de Santa Cruz, cuya fachada clasicista evoca los ejemplos romanos del Gesù (Giacomo Della Porta, 1571-75) o la de Santa Susana (Carlo Maderno, 1603). Y, así mismo, puede admirarse la iglesia de Santa María de Mediavilla, donde se encuentra la famosa capilla de los Benavente11, conocida popularmente como “La capilla Sixtina de Castilla”, realizada por los citados Corral de Villalpando y Juan de Juni.

Por último, debemos detenernos en la iglesia de Santiago de los Caballeros, obra del arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón (1500-1577), adornado en su interior por un extraordinario retablo diseñado por Joaquín de Churriguera12 con esculturas del mencionado taller de los Sierra. Una construcción rotunda en su apariencia, que sorprende por varios motivos: su amplitud, altura y luminosidad interior, debida a una singular planta basilical romana en la que la nave central y las laterales están a la misma altura; por sus bellísimas cúpulas ovaladas sobre la nave central; y por las diferentes portadas (gótico-isabelina, renacentista-plateresca y clasicista) en tres de sus fachadas. Una ocasión pintiparada para comparar y entender la evolución estilística13 de la arquitectura española en los siglos XVI y XVII.

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Santiago Prieto Pérez 10-08-2023

2 Mujer y cuñada respectivamente de Don Fadrique Enríquez de Velasco (1460-1538), cuarto almirante de Castilla.

3 El burgalés Cristóbal de Andino (c. 1490-1543) fue un notable y polifacético artista, ejerciendo como escultor, arquitecto, platero y rejero. Autor, entre otras, de las rejas de la capilla mayor de las catedrales de Palencia (1520) y de Burgos (1520); de la capilla del Condestable en la catedral de Burgos (1523) y del convento de San Francisco en Medina de Rioseco.

4 Escultor y arquitecto, hijo del dorador Andrés de Espinosa y hermano del escultor Sebastián de Espinosa. Discípulo de Diego de Siloé.

5 El leonés berciano Tomás de Sierra Vidal (1654-1725) se instaló en Medina de Rioseco en 1680, levantando un taller con sus hijos: José Joaquín (1694-h.1750); Francisco (h.1700-1760), Pedro (1702-1761), Jacinto (1709-1753) y Tomás (h.1697-1753), encargado de la policromía y dorado de retablos y figuras. Los hijos varones de José Joaquín, Rafael, Francisco y Santiago, también fueron escultores.

6 Mateo Bolduque (1511-1564) y sus hijos Juan Mateo (1541-1570), Diego (1543-1574), Pedro (1545-1595), y Andrés (1547-h.1600).

7 El leonés Antonio de Arfe (c.1510-1575) fue hijo del orfebre de origen alemán Enrique de Arfe (c.1475-1545), y padre a su vez de los plateros y orfebres Antonio, Enrique y Juan de Arfe y Villafañe.

8 La Escuela de Malinas (en la provincia belga de Amberes, en Flandes) se distinguió en los siglos XVI y XVII por sus piezas religiosas de pequeño formato.

9 Los Corral de Villalpando fueron una saga muy destacada de artistas zamoranos constituida por cuatro hermanos: Jerónimo (c.1500-c.1570), Juan (h.1500-h.1565), Ruy (c.1500-1561) y Francisco (c.1495-1561). Se especializaron en trabajos en yeso.

11 Encargada por el banquero y comerciante Álvaro Alfonso de Benavente (h. 1490-1554) en 1543. Terminada entre 1548 y 1554.

12 Perteneciente a la ilustre saga Churriguera, hermano de José Benito y Alberto.

13 Por un lado, la portada gótico-isabelina, dividida en dos cuerpos. Un arco carpanel enmarcado por arquivoltas muy separadas transita hacia un arco conopial decorado en su extradós con roleos cairelados. Sobre la imposta superior que cierra el conjunto, una crestería aligera la transición al paramento liso, un florón la remata y dos pináculos la flanquean.

La fachada-retablo plateresca se distingue por estar dividida en tres cuerpos rematados por un frontón triangular y por un recargamiento en los motivos que la cubren: candelieri, escudos, grutescos, las enjutas sobre el extradós del arco “rellenas” de ornamento… así como columnas abalaustradas profusamente decoradas.

La fachada clasicista se distingue por su portada de dintel recto –sin arco–, enmarcada por dos pares de columnas adosadas (y una acantonada a cada lado) que sostienen un entablamento sobrio.

Autor

Santiago Prieto
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