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El grupo humano eslavo es numeroso en habitantes y amplísimo en cuanto a territorio poblado. Comprende una amplia y difícilmente precisable cantidad de naciones europeas. Los eslavos viven con o sin estado, en unidades soberanas compactas o en comunidades incrustadas y repartidas en unidades políticas más amplias, bien como minorías o bien como etnias hegemónicas. A su vez, los eslavos de las diversas unidades nacionales presentan diversos grados de mestizaje. Este mestizaje es fruto, como siempre, de las peripecias históricas de los diversos grupos así como de decisiones políticas y militares del pasado. Como ya queda claro a estas alturas de desarrollo de la ciencia antropológica e histórica, no conviene nunca hablar de “raza” o “etnia” eslava. Y ello es porque no se sabe bien qué ente puede ser el de lo eslávico, cómo delimitarlo de forma operativa, de qué modo distinguirlo conceptualmente.
El único asidero posible, como ocurre con los demás grupos humanos procedentes del trono indoeuropeo, es el de la lingüística. La ciencia lingüística posee criterios claros para agrupar las lenguas eslavas y poner, en correspondencia, a los grupos humanos que en Europa las hablan. Y la correspondencia no es exacta, ni mucho menos: también se conoce en Lingüístuca que un pueblo puede perder su lengua de origen y adoptar la lengua de otro, como ocurrió –por poner un ejemplo ajeno a los eslavos- con muchos pueblos de la Hispania prerromana, que nada tenían de “latinos” étnicamente hablando, hasta que la conquista de Roma los latinizó en el sentido lingüístico, así como los romanizó, en el sentido cultural más general.
No hay una “raza” eslava, aunque sí existen numerosas lenguas indoeuropeas que forman una amplia e importante rama de ese gran árbol, árbol que sirve como de percha donde colgar los más importantes atributos de la etnicidad ancestral de los europeos. Sobre esa percha o estructura lingüística, la etnología acierta a hallar ciertas características antropológicas de unos “eslavos ancestrales” que perduraron casi hasta hoy. Un mayor igualitarismo, menos visible que sus vecinos germánicos o bizantinos, por ejemplo.
Llama la atención que de todos los grupos nacionales eslavos sea el ruso el que ha alcanzado un nivel imperial de organización política, un mayor grado de expansión y, lógicamente, un menor grado de “pureza”. Pues esta es la tónica de los imperios, especialmente los de tipo aglutinante (frente a los imperios “absorbentes”): poseen una gran capacidad de incorporación de etnias distintas de la matriz originaria, mezclándose mucho con las periféricas e incorporándose a una alta cultura, que es la que forja el imperio y puede prolongarse como civilización. Así, por vía de analogía, existe un legado civilizatorio hispánico, porque de hecho hubo un Imperio aglutinante hispánico. Hubo –y hay- un legado civilizatorio ruso, porque de hecho hubo un Imperio aglutinante ruso. Los ingleses y franceses, por contraste, impusieron su idioma y ciertas plantillas o cuadrículas puramente formales de gobierno y milicia a los países colonizados por ellos, pero no se aglutinaron a los indígenas, más allá de ciertas élites.
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— Letras Inquietas (@let_inquietas) April 17, 2023
Leyendo el libro del profesor Fernández Riquelme, podemos obtener rica información sobre el mundo eslavo, documentada de forma histórica y atractiva, desde los albores de esa matriz eslávica primigenia hasta los conflictos sangrientos de hoy, año 2023.
El paneslavismo de los dos últimos siglos parece haber sido un fracaso y una utopía cada vez más irrealizable. Cuando una comunidad llega al punto de hacer matanzas entre hermanos, como ocurrió tantas veces con los eslavos, hay que plantearse de forma muy seria las cosas. Hay que poner en tela de juicio si entonces hay verdaderamente una comunidad, más allá de las que de forma política efectiva existen. También, por vía de analogía, hay que plantearse de forma muy seria y sin dosis alguna de miel o almíbar, ni “patrioterismo” barato, qué existencia real posee España tras las matanzas cainitas en la guerra de 1936-1939.
Los rusos y los ucranianos son, étnicamente, hermanos. Esto no hay quien lo discuta. Las matanzas cainitas de hoy, durante la “Operación Militar Especial” (Guerra de Ucrania) donde los pueblos eslavos siguen siendo marionetas de ambiciones extranjeras y poderes que les son muy lejanos, desmienten toda utopía paneslavista como no sea la ésta la exacta expresión equivalente a la constitución de un sólido polo imperial ruso. Lo deseable para nosotros, europeos occidentales y españoles, es que el mundo multipolar signifique un equilibrio pacífico de poderes y una retirada del cáncer yanqui que asola nuestro continente. Cáncer y nefasta influencia que sufrimos gravemente desde 1945, aunque de forma incipiente ya se hizo sentir desde 1898, con la depredación que el poder de las barras y las estrellas comenzó a ejercer sobre España y sobre las naciones hispánicas que de su tronco imperial brotaron.
Lo deseable para la supervivencia de Europa es que se dé una inextricable e irrompible alianza entre sus naciones occidentales y las del centro y el este. Europa precisa del aporte étnico, espiritual, económico, militar, etc. de estas naciones europeas no occidentales, para así recobrar su autonomía e identidad integral. Lejos de la propaganda atlantista, no consiste esta actitud en ponerse a los pies del gran “Oso ruso”, ni dejarse abrazar “suicidamente” por él. Se trata de volver a afianzar lazos de todo tipo, sin las interferencias de la Anglosfera. Las reconcentraciones de población en este hemisferio norte podrían modificarse, y con ellas, un gran espacio eurasiático revertería la africanización e islamización del continente. El Sur Global, y ahí está el África entera, necesita autocentrar su desarrollo. No tienen futuro sus poblaciones si lo mejor de su gente (en términos de preparación de base y de recursos económicos) emigra en malas condiciones hacia el norte. África es un gran geoespacio que debe autocentrarse.
Lo mismo acontece con los pueblos de Europa: en lugar de “comernos” las guerras que la Anglosfera prepara para neutralizar nuestro propio espacio, podríamos abrir líneas de cooperación (académica, laboral, migratoria en general) y así crear otras corrientes de circulación humana fortificantes, y no extenuantes, como las actuales.
Un simple apunte fisionómico, que va más allá de la curiosidad antropológica. Los eslavos ya han estado en España hace muchos siglos. En el rostro de muchas personas del Sur y el Levante español todavía están –muy puras- las huellas de aquellos esclavos que los árabes traían de los mercados de carne humana del centro y este de Europa. El gran Julio Caro Baroja ya se asombraba del chirriante espectáculo de rubias y ojiazuladas andaluzas vistiendo traje de “faralaes”.
La circulación de personas de diversos grupos étnicos es una constante en la historia. Desde el punto de vista ético debe acabarse con el actual esclavismo (o tráfico de personas), que arranca de su hábitat cultural a la gente del sur, para meterlos –infructuosamente, en la mayoría de los casos- en su lejano hemisferio norte, donde la integración cultural es costosa. El propio hemisferio norte, en el ámbito eurasiático- podría recomponerse demográficamente, con circulación Este-Oeste, lo cual, unido a una reindustrialización y una “revolución agrícola”, haría fomentar la natalidad de nuestras naciones.
Hace años que escribo a favor de una mayor cooperación entre los dos extremos de Eurasia, los dos pueblos que son, en gran medida, hijos de sus respectivos imperios aglutinantes: el español y el ruso. Maldigo el trazo grueso de los atlantistas que, sin vergüenza alguna, andan a la caza de “putinejos”, “duginistas”, y escritores “pagados por el Kremlin”, etc. Es preciso que sepamos ver más allá de las circunstancias bélicas actuales, y no dejarse llevar nunca por la propaganda de los anglosajones. Es preciso decir una y mil veces que Europa sin los eslavos, en general, y por otro lado, sin los rusos, es una Europa perdida, muerta y secuestrada.
El libro de Sergio Fernández Riquelme, publicado por la editorial Letras Inquietas, Eslavos: Un pueblo entre Oriente y Occidente, es una interesante contribución para un mejor conocimiento de este “enjambre” de pueblos a los cuales estamos unidos por muchos lazos, inadvertidos para la mayoría y no por eso menos reales. Estos pueblos y naciones también “hicieron Europa”. Su asunción del cristianismo (mayoritariamente ortodoxo, aunque también católico y protestante), y su lucha sangrienta contra el Islam, evitando su penetración por el centro y el oriente, les hermana con los españoles. Si somos europeos los españoles no es sino por la lucha denodada contra el sarraceno, desde que este invasor extranjero arribó a nuestras costas en 711. Recordar es ser libre.
Veo todavía muy lejana y utópica una “gran Eurasia” autocentrada económica y políticamente. Veo mucho más cercano y realista el proyecto de reabrir todo tipo de canales cívicos de circulación este-oeste para un mayor conocimiento mutuo, para un enriquecimiento cultural y humano, para romper los muros que la inepta y corrupta burocracia de Bruselas insiste en alzar.
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Autor
- Carlos X. Blanco nació en Gijón (1966). Doctor y profesor de Filosofía. Autor de varios ensayos y novelas, así como de recopilaciones y traducciones de David Engels, Ludwig Klages, Diego Fusaro, Costanzo Preve, entre otros. Es autor de numerosos libros. También colabora de manera habitual con diferentes medios de comunicación digitales.
Después de tanto asegurar que lo «eslavo» no es cuestión de etnia, nos sale usted con las rubias «ojiazuladas» ( verdaderamente, cuanto más presumen ustedes de la Hispanidad más machacan destrozan, hacen añicos, pulverizan y degradan nuestro idioma ). Pues tan rusas son las personas de esas características como las castañas, morenas y hasta renegridas, pues Rusia – y digo Rusia, sin meterme por ejemplo en Georgia, que eso ya es el acabóse – es muy amplia (de forma que, demasiado a menudo, cuando en alguna serie británica quieren sacar a una española, escogen a una rusa de piel color marrón oscuro vestida de rojo y con una rosa en la boca, y no es broma ). Y le comunico que, pues la Reconquista se hizo repoblando los territorios, se puede perfectamente ser sevillano rubio platino y no tener nada que ver con los eslavos, sino con los celtas, cántabros o visigodos.
Disculpe. No entiendo nada de su comentario. Ni una sola línea. Creo que se ha leído usted otro texto.