23/11/2024 11:23
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Como sin duda ya ha descubierto el lector, el epígrafe corresponde a un verso del Polifemo gongorino con el que el autor de este artículo trata de resumir no sólo lo lóbrego y monstruoso como síntesis de la casta política, esa casta política que se inventa la realidad a su conveniencia, sino también la lamentable degradación de sus votantes.

Ante las inminentes elecciones resulta un soberano espectáculo ver cómo unos y otros, políticos y electores, se aprestan una vez más a chapotear en la charca inmunda de la mancillada democracia, ese régimen de gobierno teóricamente representativo, cada día más desprestigiado por los propios demócratas, en el que, como se lee en el Eclesiastés, los necios y dementes han sido elevados a altos cargos, y los aptos se hallan en puestos humillantes o han sido directamente defenestrados o sacrificados.

El caso es que la perversión es la característica que distingue en estos tiempos a la política española. Y los resultados de las urnas vienen siendo un auténtico despropósito. Desatino que se repetirá el próximo día 28, pues al día siguiente seguiremos contemplando a los perversos y tarados a caballo y con escolta, y a los prudentes marchar a pie y encadenados, como galeotes.

La degenerada atracción del presidente, y de sus ministros y asesores, por la perversexualidad LGTBI y demás aberraciones, unido a la carestía de la vida y al deterioro sanitario, es una mezcla explosiva que no será suficiente para despertar a un pueblo dramáticamente dormido. Pero sí es posible que haya alertado a los amos del mundo que sostienen el tinglado democrático español, y que viendo peligrar sus intereses globalistas por el desgaste de sus esbirros de izquierdas, hayan decidido, una vez más, sustituirlos por sus sicarios de derechas.

En el viejo juego de cambiar algo para que nada cambie, ahora le corresponde el turno al policía bueno, para que el detenido crea que ya puede relajarse y volver a caminar sin hierros, gracias al milagro de las urnas. Que lo crea o que lo quiera creer. Pero ¿y VOX, qué papel juega en esta escenificación?

Porque el blanqueamiento a los violadores, la desprotección a las mujeres, la aceptación de la pederastia, la eliminación del delito de sedición para contentar a los separatistas, las subidas de impuestos, la inflación por las nubes, los permanentes recortes de libertades, el control político de la justicia, la inseguridad urbana, el paro en aumento… todo ello, con ser asuntos gravísimos, son envites a la chica en estos momentos.

La denuncia que hoy debe ser omnipresente y omnipotente ha de consistir en un misil lanzado a la línea de flotación del Sistema, para tratar de hundir su estructura y despertar a la ciudadanía; o eso, o no será nada. Y ese fue el clamoroso fallo de la moción de censura de VOX, que no tocó para nada el entramado del Mal, y lo ha seguido siendo de cara a las inminentes elecciones. Es obvio, pues, que VOX ha elegido lo doméstico y ha abandonado lo universal. ¿Por mandato ajeno? ¿Por gusto? ¿Por incapacidad?

De ahí que la esperanza que el partido verde despertó en su día se haya disuelto en muchos de sus seguidores de antaño, y es posible que más pronto que tarde pueda decirse de él que perdió sin haber intentado ganar. Y que sus integrantes se conformaron con el sillón público, pues hay teta para todos, porque traicionaron sus ideales de origen, como tantos, en vez de luchar por la rotunda totalidad de una España renaciente.

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Sé que el contenido de los dos párrafos anteriores puede resultar amargo para los honestos y admirables seguidores de VOX, partido que sufre la violencia de la turba democrática en la más dramática soledad; ítem más soportando el canalla silencio mediático y la imperdonable impunidad de sus agresores, pero ello es por culpa, precisamente, de un Sistema putrefacto que él nunca se ha atrevido a denunciar ni en su raíz ni en sus ramas más altas. Por eso VOX está expiando su indecisión o su complicidad, y arrastrando con ello a sus votantes más confiados y animosos a una incertidumbre que no se merecen.

Y sé, sobre todo, que el don primero del gran político, como el del gran poeta, como el de todos los grandes hombres, consiste en ser todo lo digno y sabio que pueda ser. El ojo que ve es el que descubre la armonía interior de todas las cosas; lo que la Naturaleza quiere significar. El ojo que ve posee la facultad que le capacita para discernir el secreto corazón del mundo, y la armonía que en él reside no es el resultado de hábitos, especulaciones ni circunstancias, sino un don de la Naturaleza. Y la decisión de expresarlo y fructificarlo.

Pero a escasos días de unos nuevos comicios no veo a mi alrededor políticos ni electores capaces no ya de entender, sino de tratar de valorar esto que digo. La inmensa mayoría de ellos no ve. Y si no pueden ver no hay esperanza. Porque el grado de visión que reside en un hombre es la exacta medida de ese hombre. Todo lo que hace un hombre forma parte de su naturaleza. Su coraje y su aptitud, o falta de ellos, es visible en las palabras que pronuncia, en las opiniones que alienta, no menos que en el golpe que asesta, es decir, en este caso, en su aprecio o desprecio por unas urnas fraudulentas, absolutamente corrompidas.

Un hombre sin moralidad no puede conocer nada. Para conocer una cosa tendrá que sentir o amar primero esa cosa, hallarse virtuosamente relacionado con ella. La Verdad permanecerá siempre para el vil, para el insolidario y para el pusilánime como un códice sellado. Y lo que tal hombre podrá conocer de la vida en esas circunstancias será mezquino y desviado.

Aquí, a lo largo de la nefanda y nefasta Transición, ningún político ha relacionado la política con la rectitud, ni ha tratado de demostrar al elector que su noble mérito no pasa por un plan preconcebido de enriquecimiento y de depravación, como ha sido el de la partidocracia. Ningún político, ni siquiera los de VOX, han dicho a sus electores que la obra del hombre, su esfuerzo y sacrificio, está por encima de cualquier régimen político, incluido el de la engañosa democracia. Más aún la democracia de estos voraces depredadores que nos han tocado en suerte.

Ningún político, como digo, ha dicho a sus votantes que la más alta recompensa para un alma grande, religiosa y sencilla, es la de respetar las leyes naturales y ser una parte de la misma Naturaleza. Y que las urnas vendrán luego, porque son accesorias, de ningún modo indispensables para el desarrollo y la realización del ser humano. Y así estamos. De nuevo ante la ridícula batalla de las urnas, una batalla repetida y nunca victoriosa para España, ni, aunque crean lo contrario, para la mayoría de los españoles que no se hayan dedicado a vivir de la política.

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¿Es posible que unos ciudadanos vayan de sus usos cotidianos, casi siempre frustrantes, a tropezar con los pesares que suponen unos falsos comicios, sin rebelarse ni patear esos diabólicos receptáculos de votos? ¿Cómo podrá justificar el hombre discreto a tanto botarate o cómo podrá rediseñar el corazón de los no-muertos para convertirlo en víscera digna, heroica y rebelde? Violentas invectivas, palabras que traspasan y queman se le ocurren contra unos y otros, electores y políticos, pero en esto nunca será desmesurado. ¡A tal extremo ha llegado la abyección!

En fin, algunos francotiradores arropados por escasísimos juristas e intelectuales de peso vienen avisando y denunciando esta catástrofe que hoy nos supera. Pero, bajo un envoltorio de terciopelo tejido por la propaganda oficial, los instalados tratan de ocultar, o que olvidemos, que hemos regresado a las preocupaciones o a la crisis abierta de aquel ambiente florentino que Savonarola sacudió con un estremecimiento premonitorio, en una atmósfera de esfuerzos reformadores para hallar de nuevo el equilibrio planetario. Y VOX, y lo digo con verdadero dolor, tampoco ha entendido esto. O, si lo ha entendido, ha preferido mirar para otro lado: el lado doméstico, es decir, el lado más trivial.

Los problemas debatidos por la plutocracia luciferina, sin contar para nada con la para ellos despreciable ciudadanía, son los de la salvación material del ser humano, que no tendrá nada y será feliz, y de las relaciones directas que el individuo, abducido y colectivizado, puede establecer con los nuevos ídolos, que son los que plantean las doctrinas correctas. Se trata, negada ya la autenticidad religiosa, de hallar la autenticidad contingente, diseñada no en las estancias neoplatónicas, sino en los más sórdidos laberintos del Seol.

Y a ese caos, a esa deshumanización y a esa catástrofe (la OMS acaba de anunciar una nueva pandemia, mucho más mortal que la anterior) es a lo que elector español demócrata, convencido de una equívoca y ridícula trascendencia, da su aprobación una y otra vez, acudiendo suicida y mansamente a las urnas.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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