25/11/2024 03:21
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Hará aproximadamente un año y medio tuvo lugar una polémica con motivo del estreno en Netflix de la película Guapis. La acusación, amparada en el cartel promocional, era que promovía la pedofilia. Su directora, Maïmouna Doucouré, una mujer negra de origen senegalés, tuvo que salir a desmentir la acusación y a explicar que el objetivo de la película era denunciar el peligro de las redes sociales y la sexualización temprana sobre los menores de edad, especialmente los niños. Visionada la película, cualquiera puede comprobar que la explicación de la directora no sólo es correcta sino que muchos de quienes criticaron el cartel sin conocer el contenido, especialmente entre la derecha y la extrema derecha, habrían encontrado argumentos para sus discursos de no haber hecho el imbécil y el ridículo despotricando contra una película que ni habían visto ni se habían informado correctamente sobre la misma. Por ejemplo, en una escena vemos a la madre de la protagonista fingir que le alegra que su marido vaya a contraer matrimonio con una segunda mujer; también encontramos lo fácil que resulta a los menores acceder a contenidos prácticamente pornográficos y relacionados con el mundo de la música comercial, por no hablar de la imagen que ofrecen unas niñas de once años comportándose y hablando como la morralla de los programas de telebasura.

 

¿Cuántos de los presuntos defensores de la familia y los valores cristianos hubieran disfrutado con una película donde se retrata la realidad de las mujeres inmigrantes del mundo islámico en territorio europeo y donde se refleja la degeneración entre la que se están criando los más jóvenes? Nunca podremos saberlo porque esa gente, en el mejor de los casos, acostumbra a conformarse con titulares sensacionalistas y noticias tergiversadas que vengan a confirmar sus posturas preconcebidas. Y aquí debo dar la razón a David Saavedra, últimamente conocido por su libro sobre su etapa como militante nacionalsocialista, en lo que denomina pensamiento en burbuja. Ciertamente, titulares como «Netflix fomenta la pedofilia» han sido utilizados por la extrema derecha sociológica para reafirmarse en sus argumentos y negarse a comprender la compleja realidad del mundo en que vivimos. Ahora bien, ese pensamiento en burbuja de la extrema derecha no es muy diferente del que hacen gala los podemitas que creen ciegamente en las «cosas chulísimas» de las que presume Yolanda Díaz o la conjura de policías, militares y jueces contra Podemos de la que ha alertado Pablo Iglesias; tampoco dista mucho de la paranoia que muchos vivieron el pasado verano, cuando creían que existía una campaña para asesinar homosexuales por toda España. Efectivamente, ese pensamiento en burbuja al que se agarran los individuos para no pensar y justificar aquello que da sentido a lo que creen, y a sí mismos, existe; pero no existe sólo como patrimonio de la extrema derecha, sino de todos los sectores ideológicos y me atrevería a decir que incluso más allá de la política. ¿O es que aspectos de la vida humana, como las relaciones tóxicas, no están exentos de una visión alterada de la realidad justificada por los mismos que padecen sus efectos?

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¿Quiero con todo esto decir que Netflix es un buen instrumento para educar a los niños? Para nada. La industria del entretenimiento difunde los valores de su respectiva época y, en este caso, plataformas como Netflix son canales de transmisión del pensamiento políticamente correcto progre, lo que en algunos lugares llaman ideología woke. No obstante, la ingeniería social no es un entramado que funcione con la precisión de un reloj y permite que las voces críticas con algunos de sus aspectos tengan cabida; eso explica que Guapis figure en el catálogo. Hay quien cree que la solución para que los jóvenes queden a salvo de los contenidos perniciosos pasa por censurar e impedir que los vean, lo que en el mundo actual equivale a aislarse de la realidad. Los partidarios de tales medidas, la próxima vez que vayan a misa dominical, deberían recordar lo de que la verdad nos hará libres y que privar a los jóvenes del conocimiento, aunque sea erróneo, equivale a desprotegerles frente al mundo, sustituyendo una burbuja de alineación por otra.

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