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Pero, aunque dejo para otro día la “Operación Galaxia” hoy no tengo más remedio que hablar de mis tres atentados físicos y con peligro de muerte. Nunca los he contado tal como sucedieron, pero creo que merece la pena contarlos, dado que sucedieron durante mi Dirección de “El Imparcial” cuando viví enfrentado al Presidente Suárez, aquel Dios del Centro que hicieron los pelotas subvencionados.

El primero sucedió la tarde del 29 de mayo de 1979. O sea, el día del criminal atentado de la cafetería “California 47”, de la calle Goya, en el que resultados muertas 12 personas y 57 heridos. Era sábado y hacia las 7 de la tarde cuando explotó la bomba terrorista (al parecer en aquel caso del “Grapo”, los comunistas reconstituidos) yo había quedado allí con mi mujer y mi suegra, para ir con ellas al cine “Carlton”, que estaba al lado en la calle Ayala (luego desapareció, como tantos otros de Madrid, dando paso a un edificio de viviendas), pero afortunadamente salí tarde del periódico por irme con Miguel Ors, el Jefe de Deportes, que iba al lado a recoger un traje que le habían hecho en una sastrería que estaba en el 57 de la misma calle. Eso supuso retrasar unos minutos a lo que tardaba cuando me llevaba el coche de la empresa por el Centro. Así que llegamos con 5 minutos de retraso, o sea, justo cuando se produjo la explosión y empezó el terror. Naturalmente, yo me tiré del coche y como un loco me fui corriendo para la cafetería creyendo que mi mujer y su madre estaban dentro, pero no pude ni acercarme a la puerta porque aquello era un horno ardiendo y gente que salía gritando, derramando sangre por todos lados. Pensé entonces que podrían estar ya en el cine (ellas siempre llevaban sus entradas y yo la mía) y allí me dirigí, también fuera de mí y gritando:

 

—¡Una bomba! ¡Una bomba!

¡En la cafetería! ¡En la cafetería!

Con la fortuna de que al abrirse las puertas del cine y encenderse todas las luces a las primeras que vi fue a ellas y pude respirar, estaban bien.

Aunque fue un disparate entrar como yo entré en el cine, ya que pude provocar una estampida humana de miedo y provocar una segunda tragedia.

En resumen, que metí a mi suegra y mi mujer en un taxi y yo me volví al Infierno, porque el infierno era su interior, con las paredes llenas de sangre y restos de cuerpos humanos y otras personas gritando y buscando entre los cadáveres a los suyos.

Todavía no se había montado el cordón policial ni habían llegado los bomberos. Solo habían dejado pasar a un medico que dijo llamarse Sanz Gadea, que casualmente, estaba hospedado en un piso de la misma casa de la cafetería, y que ya llevaba sobre sí todo un botiquín de urgencia (con el que entré como su ayudante y la mascarilla y el mono que me dejó de enfermero) el pobre no pudo hacer todo lo que quería hacer, pero al menos algunos heridos pudieron sentir algo de alivio en aquellos minutos de terror.

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Luego, sabría que el doctor Joaquín Sanz Gadea era toda una eminencia médica que, incluso, estaba propuesto ese año para el Nobel de Medicina por la labor que estaba realizando en el Congo y su descubrimiento sobre la Malaria.

En 1998 recibiría el “Príncipe de Asturias” de la concordia por su labor sanitaria en África.

Pero lo peor sin embargo lo viví después, ya en el periódico, donde había vuelto para cambiar la portada del día con la noticia del atentado y las tremendas fotografías de la tragedia. Ya sobre las 4 de la madrugada recibí una llamada telefónica para decirme con un tono bastante amenazados: “¡¡¡Hijo de puta!!!, hoy te has escapado, pero a la próxima te aseguramos que veremos volar tus tripas y las de tus hijos por los aires!!! ¡¡¡Viva Stalin!!!”

El segundo de mis atentados no he podido olvidarlo por algo que viví con el entonces Director General de la Policía, José Sainz González. Sucedió el 4 de junio del mismo año, 1979. Ese día recibí por correo normal un sobre con un anónimo impreso a máquina que decía: “! O CIERRAS EL PERIODICOS O TE MATAMOS ¡”… De momento yo no le di mayor importancia, pero luego lo pensé mejor y a la mañana siguiente me fui directo a ver al señor director General de la Policía. Sainz González me recibió en el acto y hasta cariñoso y cuando le mostré el papel del anónimo se echó a reír y me dijo: “Tranquilo amigo Merino, esto no tiene mayor importancia, y los del “GRAPO” que son los que actúan en Madrid suelen mandar sus anónimos con letras recortadas de los periódicos. Así que habrá sido algún gracioso de los muchos que hay en esta ciudad”.

Naturalmente, esas palabras me tranquilizaron, porque yo siempre he tenido confianza en la Policía y en la Guardia Civil.

Lo gracioso vino cuando dos días después recibí otro anónimo con las mismas características, pero esta vez sí venía montado con letras distintas y hasta de distinto color recortadas de periódicos y revistas… y eso, como él me dijo, sí que me inquietó, y otra vez me fui a la puerta del Sol que era donde estaba entonces el Ministerio del Interior.

Y cuando el Director General vio aquello me dijo: “Merino, ahora sí, ahora esto va en serio, así que no te preocupes, pero tendremos que tomar las medidas oportunas”.

Y aquella misma tarde toda la calle de San Romualdo y el edificio donde tenía su redacción y sus talleres “El Imparcial” (y curiosamente también el “Diario 16”) también la calle paralela donde estaba ubicado “El País” aparecieron tomadas por efectos de la Policía armada y de la Guardia Civil. De tal manera que no solo en las puertas y en la calle y en todo el barrio, sino también en las terrazas de los edificios vecinos, se cubrieron de gente con metralletas. Al menos, era lo que yo veía desde los ventanales de mi despacho.

Y así estuvimos 24 horas seguidas.

Al final, afortunadamente, no pasó nada. Bueno, sí pasó, que por aquellos días la policía hizo una gran redada y habían caído varios miembros del “GRAPO”

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Y ya el tercero de mis atentados, ese sí, jamás podré olvidarlo.

Sucedió la noche del 12 al 13 de junio de 1979… y lo recordaré siempre porque aquella noche sí vi la muerte de cerca y porque era el día de San Antonio, el Santo de mi amigo-hermano Antonio Pérez Otero. Cuando sobre las 3 de la madrugada volvía a casa (por esas fechas y años yo vivía en la Ciudad de los Periodistas, en el piso octavo del edificio Balmes) en mi coche particular, con dos coches más: el de la empresa, con mi conductor de siempre, y un “Z” de la policía. Esa noche, no sé por qué, los policías que me acompañaban como escolta llevaban metralletas. También el que se había sentado a mi lado en mi coche.

Pues bien, al girar en la carretera de la Playa (así se llamaba entonces y se sigue llamando seguramente a la Avenida Herrera Oria) y dirigirnos a la entrada de la Ciudad de los Periodistas, de pronto, un coche nos adelantó y se puso delante disparando contra mi coche y el policía que iba a mi lado reaccionó rápido y gritó, al tiempo que disparaba: “¡Acelere!”… y yo automáticamente tanto aceleré que incluso adelanté al coche que llevaba delante… Bueno, el hecho es que los terroristas, o quienes fueran, desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos y que mi acompañante y los otros tres policías se fueron como locos tras ellos. Y ahí me quedé yo solo, con Ángel, mi chofer, y todavía con las piernas temblando… y más cuando vimos los impactos que habían dejado los tiros que habíamos recibido. Porque el que no nos matase al policía y a mí había sido un milagro.

Y todavía recuerdo, y él lo recordará, si vive, que creo que sí, a las 5 de la mañana recibí una llamada de don Rodolfo Martín Villa, el que en esos momentos era Ministro del Interior, para decirme:

—Merino, tranquilo y enhorabuena. Ha sido un milagro pero ya pasó todo. Vete a la cama y duerme tranquilo, porque a esos les cogeremos, como sea. Un abrazo.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.