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Ante los representantes de la CNT-FAI, Lluís Companys comentaba: “He de deciros que la CNT y la FAI, no han sido nunca tratadas como se merecían por su verdadera importancia. Siempre habéis sido perseguidos duramente, y yo, con mucho dolor, pero forzado por las realidades políticas, que antes estuve con vosotros, después me he visto obligado a enfrentarme y perseguiros. Hoy sois dueños de la ciudad y de Cataluña, porque solo vosotros habéis vencido a los militares fascistas”.

Una declaración de intenciones de Companys pronunciaba el 20 de julio de 1936, horas después de estallar la Guerra Civil. Es muy claro su pensamiento cuando afirma que “hoy sois dueños de la ciudad y de Cataluña”. El poder estaba en sus manos. Se lo entregó directamente a sus amigos anarquistas. ¿Por qué? Porque gracias a ellos era presidente de la Generalitat. El 20 de noviembre de 1932 se convocaron las únicas elecciones a la Generalitat durante el periodo de la Segunda República. En aquella ocasión las ganó y fue presidente Francesc Macià, fallecido el 25 de diciembre de 1933. De los 85 escaños posibles, ERC consiguió 56. Tras la muerte de Macià, fue el anarcosindicalismo el que aupó a la presidencia a Companys. Y, por ello, les entregó el poder. Les debía mucho más a estos que a sus compañeros de ERC o a los de Estat Català. Así, el anarcosindicalismo se convirtió en el dueño de la situación.

En “Informe confidencial. Situación política en Cataluña a los tres meses del pronunciamiento militar”, conservado en el Archivo General Militar de Ávila se describe claramente la situación en la que vivió Cataluña los diez primeros meses de la Guerra Civil: “Esta preponderancia a los hombres de la FAI se debe a la cobardía de la Esquerra, la cual se sometía por completo al dictado de los anarquistas, y a la falta de una política que el PSUC, por su razón de partido formado por la fusión de otros cuatro, no podía imponer entonces a causa de su juventud orgánica”.

Esta cobardía supuso que el 20 de julio de 1936 hubiera 40.000 miembros de la CNT-FAI dominando las calles de Barcelona. Son los llamados “incontrolados” que dominaron la vida cotidiana barcelonesa. Estos cenetistas eran muchas cosas, pero nunca fueron incontrolados. Siempre lo tuvieron todo muy controlado. Eran los milicianos de Companys. Su ejército. El poder estaba en manos de ellos no solo porque Companys así lo decidió, sino porque eran los únicos que podían controlar la calle. La Generalidad tenía los mossos de escuadra, pero solo con estos no la dominaban. Necesitaba a los anarcosindicalistas para ser más fuertes y controlar la situación una vez aplacado el alzamiento militar.

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Estos personajes no tenían escrúpulos. Estaban acostumbrados a matar. Por eso fueron los encargados de ejecutar, en un primer momento, a todos aquellos que se habían levantado contra la república y, posteriormente, a los demás ciudadanos de la retaguardia catalana. La lealtad de Companys a la CNT-FAI no solo fue para mantener su cargo como presidente de la Generalitat. Esta también pasó porque ellos hicieran el trabajo sucio. Lo que llamamos represión anarcosindicalista. Companys, cuando se cansó, organizó un golpe de estado. Inculpó a la CNT-FAI y al POUM y se alió con el PSUC. Esto ocurrió durante los hechos de mayo de 1937. Companys no tenía, a priori, las manos sucias. Habían sido los anarcosindicalistas a espaldas de la Generalitat. La realidad es que estos actuaron gracias a la Generalitat, pues los dejó moverse impunemente en toda Cataluña.

 
 

Acto de homenaje a Lluís Companys por el 80 aniversario de su fallecimiento FOTO: DAVID ZORRAKINO  EUROPA PRESS

Esto lo sentenció a muerte en 1940. Al creer que nunca perderían la guerra, pensó que todo quedaría impune. Y ahí se equivocó. Como escribió Francesc Cambó: “El fusilamiento fue un inmenso error de Franco. ¿Injusto? Él, el 6 de octubre del 34 había cometido igual delito que los militares… y fue indultado. En 1936 él hizo fusilar a todos los militares sublevados”.

 

Esos fusilamientos, creyéndose por encima del bien y del mal y sin acordarse de que salvó la vida gracias a la benevolencia de unos hombres que consideraron era mejor condenarlo a prisión, es lo que nadie le perdonó una vez terminada la Guerra Civil.

La necesidad hizo que la Generalitat se implicara con el anarcosindicalismo. De ahí que les pagara el sueldo a más de 90.000 milicianos de la CNT-FAI. Era el ejercito particular de Companys. También se daban cada día 80.000 raciones de comida y otros tantos equipos. A parte de permitirles saquear lo que quisieran, lo alimentaba para tenerlos contentos.

Los anarcosindicalistas tuvieron el poder de la calle, de las colectivizaciones, de la represión, del bien y del mal, con el apoyo directo e indirecto de la Generalitat de Cataluña y, en particular de su presidente Lluís Companys. Por eso, cuando el informe del que hemos hablado comenta que “la situación política de Cataluña se manifiesta dentro de un proceso caótico con tendencia a empeorar”, no estamos de acuerdo.

 

No era un proceso caótico, todo lo contrario. Podía parecerlo desde fuera, pero no era verdad. Companys tuvo controlada la situación hasta fingir que se le fue de las manos. A los anarcosindicalistas tampoco se les descontroló. El problema fue de cansancio. Cuando este llegó decidió eliminarlos. De ahí los hechos de mayo de 1937. Con lo cual él siempre dominó la situación y tuvo las manos limpias del pillaje y la represión que se produjo en Cataluña. Un plan perfectamente elaborado y que le salió bien.

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Es por eso que no podemos hablar de incontrolados. Fue un invento que les vino bien a Companys y a sus acólitos. Decir que no podían hacer nada porque eran “incontrolados” era lo más fácil. Así se presentaba Companys, ante los suyos, como una víctima del sistema. Según los dirigentes de la Generalitat, estos anarcosindicalistas habían tomado el poder a sus espaldas y hacían lo que querían. La realidad era muy diferente. Fueron muy selectivos con la represión y no asesinaron a nadie que no “mereciera” ser asesinado. Todo estuvo muy controlado, pactado y seguían un método muy bien trazado.

 

De ahí que la represión en la retaguardia fue maquillada. Se buscó la manera para disimular la barbaridad cometida. Ahora podemos decir, sin equivocarnos, que la cifra oficiosa de 8.352 asesinados durante la Guerra Civil se queda muy corta con lo que realmente pasó. La cobardía de unos y el instinto asesino de otros provocaron un mínimo de 26.606 muertos en la retaguardia catalana. La mayoría fueron inscritos en el registro con “causa de la muerte” muy diferentes a la realidad.

La cobardía de ERC no se debió al sometimiento dictado por los anarcosindicalistas. Esto fue fruto de la incompetencia de Lluís Companys. Dejó hacer a sus amigos porque sabía perfectamente que eran profesionales y llevarían a cabo su hoja de ruta sin ensuciarse las manos. Esta fue su cobardía. No entregarse a los anarcosindicalistas, sino no tener el valor de llevar a cabo sus pretensiones políticas e ideológicas y dárselo a terceros. La cobardía de unos y el instinto asesino de otros provocaron esos 26.606 muertos. Esta es la realidad de los que se vivió en la retaguardia catalana los diez primeros meses de la guerra civil.

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