21/11/2024 19:38
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Gabriel García nació en Toledo en 1992 y es Graduado en Derecho, además de contar con estudios en mediación. Laboralmente se ha desempeñado en el sector servicios. Ha publicado artículos en medios de divulgación histórica y actualidad política, como los digitales HispaniainfoDesde mi campanarioEn Marcha El Correo de España, el periódico Patria Sindicalista y la revista La Emboscadura.

Hermanos de alcohol es su primera novela. Escrita originalmente entre los años 2012 y 2013, el borrador original fue sometido a revisiones en 2015, 2017 y, finalmente, 2021. A pesar de todo, el autor ha procurado que el resultado final se mantenga fiel a su origen. Con anterioridad ha publicado el ensayo histórico Del 15-M al Covid-19. Aproximación a una década de la Historia de España (SND, 2022). Por último, cabe destacar su adscripción a la ilustre Cofradía de la Cuchara de Hierro.

¿Cómo nace la idea de escribir la novela Hermanos de alcohol?

Empecé a escribir la novela a finales del año 2012, en un momento muy complicado de mi vida, dado que había roto con mi frívola existencia anterior para zambullirme en el mundo del activismo político (o eso creía yo, pero es una historia que ahora no viene al caso) y, a pesar de todo, no terminaba de sentirme satisfecho ni conmigo mismo ni con quienes tenía a mi alrededor. Lamento si esto peca de pornografía emocional, uno de los rasgos más repugnantes de la época que nos toca vivir ahora, pero es así. En el verano de 2013 terminé el primer borrador y el texto quedó abandonado hasta el año 2015, cuando realicé una revisión que, en todo caso, respetó el contenido original y no introdujo ningún cambio significativo en la trama. Hubo posteriores revisiones, que también respetaron en todo momento la obra original, en 2017 y 2021.

Tal vez hubiera salido una novela mejor de haber ido introduciendo cambios importantes en el argumento a medida que la experiencia vital me llevaba a madurar y reflexionar en distintas cuestiones, pero en ese caso nunca habría terminado de escribir Hermanos de alcohol y lo único que hubiera hecho es escribir y eliminar continuamente una novela diferente tras otra; además, para hablar sobre determinados asuntos (como la militancia política) siempre quedaba la posibilidad de ampliar el universo literario de esta novela con otras obras, a lo que me he dedicado durante estos años.

La escribe ciertamente, como dice, en un momento difícil de su vida en el que necesitaba desahogarse…

Sí, efectivamente. Más que desahogarme, diría que necesitaba gritar y mandarlo todo a la mierda. Pero escribir es más terapéutico y, con resignación, traté de salir adelante volcando mis frustraciones en el teclado del ordenador y alumbrando un relato que, sin ser autobiográfico, pudiera transmitir lo que me destruía por dentro. Continué con mis estudios, con el activismo.. Y una gran lección que he aprendido durante todos estos años es que, al margen del salseo de la telebasura y las redes sociales, a la gente suele importarle un carajo los problemas y el malestar que alguien puede sentir hacia la vida en general, salvo que otros puedan utilizarlo en provecho de sus intereses (y sí, estoy hablando de la política). Eso sí, que ahora se hable mucho sobre la salud mental y la importancia de tratar malestares psicológicos (aunque de un modo deficiente y superficial) no significa que se esté afrontando el grave problema de la crisis espiritual y de sentido que atravesamos en el llamado Primer Mundo, donde la mayoría cree que con ansiolíticos y compartiendo sus frustraciones por redes sociales o en la consulta del psicólogo ya empieza todo a resolverse.

La escribió hace unos años y no ha podido publicarse hasta ahora…¿Considera que ahora tiene más madurez y una perspectiva que no tenía en el momento de escribirla?

Por supuesto. Puede parecer una estupidez, pero un ejemplo de lo que indica está en la cita que utilizo al abrir la novela. Originalmente utilicé la conocida sentencia de Rafael Sánchez Mazas sobre su trayectoria falangista: «Ni me arrepiento ni me olvido». Años después, durante la última revisión, concluí que una frase escrita por alguien en los últimos años de su vida no tenía nada que ver con quien todavía tenía mucho que vivir por delante. Rafael Sánchez Mazas, a pesar de las críticas que se le puedan realizar por su trayectoria vital, ya estaba de vuelta de todo y los problemas que había vivido (entre ellos, un fusilamiento fallido) habían sido mucho más graves que los míos (progreso académico estancado, pésimas expectativas laborales; que son problemas serios, pero ni de lejos equivalentes a una condena a muerte). Decidí sustituir la cita de Rafael Sánchez Mazas por un par de citas de un personaje de ficción de una serie de anime, llamado Jiraiya, el cual era un maestro ninja que viajaba por el mundo escribiendo libros picantones y deleitándose en la contemplación de mujeres hermosas (lo que Irene Montero y su tropa definirían hoy como acoso y masculinidad tóxica, pero los japoneses tienen la suerte de que ese tipo de personajes no han obtenido allí ninguna relevancia social). No quisiera dejar de citar la primera y que sea el lector, una vez termine la novela, quien juzgue si tomé la decisión correcta: «El rechazo es parte de la vida de cualquier hombre. Si no puedes aceptar y superar el rechazo, o al menos usarlo como material de escritura, no eres un hombre de verdad«.

Por otra parte, y aun a riesgo de repetirme, también lamento que la madurez y perspectiva con las que cuento ahora no las tuviera entonces para escribir una trama mejor, sobre todo en lo referente a las cuestiones políticas y sociales, pero ese hándicap queda corregido en mi ensayo histórico publicado por SND Editores este año (Del 15-M al Covid-19) y en futuras novelas que verán la luz si los lectores así lo demandan.

En cualquier caso es un libro de rebeldía juvenil, incómodo para el pensamiento políticamente correcto…

Un buen amigo y a pesar de ello camarada (los que conocen el tinglado azul saben a qué me refiero) que lo leyó allá por el 2015 me comentó que le había gustado, pero criticando al mismo tiempo que la cuestión política le había resultado en exceso panfletaria. Y tenía razón: la irrupción del nacionalsindicalismo en la trama está muy metida con calzador y en demasiadas ocasiones Esteban, el protagonista, no deja de ser el canal para repetir la interpretación de un absurdo falangismo antifascista que yo había escuchado a otros, veteranos (y no tan veteranos) apartados de cualquier militancia que llevaban repitiendo de pé a pá el mismo discurso durante décadas, como si el mundo se hubiera detenido en sus campamentos. En cualquier caso, ese falangismo (que ya no defiendo ni reivindico, entre otras cosas porque ya no me considero como tal, pero eso es otro tema ajeno al motivo de esta entrevista) resulta preferible a la bazofia posmoderna del pensamiento progresista y políticamente correcto.

Dicho cáncer ideológico aparece puntualmente a lo largo del libro, si bien la mayor actitud que se deja ver entre los jóvenes durante la novela es la indiferencia, con algún conato de indignación… Pero es que eso fue la etapa posterior al 15-M y los indignados: malestar por el contrato social incumplido (que había asegurado que el simple esfuerzo garantizaría buenos sueldos y condiciones materiales, como si la vida te debiera algo sólo por haberte portado bien), protestas puntuales controladas por la izquierda progre como vía de desahogo (si ahora no las hay se debe a que están en el Gobierno y no les interesa, pero los recortes de ayer son los sacrificios de hoy, le pese a quien le pese) y sospecha de ser una amenaza sobre todo lo que no esté dentro de los estándares de la corrección política.

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¿Los jóvenes de hoy se pueden sentir identificados con el libro?

Siendo sinceros, jamás vi la obra como una novela juvenil al estilo de Historias del Kronen. SND Editores ha tenido un gran acierto al calificarla como ficción urbana, ya que puede ser disfrutada por gente de varias edades, como bien confirma el prólogo de Benito Cabo, autor de El Expediente Sión.

No obstante, a un joven de hoy le puede servir para ver cómo era la España previa a los bloques actuales, porque entonces no se contemplaba la irrupción de partidos como Podemos y Vox, si bien algún analista ya lo advertía, pero desde luego eso no era el tema de preocupación principal de la mayoría, porque entonces el bipartidismo de socialistas y populares parecía inalterable en mitad de una crisis brutal que nos llevó a los seis millones de desempleados. Los jóvenes críticos con la ideología de género, algo que escandaliza mucho a los progres porque juzgan que todos los chavales deben sumarse con entusiasmo a sus obsesiones deconstructoras, también podrán comprobar que las mamarrachadas feministas no son cosa de la chupipandi que vive a costa del Ministerio de Igualdad y su multimillonario presupuesto, porque antes que éstas teníamos a Bibiana Aído y otras ‘miembras’.

Supongo que la pregunta que se harán muchos es si un joven puede radicalizarse leyendo esta novela, ya sea en un sentido positivo o en un sentido negativo. Lo cierto es que, si buscan héroes al estilo del Eugenio de Rafael García Serrano, lo siento pero se han equivocado. La nuestra no es una época de heroísmo; por otra parte, Eugenio sólo hay uno y sería un crimen plagiarlo para ponerlo en otras circunstancias históricas. Cada época debe tener los referentes que merece, aunque no sean un ejemplo digno de imitar.

Ahora bien, un joven (y un adulto) con inquietudes políticas y sociales, preocupado al ver cómo el mundo se va a la mierda y no nos queda más remedio que sobrevivir a la debacle mientras todos se comportan como si nada ocurriera, pues creo que sí disfrutará con este relato. Quienes desprecian esta sociedad consumista y sin principios, que prácticamente pide el suicidio, estoy convencido que podrán valorarla como merece.

Aunque usted afirma que no es una autobiografía, sí que se intuye que hay mucho de usted y sus vivencias en el libro…

Si algo lamento en cuestiones literarias es no haber leído a Juan Manuel de Prada y a Michel Houellebecq antes de escribir la primera línea de Hermanos de alcohol. Quien les haya leído habrá podido comprobar que es muy habitual en el primero que sus protagonistas sean escritores, mientras que el segundo tira más por funcionarios. Si incluso grandes escritores plasman personajes que en cierto modo parecen reflejo de ellos mismos y su pasado, ¿Cómo no iba a hacer lo propio un cualquiera como yo?

Dicho esto… ¿Significa que Hermanos de alcohol es un relato autobiográfico donde sólo cambian los nombres? Para nada. Obviamente, Esteban y Sebastián son jóvenes universitarios cuyas andanzas tienen lugar por la misma ciudad donde yo estudiaba, pero eso no significa que sean ningún álter ego; al contrario, cualquiera que se haya enfrentado al desafío de escribir una novela sabe que, por mucho que plasmemos de nosotros mismos en un personaje, éste puede acabar forzando su propio rumbo incluso en contra de nuestro propio criterio y el autor, si es mínimamente listo, sabe que debe seguir ese camino por el bien de la obra.

Por ejemplo, el protagonista Esteban es un joven asocial y, curiosamente, en aquel entonces le encantaba esa palabra, incluso para definirse a sí mismo.

 En aquel entonces y ahora, a pesar de lo mucho que me han recomendado no hablar así de mí mismo. Pero es que ser una persona asocial no significa ser un inadaptado o un psicópata, sino simplemente alguien que no encaja con grupos o muchedumbres, entre otros aspectos, porque no le gusta perder el tiempo con cualquiera para aparentar una vida feliz y normal. Y si hoy estamos sobrados de algo en una sociedad consumista y sin valores (mejor dicho, con el valor del dinero) es de situaciones y pasatiempos frívolos, además de muy pocas personas con quien merezca la pena invertir algo tan valioso como el tiempo.

En cualquier caso, con esto no quiero decir que Esteban (y yo mismo) sea perfecto y más listo que nadie, porque tiene muchos y enormes defectos, pero eso no justifica que vaya a tragar porque sí con las estupideces ajenas sólo por quedar bien. Durante la novela aprende, reflexiona, se equivoca… Vamos, como todo ser humano.

No descarto que haya quien pretenda atacarme en lo personal enarbolando esta novela, pero lo que otros se empeñen en ver en el relato es su problema y no el mío. Lo que hubiera sido absurdo hace diez años es haber escrito, por ejemplo, una novela protagonizada por un cincuentón que se compra una moto y se echa una novia veinteañera porque la pitopausia le angustia hasta el extremo de hacerle creer que está al borde de la muerte. ¿Qué sabía yo de la pitopausia? Nada, pero sí del vacío vital que se siente cuando todo a tu alrededor te es hostil y ni siquiera encuentras respaldo entre quienes en teoría son los tuyos.

Aunque quién sabe si esa novela (la del pitopáusico) no tendré que escribirla de aquí a un par de décadas… Salvo que se sea un auténtico genio o se cuente con un talento prodigioso capaz de crear un universo totalmente distinto al que vivimos, lo habitual es que un autor vuelque algo de sí en su obra, aunque sea en un uno por ciento. Ni siquiera un genio como Tolkien pudo escapar a eso.

Está muy presente en la novela el valor de la amistad representada en Sebastián, como ejemplo de camarada fiel.

Más que camarada fiel o amigo, Sebastián representa el bufonesco compañero de fatigas con el que se comparten malos momentos respecto a mujeres, acompañantes de juerga y perspectivas de futuro. En cierto modo, su camaradería (al principio nada política) tiene un aire a la de Max Estrella y Latino de Hispalis en Luces de bohemia de Valle Inclán, lo cual no sería de extrañar porque leí esa novela un par de años antes de empezar a escribir la mía y es habitual que de forma subconsciente guardemos ciertos detalles. Y al igual que ocurre en el gran clásico de la literatura española, El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, asistiremos a una mutua influencia entre los protagonistas.

¿Por qué el alcohol tiene tanto protagonismo en la novela, en ese proceso de maduración de los protagonistas y de búsqueda de sentido y de ideales?

 El alcohol ha jugado un importante papel socializador en la civilización europea desde tiempos inmemoriales. Es curioso, pero hoy nos encontramos con que tanto los talibanes de la vida sana que siguen la corriente globalista como algunos puristas antisistema despotrican contra el consumo de alcohol: unos, por juzgarlo nocivo para la salud y obsesionados con aumentar unos años más la esperanza de vida, y otros, alegando que aliena las mentes. Ciertamente, el consumo excesivo de alcohol es nefasto para la salud y puede derivar en una grave enfermedad, pero lo mismo ocurriría con la ingesta de otros productos, como el azúcar (otro objetivo a batir por los talibanes de la salud).

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Y aliena, por supuesto. ¿Pero alguien puede pensar que el poder de turno va a caer simplemente porque los jóvenes no beban alcohol? Es absurdo. Y otro ejemplo más de cómo, en demasiadas ocasiones, el antisistema no deja de ser la otra cara de la misma moneda respecto al fanático de la agenda globalista.

Desde luego, no hay que aplaudir que los chavales jóvenes beban alcohol indiscriminadamente y se comporten de forma incívica. Ahora bien, quienes se escandalizan por los botellones de los jóvenes deberían recordar cómo se iniciaron ellos en el consumo de alcohol y tabaco… ¿Cuántos podrán decir que ellos eran mayores de edad cuando probaron la primera gota de alcohol y el primer cigarro? Con los años deja de ser divertido emborracharse en la calle pasando frío y viéndose obligado a orinar entre setos apestando a pis, pero lo que ocurre ahora no deja de ser un equivalente a lo bestia de lo mismo que ha ocurrido en otras épocas: la iniciación adolescente en el mundo adulto, con sus transgresiones hacia lo prohibido.

Y si hay que romper una lanza a favor del consumo de alcohol, incluso entre los jóvenes (aunque sean menores de edad), es que facilita la desinhibición hasta el extremo de que muchos muestran su verdadera cara, o al menos un reflejo de lo que ocultan habitualmente. Y se estrechan lazos afectivos, aunque sean frágiles y circunstanciales a la vez que fácilmente olvidables.

¿Se puede considerar un homenaje a aquellas capitales de la España interior que antaño tuvieron grandeza y hoy han quedado provincianas?

 El primer borrador lo escribí en una ciudad sin nombre, pensando que sería mejor para el lector imaginarse la ciudad como mejor le pareciera. Después decidí ambientarla en un entorno que conocía, el de la ciudad de Toledo, si bien no es la típica novela toledana rebosante de referencias al patrimonio histórico. Es más, está ambientada en Toledo por la misma razón por la que hubiera ambientado el relato en Ávila o haber hecho lo propio en Madrid de haber vivido allí. El Toledo de la novela no es el real, pero se inspira en él.

Hoy me alegro de esa decisión, porque ha sido algo muy habitual en la literatura que las tramas tengan lugar en las grandes capitales, como si no existiera vida en pueblos o ciudades más pequeñas. Por otra parte, también sirve para reflejar cómo nuestras ciudades han pasado de ser referencia y centros de poder a simples lugares de ocio. Tal vez el caso de Toledo no sea conocido en lo referente al esparcimiento juvenil más molesto (sí en el caso del turismo, lo cual irrita, curiosamente, a los mismos que llaman a la abolición de las fronteras, y eso que el turismo en Toledo no es el turismo de borrachera de otras regiones), pero pensemos por ejemplo en una ciudad como Salamanca, conocida antaño por sus teólogos que impulsaron el Derecho de gentes y hoy reducida a ciudad universitaria promocionada en base a su buen ambiente festivo; del mismo modo que Toledo, antaño capital del Imperio, es hoy sostenida como parque temático cultural (lo cual es positivo, a pesar de lo que digan algunos) y nido de funcionarios (algo mucho más discutible).

Ojalá en el futuro haya quien escriba las historias que merecen esas ciudades, abandonadas hoy por una juventud fascinada por las grandes urbes y sus trampantojos materialistas. Pero abandonadas, entre otros motivos, porque desde el siglo XIX existe en todo el mundo occidental una tendencia a la concentración de población en torno a determinadas grandes urbes y su periferia. Y la juventud, para vivir, tiene que comer, y hoy nos fuerzan cada vez más a buscar la vida más allá de los lugares donde nacimos y crecimos. ¡Que se lo digan, si no, a los jóvenes españoles que se marcharon al extranjero durante la última década y de los que el actual Gobierno ya ni se acuerda, salvo para reclamar sus votos!

¿Pretende que el libro tenga una especie de moraleja o es mero entretenimiento?

Como ya he dejado entrever al principio, esta novela nació de mis frustraciones personales y en aquel momento sólo buscaba descargar mi rabia contra el mundo, y no exponer moralejas de ningún tipo. Pero, visto con la perspectiva del tiempo, me alegraría que haya quien pueda extraer algún aprendizaje o lección positiva de un universo literario al que he dedicado tanto tiempo, aunque sólo fuera el del mero entretenimiento.

¿Hay un trasfondo de decepción en el libro, decepción del que se entrega totalmente a un ideal y lo sigue conservando, aun viendo que la realidad es muy diferente de lo que se esperaba encontrar?

Eso podría encontrarse en la secuela aludida al principio de esta entrevista, cuya posible publicación no está prevista por ahora. En este caso, como me comentaron en una ocasión, lo que la novela deja en el lector es una sensación de derrota y fracaso a nivel personal, con independencia y al margen de la cuestión e inquietud política.

Lo que trato sobre la política, en todo caso, es la ilusión que yo tenía por aquel entonces (más que ilusión, obsesión) respecto a las posibilidades revolucionarias del nacionalsindicalismo en la España del siglo XXI; hoy en día mantengo los principios que me motivaron a la militancia, pero me resulta imposible creer en determinadas organizaciones y personas tras haberlas conocido de primera mano.

Sin embargo, la defensa de lo permanente frente a lo circunstancial, la defensa de lo bello y noble frente a la decadencia posmoderna, es una causa legítima y a la cual cada uno debe realizar su aportación, motivo por el cual continúo escribiendo artículos sobre la actualidad y espero seguir ampliando mi obra narrativa en el futuro. Esa idea ya se encuentra en Hermanos de alcohol y la sigo manteniendo.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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