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Confieso que lei por primera vez a Javier Marias Franco a principios de los años dos mil, cuando el escritor madrileño, pero con una formación académica e intelectual forjada entre España y Estados Unidos donde es el década su padre, absurdamente retirado de las cátedras universitarias en España, daba clases en algunas facultades americanas. Javier, de sólida estructura universitaria, Empezó a escribir muy temprano con una serie de obras menores o no tanto; “El dominio del lobo” o ·Travesía de horizonte”, pero que apuntaban ya la enorme calidad que llevaba en sus adentros, pero es en la década de los ochenta cuando Javier Marías, salta a la fama y al prestigio como escritor de alto nivel, con obras tan significativas a tenor de la crítica como “Todas las Almas” “El Rostro”o “Corazón tan blanco”, para después aparecer en un tiempo en que como traductor y como profesor universitario alcanza un status literario de renombre internacional.
A mi me atrajo desde el principio una novela que, entiendo despertó mi atención, quizá por el título, “Mañana en la batalla piensa en mi”, premio Romulo Gallefo, que ingenua o torpemente pensé en una adaptación humanista de la contienda armada que se desarrolló en nuestro país, pero que, sin embargo exponía la lucha diaria del hombre, de cada persona, por las vicisitudes ordinarias en la vida de las personas: el olvido, la inercia civil, el desencuentro o la incertidumbre de los días, en unos personajes que yo interpretaba como “no protagonistas”, dibijados en un estilo entre el ensayo y la narrativa, que hicieron de Javier Marías un extraordinario escritor. Y un eferente literario traducido a más de veinte idiomas.
Pero en la vida creativa de este autor, un tanto iconoclasta al romper con una serie de normas literarias y sociales, marcó también su presencia en el mundo de las letras. Su decisión de no aceptar premios ni regalías oficiales denotaban con voz fuerte, su distancia con la ortodoxia nacional, nacida según cuentan, al saberse cuestionado ante la invitación recibida del Gobierno Francés para una intervención en el país galo. Renunció al Premio Cervantes y otros de igual procedencia lo que no resto ocasión para recibir premios tan importantes como el Alberto Moravia o el Donoso Cortés, ambos entre otros, concedidos por instituciones extranjeras. Su talante y es mi impresión, a media de “enfant terrible” y audaz critico, ha supuesto para muchos incluso la posibilidad de proponerlo para el Nobel, algo que aunque se lo merecía -a juicio de grandes escritores como Benet-, tampoco le quitaba el sueño. Su rol independiente y a veces trangresor, le confería un áurea de persona fuera de lo común. Personalmente lo prefiero antes que a quienes manifiestan un servilismo inútil. y quedo con el Javier Marías ejemplo de honestidad y sabiduría literaria.
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