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Hay encuentros y desencuentros, desencuentros y encuentros. El orden de los factores no altera el producto y, en cuestión de una semana, España ha sido capaz de situarse en el punto de mira del ridículo institucional, a nivel nacional e internacional, tras la «cumbre bruselense» de Sánchez con Biden y, días después, como resultado del infame anuncio del indulto a los políticos presos del procés. Y no hemos tenido que esperar a las populares verbenas de esta noche y la tradicional celebración de esta costumbre en los prolegómenos del verano. No ha sido preciso, fiesta ha habido y bufón no nos ha faltado.
Era cuestión de tiempo, se veía venir, aunque, con las acciones y decisiones de los últimos tiempos, el gobierno sigue dando evidentes muestras de sus opciones para, esta vez sí, obtener un merecidísimo cum laude en acoso y derribo a nuestra nación después de las portentosas exhibiciones de torpeza y servilismo de las que, durante la presente legislatura, sigue haciendo alarde.
El precio de las poltronas y los pasillos de poder es lo que tiene, como las cadenas de favores en las que se haya inmerso con el único objetivo de dar cuerda a la continua tortura a la que el pueblo, con independencia de su pensamiento político, se ve sometido con la «barra libre» de neologismos, interpretaciones, comportamientos y adaptaciones sui géneris en aras de conseguir el indulto, aunque arrepentimiento o utilidad pública, seamos sinceros, hayan hecho mutis por el foro durante las valoraciones. Ni están, ni se les espera.
En esta ocasión, la máxima calificación de este atípico final de curso se ha visto acompañada de ridículos asaltos en Bruselas, el del egocéntrico Sánchez como fan desesperado en busca de la foto, o Barcelona, con las disruptivas voces de los que «anhelan» la concordia y conciliación proclamadas a bombo y platillo por el sumiso secretario de un PSOE a la deriva. Es lo que tiene navegar en mares tan turbios y oscuros con un capitán sin rumbo, una tripulación inadecuada y la errática travesía con el resultado final de un inminente naufragio que, a medio camino del mandato, sigue sin permitirnos echar el ancla de la esperanza.
Hoy, en la previa de San Juan, no habrá hogueras ni fuego purificador capaces de devolver el honor perdido en reuniones, rescatar la dignidad descarriada en hojas de ruta y salvar la justicia vilmente abusada por la infamia y la traición de los iconos de esa balcanizada y «tolerante» parte de la población catalana, esa que utilizó otro tipo de fuego para, con la hostilidad propia de lugares como Alepo o Mosul, quemar las calles, atentar contra nuestras maniatadas fuerzas de orden público o alentar una violencia extrema de la que una sonrojada Cataluña, por desgracia, ha sido habitual testigo durante muchas páginas seguidas del calendario más reciente con la complicidad y el cobarde silencio de autoridades y regidores.
Y esas rebeldes y sediciosas actitudes son las que han asombrado a propios y extraños, dentro y fuera de nuestras fronteras, las que han envalentonado a los autoproclamados demócratas de una región devastada por un odio y una fracción social que no encuentran su bálsamo reparador en la concordia y conciliación del trilero estrella de esta verbena de junio de 2021. Sin necesidad de ferias, sin atracciones, en esta infame verbena no falta una agridulce diversión además de la ruindad y bajeza moral de sus protagonistas. Consumatum est.
No se trata de una cuestión de magia, sí de muchos fuegos de artificio que, desde Waterloo hasta Cataluña, darán más luz, si cabe, a una nueva tentativa de disgregación con una Europa senil, decrépita, indiferente y con la venda en los ojos cuando el estado miembro de su puerta del sur atraviesa por los problemas históricos y de convivencia más serios de las últimas décadas de los siglos XX y XXI no exentos del veneno en la gestión política de nuestros gobernantes y las crisis identitarias que fomentan instituciones como el Consejo de Europa o, incluso, la propia Unión Europea con declaraciones, insinuaciones y comentarios alejados del bienestar del continente y más acordes con el independentismo en forma de un arma política que, como en el caso inglés, se volverá contra ellas mismas bajo el efecto bumerán de lo que está por llegar.
La desidia es el mejor disfraz de la complicidad y una displicente Europa, a estas alturas y con la que está cayendo por estos lares, ha permitido que ociosos sastres sin poder ni decisiones vinculantes en el seno continental confeccionen un vestido ad hoc para la inminente fiesta de la verbena de San Juan donde tampoco habrá suficiente agua para limpiar las impurezas de los insultantes indultos.
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