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Aunque bien explícito en sus agendas y en no pocas de sus facetas, el nuevo orden, lo mismo que los ensueños apocalípticos de sus fundadores, no es fácil de seguir detalladamente por su carácter subterráneo y clandestino y, más aún, contradictorio, lo que le ayuda, además, a ser semillero de las abundantes y estratégicas sectas y lóbis que proliferan al amparo de su financiación.

Tal vez no sea una sociedad cerrada, pero sólo acoge a aquél que, indígena o extranjero, de izquierdas o de derechas, sobresale por la complicidad intelectual en la hostilidad hacia el ser humano. Y le impone su etiqueta y sus normas, pues sus ambiciones son indelebles y absolutas: intelectuales y políticas, sociales y culturales, bioecológicas y etnográficas.

Es un grupo señorial, una cofradía mayestática, de altísima civilidad, que no roba ya por los caminos porque sus padres y abuelos robaron lo bastante. Ahora sólo especula en los mercados financieros mundiales y maneja los negocios de Estado sin salir de la guarida.

Ante sus puertas se detienen todos los forasteros, bárbaros o no, que desean halagar a la Bestia y vivir de sus migajas, para venderles su índole podrida, baboseando para ser bien recibidos y fotografiándose a su costado. Perfecto paradigma de ello son nuestros políticos de la casta, nuestros venales informadores y nuestros intelectuales áulicos.

Sus cánones mentirosos tratan de transformarse sospechosamente en las únicas referencias cotidianas; cánones trillados por la superchería y la arbitrariedad de quienes los cultivan y codifican, con el apoyo silencioso de los corderos canonizados. Pero tienen un problema, y es que todo se puede sofocar en el hombre salvo la necesidad del absoluto. Y es la búsqueda de la realización del absoluto, que tiene su origen en la inercia fatal del universo, lo que le ata al hombre a la esperanza.

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La trascendencia constructiva es algo que ha emparentado a todas las civilizaciones antiguas, a todas las grandes culturas que han aportado su grandeza cultural a la historia. Pero los nuevos demiurgos no son espíritus constructores, sino destructores, y con la excusa de un nuevo ordenamiento del mundo a su imagen y semejanza acabarán por aniquilarlo si se les deja.

La democracia, un concepto erróneo en origen y un sistema de gobierno imperfecto y limitado, ha acabado desprestigiándose por culpa de la codicia y de la estúpida e ignorante egolatría de los jerarcas del NOM, que han confundido voluntariamente los ideales igualitarios, democráticos y de orden, tergiversados por criterios de clase, con sus delirios de plutócratas. Tal vez porque comparten la idea de que una civilización no existe ni se afirma más que por actos de provocación oligárquica.

Con unos discursos sociales, religiosos, científicos o metafísicos nacidos del delirio, ausentes por ello de prudencia y de trascendencia moral, sólo el azar y el caos podrán triunfar en ese indeterminado vacío en el que tratan de reedificar las mil explicaciones racionales que posibilitan nuestro vivir. Porque dan por hecho que la vida del hombre común es tal, que necesita el engaño, el espejismo y el miedo para poder soportarla.

Sin referentes morales y espirituales, ese hombre común se halla abandonado hoy a su suerte, porque ante la ausencia de una clase intelectual seria, profunda y honesta, los informadores sociales, servidores de la propaganda oficial, llenan este vacío con alardes de vulgar deshonestidad, tergiversando el lenguaje, modificando la realidad e intentando dar lecciones de ética, historia o cultura, con un sinfín de disparates, errores, verdades a medias y datos equívocos; y dando cuenta de una mediocridad que es reflejo de la audiencia a la que se debe.

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En este modelo de sociedad creado por el NOM, lo que no tiene mercado o no acata las despóticas leyes LGTBI es como si no existiera. O peor aún: es algo destinado al exterminio. La raíz del mal está en que la usura, las finanzas, las multinacionales, las sectas, la depravación sexual, han cambiado el planeta radicalmente en medio siglo. Somos los últimos testigos de un mundo que desaparece, al menos como lo hemos conocido hasta ahora. Es lógico y urgente que nos preguntemos si conviene o no luchar para impedirlo.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.