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Hace unos días un amigo profesor de la facultad de económicas me informaba de que un representante de los trabajadores autónomos se había dirigido en el Congreso a los escasos diputados que ocupaban sus escaños. Trataba de trasladar a sus señorías las vicisitudes y penurias que los trabajadores autónomos estaban teniendo para sobrevivir por el incremento de la presión fiscal sobre este colectivo.

Me contaba esto porque en su discurso hizo mención de los médicos de ejercicio libre que llevan treinta años con las tarifas de los actos médicos congeladas y no se han ido modificando de acuerdo con el incremento del IPC. A este amigo le asombró mucho que los médicos que atienden pacientes de compañías privadas reciban bruto una media de 10 euros por visita médica o 30-60 euros por una intervención de cirugía. La mayoría de la gente ignora que los emolumentos que los médicos reciben cuando trabajan para compañías médicas son de ese rango. Si se tienen en cuenta las retenciones de IRPF, los seguros de responsabilidad civil, la cotización mensual como trabajador autónomo y otros gastos derivados del incremento de precios de los fungibles, se puede entender en parte el deterioro de la calidad en la asistencia privada por compañías. Sin duda, la atención a los pacientes se ha masificado, pues se necesita atender en consulta no menos de 10 pacientes por hora para que sea rentable.

A pesar de esta situación de miseria que queda resumida en el párrafo anterior, mi amigo comentó que su indignación aumentó al enterarse de la intermediación de las compañías de seguro, como agentes que regulan los precios de los actos médicos y las que reparten esas migajas que siembran la desidia en el quehacer del médico. Efectivamente, el ponente en el Congreso denunciaba ante sus indolentes señorías el intrusismo de estos agentes que intermedian entre el médico y el paciente. Quizás fue esta acusación, intrusismo, lo que llevó la indignación de mi amigo a un grado superlativo. Pero no por la deriva que estaba tomando sino por otra muy diferente que me dejó helado y que me ha costado varios días sobreponerme. Intrusismo.

“¿Denunciáis a las compañías de seguros de intrusismo porque os sisan unos céntimos?” Cuando escuché su pregunta no vi el sentido que quería darle. Yo pensaba “Hombre, son más que unos céntimos…” Y me recordó que el intrusismo es el ejercicio fraudulento de una profesión sin la titulación necesaria. “¿Cómo es posible que los médicos se quejen de intrusismo en el Congreso de los Diputados por la acción de las compañías de seguros y no hayan protestado con mayor fuerza y motivo cuando los políticos han dictaminado normas que son de exclusiva potestad facultativa?” Me explicó que durante toda la pasada crisis del coronavirus y lo que de ella todavía colea las medidas sanitarias se habían decretado por parte de personas no tituladas para ejercer la medicina. La prescripción facultativa, un acto exclusivamente reservado celosamente a los médicos (¡Ay de aquél que se atreva a prescribir medicación sin estar colegiado!) se había obviado durante todo el proceso de vacunación masiva, desatendiendo aspectos clínicos elementales de indicación, contraindicación o necesidad. Se había dejado esas decisiones al albur de los políticos, intrusos en este campo, con el silencio de los Colegios de Médicos y demás instituciones científicas. “¿Cómo es posible –continuaba- que os atreváis a llamar intruso a algún extraño que os quita unos dineros y no seáis capaces de llamar intrusos a los que, osadamente, con ignorancia y por intrusismo, perjudican la salud de vuestros pacientes?”.

Con estas reflexiones el ciudadano sabe dónde están los intereses de los médicos y por eso distinguen entre médicos vocacionales y médicos peseteros. Y también señala los médicos cobardes que no han sabido defender la ética de su profesión. Es ético reivindicar un salario justo, por supuesto. Pero lo es todavía más hacer valer, ante quien sea, la autoridad del médico en materia de prescripción ante su paciente, respetando su libertad. “Miserables,- era el adjetivo con el que nos definía aquel amigo- ahí se os ha visto las intenciones y lo que guardáis en vuestro corazón”. A pesar de llamarme miserable, le sigo considerando amigo.

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El médico debe recuperar la autoridad, no solo para reclamar unas retribuciones justas por sus servicios sino también para recordar que es el único profesional facultado para prescribir. No prescribe la OMS, ni los Consejeros de Sanidad, ni el ministro ni el presidente del gobierno. Hay que recordar esto si queremos volver a tener el prestigio o la autoridad que un día tuvimos. Y recordárselo también a los Colegios de Médicos y sus comisiones de deontología, bocas cerradas que alardean de ser celosos guardianes contra el intrusismo.

Autor

Doctor Luis M. Benito
Doctor Luis M. Benito
Luis Miguel Benito de Benito, médico especialista de Aparato Digestivo desde 2000 y Doctor en Biología Celular. Licenciado en Filosofía. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica por el Instituto de Salud Carlos III y Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencias Forenses por la UNED. Facultativo Especialista de Área del Hospital Universitario de El Escorial y Director Médico de la Clínica Dr. Benito de Benito desde 2011. Autor del libro "Coronavirus. Tras la vacuna" ISBN 978-84-9946-745-0