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La democracia, el diálogo entre los pueblos, la defensa de la paz, el mercado libre, son en boca de la casta política y de sus amos una falacia. Tales conceptos están muy bien mientras las tendencias bélicas, financieras, mercantiles y sociales los benefician, mas, en caso contrario, crean leyes y originan guerras para regular ese supuesto «mercado libre» y, en último término, lanzan a sus ejércitos para que establezcan su orden.
El ansia de poder y la codicia desaforada han destrozado la política, es decir, la convivencia. En la guerra de Ucrania, como en todas las guerras anteriores recientes, nos están trampeando la información. Juegan con la ventaja de que enfrente tienen un enemigo al que previamente han demonizado, con lo cual todo comportamiento sanguinario de su parte quiere parecer justificado.
Rusia es hoy la única potencia que combate a la satánica doctrina LGTBI mundialista, y por eso debe ser desestabilizada o comprada, arruinada o silenciada, o exterminada. Esa razón, añadida a los intereses económicos de los pervertidos plutócratas de la cofradía, es el fundamento real del sacrificio al que el liberalismo globalista ha abocado al pueblo ucraniano. Y es precisamente esta causa determinante la que el agitprop atlantista, con sus patéticos mamporreros, intoxicadores e infiltrados, algunos de ellos de medio pelo, trata de disimular u ocultar, y que la opinión pública ignore.
Porque sin voluntad de veracidad los problemas morales ni siquiera se plantean. Los políticos procuran confundir la voluntad de verdad con su voluntad de conveniencia. A los profesionales del poder les falta capacidad en todos los aspectos constructivos de la vida, no sólo en los de su profesión, y les sobra embotamiento moral y villanía. Bien utilizando datos parciales, jergas diplomáticas o felonías retóricas, pretenden justificar lo injustificable, doblegar inteligencias y voluntades para que, lo que en sí es monstruoso y detestable, sea recibido como válido y fatalmente irremediable.
Son políticos y financieros, todos ellos sectarios, que aspiran a mantener una hegemonía de poder, de privilegios y bienestar tan inmensa que sólo puede sustentarse en un egoísmo feroz: vamos a ser solidarios con el poder para que todo siga como está, nosotros en la opulencia y el pueblo en la miseria y en la humillación. Las guerras entre los pueblos las desencadenan los gobiernos y las clases dirigentes para defender sus intereses, y las sufren los trabajadores, las clases populares.
Los líderes nacionales que se oponen o se han opuesto a las oligarquías anglosajonas u otánicas, son o fueron unos santos comparados con ellas, y no por haber matado menos gente que ellas, o por no tener colonizado un trozo de nuestra patria, sino porque los anglosajones del LGTBI matan y nos colonizan en nombre de una democracia y de una libertad tan falsas como ellos, y eso produce asco. Podríamos, pues, estar de acuerdo en la maldad de los demonizados siempre que los plutócratas occidentales y sus lacayos, que son diabólicos, no quisieran pasar por buenos, utilizando, para blanquear su podredumbre, el colosal y especioso poder mediático de su agitprop.
El caso es que, respecto a nuestros intereses, y dejando claro que el enemigo es quien arrebata y coloniza lo que es nuestro, hay que decir que, una vez más, a lo largo de esta nefasta Transición, nos han metido en un desastre convirtiendo a España en un polvorín nuclear y en un blanco de la venganza de otros pueblos. De nuevo suenan y adquieren sentido los discursos huecos, la facundia de la doblez. De nuevo se comprueba lo que encierran las atildadas palabras, los oscuros razonamientos, los galimatías, los tartamudeos y los calculados silencios de la casta partidocrática con sus Gobiernos al frente.
Los socialistas, sobre todo, son hábiles en el engaño. Aturden, enredan, ocultan datos…, porque nunca han sido gobernantes, sino tramposos con acceso al Gobierno. Con su dialéctica corrupta, sentenciosa, enrevesada y cursi ocultan la carencia de lealtad y rectitud. Y, junto a los socialistas, el resto de la clase política apoya al Gobierno en la empresa de hacer de España una estación de servicio y un arsenal nuclear, al mandado de unos intereses plutocráticos que tienen colonizado un trozo de territorio español.
Dado que donde hay doblez no hay lealtad, con los políticos paridos por la Transición es imposible la neutralidad, porque la inmensa mayoría de ellos siempre se han inclinado por traicionar a España y por venderla y venderse a sus enemigos, representando el repugnante papel de cipayos o de instrumentos útiles de los espadones y de los financieros otánicos, uropeos y anglosajones.
Que unos y otros, amos y sicarios, no nos digan, pues, que son o aspiran a ser líderes morales. Contemplando sus rostros y sus gestos, soeces y corruptos, y sufriendo su propaganda, sus leyes totalitarias y sus actuaciones genocidas, no vemos sino plutócratas endiosados y políticos subalternos, serviles y fulleros. Y a estos últimos, concretamente nuestra casta política, también los vemos como genuflexos guardas jurados de las bases de Rota. Todo un papelón para la posteridad.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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