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El algodón no engaña; los algoritmos, tampoco. La carrera está en curso y, por los indicios que va dejando nuestro periplo existencial, España empieza a postularse como favorita para, antes de 2030, no quedarse rezagada en la predicción del Foro Económico Mundial si este gobierno, que todo hay que decirlo, no nos aniquila previamente con la puesta en práctica de esa variopinta y continua indigencia a la que, de un tiempo a esta parte, viene sometiendo al sufrido y paciente pueblo español.
Reconozco que tenía el artículo en mi carpeta de borradores desde hace meses, pero, por motivos varios, se ha ido alojando en el mismo pozo del olvido que tantas otras cosas; aquellas que, cada vez con mayor rabia, echamos de menos. Por todo ello, ahora me embarco en este somero recorrido tras aquel amenazante «no tendrás nada y serás feliz», rutilante eslogan de las élites globalistas en el penúltimo encuentro de los «demócratas» de Davos. A mí, personalmente, me causó cierto desasosiego. Llámalo pavor.
Ellos, adalides del pensamiento único y la cultura de la cancelación, han encontrado su particular vellocino de oro, un inagotable filón, en las acciones y decisiones de dóciles gobernantes imbuidos en esta nueva y remozada versión de feudalismo del siglo XXI.
Algunos, de hecho, no dejan de posicionarse en la pole position del servilismo a esos oscuros propósitos e ingentes intereses de la poderosa mano que, en forma de Agenda, mece la cuna mientras deja su devastadora y sucia huella ideológica sobre la población mundial. A dominio, medios y herramientas para su ejecución no les supera nadie.
Sin ir más lejos, el caso español. Nos basta con ver el elenco de portadores de carteras ministeriales –y asesores– que, ridículo tras ridículo, se han encargado de ponernos en el blanco prioritario del Nuevo Orden Mundial (NOM) y su Great Reset al mismo tiempo que no dejan de hacer «amigos» allá por donde van, dentro y fuera de nuestras fronteras. Todos parecen compartir ese exclusivo don de la necedad que, como no puede ser de otra manera, se dedica a generar estropicio a diestro y siniestro desde la estrecha perspectiva de la ventana de Overton que le permite asegurar el carguito. La verdadera necesidad y el sentido común del pueblo pueden esperar ante la «viabilidad» del teledirigido ideario político de los susodichos.
Y no es de extrañar cuando hacen uso de esa triple M de la que la historia puede darnos pretéritas referencias. Me refiero a la miseria, la mentira y la manipulación. Juntas azotan el látigo de la precariedad y, ausentes de moral, no tienen reparo alguno en recurrir a la muerte —casualmente con la misma consonante inicial— para los que aún intentan resistir bajo el intenso fuego de una artillería pesada camuflada de socialismo. Si logras sobrevivir, siempre habrá una vuelta de tuerca más: la del comunismo. Así, hasta un virus sacado de la chistera de un laboratorio puede hacer el trabajo sucio a marchas y muertes forzadas con el beneplácito de instituciones cuya maldad se oculta tras paradójicos e infames acrónimos o el recomendado mutismo de «expertos», investigaciones y publicaciones. Poderoso caballero es don Dinero.
El reseteo no conoce obstáculos ni paradas en ese ambicioso tránsito hacia poder y control absolutos. Las manecillas del reloj del NOM se han adelantado, tienen motivos más que suficientes para volverse locas, y su calendario, en solidaridad, no le ha ido a la zaga. La paciencia nunca fue aliada del tirano.
Los fastos no pueden esperar y, por lo visto en los últimos tiempos, se celebran con sorna «redenciones» de villanos –otrora terroristas– mientras se estigmatiza al héroe del pasado por el capricho y rencor histórico del que encuentra en subvenciones de leyes ad hoc su única tabla de salvación económica en ausencia de constancia y capacidad laborales.
Y no queda ahí la algarabía. La fiesta, con un patético parecido a los números circenses, continúa. Las imputaciones a «inclusivas» y progresistas figuras políticas o los repetidos varapalos del Tribunal Constitucional al Gobierno de España por el arbitrario «abuso» de la inconstitucionalidad se celebran a bombo y platillo con shows que, a pesar del generalizado estupor del ciudadano de a pie, han obligado a la retirada de la dignidad humana ante las ignominiosas exhibiciones públicas de los regidores de unas vidas, las nuestras, cada vez más desesperadas.
La constitución, vejada y ninguneada, no tiene derecho a llevar mayúscula ante la perversa fulanización de los que deberían velar por ella. Su brújula anda tan desorientada como la de aquellos que prefieren posicionamientos de perfil en cuestiones que van desde el impositivo adoctrinamiento en la Educación hasta la tibieza de una Iglesia, irreverentemente confusa por la procedencia del sonido de campanas doblando a muerto en el ocaso de una civilización occidental afligida tras el adiós de valores, virtudes y tradiciones.
De esta forma, los creadores de ese futuro «no tendrás nada y serás feliz» jamás se las habían prometido tan felices antes de la precoz irrupción de las circunstancias actuales que nos acompañan en el inminente colapso hacia un multidimensional y caótico abismo.
La precariedad no conoce límites, no mira estratos, pero sabe hacer distinciones y tiranizar entre vidas marcadas por una virtualidad que supera la distópica realidad de nuestros días, una economía que amenaza y devasta la propiedad privada, una privacidad que se diluye ante la masiva actividad en redes sociales y una poesía escrita en metaversos que servirá para, tecnológica y metafóricamente, componer el triste epitafio de nuestra existencia.
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