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Recientemente, a propósito de la conmemoración del descubrimiento de América y de la Hispanidad –fiesta nacional no sólo en España sino, hasta ayer, también en los Estados Unidos–, el presidente de estos últimos, el demócrata Joe Biden, proclamó que el Día de Colón (Columbus Day) –que allí se celebra el 11 de octubre– pasaría a llamarse Día de los Pueblos Indígenas.

En Nueva York, el alcalde italoamericano Bill de Blasio declaró el 11 de octubre como Día de los Pueblos Indígenas y Día de la Herencia Italiana, eludiendo la alusión a Colón y, sobre todo, ¡excluyendo a España de la celebración del día de la Hispanidad!

Por suerte no era período electoral, y, por lo tanto, la cesión nominal bastó para que ningún movimiento indigenista o “antirracista” destruyera o bañara de rojo el monumento a Cristóbal Colón en la ciudad. De modo que la estatua de Colón en la rotonda Columbus Circle –realizada por el escultor Gaetano Russo (1847-1908) e inaugurada en 1892 con motivo del cuarto centenario del Descubrimiento– no fue agredida con pintura, arrancada, decapitada, tirada al mar o volada por los aires. Algo que puede parecer fuera de lugar o exagerado pero que, como veremos, fue literalmente así en el junio preelectoral de 2020.

Recordemos que durante la ola de violencia acaudillada por el movimiento Black Lives Matter, financiado y alentado a su vez por el Partido Demócrata con el objetivo desestabilizador de “tensionar” la calle para alcanzar la presidencia, el patrimonio histórico artístico estadounidense –particularmente el escultórico– se vio gravemente dañado. Así, en junio de 2020 fueron atacados numerosos monumentos levantados en honor de ilustres españoles –desde Fray Junípero Serra a Juan de Oñate, pasando por Miguel de Cervantes–, en una campaña dirigida también contra los monumentos referidos al bando confederado en la Guerra de Secesión norteamericana –desde los grandes monumentos ecuestres erigidos a los generales Robert E. Lee y a Thomas Jackson, a los más modestos “memorials” esparcidos por todo el sur–.

En lo que respecta al borrado de la herencia hispana, la figura principal contra la que se dirigieron los ataques fue, sin duda, Cristóbal Colón, no por casualidad, merecedor de un gran número de monumentos a lo largo y ancho de los Estados Unidos.

Así, el 9 de junio de 2020 las turbas pintaron con aerosoles, incendiaron y derribaron la escultura realizada por Ferruccio Legnaioli (1875-1958) –inaugurada en 1927– en Byrd Park, en Richmond (Virginia), y posteriormente la arrojaron al lago Fountain del mismo parque. El 10 de junio fue derribado el monumento a Colón obra de Carlo Brioschi (1879-1941) –inaugurado en 1931–, ubicado en la plaza del Capitolio del Estado de Saint Paul, Minnesota. Y el mismo día 10 de junio fue decapitada la estatua de Colón –erigida en 1979– situada en el Christopher Columbus Waterfront Park, en el North End de Boston.

Recordemos aquí las palabras del ignorante, pusilánime e indigno alcalde de Richmond, Levar M. Stoney, respecto al citado acto vandálico en Virginia. Unas palabras difundidas a través de Twitter: “The atrocities inflicted upon indigenous people by Christopher Columbus are unconscionable. That’s why the city began observing Indigenous Peoples’ Day, not Columbus Day, in 2019. But the decision & action to remove a monument should be made in collaboration with the community”. Es decir: “Las atrocidades infligidas a los pueblos indígenas por Cristóbal Colón son inconcebibles. Por ese motivo la ciudad empezó a conmemorar el Día de los Pueblos Indígenas en 2019…” (10-06-2020) ¡Cómo explicar a un zoquete semejante la liberación de los pueblos indios sometidos por los aztecas! O la fundación de universidades y hospitales; las Leyes de Indias o la elaboración, por parte de los misioneros, de las gramáticas de las lenguas nativas o autóctonas…

Pero el caso es que la reacción del alcalde de Richmond fue adoptada en muchas otras ciudades y Estados por sus respectivos regidores en lo que constituye no ya una cesión ante la barbarie iconoclasta –lo que de por sí es muy grave–, sino la aceptación de una versión maliciosa y falsa del personaje y de su legado en el marco de lo que sólo puede entenderse como una operación acelerada de borrado y reescritura de la Historia. No se entiende, si no, la extraordinaria celeridad y sincronía para retirar y esconder, en lugar de proteger y defender los monumentos y lo que éstos realmente representan.

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Un ejemplo entre las decenas que ilustran dicha actitud podemos verlo en Pittsburgh, cuando en septiembre de 2020 su alcalde, Bill Peduto, aprobó la eliminación de la estatua de Colón del parque Schenley –realizada por Vincenzo Miserendino (1875-1943) en 1926–, apoyándose en la aprobación ¡unánime! de La Comisión de Arte de Pittsburgh.

¿Y qué tiene de particular? –se preguntará algún ingenuo–. ¿Qué mejor aval que el refrendo de un comité de expertos?

Pues, ni más ni menos, lo que pone de manifiesto este respaldo “científico” a una decisión política es la complicidad y corrupción de unas instituciones que presuntamente deberían velar por el respeto y protección de la cultura. Porque lo primero es que los políticos deberían mantener el orden y hacer cumplir la ley, pero no es menos cierto que fue precisamente en el ámbito universitario y “cultural” donde se gestó toda esta barbarie; evidentemente con la pasividad o colaboración de los políticos. Ya se vio cómo la mayoría de alcaldes demócratas rechazaron movilizar a la Guardia Nacional mientras grupos organizados (BLM o Antifa) saqueaban y quemaban sus ciudades. Permitiendo un caos que produjo ¡más de veinte muertos!, aparte de los estragos antedichos y las consiguientes pérdidas millonarias.

El mencionado pretexto de poner a resguardo las obras sine die, a expensas de decidir su ubicación final, ha sido esgrimido igualmente respecto a la mayoría de los monumentos de Colón, que, en un visto y no visto, fueron borrados de plazas, calles y parques. En lo que concierne a nuestro insigne marino, por lo pronto ya han sido expulsadas del espacio público las estatuas del descubridor en Búfalo (Nueva York); las tres erigidas en Chicago (Illinois); en Atlantic City, Camden, Newark, Trenton y West Orange (todas en New Jersey); en Houston y San Antonio (ambas en Texas); en Bridgeport, Hartford, Middeltown, New Haven, New London y Norwalk (las seis en Connecticut); en Wilmington (Delaware); Columbia (Carolina del Sur); Chula Vista (California); Detroit (Michigan); Filadelfia y Pittsburgh (Pensilvania)…Y hasta han sido retiradas las efigies de Colón en las ciudades de ¡Columbus! tanto en Ohio como en Wisconsin.

Desde luego, ningún otro personaje ha concentrado tanto odio revisionista como Colón, quien, al margen de cualquier consideración respecto a la valía artística de los bronces erigidos en su honor, ha sido eliminado o está en trance de serlo de todo EEUU. Y para muestra un botón: véase, por ejemplo, en este sentido, el paradigmático caso de la escultura dedicada a Cristóbal Colón en 1893 en Providence, Rhode Island, por Frédéric Auguste Bartholdi, ¡el autor de la Estatua de la Libertad! Y cuyo monumento al descubridor, después de haber sido atacado con pintura roja, será igualmente almacenado por tiempo indefinido.

El 12 de octubre de 2020 la periodista Jocelyn Grzeszczak publicaba en la revista neoyorquina Newsweek un artículo titulado “Al menos 7 estatuas de Cristóbal Colón han sido destruidas en 2020”. Repasemos algunas otras, además de las citadas: En Connecticut, fue decapitada su estatua en la ciudad de Waterbury. El 10 de junio en Miami, las estatuas de Colón y Juan Ponce de León fueron pintadas con aerosoles, y sobre la placa situada en la base del monumento colombino, en rojo, una hoz y un martillo, puños de “Black Power”, «BLM» (Black Lives Matter), y «George Floyd», en blanco. En Houston, Texas, retiraron una estatua de Colón el 19 de junio después de que fuera vandalizada con pintura roja y mutilada una mano. El 4 de julio la estatua de Colón en Baltimore, realizada por Mauro Bigarani en 1984, fue derribada y arrojada al puerto interior. Y, así mismo, otras esculturas del descubridor también fueron atacadas en Denver, Minneapolis y Washington.

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Dicho lo anterior parece difícil de creer que todo esto sea casual. ¿Acaso alguien puede creer que tan puntual y concentrada explosión de violencia haya sido una reacción espontánea a raíz de la muerte de George Floyd a manos de la Policía? ¿Cómo ha sido posible toda esta destrucción, tan coordinada, sistemática y finalmente impune a lo largo y ancho de los Estados Unidos? Porque una de las circunstancias más llamativas de tantos episodios de furia iconoclasta es que las agresiones contra el patrimonio fueron realizadas, en muchos casos, a plena luz del día, y grabados y difundidos en las redes. Y, curiosamente, la policía no intervino, no identificó, ni detuvo, y a menudo ni siquiera acudió a los espacios públicos donde se perpetraban todo tipo de actos vandálicos.

Detrás de los disturbios está el movimiento Black Lives Matter, heredero de los Panteras Negras y cuyas dirigentes (Alicia Garza, Patrisse Khan-Cullors y Opal Tometi) nunca han disimulado su carácter comunista. Pero sí resulta llamativo que, a pesar de instigar la violencia una y mil veces, estas tres tipejas parezcan gozar de una protección especial, por lo que debemos entender que hay otros responsables, más discretos, que son quienes alientan y disculpan a los actores más visibles de esta revolución controlada.

La hispanofobia todavía es recurrente en el ámbito académico y en publicaciones presuntamente “científicas”, “serias” o “respetables”. Como ilustra el corresponsal de Ciencias de la Smithsonian Magazine, Brian Handwerk, en un artículo titulado “Por qué Cristóbal Colón fue el icono perfecto para una nueva nación en busca de un héroe”,  publicado el 9 de octubre de 2015, para algunos angloamericanos la figura de Colón es un problema. De hecho el mencionado artículo está destinado exclusivamente a desprestigiar el descubrimiento español de América y restar importancia a Colón: “Los nativos americanos llamaron hogar a estas costas durante quizás 15.000 años antes de la llegada de Colón. Los escandinavos llegaron a América del Norte siglos antes que Colón, e incluso sus contemporáneos pueden haber llegado primero al nuevo mundo. En cualquier caso, Colón ni siquiera puso un pie en el continente norteamericano, como lo hizo John Cabot en 1497”. Un artículo que se hace eco literalmente de otro titulado “América descubre a Colón: cómo un explorador italiano se convirtió en un héroe estadounidense”, escrito por la historiadora de la Universidad de Columbia, Claudia Bushman, en el que básicamente afirma que la importancia –poco menos que injustificada– dada a Colón se debió principalmente a que «proporcionó un pasado que pasó por alto a Inglaterra». Una individua que concluye su, más que artículo, diatriba, con una demoledora sentencia a partir de la opinión que, como persona, le merece Cristóbal Colón: “Realmente era una figura terrible, que de alguna manera se convirtió en un símbolo idealizado para una nación”. Una forma de allanar el terreno para la retirada de cualquier monumento que recuerde la llegada de los españoles a un continente que dominaron durante más de tres siglos.

Por supuesto no es novedoso que desde el ámbito anglosajón se pretenda diluir, manchar o negar la huella de España en la Historia del Mundo y de los propios Estados Unidos. Para su desgracia, eso es imposible. Aunque arrastren al odio y la violencia a muchos americanos del norte y del sur, e incluso a españoles. Porque, hagan lo que hagan y por mucho que se empeñen, aquella gesta es imborrable y nuestro legado imperecedero.

Autor

Santiago Prieto