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Entre todos los teólogos, además de clásicos como Santo Tomás de Aquino, San Juan de la Cruz o Karl Barth, suelo seguir con bastante frecuencia a los contemporáneos Antonio Piñero y César Vidal, aunque hoy hablaré del segundo, cuyas hipótesis y conjeturas protestantes les confieso que, de tanto escucharlas, me ha llevado a entender el catolicismo de otra manera. Creo en su libre interpretación de la Biblia, al igual que él cree en la de Lutero, Juan Calvino y los grandes protestantes que dieron lugar a la reforma. Sinceramente, considero (puedo estar equivocado) que tiene razón cuando sostiene que la única regla de fe y de conducta es la Biblia. Sólo Cristo salva y él, y sólo él, es el mediador, no la Virgen, porque ella, aunque yo la porte entre mis hombres cada Lunes Santo, sé que no es la abogada nuestra, ni aún menos los santos.

 

Cristo es nuestro único abogado, el verdadero redentor. Estoy con Cesar Vidal cuando afirma que la salvación se alcanza por la fe —lo que nos salva es el sacrificio de Cristo en la cruz que es aceptado a través de la fe. No son motivos bastantes las buenas obras de los hombres para alcanzar tal fin, de hecho, no son más que las meras respuestas de los creyentes (de los pecadores, de los que no merecemos nada) a la gratitud de Dios.  

 

Pero, además de mi admiración hacia su persona, como gran teólogo, periodista, historiador y tantísimas otras cosas más, entiendo que César Vidal, yerra inconscientemente, seducido por el protestantismo, cuando denigra contra la gran obra de España: la Hispanidad.  Y sin ánimo de ser excautivo, como diría él mismo, los hechos son los siguientes:

 

España llevó al continente americano la filosofía griega y el derecho romano, creó iglesias, escuelas, 25 universidades, hospitales, ciudades que hoy son patrimonio de la humanidad, una lengua universal, una moneda y un territorio común (hoy son más de veinte países), dotó a las lenguas ágrafas de América de gramática, motivo por el que se han conservado (casualmente varias décadas antes de que franceses e ingleses normalizasen la suya).

 

Los pueblos amerindios pasaron directamente del Paleolítico a la Edad Contemporánea, evolucionando las sociedades tribales de recolectoras y cazadoras a agricultoras y ganaderas; asimismo se introdujeron la rueda, los animales de carga y de montura, la imprenta, una dieta mucho más rica por la introducción de animales de granja y sobre todo se fomentó el mestizaje (no había distinción por la raza de las personas).

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 España no fue un país esclavista ni saqueador. La Reina Isabel promulgó las Leyes de Indias que abolían la esclavitud y garantizaban los derechos de los indios —fue ésta la primera iniciativa social que se vería completada en las primeras décadas del siglo XVI, sirva como muestra algunas de las normas que regían las Leyes de Indias: «Se debe observar con escrupuloso respeto la libertad de conciencia de los indios, así como la prohibición expresa de cristianizar en contra de su voluntad. Prohibición de injuriarles o maltratarles. Pagarles salarios justos. Descanso dominical y jornada de trabajo de ocho horas. Establecer normas para la protección de su salud y especialmente para las mujeres y los niños…».

 

Por si no fuese suficiente y pudiera pensarse mi análisis está viciado por falta de imparcialidad, me remito a las palabras del británico (anglosajón) poco sospechoso de españolista, D. Erasmus Darwin, cuando sostuvo: «En mis viajes por el inabarcable Imperio español he quedado admirado (…) han creado para las familias indígenas y mestizas hospitales y universidades (…) lo que redunda en la paz social, bienestar y felicidad general, que ya quisiéramos para nosotros en los territorios que con tanto esfuerzo les hemos ido arrebatando (…) la fe y la inteligencia española están construyendo no como nosotros un Imperio de muerte, sino una sociedad civilizada que finalmente terminará por imponerse como por mandato divino. España es la sabia Grecia, la imperial Roma; Inglaterra, el corsario turco

 

También quiero remitirme al prusiano Alexander Von Humboldt que, en su obra «Viaje a las Regiones equinocciales del Nuevo Continente», afirmó: «No veo pueblos más felices que los gobernados por el Imperio español (…). Los indios están protegidos por las leyes españolas que son por lo general sabias y humanas (…). El agricultor es libre, su situación es mejor que la de los del norte de Europa, Rusia y Alemania. El número de esclavos es prácticamente cero (…). Los mineros mejicanos están bien pagados al punto que reciben seis veces más que los alemanes (…). Ninguna ciudad de Europa puede exhibir tan grandes instituciones científicas como la ciudad de Méjico».

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Sin embargo, Cesar Vidal, se empeña en fijarse en las sombras y no en las luces, porque los españoles éramos católicos y no protestantes (ya saben ustedes que no hay mayor obsesión para un protestante que tirar piedras contra sus hermanos los católicos), en vez de resaltar la relevancia de este fenómeno histórico que no sólo conllevó el paso de la Edad Media a la Edad Moderna, tras la caída de Constantinopla en 1453, sino que significó el descubrimiento de un nuevo continente. Además, si nos compararnos con los ingleses, por ejemplo, en sus 13 colonias de Norteamérica y Australia, lo primero que hicieron fue fundar un banco, una casa de putas y un mercado de esclavos para, a continuación, exterminar a las poblaciones autóctonas y sustituirlas por colonos anglosajones. Nada que ver con nosotros. Ese mundo anglosajón fue el que creó la Leyenda Negra antiespañola y, por desventura, muchos hispanos se la han creído, con olvido notable que desde las provincias de ultramar vinieron a la península a firmar la Constitución de Cádiz en 1812, lo que indica, una vez más, que estaban perfectamente integrados para con nosotros. Y, por último, no quiero cerrar este artículo sin decir que cuando en EE.UU todavía se perseguía a los negros, aquí, en España, los teníamos sentados en Cortes, despidiendo, incluso, entre aplausos, a nuestros hermanos de Guinea Ecuatorial cuando aquel 12 de octubre de 1968, coincidiendo con el día de la Hispanidad, se independizaron de España con el General Franco aún vivo, quien, por cierto, tuvo guardia mora.

 

Fdo. Antonio Casado Mena.

Doctorando en derecho. Abogado y economista.

 

Autor

Antonio Casado Mena
Antonio Casado Mena