22/11/2024 00:42
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En estos momentos en que en España la inflación alcanza cotas inimaginables; la recuperación económica cada vez más difícil; el déficit estructural -lo que gasta el gobierno respecto de lo que recauda- ha aumentado en dos puntos, 30.000 millones de euros más de deuda al año, 82 millones más cada 24 horas; el precio de la electricidad está absolutamente fuera de control, hasta tal extremo de que, aparte de la repercusión en el bolsillo del común de los mortales, ya hay bastantes empresas que amenazan con irse de España e instalarse en otros países; el desempleo no tiene pinta de que vaya a disminuir; el gobierno social-comunista, en lugar de disminuir el despilfarro, sube impuestos a granel y crea otros nuevos, como los peajes en las autovías (autovías que los españoles hemos pagado con nuestros impuestos y en las que pretenden que volvamos a pagar por transitar por ellas); y en el Mundo existe una crisis global que galopa a lomos de tres shocks: problemas de transporte y distribución de bienes, servicios, mercancías…, el de las materias primas y el del suministro energético… 

 

Y mientras todo esto sucede, Una vez más, la enésima, los principales partidos políticos con representación en el Congreso de los Diputados, sin avergonzarse, ni ponerse colorados, están «negociando» la manera de repartirse las veinte vocalías de la institución, más la presidencia que, también lo es del Tribunal Supremo; y para que vayamos sabiendo hasta dónde están dispuestos a llegar, como aperitivo, acaban de pactar el nuevo Defensor del Pueblo y los nuevos miembros del Tribunal de Cuentas… 

 

Y luego, cínicamente nos dicen que, han dado un paso «histórico» y que, en España hay separación de poderes, y existe un «estado de derecho», e insisto: lo dicen sin ponerse colorados. De veras hay que ser sinvergüenzas para hacer todo ello y no ruborizarse. 

 

Al pacto alevoso, premeditado, sólo le ha falta que se hubiera llevado a cabo con nocturnidad- Los acuerdos tomados por PP, PSOE y Podemos en las últimas horas, son la antesala del reparto de cuotas, que todavía están gestando y que no tardarán demasiado en parir, en dar a luz, cuyo objetivo es seguir controlando el Poder Judicial, como vienen haciendo desde hace décadas. Sin duda alguna una nueva burla cruel a los españoles, y más viniendo de quienes dicen que están ocupados y preocupados en combatir la corrupción y cuestiones por el estilo. De veras que, aunque ya lo hayan hecho casi una decena de veces, es absolutamente escandaloso. 

 

Por cierto que, no hay que olvidar que, el gobierno del PP, presidido por Mariano Rajoy, que en la campaña de las Elecciones Generales del 20 de noviembre de 2011 prometió, entre otras muchas cosas acabar con el desgobierno judicial y llevar a España a una situación en la que verdaderamente hubiera separación de poderes, y a pesar de contar con una mayoría aplastante en las diversas instituciones (Congreso, Senado, parlamentos y gobiernos regionales, diputaciones, cabildos, ayuntamientos…), nada hizo por reformar lo concerniente al poder judicial, como tampoco cumplió nada o casi nada de lo prometido en otros ámbitos. 

 

Pablo Casado que, hace días que afirmaba en Valencia que con él (si los españoles le conceden su apoyo) vendrá el cambio y la regeneración, a los cuatro días se ha convertido en cómplice de una nueva burla, cruel estafa, al pueblo español. 

 

Aunque ya lo haya comentado en otros artículos, nuevamente me veo en la obligación de reiterar que la situación del poder judicial, como de la administración de justicia, en España es realmente deprimente, descorazonadora. 

Y, mientras tanto, aún son muchos los que afirman sin ruborizarse que «nuestro sistema, nuestras leyes, y sobre todo nuestros jueces, ya hace tiempo que pasaron los debidos test democráticos», e insisto: y lo dicen todo ello sin ruborizarse. 

 

También están los que, también sin ponerse colorados, dicen con todo el cinismo del mundo que, España «está situada en la vanguardia del respeto a las garantías individuales, y si bien se cometen errores, como en todos los sitios, los derechos fundamentales, incluido el de defensa, están plenamente garantizados,…» y se quedan contentísimos ellos y ellas, exultantes… Los mismos que nos dicen todo ello con el mayor de los descaros, acaban añadiendo que en España está plenamente garantizada la «independencia del poder judicial»… que en España existe un Poder Judicial independiente y responsable, aunque no sea infalible,…» 

 

Inevitablemente, en momentos como el presente en el que los partidos con representación parlamentaria están negociando -por enésima vez- el reparto de las vocalías del Consejo General del Poder Judicial y la presidencia del Tribunal Supremo de España, me viene a la memoria, también por enésima vez, el libro de Alejandro Nieto, ex Presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y profesor de la Universidad Complutense, que lleva por título «El desgobierno judicial», cuya lectura recomiendo de manera urgente a todos los que les preocupa el actual estado de la Justicia. 

 

El libro fue editado en el año 2004, y la descripción que en él se hace -de absoluta actualidad por desgracia- del poder judicial y de la administración de justicia es realmente deprimente, descorazonadora. 

 

Permítanme que les diga que en España es un secreto a voces, y motivo de constante «alarma social» que en la Administración de Justicia se producen abusos de poder, prevaricaciones dolosas o culposas, encubrimientos corporativos, dilaciones indebidas dolosas, pérdidas de documentos, tráfico corporativo de influencias, tráfico de influencias de grupos de presión (o «lobbies», como ahora se los nombra…) sutiles amenazas, presiones y coacciones a los justiciables o usuarios de la Administración de Justicia o, también, a los abogados y procuradores para que no firmen determinados asuntos o recursos, etc. etc. llevadas a cabo, por acción u omisión, por jueces, magistrados, fiscales, con la colaboración en muchas ocasiones de abogados, procuradores y demás personal de la oficina judicial… 

Permítanme, también traer a colación que la Constitución Española de 1978, en su artículo 14, afirma que «los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.» 

 

Pues bien, para que se garantice el derecho constitucional a la «Tutela Judicial Efectiva», es imprescindible la intervención de un juez imparcial. Es absolutamente inadmisible que el juzgador realice su labor a partir de simpatías, o fobias, u odios… o que se deje llevar por deseos tales como el de beneficiar a alguna de las partes, ya sea movido por el miedo (amenaza) o con el ánimo de obtener un beneficio personal (soborno) o por presiones de su entorno (superiores jerárquicos, grupo social, opinión pública, grupos de presión, lobbies, etc.) 

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¿Acaso en los Tribunales de Justicia del Reino de España no se dan todas las arbitrariedades descritas anteriormente? Algunos opinamos con rotundidad que ¡Sí! 

 

Permítanme igualmente mencionar que otro requisito fundamental para que se pueda afirmar que una determinada nación posee un Estado de Derecho, es que las decisiones judiciales sean previsibles. El derecho debe otorgar al ciudadano «seguridad». 

 

La seguridad jurídica implica que los justiciables puedan saber a qué atenerse cuando acuden a los tribunales. La persona que acude a un juzgado debe de tener el grado máximo de certeza. Es inadmisible que quien acuda a los tribunales lo haga como el que acude a un casino de juego… el ciudadano debe tener posibilidad de anticipar el resultado final del proceso, no puede ser que acuda –como ocurre en la actualidad- con una absoluta incertidumbre… No olvidemos que esta es la clave de que el sistema judicial inspire mayor o menor confianza al ciudadano… 

Y, ¿Qué me dicen de la arbitrariedad de las resoluciones judiciales? 

 

Lo arbitrario está reñido con el Estado de derecho, pues el derecho es, justamente por definición, todo lo contrario de la arbitrariedad. Para que el sistema judicial inspire seguridad, es conditio sine qua non la sujeción de los jueces al derecho, a los hechos, a las pruebas, a la jurisprudencia, y, además, a la lógica y a la realidad. 

 

Las cosas en España distan muchísimo de ser así… 

 

Y como tampoco ignora cualquiera que esté medianamente bien informado, respecto de semejante desbarajuste nadie quiere asumir responsabilidades, nadie tiene culpa de nada, siempre hay disculpas para todo, y quienes tienen capacidad de decidir, acaban diciendo que la culpa del desaguisado es de los otros: «la ley está muy mal hecha, y no puede mejorarse porque la oposición y el gobierno no se ponen de acuerdo, son muchos los jueces que están dominados por la pereza y la ignorancia, el Consejo General del Poder Judicial margina a los juristas competentes,…» 

 

Se suele decir que quienes no tienen intención de solucionar algún problema, buscan pretextos, en lugar de buscar soluciones (algunos crean «observatorios» que pagamos los contribuyentes, y a través de los cuales, sobre todo, ponen mucha atención… aunque no solucionen nada de nada). El actual gobierno y los anteriores, todos desde la muerte del General Franco hasta la actualidad, han recurrido a frases como que están vigilantes, que les preocupa seriamente, que están alerta, que no bajarán la guardia, y a frases tópicas por el estilo… 

 

De las palabras de todo los gobiernos pretéritos solo se puede concluir que tenemos un sistema judicial maravilloso y unos jueces que son el no va más. 

 

Pero la cruda realidad no indica precisamente eso; muy al contrario, la Administración de Justicia es posiblemente el ámbito de la Administración que menos simpatías suscita en la mayoría de los ciudadanos. 

 

Es imprescindible acabar con el «desgobierno judicial» que actualmente sufrimos. 

 

 Es hora ya de que los jueces se sujeten al imperio de la ley (y no al revés) que en España se respete escrupulosamente la Constitución, y se acabe con la sensación general de arbitrariedad e inseguridad jurídicas actuales. 

 

Los españoles no nos merecemos la injusta justicia que padecemos, lenta, cara y arbitraria; hay que acabar con la idea que tiene la mayoría de los ciudadanos españoles de la judicatura, de que es una casta privilegiada y que sus miembros gozan de impunidad e inmunidad… son ya demasiados los años que llevamos oyendo que es imprescindible una profunda reforma del sistema judicial español, demasiados, y a falta de verdadera voluntad de hincarle el diente al asunto, a lo que se viene recurriendo por sistema es a distraer la atención del ciudadano con la manipulación descarada de fenómenos parciales o colaterales, para así evitar que la opinión pública acabe poniendo la vista en las cuestiones de fondo, que son las que no se desean tocar; se recurre a cortinas de humo. El caso es aparentar que se está haciendo algo. 

 

La triste realidad –hasta ahora- es que no hay voluntad de solucionar el problema de la Justicia. Hemos llegado a tal extremo, que ya no caben parches, ni ungüentos. Como dice el profesor Nieto, en su libro «El desgobierno judicial», es imprescindible recurrir a medidas quirúrgicas. 

 

Si no se adoptan con prontitud tales medidas quirúrgicas, la mayoría de los españoles seguirán reafirmándose en la idea de que los políticos son los primeros interesados en que las actuales perversiones de la justicia sigan existiendo, para que el Poder Judicial no los pueda controlar, y para poder así, seguir controlando la Administración de Justicia desde el Ministerio del ramo… 

 

Tal como señala en su libro el profesor Nieto, la intervención de los políticos en la Administración de Justicia ha sido una constante en la historia de España, en los últimos siglos. El poder político ha manejado a los jueces a su antojo, y ha influido sin pudor en sus resoluciones, ha entregado los juzgados a jueces «afines», ha creado una red clientelar y los ha premiado por los servicios prestados… Daba igual el régimen político del que se tratara, las constituciones y las leyes siempre eran ignoradas y despreciadas. 

 

Los partidos políticos que se han turnado en el poder desde el final del régimen del General Franco, respetan cínicamente la fórmula del Estado de Derecho, al que han ido vaciando de todo contenido, respetan en apariencia las competencias del poder judicial, dominan a los jueces que lo integran y así se aseguran que el poder judicial no perjudique a sus intereses y mucho menos controle sus actuaciones. Cada cierto tiempo «sufrimos» una serie de reformas, que lejos de pretender una auténtica y profunda reforma de la justicia (pese a la retórica vacía de los trovadores, tertulianos y aduladores del régimen) lo único que demuestran es la lucha de los diversos grupos de presión por patrimonializar el poder judicial. Hasta ahora los protagonistas de tales reformas-luchas siempre se podían contar con los dedos de una mano: el PSOE, el PP, los miembros de la carrera judicial y las Comunidades Autónomas; y en la presente legislatura también se les ha unido el partido estalinista «Podemos». 

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En este panorama, la posición de los jueces (también hay jueces honestos, ¡ojo!) también es desesperanzadora: son conscientes de la manipulación de los políticos, se ven obligados a aplicar normas éticamente intolerables, e incluso se las ven y se las desean para intentar aplicar las normas más o menos buenas, que el ordenamiento legal pone a su alcance. 

 

La realidad, terrible realidad, es que generalmente los jueces no pueden asistir a las pruebas, tampoco tienen tiempo de leer los escritos que presentan las partes en conflicto (tal como la ley les obliga) y se ven incapaces de dictar sentencia en los plazos establecidos, al no disponer del tiempo necesario para redactar sus resoluciones (por lo cual han de encargárselo a funcionarios que no son jueces) De este modo, están negándole a los justiciables el derecho constitucional a la tutela judicial efectiva -artículo 24 de la Constitución- del cual según la Constitución son los encargados de proteger. 

 

Sí, todo es un paripé, una cínica farsa, que finaliza con la publicación de sentencias «en audiencia pública», como la Constitución dice, pero que, en realidad nunca se realiza. 

 

Para poner remedio a todo ello, los políticos deberían renunciar a la utilización partidista de la justicia, y a la judicialización de la política, a lo que por lo que vienen demostrando legislatura tras legislatura, no están dispuestos. 

 

O nos tomamos en serio la reforma de la Justicia o nunca tendremos una democracia seria. Pues la Administración de Justicia no es sólo cosa de los jueces y de los políticos, es cosa de todos los ciudadanos, y a todos nos concierne. Nadie puede decir que el asunto le traiga al fresco, pues tarde o temprano puede sufrir las consecuencias de esta «justicia injusta» que no nos merecemos. 

 

Si la Administración de Justicia no alcanza un determinado nivel de calidad, no se la puede nombrar como tal, ni tampoco se puede tachar a nadie de fatalista o catastrofista, por llamar a las cosas por su nombre. 

 

El Poder Judicial en cuanto a institución constitucional, no existe, es un gran engaño, una falacia, una estafa intolerable. Aunque, hay que reconocer que afortunadamente sigue habiendo jueces y fiscales que pese a las coacciones políticas, corporativas e institucionales, tienen la valentía de imponer la ley. 

 

Lo que está en juego es al fin y al cabo la auténtica independencia de los jueces, independencia que nunca será real mientras que la Justicia siga siendo la continuación de la lucha política en otro ámbito y con otras armas. 

 

La deplorable situación de la Justicia en España depende de decisiones políticas: hay que hacer que los jueces estén más cerca de la gente y/o que la gente pueda acercarse más a los jueces, hay que legislar sin miedo ni complejos y, ya puestos, habrá que plantearse si no sería bueno que en el CGPJ no haya sólo juristas -cercanos, desgraciadamente, a los partidos- sino solventes representantes de la sociedad y no sólo «compañeros de profesión». 

 

La Justicia no es sólo cosa de los jueces y de los políticos, es cosa de todos los ciudadanos, y a todos nos concierne. Y, por favor, dejemos y a un lado el «buenismo» y el «cinismo» de considerar que la Administración de Justicia española es excelente, y que las corrupciones de las que hablo son excepciones, o pequeñas anomalías, o disfunciones que nada empañan la enorme perfección del sistema, y que pueden ser corregidas o eliminadas fácilmente… 

 

Puede que lo que aquí se afirma no guste demasiado a los que están acostumbrados a las alabanzas, a las adulaciones, a los elogios «política y socialmente correctos»… Pero somos muchos, demasiados, sino todos al fin y al cabo, los que padecemos esta «Injusticia» travestida de justicia, maquillada de leyes cínicas e hipócritas, palabras vacías, retórica hueca… 

 

Estoy hablando de un debate urgente, imprescindible, inaplazable si realmente se quiere recuperar (mejor dicho, adquirir) el tantas veces cacareado «Estado de Derecho»… 

 

El verdadero problema es que nadie quiere asumir responsabilidades, quienes tienen capacidad de decidir, siempre tienen disculpas para todo, y acaban diciendo que la culpa del desaguisado es de los demás. 

 

Aunque peque de reiterativo, sólo cabe afirmar que, tras años y años de promesas y más promesas, a la única conclusión a la que cabe llegar, es que los políticos son los principales interesados en que la actual perversión de la justicia sigan existiendo, el poder judicial no perjudique a sus intereses y mucho menos controle sus actuaciones. 

 

A lo largo de este texto estoy hablando que lo que está en juego es al fin y al cabo la auténtica independencia de los jueces, independencia que nunca será real mientras que la Justicia siga siendo la continuación de la lucha política en otro ámbito y con otras armas. 

 

Evidentemente, es deseable que la Administración de Justicia, como servicio público, funcione, pero tal cosa es prácticamente imposible con el actual desgobierno, en el que se confunde independencia con impunidad, con jueces intocables, un «estado de derecho en el que más vale que renuncies por tu bien a tus derechos para no cabrear al juez»… hay que acabar con la idea que la mayoría de los ciudadanos tiene de la judicatura, de que los jueces y fiscales forman parte de una casta privilegiada y que sus miembros gozan de impunidad e inmunidad… Las resoluciones judiciales, sus fundamentaciones, deben estar basadas en el articulado constitucional y no en las opiniones y preferencias ideológicas de jueces particulares; independientemente del tribunal o de la instancia de que se trate. 

 

En fin, dejaremos para otro día el hablar de prevaricación, aquello de que un juez dicte una resolución injusta, a sabiendas, o por negligencia, o por ignorancia inexcusable… 

Autor

Carlos Aurelio Caldito