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Consideramos amarga la visión que hoy ofrece la patria porque confirma lo mismo el cuadro rojo de X que el cuadro azul de Y. Una vez más, gracias al contumaz resentimiento de los de siempre, las dos Españas, con sus sueños: la espléndida de unos pocos y la miserable de muchos conviven en la misma historia. Y se comprende que esta historia, que esta nación, pueda aparecer distinta según los ojos que la miran y sueñan.
Amo a España, que es mi patria. Pero reconozco que, hoy, mi patria es desapacible y sombría, pues la patria luminosa ha de estar donde brilla la justicia y la libertad. España alimenta hoy una sociedad enferma, una sociedad que destruye todas las ilusiones. Y en una sociedad así, la única ilusión del hombre libre es destruirla.
El mundo no se limpia de guerra, no se lava de sangre, no se corrige del odio. «Malos tiempos estos que corren». «Vivimos en malos tiempos porque no somos buenos ni leales». Estas frases, más o menos así expresadas, tal vez sean las más repetidas en la historia de la humanidad. No obstante, tenemos que defender dicha humanidad, así como la vida, aun siendo conscientes de que la adversidad, la traición, la iniquidad, son el estado natural de ambas, y que la felicidad y la justicia son excepción.
La historia, en efecto, se repite. Igual que en épocas anteriores, estamos pasando por tiempos difíciles en los que no se puede hablar ni callarse, como comentaba epistolarmente Juan Luis Vives a Erasmo en 1534, hace casi cinco siglos, en la dura etapa de la Reforma. La censura, mordaza para acallar el pensamiento libre, siempre ha precedido y acompañado a toda decadencia moral e intelectual, a todo afán escisionista.
En la política de hoy, los frentepopulistas o antifranquistas activos son el paradigma del odio. Un odio nítido, químicamente puro, que se alimenta del odio a España, del odio a la excelencia, y de la envidia codiciosa. Y las promueven y siembran con el fin de medrar a costa de depredar al pueblo, y con el apoyo de los contagiados por su propaganda, esa parte de la sociedad más sórdida, dispuesta a aceptar cualquier soflama que satisfaga su resentimiento; ella constituye su cosecha. También son los antifranquistas ejemplo de demagogia, pues, aparte de mentir como si no hubiera un mañana, practican doctrinas que saben que son falsas a personas que son ignorantes o sectarias.
Las izquierdas resentidas son como aves de rapiña que acuden a devorar un cadáver insepulto. Han puesto a España en subasta, y como generalmente ocurre en toda subasta, la sensación que se experimenta es melancólica, si no dramática; allí todo recuerda un desfile fúnebre. Los visillos de las ventanas, que dejan filtrar escasa luz, ensombrecen el salón, y el silencio y la fatalidad parecen derramarse sobre los objetos ofrecidos y sobre las cabezas de los concurrentes, interrumpido todo ello por la voz monótona del subastador que golpea con el mazo y salmodia con voz monótona y siniestra: «¡No, no, no!».
¿Qué no entiendes de ese «no» a la virtud, moribunda España? Y toda una muchedumbre, codiciosa o silenciosa, de pujadores o meros asistentes respetables, actúa u observa cómo se va desmantelando la patria. No se trata de hacer del Estado corrupto el promotor de la regeneración, que sólo puede ser obra de la decisión del pueblo soberano y de sus líderes, pero hay que hacerle el instrumento de esa decisión. Para conseguirlo, el mejor medio, ya que no parece probable una predicación regeneradora por parte de la Iglesia, ni una resistencia militar contra la antiespaña, es convertir o atraer a la causa a los representantes de la excelencia cívica.
Pero ¿dónde se encuentran? Sería ingenuo hacerse ilusiones exageradas respecto al celo de una hipotética oligarquía regeneradora, pero no es conveniente dejar de hacer llamamientos de insumisión ni desesperarse. Alguien dotado de inteligencia, de nobleza y de patriotismo quedará aún por las instituciones o entre la ciudadanía más conspicua.
El caso es que no debiéramos esperar a que la justicia de Dios derribe a los canallas. Ha de ser la justicia de los hombres de bien, de lo que quede de pueblo soberano, quien los desentronice. Si un gobernante pretende, de veras, crear una obra perdurable, debe preocuparse de inventar un fin común, de preparar un estado de ánimo general encaminado a conseguir un noble objetivo, deseado por la mayor parte de la sociedad. Fortificar los espíritus a la vez que las fronteras.
Eso, o que suceda lo que el Cielo tiene ordenado que suceda, pues no hay diligencia ni sabiduría humana capaz de prevenir lo que la Providencia nos depara.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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